Diario del asesino
21 de mayo
No es mi intención complicarte, pero me pareció oportuno. Aunque para evitar confusiones, debería aclararte, por si hace falta, que la misma bala que se tragó Mallo la hubiera usado con el que se ata a un manojo de granadas y hace volar inocentes por los aires. Me acongoja, no sé a vos, la foto del niño ausente, los ojos inmóviles, detrás del barro y la sangre, envuelto en humo. Esto es otra cosa. No atiende las causas, es cierto, pero es una forma de cobrar por las consecuencias. He hecho justicia ante el abuso. Y, por las dudas, sigo aclarando, no me importa el sexual. De última, ya se la habían cogido nadie sabe cuántos, jóvenes y viejos, por plata y también por placer. No, no te preocupes, esta cuenta ya la pagó Mallo, como ejemplo, pero de otro abuso. El abuso del que compra sobre el que precisa vender. Venden brazos, venden piernas, hasta los pensamientos, que marchan tensos día a día para que la máquina no pare. ¿Es peor vender el culo? Prejuicios, nada más. Al final, a la pobre Marilyn ninguno la debe de haber tratado mejor que el viejo, que igual me asquea. No la mató el infeliz del novio ni la codicia del padre. Murió por el deseo. Sí, el del viejo indecente, pero también por el de ella, que recorría medio país para traerse un celular. No aguanto más la muerte que provoca la estufa que incendia el rancho o la que causa la corriente del río desbordado que se los traga para luego vomitarlos, exánimes. Todos, y también Marilyn, muertos por pobres. Leíste los diarios, no tienen ni idea. No me van a encontrar, porque lo puedo hacer solo y no preciso contarlo. Esa es mi libertad. Nadie me ve, no se nota mi ausencia. Mallo nunca estuvo solo. Voy por más. Nos vemos el jueves, a ver qué escribís ahora.