Diario del asesino

04 de junio

Estás borrado. No contestás. Ya ni escribís. Suponés que podés seguir haciéndote el distraído, como si no tuvieras nada para decir, nada para hacer. No me importa, nunca tuve esperanzas más que en tus palabras, pero ahora estás mudo. Yo ya no tengo más tiempo. Me aguarda el último criminal, que es un símbolo. Porque, a diferencia de los otros dos, responsables de las causas de tanta miseria, pero que actuaban a las sombras, ocultos, desentendidos de sus actos, lejanos a las consecuencias, el viejo que me espera, ahora inerme, aguardando el alivio, reclama el reconocimiento, porque le tocó, uniformado, salvar la patria. Y no midió nada, porque el designio era de tal magnitud, el poder tan enorme, que todo se justificó. Arrasó a cara descubierta, porque pensó que la batalla era la final, que el enemigo estaba exterminado, que a nadie debería responder, que la historia había llegado al fin. Estoy pronto, a la hora convenida y aunque desconfía, «¿Usted quién es? Nunca lo vi. Nadie me avisó que venía uno nuevo», ya no le da la fuerza para evitar la dosis que lo afloja. «A ver si abrís de una vez la boca, ahora que estás solo, que te queda poco, hijo de puta.» Queda echado en su sillón, la cabeza floja, apoyada de costado sobre el respaldo, los ojos borrosos, balbuceante, pero consciente, a disposición, «como los tuviste vos, cuando te creías Dios. Decime, si querés vivir, cómo murieron, cómo los mataste, dónde los enterraste, hablá de una vez. O querés más. Te voy a dar otra oportunidad, y te voy a ayudar, pero no te cebes, porque de esto mismo, con la dosis adecuada, olvidate de esta vidita que te armaste, de ver crecer a tus nietas, de los paseos por el barrio a los que no tenés derecho, pero nadie controla. No te voy a meter un palo en el culo, ni te voy a meter mi pija en la boca, me das asco. Estoy solo, no como vos, que juntabas la tropa, todos desnudos, pajeándose, esperando para cogerse todas las veces que querían a una pendeja que bien podría ser tu nieta, o tu nieto, manga de putos que se hacen pasar por machos. Pará de reírte, viejo de mierda y decime solo dónde los enterraste. ¿Ah… no vas a hablar? Ahí tenés más, para la despedida, casi sin dolor, profundamente injusta, apenas diente por ojo». No me quedará más nada y este será, en un rato, el final, el tercer acto de una obra inconclusa, desesperanzada, la catarsis de don nadie, mi modesta y singular tesis para la liberación del esclavo. Yo ya terminé, José. Pero vos, no. Queda una muerte. Todavía, si te decidís a sacar el culo del sofá, podés evitar que sea la tuya. Suerte.