Nocturno en la ciudad

Aquiles Lanza 1175, 03:30.

11 de junio

Ya está, ha llegado al final del trabajo. Está conforme. Es, en cierta medida, si atiende a sus limitaciones, perfecto. No lo pudo hacer mejor.

Debió ordenar, antes de ponerse a trabajar, el desastre en que dejaron el sótano, donde buscaron y rebuscaron hasta encontrar nada.

Regresó por Maldonado, para evitar algún encuentro en los boliches de la esquina de Canelones. Apenas paró en lo del Trini, por dos paquetes.

Toro está, como siempre, echado en el sofá, ignorante del nuevo destino que le aguarda, aunque a la mínima señal —un auto que se detiene frente al portón, el trozo de conversación que atraviesa el ventanuco que da sobre Yaguarón— para la oreja el tiempo necesario para reconocer que no es a quién espera.

Acomodó los pocos libros, que han regresado a su lugar.

Ha revisado, corregido y completado ciertos huecos.

No queda más por hacer.

Se desploma en el sillón, los pies sobre el escritorio, en una mano, el café; en la otra, el cigarro.

Lee y contempla su obra.

Quedan, como única evidencia, El diario del asesino, Justicia infinita, nada más que el arte, que por peligroso, nunca será exhibido. «El precio de la libertad», se justifica.

Revisa el último original:

Alfredo:

Si llegás a tiempo, llevate todo lo que está debajo de esta nota.

¡Los libros son prestados!

El resto, buen material para otra novelita.

Acomodá cuadro, pasador y candado, tipo Agatha Christie, como diversión.

Nada va a resolver la tarea que me queda, pero todo ha llegado a un punto en que no tengo alternativa.

Quizá, si vuelvo y puedo completar mi obra, todo pueda ser justificado.

Y, si todo sale mal, habrá que ocuparse del Toro. No te quiero complicar, quizá pueda ser una buena compañía para nuestro asesor letrado. Ah, de paso, me dijo que estuviste consultándolo. Espero que mis sospechas no tengan fundamento.

Ah, tranqui, nadie va a reclamar la cueva, podés quedártela.

Un abrazo

J.

Pero la novelita, inconclusa, merece, piensa, al menos, un breve adiós.

Alfredo Sequeira vuelve a abrir la máquina.

Recuerda el brindis que fue de despedida —hace un rato, en el Bacacay—, el desafío de la noche del Andorra y comienza a escribir el último capítulo:

Todo ha resultado un fracaso…