Diario del asesino

18 de mayo

Había que verlo al hijo de puta, pasando de mesa en mesa, alcahueteando a sus huéspedes que lo saludan con confianza, aunque al retirarse cuchichean a su espalda. Pobre Gabriel, se comió un garrón. Un escándalo. Él no sabía nada. Una familia destruida. ¿La esposa sabría? Mientras, sin que importen las respuestas, siguen abriendo botellas y el viejo continúa su desfile, la camisa blanca abierta, los vellos canosos asomando sobre el cuerpo bronceado, los escasos pelos plateados debidamente acomodados, las uñas cortadas y dudosamente satinadas. Se acerca también a mi mesa y le acepto un café, no tengo apuro y, aunque él no lo sospecha, lo estoy esperando. Me mira con extrañeza, es lógico, si bien hice mi mayor esfuerzo, no compongo con el ambiente, y menos en soledad. Pero te quería ver, Gabriel, así, en tus salsas, tan bien iluminado, tu rostro amable, de esposo y padre, el anfitrión perfecto. Sí, mirame, que yo te vengo observando desde hace días, aunque de lejos y a oscuras, cuando apagás las luces y te internás en el parque, lentamente, buscando y buscando hasta que lo encontrás, y, luego de no sé qué transas, finalmente el pendejo termina por subir. Está lleno de guachos en oferta, pero a vos te gusta ese, ningún otro, más fácil para mí. Yo no soy ningún puto, me aclaró ayer, él me paga para chupármela, yo ni lo toco. Cuando le mostré el billete de mil —cuatro veces más de lo que vos le pagás, miserable— ya no le importaba si iba arriba o abajo, de frente o de espaldas, la boca abierta o cerrada. ¿Solo por ir hasta Capurro? Mirá que yo no soy ningún boludo, pero la Juana me la das ahora. ¿Quién es el viejo? Ya te vas a enterar.

*

Yo la acompañaba hasta la terminal, los viernes, cuando él me la pedía, con el boleto de ida y de vuelta, para sábado o domingo. Sí, él antes me hacía el giro... A Mallo lo conocí hace un montón de años, cuando yo trabajaba en el cuartel. Aprontaba los caballos, cargaba los tacos, juntaba la mierda. Mire que cagan… Se juntaba un montón de gente, incluso a veces venía algún argentino y armaban un torneo, ellos son unos cracks en eso. Gente importante…, ¿eh? ¿Quiere que se los nombre? Él tiene campo en la zona… ¿Si yo qué…? Espere, espere, yo nunca le puse un dedo encima, era mi hija. ¿Qué dice? Sí, yo lo dejé de ver un buen tiempo y un día lo veo aparecer por mi boliche —ya era un hombre viejo—, el que atendía Marilyn. Meta charla, él no sabía quién era, pero yo me di cuenta enseguida, este no venía por el vino suelto que vendemos; él toma de botella. Y ella era muy bonita…, igual a la madre, hace… Yo qué sé. Ahí lo saludé, claro, usted qué se va acordar de los que le cepillaban los caballos. Pero al rato sí, que tanto tiempo, que cómo anda la familia…, bueno, nos vemos. Yo a estos los conozco: señora, hijos, pero bien que los vi en los quilombos, y después de unas copas y alguna cosita más, tanto les daba… Bueno, que a los días, la Marilyn me dice que Mallo volvió y que la invitó a no sé dónde, a la playa, que ella nunca había ido, que le dejó un teléfono por si se animaba, un fin de semana, para probar. Ahí lo llamé y empezó todo. Yo no sabía que esto iba a terminar así… Si no se hubiera metido este, el Rodri, que mire cómo arruinó todo. Porque ella igual se iba a ir, si ya se nos había escapado otras veces por nada. Al final arreglamos. Él me avisaba los jueves, me mandaba la plata y yo sacaba el pasaje. Claro, ella no está para decírselo personalmente, pero yo le aseguro que iba contenta y llegaba siempre con alguna cosa. Yo a Mallo, ya le dije, lo conocía y sabía que no la iba a tratar mal, si no, no la hubiera mandado. Se suponía que iba a ayudar allá en el restorán de la playa, limpiando los fines de semana, pero abrió la boca, se enteró el Rodri y todo se jodió.

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Esta vez no vas a tener tiempo porque ni siquiera te vas a enterar. No te voy a dar la chance que te dio el Rodri, que te quiso ver a los ojos, los mismos que vos viste, a los que traicionó el odio y la torpeza, que te dio tiempo para cubrirte con el cuerpo de la niña amante, su novia, que volviste a usar, ahora como escudo. No te voy a dar el tiempo para despedirte, te vas a ir directo a la nada, de la peor forma, indigno, sin la conciencia del final, sin posibilidad de arrepentimiento, sin el sufrimiento redentor de la conciencia, el único que vale la pena. Esto ya no lo arreglás con plata, ya no hay abuso posible. Te van a encontrar con el culo al aire y la bala en la nuca, al fin con justicia.

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Ella no me contaba nada. Volvía los lunes, siempre con algo nuevo: una vuelta ropa, otra un celular, que se lo compraba con las propinas, y, aparte, plata. Nadie regala nada y yo no me la creía. Yo la quería, le juro… Ya sé que la maté, pero al que quería asustar era al viejo… No sé, todavía no entiendo… La noche anterior, el jueves, me fui en la moto, llegué de mañana y de ahí a la terminal. Un viejo la subió a un auto nuevo, grande… Y ahí los seguí. Pasamos un puente, así como ondulado, y a unas cuadras, el hotel que ella me había contado, sobre la playa. Pero estaba todo cerrado. Yo dije abrirán de noche, pero nada… Cuando vi la única luz prendida, aguanté un rato y me mandé. Yo nunca le había disparado a nadie; sí jodíamos con las armas. Allá en la frontera, del intendente para abajo andan todos calzados. Abrí la puerta y ahí la vi. El viejo estaba encima, de espalda, pero no sé, no entiendo, yo no le iba a tirar, le quería meter miedo, nomás. Pero ella me vio y ahí el viejo… no sé. Sale el tiro… No entiendo… y al toque veo a la Marilyn sobre el viejo y un chorro de sangre en la espalda… ¿Me van a meter preso? Soy menor.

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El arma con que atacaste a la niña en las noches de los viernes, con vista al mar, yace ahora, exánime. Ya no responde la carne y, desde este instante —tu cuerpo solo y desnudo—, ya no sos nada, Gabriel. Ni el cajetilla elegante, ni el padre ejemplar, ni el amable anfitrión, ni siquiera el viejo perverso. Solo, y por unos días nomás, un titular, el chisme de tus clientes, la vergüenza de tus hijas, el rencor primero; al final, nada más que el olvido.