Yo siempre había tenido una norma: si follas con un tío una noche y vas a su casa, huye nada más terminar. No es que tuviera mucha experiencia en aquel tipo de rollos de una noche, la verdad, y ahora estaba tumbada desnuda en la cama de un compañero de trabajo con el que había coqueteado desde el primer día. Había sido el mejor polvo de mi vida, sí, es verdad, pero trabajábamos en la misma oficina y apenas nos conocíamos… Por no mencionar que me daba bastante vergüenza recordar el tono que había tenido nuestro encuentro. ¿Le había pedido de verdad que me tratara mal? ¿Había salido de mi boca aquel «Quiero ser tu puta»? Y lo peor: ¿cómo podía haberlo dicho en serio?
Cuando me levanté con intención de vestirme él me pidió que me relajara y me dijo que me haría algo de cenar.
—¿Crees que no voy a querer repetirlo? —preguntó de soslayo antes de salir de la habitación con un pantalón de pijama liviano.
Pues vaya…, que no sé dónde quedó la norma aquella noche. Mucho teorizar sobre cosas por las que no había pasado y ahora era una mojigata jugando a decir guarradas en la cama de un tío del que ni siquiera sabía cosas tan básicas como la edad. Ay, por Dios…, Alba…
—¿Zumo o Coca-cola? —preguntó desde la cocina.
—De verdad que no hace falta, Hugo. Debería irme a mi casa.
Hugo volvió a la habitación cuando me estaba colocando las braguitas a la altura de la cadera. Solo llevaba el sujetador y el culote y sus ojos se deslizaron por todo mi cuerpo. Dejó la bandeja que cargaba sobre la cama y tiró hacia mí la camisa que llevaba puesta en la fiesta.
—Si no…, mal vamos. —Sonrió.
Me la puse y una bofetada de su olor me envolvió entera. Era tan delicioso que deseé poder llevármela a casa y dormir con la suave tela encima de… nada más. La abotoné un mínimo y me arremangué. Hugo me lanzó una mirada de reojo que me derritió y me señaló la bandeja, donde había dos vasos de zumo y un sándwich partido en dos triángulos. Me tendió el plato y me sonrió.
—Yo…
—No seas tonta. Cómetelo tranquila. Después ya decidirás.
—Gracias. —Le di un mordisco muerta de vergüenza, pero mi cara mutó a la sorpresa, porque aquello sabía a gloria—. Joder. Qué bueno.
Me guiñó un ojo, tendió el vaso de zumo hacia mí, cogió el suyo y se lo bebió de un trago. Yo masticaba observando el cuadro que había frente a la cama, el de la ilustración sugerente. Le miré de reojo y me reí de manera infantil volviendo mis ojos a los trazos del dibujo.
—Me gusta. —Asentí antes de dar otro bocado.
Se colocó a mi lado y me palmeó el culo por debajo de la camisa.
—Estoy completamente loco por tus piernas. —me dijo cogiéndome por la cintura y colocándose detrás de mí.
Nunca habían alabado mis piernas y me sentí… halagada. Tremendamente halagada, a decir verdad.
—Gracias —contesté con una sonrisilla y la boca llena.
—¿Por el piropo o por el polvo?
—Por las dos cosas. —Rocé mi trasero contra su paquete y le escuché ronronear.
—Joder…, qué culo. Me encantaría follártelo.
Me giré con el sándwich en la mano y los ojos abiertos de par en par. Tragué.
—¿Perdona?
—¿Qué? —preguntó con el ceño fruncido.
—¿Me acabas de decir que quieres follarme el culo?
—Sí. La pregunta es: ¿quién no querría?
—Eh… —Pestañeé forzosamente y me reí, alcanzando el zumo para bajar el bocado que se me había quedado parado en mitad del esófago—. Joder, Hugo.
—¿Qué?
—¿Vas diciendo por ahí a la gente que quieres sodomizarla?
Chasqueó la lengua y se rio desvergonzadamente.
—¿Ves como aún no…?
—Aún no ¿qué?
—Aún no tienes mucha idea. Aunque apuntas maneras.
—Oh, seguro que tú puedes enseñarme —me burlé.
—Claro que puedo, pero no sé si no te habrás puesto muchas barreras. Una pena, con ese culo y tu edad, las cosas que te vas a perder en la vida.
—Ilústrame —dije apoyándome en la pared en posición chulesca.
—¿Qué quieres saber?
—No sé. Tú eres el que pareces estar más enterado sobre estas cosas.
Se tiró en la cama con una exhalación y yo me quedé allí de pie, mirándolo.
—Estás increíblemente sexi ahí, recién follada, mirándome con mi camisa puesta —dijo.
—Pues tú estás muchísimo mejor sin ella. Pero estoy esperando la clase magistral.
—Este tipo de clases no son teóricas, piernas —se burló mientras acomodaba la almohada debajo de su cabeza.
—Es la peor excusa que he oído nunca para repetir.
—¿Necesito excusas? —preguntó arqueando una ceja.
—Si me dices que quieres petarme el culo, te aseguro que necesitas excusas y muchas drogas.
—Menos lobos, caperucita… —Hugo se echó a reír y yo le acompañé a carcajadas—. Tienes pinta de estirada, ¿lo sabes?
—Así ahuyento a tíos como tú.
—Espero que te funcione mejor con otros imbéciles porque te acabo de echar un polvo de vicio.
—Vicio el que tienes tú… —contesté de soslayo mirando de nuevo el cuadro.
—Hay que probar y… no finjas, que se te ha visto proactiva.
Me giré de nuevo con una mirada de simulado desprecio.
—De las cosas que se hacen en la cama no se habla.
—¿Te gusta el sexo violento de verdad?
—¿Hablas de sadomasoquismo? —pregunté a mi vez.
—No. Eso es más bien un juego de poder. Las cosas tan disciplinadas no me van.
—¿Entonces?
—Ya sabes. Tirones de pelo, nalgadas, empujones, que te cojan del cuello, breath control, que te follen a lo bestia, que te escupan…
Mi hermana siempre dice que no sirvo para jugar al póquer. Imaginaos mi cara al escuchar todas estas cosas. Lo de «que te escupan» había terminado de rematarme. Pues no…, no me gustaba que me escupieran. Eso se saldaría con un puñetazo en la entrepierna con toda seguridad.
—Paso de los escupitajos.
—Mujer…, así dicho. No es tal cual.
—Da igual.
—¿Y te gusta el sexo anal?
—Joder, Hugo, ¿qué es esto? ¿Una entrevista guarra de trabajo? —Me reí.
—Me ha gustado —dijo con una sonrisa sensual—. Quiero repetir y repetir y repetir…
—¿Y eso qué tiene que ver con…?
—¿Te gusta o no?
—No es mi plato preferido del menú —contesté tratando de parecer resuelta.
Lo había hecho con mi exnovio alg(una) vez y la verdad que cediendo ante su insistencia. Pero no terminó de gustarme… o sí. No lo sé. A lo mejor el que no terminaba de gustarme era él.
—¿Te has follado alguna vez a una tía? —Y Hugo lanzó la pregunta al aire como quien consulta la predicción del tiempo.
Pestañeé.
—¿Debo creer que haces habitualmente todas esas cosas? Y en cualquier caso…, ¿tengo por qué contestarte?
—Lo que quiero saber es hasta dónde has llegado hasta ahora y hasta dónde te gustaría llegar. Sin más, piernas. Conversación poscoital.
—Eso nunca se sabe. Las cosas no son así y te estás pasando. Creía que eras un caballero.
—Y lo soy, pero hablo claro, nena. Todo el mundo tiene un límite al que no quiere llegar.
—¿Y cuál es el tuyo?
—Uhm. —Se acomodó—. Temas escatológicos. El sado tampoco me va, pero si quieres atarme…
—Dios…, esta conversación es absurda.
Le di otro bocado al sándwich y después me bebí el zumo. Me llamó a su lado en la cama y le pregunté con qué intención.
—Ven, tonta. Estamos hablando.
Le lancé una mirada furibunda con las cejas arqueadas y él insistió, tirando de mí hasta que me acomodó de lado, mirándole. Me besó en los labios. Como siempre, aquel beso no tuvo nada de plácido o tranquilo. Cuando Hugo besaba lo hacía con labios, lengua y dientes, que deslizaba sensualmente por tu labio, dejándolo escapar. Metió la mano bajo mi camisa y me acercó de manera que enredáramos las piernas.
—¿Por qué te enfurruñas?
—No me gusta esta conversación. Parece que estás hablando de ganado.
—¡Eso no es verdad! —Se rio—. Solo quiero saber cosas. Y si no las pregunto, ya me dirás cómo lo hago.
Me acomodé en la cama. Era lo suficientemente blanda y firme como para ser perfecta. Allí se debía de dormir de miedo… Ya me constaba que se follaba de miedo.
—Qué bien… —comenté por llenar el silencio.
—Estás tan sexi… —Su nariz acarició mi cuello y sus dientes me lo mordisquearon—. Vas a protagonizar muchas fantasías, me parece.
Le miré de reojo, allí tirado, con un brazo debajo de la cabeza, el torso desnudo y aquellos pantalones de pijama tan livianos…
—Es posible que tú también.
—¿Y con qué fantaseas? —me preguntó.
—¿Vamos a hablar de eso?
—¿Por qué no? Quiero saberlo…
Miré al techo lanzando un suspiro.
—Para ser sincera, últimamente con lo que acaba de pasar sobre esta cama.
—Y en esas fantasías ¿cómo te follo?
—Ay, Hugo, pues no sé…
—Tabúes.
—Hombre, estarás de acuerdo conmigo en que no es un tema de conversación muy cómodo…
—Yo no tengo problemas en decirte que me he pasado la tarde pensando en follarte el culo mientras te tiras a Nicolás.
Me giré para mirarlo totalmente estupefacta. Habíamos cubierto el cupo de cosas que no entendía y que podía disimular. Me aparté un poco y después de unos segundos de reflexión, me levanté, me quité su camisa y la dejé sobre la cama. Hugo se incorporó.
—¿Qué haces?
—Me visto.
—¿Por qué?
—Pues porque me voy.
—Alba…
Cogí el vestido y me lo coloqué lo más rápido que pude. Después me puse las sandalias y salí a por el bolso, que había dejado caer sobre la cheslón del sofá. Hugo me siguió.
—¿Puedes esperar?
—Si lo que quieres es repetir, creo que ya tienes material para otra paja.
—Pero ¿qué te pasa?
Me retuvo con suavidad y yo me zafé. Me sentía… mal. Sucia. Asco. Todo empezó a tomar matices moralistas y me sentí como si mi madre fuera a terminar por enterarse de que había follado como una loca con un tío del curro al que apenas conocía. Las cosas que Hugo me decía no me gustaban. No me gustaban una mierda.
—Juguetear es una cosa, ¿sabes? Pero te estás pasando y a mí se me ha debido de ir la olla por completo.
—Alba, respira. —Sonrió—. La mitad de las cosas que digo son solo una provocación. Me irás conociendo. Estoy bromeando. No pasa nada.
—Claro que no pasa, porque me voy.
—El sexo además de hacerse también se habla, ¿sabes?
—Me parece estupendo. Haz lo que te plazca con tu polla, pero déjame estar. No me gusta que me traten así.
—¿Cómo? ¿Te he tratado mal?
—Me has tratado sucio.
—El sexo siempre es sucio, Alba. Piénsalo. Te estás ofuscando. Es sexo y nos hemos corrido los dos. Solo estábamos jugando.
No se me ocurrió decir nada más, así que le pedí que me dejara ir y él me soltó sin discusión. Cuando cerré la puerta de su casa sentí tantas cosas que… no sabría numerarlas. Asco. Miedo. Vergüenza. Me sentía… ridícula, utilizada y… arrepentida.
Lloré como una cría en el taxi de vuelta a casa. Me había equivocado. Mucho. «Es un tío del curro…, joder, Alba…».