17

Pero mejor

 

 

 

 

Hugo entró en el dormitorio con una media sonrisa que me desarmó, si es que quedaba en mi cuerpo la mínima resistencia. Llevaba un pantalón de pijama muy fino de color granate (sin nada debajo) que se le caía bastante de cadera. En cada una de sus manos, una copa de balón con un gintonic preparado. Dejó las bebidas en la mesita de noche y se inclinó para besarme en la punta de la nariz.

—¿Qué tal, piernas? ¿Más tranquila? Traías tensión acumulada me parece a mí.

Me eché a reír como una cría. Dios. No me lo podía creer. ¿Mis novios? Nico nos dedicó desde el otro lado de la cama una mirada perezosa; solía quedarse bastante fuera de juego después de un revolcón, como si estuviera dormido con los ojos abiertos.

—¿Quieres una? —le ofreció Hugo mientras se sentaba a mi lado en la cama.

—La merienda de los campeones —me burlé, y me incorporé en la cama.

Hugo acomodó unos cojines en mi espalda y Nico cerró los ojos, sin contestar. Estaba durmiéndose. Después de recuperar el aliento sobre la alfombra del salón y hacer una parada en la ducha de Nico, habíamos caído exhaustos encima de la cama de este. Y por la postura que estaba cogiendo, yo diría que se preparaba para una siesta.

—Nico… —Le acaricié el pelo—. ¿Quieres dormir?

—No, estoy despierto —balbuceó.

Hugo movió la cabeza en dirección a la puerta y cogió las dos copas antes de salir hacia su habitación. Me incliné sobre Nico y le besé el cuello.

—Que no estoy durmiendo… —se quejó ya medio en sueños.

Le besé en la boquita, pero ya casi ni respondió. Antes de salir de allí bajé la persiana y puse el aire acondicionado a intervalos. Hugo me esperaba tirado en la cama bebiendo de su copa y yo me tumbé a su lado. Él dejó la bebida en la mesita de noche y se giró de nuevo hacia mí, colocó su mano derecha sobre mi mejilla y me besó, despacio…, tan despacio… Sonreí cuando se alejó.

—¿Estás cómoda? ¿Quieres una camiseta?

—No, estoy bien. —Me arremangué el jersey. Los shorts seguían tirados sobre el brazo del sofá, en el salón. Solo el jersey y mis braguitas—. De todas maneras no vivo lejos. Podría subir a por un camisón.

—¿Qué tipo de camisón? —Y sus labios se apretaron el uno contra el otro de una manera muy sexi.

—Para… —le pedí.

—Según las normas no tengo por qué parar, ¿no?

—¿Sabes? En realidad las relaciones no se basan en normas. Más bien en consentimientos y en…, pues no sé, prueba-error, supongo.

—Va a tener usted que perdonarme, pero no estoy muy ducho en estas cosas.

—Diez años sin pareja, ¿eh?

—Bueno, he tenido otras cosas de las que ocuparme. —Se acomodó mientras miraba al techo y flexionaba una pierna.

—Sí, creo que te has estado ocupando bien estos diez años.

Eso le hizo sonreír.

—¿Cómo fue tu última relación? —preguntó.

—No fue mal. Fueron años tranquilos. En realidad rompimos de mutuo acuerdo. La cosa no funcionaba, pero sin dramas.

—¿Seguís siendo amigos y esas cosas?

—No, pero no porque le odie ni nada por el estilo. Conozco a la chica con la que sale ahora y me alegro de que esté con alguien y que estén bien.

—¿Entonces?

—Es que Carlos… me aburría. —Me giré a mirarle—. No me reía con él.

—Ah…, conque al final es verdad que os gustan los hombres que os hagan reír… ¡Cuántos años de gimnasio en vano!

—¿Vas al gimnasio por las chicas? No me creo que seas tan patán.

—No voy al gimnasio, eso lo primero. No me gusta encerrarme en un sitio lleno de gente sudando.

Hugo, genio y figura.

—Entonces, ¿qué haces para estar así de bueno? —dije con un toque burlón en mi tono.

—Pues le diré, señorita, que salgo a correr. Y me gusta nadar.

—¿Te pones bañadores pequeñitos y ridículos?

Me senté a horcajadas sobre él y arqueó las cejas, dándome a entender que la respuesta era un no rotundo. Lo imaginé moviéndose elegantemente en el agua…

—Voy poco —aclaró—. No tengo demasiado tiempo.

—¿Y este cuerpo es de correr?

—Y de follar.

—Ah —asentí. Claro. Hugo había follado con muchas chicas.

—¿Te molesta pensar que he follado con otras antes que contigo? —se regodeó.

—Haré la pregunta a la inversa: ¿te molesta saber que me acosté con otros antes que contigo?

—Me imaginé algo cuando no manchaste las sábanas la primera noche, ¿sabes? Soy muy suspicaz. —Le clavé la yema de los dedos sobre el pecho y él hizo una mueca, a medio camino entre el dolor y el morbo—. No, no me importa lo que hicieras. Me importa lo que hagas a partir de ahora. Y que lo hagas conmigo.

—Y con tu mejor amigo —aclaré.

—Y con mi mejor amigo.

—¿Crees que serás capaz de ser mi novio? —me burlé, moviéndome un poco.

—Soy humano, deja de restregarte mimosita o terminaremos despertando a Nico.

—De eso va, ¿no? De que se despierte y se una.

—A decir verdad tengo ganas de que tengamos un ratito para nosotros. —Levanté las cejas, segura de que ahí estaba el germen de futuros problemas, pero Hugo negó con la cabeza—. No, no en ese plan. Es solo que… me gustaría hacer cosas contigo que a Nico no le van.

—¿Cómo qué?

—Te lo explico otro día.

—Oh, no. —Me reí—. Explícamelo ahora.

—Quítate el jersey y la ropa interior y te lo cuento de mil amores.

—Hace nada que te has corrido. Ahora mismo no funcionarías ni con pilas.

Se echó a reír.

—No sé si ofenderme o aplaudirte.

—Lo dejamos para otro ratito, mejor.

—¿Quieres mimitos? —dijo con una sonrisa de medio lado.

—Quiero hablar.

—Ah, ya, cosas de novios.

—Cosas de novios.

Le acaricié el pecho y después me incliné hasta tumbarme sobre este. Escuché fuerte y claro cómo le latía el corazón. Bombeaba rítmicamente. Me pareció un sonido precioso.

—Me gusta estar contigo así —susurró.

—Así ¿cómo?

—Abrazados. Creo que hacía mucho tiempo que no abrazaba a nadie. Es triste pensar que casi se me había olvidado lo agradable que es que alguien se agarre a ti… así. Y todo lo que hace sentir.

Se calló.

—Sigue —le pedí.

—Me preocupa plantearme que quizá esperes escuchar cosas que no sé decir, piernas. No quiero que te sientas decepcionada.

—La decepción no existe. Solo las expectativas poco realistas.

—Esa es una reflexión muy sabia.

—Irás abriéndote —le dije muy segura de que se cumpliría. Debía desearlo con tanta fuerza que no entendí que no fuera posible.

—Eso espero. Pero no soy así. Soy bastante… rancio.

—Rancio no está entre los adjetivos con los que te describiría, nene. —Me reí.

—Eso es porque aquí estás tú, agarradita como una garrapata. Y a mí me… salen de pronto cosas que no sabía que estaban ahí. Pero no siempre hay palabras.

—Hay palabras para todo. Y cuando no alcanzan…, siempre hay algo con lo que adornarlas.

—¿Rotus de colores? ¿Purpurina?

Le di un puñetazo en el costado y él se echó a reír.

—Me refería a gestos…, detalles.

—Flores…

—Canciones…

—¿Quieres que te cante?

—Dios, no. —Me erguí de nuevo—. Debes de cantar fatal.

—Fatal es poco. De horror se acerca más a la realidad. Pregúntaselo a Nico cuando se levante.

—Me refiero a… Las chicas hacemos mucho una cosa, pero no lo sabrás porque cuando quieres eres bastante cavernícola.

—Ilústrame. Para algo tengo novia, ¿no?

Eso me hizo reír. Escuchar mi risa le hizo sonreír y eso a mí me hizo feliz. Le acaricié la cara.

—A veces, cuando sentimos algo por alguien y no sabemos o no queremos decirlo abiertamente, lo hacemos a través de canciones. Un email con un «me encanta esta canción» suele ser en realidad un «es justo lo que siento por ti».

—Nunca me has enviado un email con un «me encanta esta canción».

—Eso es porque me dabas miedito. Pero creo que empezaré a hacerlo.

—Hazlo ahora. —Se incorporó con mucho ímpetu—. Venga, piernas. Tengo curiosidad.

—Oh, no. —Me reí—. Esto no funciona así. No puedo buscar ahora una canción de mi repertorio mental. Tiene que salir.

—Ah. —Y pareció decepcionado.

Le acaricié el pelo y él me besó la mano. Repasé sus rasgos y pasé los dedos por sus cejas, por sus pómulos, por su poblada barba que, aunque estaba arreglada, la llevaba más larga de lo habitual. La acaricié y sentí un cosquilleo en la piel de los dedos al hacerlo, así como en el estómago. Empezaba a sentir cosas que no podía evitar.

—Hugo… —musité tímidamente.

—¿Qué, piernas?

—¿Estaremos alguna vez como antes de todo esto? Como…, como en tu bañera.

Suspiró y la manera en la que perdió la mirada sobre los muebles que llenaban la habitación me asustó.

—Da igual, no me contestes —me retracté.

—Yo… creía que ya estábamos como entonces.

—Ah.

Ninguno de los dos dijo nada por unos segundos. Volvió a mirarme con aire apesadumbrado y empezó a hablar.

—Soy un bruto y además la mayor parte del tiempo estoy pensando con la parte equivocada del cerebro. Entiendo tan poco de sentimientos que a veces me parece que voy a necesitar un traductor para explicarte algunas cosas, pero no quiero que dejes de preguntar. No temas jamás ninguna de mis respuestas, piernas. Jamás, te lo juro, jamás pensaré en otra cosa que en aquella que sea mejor para nosotros. No recuerdo qué dije o qué hice cuando estábamos metidos en aquella bañera pero… —Tragó y desvió un momento los ojos de los míos—. No ha cambiado nada. Lo que hubiera sigue estando. Y cada día es un poco más fuerte. Si alguien es capaz…, eres tú.

Me acerqué y le besé en los labios.

—Es demasiado fácil —insinué.

—No lo es. Tú lo haces fácil.

Nico entró en la habitación y nos dio un susto de muerte. Se dejó caer como un peso muerto, boca abajo, y gimoteó.

—Me he sobado. Cabrones.