Delia no había estado tan asustada en su vida. El dios, y ahora estaba segura de que él era un dios, la llevaba en brazos sin mostrar ninguna señal de cansancio, con unos brazos como tiras de hierro que le rodeaban la espalda y las rodillas. Ni la lluvia ni el viento parecían frenarlo; mientras la abrazaba contra su pecho, caminaba más rápido de lo que un hombre mortal podría correr.
—Por favor, suéltame —suplicó de nuevo, empujando contra su amplio pecho. Era inútil, como tratar de mover una montaña—. Por favor, sacrificaré una cabra en tu honor si me dejas ir.
Eso pareció captar su atención.
—¿Una cabra? —Él bajó la vista hacia ella mientras seguía caminando—. ¿Para qué iba yo a querer eso?
A Delia se le cortó un momento la respiración por la intensidad de su mirada.
—¿Porque eres un dios? —A pesar de su certeza, sus palabras se convirtieron en una pregunta, y ella se reprendió en silencio por sonar como una tonta—. Quiero decir, porque eres un dios y mereces ser respetado —dijo en un tono más firme.
Eso, así estaba mejor. Él seguramente aceptaría una cabra. Su familia no podría permitirse mucho más: incluso una cabra menos les dejaría sin queso suficiente para vender.
Para su sorpresa, el desconocido se echó a reír, con un sonido profundo y de auténtico regocijo.
—¿Un dios? —Sus ojos oscuros centellearon cuando otro relámpago partió el cielo en dos sobre sus cabezas—. ¿Crees que soy un dios?
Delia pestañeó para quitarse la lluvia de los párpados.
—¿Me estás diciendo que no?
Él rio de nuevo; el sonido se confundió con el retumbar de un trueno, y ella notó cómo aceleraba el paso y se echaba a correr. Se movían tan rápido que el suelo parecía un borrón bajo sus pies. Delia comenzó a sentir náuseas pero no se atrevía a cerrar los ojos.
Tenía que ver a dónde la estaba llevando.
Después de unos minutos, se dio cuenta de que se dirigía a las colinas al este de su pueblo. Allí había un bosque. ¿Tal vez esperaba encontrar refugio bajo de los árboles? Ella sabía que los árboles eran peligrosos durante las tormentas eléctricas, pero tal vez no lo fueran para él.
Tal vez era tan inmune a la furia de Zeus como a las olas del mar.
¿Qué pretendía hacer con ella? A Delia se le revolvió el estómago, y fue consciente de que eso se debía tanto a su ansiedad como a la velocidad de su captor. El dios le había dicho que ella iba a estar caliente y a salvo, pero la estaba llevando lejos de su aldea... lejos de su familia y de las personas que podían ayudarla. Las hermanas de Delia ya debían de estar preocupadas. Eugenia, la mayor, había notado el cielo oscuro esta mañana y le había dicho que no fuera a buscar mejillones, pero Delia estaba decidida a recolectar comida extra para la cena de esa noche. Con cinco hijas que alimentar, su familia siempre andaba justa, y Delia trataba de ayudar tanto como podía.
Bueno, tanto como podía sin casarse con el herrero, que había comenzado a cortejarla después de la muerte de su esposa el mes pasado.
—Deberías aceptar a Phanias —le había dicho a Delia su madre hacía dos semanas—. Sé que no te gusta el hombre, pero es un buen sostén para la familia.
También era viejo, gordo, y había maltratado a su anterior esposa, pero Delia no se había molestado en señalarlo. A su madre no le importaban tales minucias. Su única preocupación era tener suficiente comida en la mesa, y creía que Delia, la más bonita de sus hijas adultas, era la clave para lograr ese objetivo. Delia había estado tratando de retrasar lo inevitable, pero sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que su padre cediera a las exigencias de su madre e hiciera que Delia aceptara la oferta de Phanias.
—Ya hemos llegado —dijo el dios, sobresaltándola, y Delia vio que ya estaban en el bosque. Él se detuvo bajo un grueso árbol y la puso en el suelo sobre sus pies—. Ya deberíamos de estar lo bastante lejos de la tormenta.
Él todavía la estaba sujetando, con sus grandes manos rodeándole la cintura, y la respiración de Delia se volvió desigual cuando levantó la cabeza y se encontró con su oscura mirada. Era una de las mujeres más altas de su pueblo, pero el desconocido era mucho más alto. Estando los dos de pie, su cabeza apenas le llegaba a él a la barbilla, y su cuerpo desnudo estaba tremendamente musculado.
Para su sorpresa, Delia se dio cuenta de que el miedo no era la única emoción que ella estaba sintiendo. En lo más profundo de su ser había una sensación de que algo se fundía, una acumulación de calor que hacía que le aumentaran las pulsaciones y que su vientre se llenara de un ansia extraña.
—¿Por qué me has traído hasta aquí? —Ella trató de mantener la voz firme mientras volvía a empujar su pecho. Notó su carne dura bajo sus dedos, su piel suave y cálida al tacto. A pesar de tener el vestido empapado, pudo notar el calor de sus palmas allí donde la agarraba, y el ansia desconocida de su interior se hizo más intensa—. ¿Qué quieres de mí?
Para su alivio, el dios la soltó y dio un paso hacia atrás.
—Ahora mismo, quiero que ambos estemos secos y calientes. —Su voz sonaba tensa, como si algo le doliera. Antes de que Delia pudiera preguntarse sobre eso, posó la mirada en la parte inferior de su cuerpo, y su respiración se interrumpió durante un brevísimo instante a causa de la sorpresa.
El extraño estaba completamente excitado, con una erección dura y enorme que se alzaba curvándose hacia su estómago plano y fibroso.
Delia soltó una exclamación y retrocedió, pero él ya se estaba dando la vuelta. Extendiendo un poderoso brazo frente a él, dijo algo en un idioma extranjero, y ella vio que llevaba una banda plateada alrededor de la muñeca. Abrió la boca para preguntarle qué era, pero antes de que pudiese pronunciar una palabra, escuchó un zumbido grave, casi como el rápido revoloteo de mil diminutos insectos.
Sorprendida, Delia miró hacia el árbol, pero el zumbido no venía de allí. El sonido brotaba de algún punto delante del extraño.
—No tengas miedo —dijo él, volviéndose hacia ella, y sus ojos se agrandaron al ver que el aire detrás de él comenzaba a brillar. El brillo se intensificó, aumentando a cada segundo, y luego vio una burbuja transparente alzándose por detrás de él: una estructura que parecía el sombrero de una seta hecha de agua.
—Es una herramienta que tengo, no es magia —dijo observándola, pero Delia sabía que tenía que estar mintiendo. Empezaron a temblarle las rodillas y retrocedió de manera instintiva, temiendo que la burbuja se la tragara al hacerse más grande. La húmeda corteza del árbol presionó contra su espalda, deteniéndola, y ella se giró para echarse a correr, decidida a alejarse de ese dios con poderes tan aterradores.
Antes de que pudiera dar más de dos pasos, unos dedos de acero se cerraron alrededor de su brazo, y la obligaron a volverse.
—No tengas miedo —repitió, abrazándola, y ella vio que la burbuja detrás de él ya no se movía. Ahora era más alta que él y lo suficientemente amplia para que cupieran cinco personas dentro.
—¿Q-qué es eso? —Le castañeteaban los dientes, y no tenía ni idea de si era por el shock o por el frío de la lluvia y el viento—. ¿Co-cómo has...?
—Shh, todo va bien. Vamos adentro y haremos que entres en calor. —Envolviendo sus hombros con un brazo musculoso, la acercó a su costado y la guio hacia la estructura mágica—. No te hará daño.
Delia intentó resistirse clavando los talones en el suelo, pero fue inútil. Ella era tan incapaz de librarse de su fuerza como de luchar contra la resaca del mar. Un momento después, estaban frente a la pared de agua... una parte de la cual se desintegró a medida que se acercaban, creando una abertura considerable.
Delia se quedó helada de puro terror, pero él ya la estaba guiando a través de la abertura. En cuanto entraron, se dio cuenta de que ya no se sentían ni la lluvia ni el viento.
Les protegía la burbuja que había creado el dios.