Capítulo Cuatro

La joven humana temblaba tanto que Arus creyó que iba a desmayarse. Odiaba aterrorizarla así, pero no sabía ninguna otra forma de sacarla de la tormenta rápidamente. Notaba su piel helada mientras la sostenía contra él, y no tenía duda alguna de que la pobrecita estaba aterida.

Aterida, y asustada por una tecnología que era incapaz de comprender.

Sujetándola con menos fuerza, Arus la dejó liberarse retorciéndose de su abrazo. Probablemente era de poca ayuda el hecho de que estuviera desnudo y empalmado, pensó con ironía. Antes, había escuchado cómo ella sofocaba una exclamación al posar sus ojos en su erección, y no le cabía duda de que lo evidente de su deseo solo sumaba a su nerviosismo. Tenía que tranquilizarla, pero primero, necesitaba asegurarse de que su salud no se resintiera por esta tormenta.

Tenía el ordenador en la muñeca derecha, así que Arus levantó el brazo y ordenó:

—Ajusta la temperatura al nivel óptimo para un humano.

Habló en krinar, y pudo ver cómo la chica empalidecía mientras las nanomáquinas se ponían a la tarea de nuevo, acelerando las moléculas de aire de su alrededor para generar calor. Deseaba poder explicarle acerca de la tecnología de campos de fuerza y las microondas, pero su gente sabía tan poco de ciencia que le llevaría meses solo enseñarle lo más básico.

—No voy a hacerte daño —repitió en vez de eso, en el idioma de ella. Ella no pareció tranquilizarse en absoluto, y le miró con unos ojos muy abiertos e inundados por el pánico; él se dio cuenta de que no había nada que pudiera hacer para serenarla.

Tendría que encontrar otra manera de reconfortarla.

Arus se acercó a la chica, la cogió y se sentó en el suelo, poniéndola en su regazo. Ella se quedó rígida de inmediato y sus manos lo empujaron de nuevo, pero él mantuvo su agarre suave y no amenazador, esperando que ella se calmara cuando viera que él no quería hacerle daño.

—Todo va bien. No tienes nada que temer —le dijo en tono sosegado, acariciándole el pelo mientras ella intentaba escurrirse y soltarse. La sensación de su culo moviéndose en su regazo le estaba excitando más, lo cual no era de gran ayuda. Por suerte, después de unos minutos, ella pareció agotarse y reducir su nivel de resistencia, lo cual le permitió reclinarla contra él en una postura más cómoda.

—Soy Arus —le dijo cuando se quedó completamente quieta y lo miró fijamente, con el pecho agitado por su respiración acelerada—. ¿Cómo te llamas tú?

—¿Ares? —Ella se tensó, y sus ojos se agrandaron de nuevo—. ¿Tú eres el dios de la guerra?

—No. A-rus, no A-res. —Él repitió su nombre más despacio, permitiéndole escuchar la diferencia—. No soy el dios de la guerra, te lo prometo.

Ella tragó saliva, haciendo que se moviera su esbelta garganta.

—¿Qué clase de dios eres, entonces?

—No soy ningún dios —dijo Arus con paciencia—. Sólo soy un visitante venido desde muy lejos. Donde vivo, todos pueden hacer lo que hago yo.

Ella se lo quedó mirando, y Arus vio que no le creía. En vez de malgastar sus energías intentando convencerla, volvió a preguntar:

—¿Cómo te llamas?

La chica se humedeció los labios con un gesto nervioso.

—Soy Delia.

—Delia. Bien. —Estaban progresando—. ¿Eres de por aquí cerca, Delia?

Ella asintió, todavía aparentando cautela.

—Mi pueblo está al este.

—De acuerdo, eso es lo que creía yo. —Arus mantuvo un tono despreocupado a pesar de su creciente deseo. Él no podía distinguir gran cosa de su cuerpo por debajo de su vestido sin forma, pero podía sentir sus suaves y esbeltas curvas, y su mirada seguía desviándose hacia el pulso que latía en la base de su garganta. Ahora que ya no estaban bajo la lluvia, podía percibir su delicado aroma femenino, y se le hacía la boca agua al imaginarse probando su sabor por todas partes. Con un gran esfuerzo, apartó sus pensamientos del sexo—. ¿Qué te hizo salir hoy durante la tormenta? —preguntó, obligándose a continuar con la conversación que parecía calmarla.

—Quería recolectar unos mejillones. —La chica, Delia, se removió en su regazo, y él supo que tenía que estar notando su erección presionando contra su culo. Eso no parecía asustarla tanto como su tecnología, y Arus se dio cuenta de que había hecho lo correcto utilizando su abrazo para calmarla. La mejor manera de demostrar sus intenciones pacíficas era abrazarla y permitir que se acostumbrara a su contacto, para que dejara de temerle.

Así se concentraba en él como hombre, en vez de como en un extraño con poderes mágicos.

—¿Tienes hambre? —preguntó, volviendo a acariciarle el pelo. Incluso húmedo por la lluvia, era abundante y sedoso al tacto—. ¿Es por eso que tuviste que salir con este tiempo?

Ella parpadeó.

—No, yo siempre recojo mejillones por las mañanas. Mi familia necesita la comida extra.

—Comprendo. —Ya se había figurado que ella era pobre. Hasta para los estándares humanos, sus ropas rudimentarias eran bastante sencillas—. ¿Entonces tu familia te hizo salir con este tiempo?

—No, mi hermana me advirtió que no lo hiciera, pero pensé que la tormenta no iba a ser tan fuerte.

Por supuesto. Arus había olvidado que su gente no tenía forma de seguir la tormenta y medir su fuerza. Lo único que tenían a su alcance era la climatología de cada momento y cualquiera que fuese la experiencia que sus ancianos habían acumulado durante su breve existencia.

—Bueno, ahora estás a salvo —le dijo a la chica, cuyo temblor finalmente se estaba calmando. Fuera, la tormenta continuaba, pero dentro de su refugio, la temperatura era confortablemente cálida—. Nada puede hacerte daño aquí.

Ella levantó la vista hacia la burbuja transparente sobre sus cabezas, y él se dio cuenta de lo extrañas que debían de parecerle las paredes de campos de fuerza. Cuando ella se encontró con su mirada otra vez, él no se sorprendió lo más mínimo al escucharla preguntar:

—¿Qué eres? ¿De dónde vienes, si no es del Monte Olimpo?

—Vengo de otro mundo, de un planeta similar a este —dijo Arus, aunque sabía que la joven no lo entendería—. Está muy lejos de aquí.

—¿Otro mundo? —Él sintió que un escalofrío la atravesaba—. ¿Como el Hades?

—No, no como el Hades. —Arus le acarició la espalda con un movimiento tranquilizador—. Donde yo vivo es todo muy hermoso. Muy verde y luminoso.

Ella le dirigió una mirada perpleja.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

—Porque quería ver tu planeta —dijo Arus, observando sus labios. Por alguna razón, esa boca imperfecta y delicada de ella seguía atrayendo su atención—. Tu gente me fascina.

—¿En serio? —Ella sacó la lengua para humedecerse los labios, con un gesto inconscientemente seductor, y Arus notó cómo eso aumentaba su deseo. Su cuerpo ahora estaba relajado y flexible en sus brazos, y había más curiosidad que miedo en la mirada de sus ojos castaños.

Curiosidad y un destello de deseo femenino.

La comprensión de que ella lo deseaba, y el embriagador aroma de su creciente excitación, hicieron que su ingle se tensara. El aire cálido dentro de su refugio se tornó repentinamente incendiario, y se le erizó la piel cuando ella cambió la forma de apoyar las manos sobre su pecho, con las palmas extendidas pero sin intentar en modo alguno apartarle.

Ella se lamió los labios de nuevo, sus ojos se oscurecieron, y Arus ya no pudo controlarse.

Deslizó su mano en su cabello, bajó la cabeza y se adueñó de esa tentadora boca con un beso.