Delia se estaba despertando poco a poco con las imágenes de su sueño flotando en su mente mientras recuperaba despacio la conciencia. Con los ojos aún cerrados, sonrió, pensando que nunca antes había tenido un sueño tan sublime. Incluso ahora, su sexo palpitaba agradablemente por el recuerdo de la posesión del dios, de su poderoso cuerpo clavándose en el suyo mientras ella se perdía en el acalorado éxtasis de su abrazo.
También había habido dolor, recordó, pero eso había pasado rápidamente. Cuando Arus entró en ella por primera vez había sentido como si la partieran por la mitad, pero entonces él había hecho algo, le había tocado el cuello de una forma que al principio le pareció como un pinchazo, y luego el dolor se desvaneció, reemplazado por un éxtasis inimaginable.
Por un placer sexual tan intenso que, solo de pensarlo, hizo que sus entrañas se apretaran.
Sin dejar de sonreír, Delia se dio la vuelta, reacia a despertarse por completo. Era increíble lo vívido que había sido su sueño. La tormenta, el refugio parecido a una burbuja hecho de paredes transparentes, incluso el nombre inusual del dios... nunca había podido recordar tantos detalles de sus otros sueños anteriores.
Este sueño le había parecido real. Tan real, de hecho, que todavía podía oler el aroma masculino de la piel de Arus y sentir su mano acariciándole el cabello.
Un minuto. Había una mano acariciando su cabello.
Delia se incorporó como un muelle, abriendo los ojos de golpe, y le vio: el dios con el que había estado soñando.
Excepto que no había sido un sueño: no podría haber sido, porque ella no estaba en la destartalada cabaña de su familia.
Estaba en una cama extraña, en una habitación con paredes de marfil, y estaba desnuda delante de Arus, que se sentaba a su lado vestido con un atuendo blanco de aspecto extraño.
Con una muda exclamación, Delia agarró el trozo más cercano de tela, una sábana de tacto increíblemente suave que enroscó en torno a su cuerpo. Con el corazón acelerado, saltó de la cama y miró con la boca abierta al dios, que la estaba observando con un gesto inescrutable en su hermoso rostro.
—¿Dónde estoy? —La voz de Delia temblaba mientras ella echaba un frenético vistazo por la habitación—. ¿Qué sitio es este?
Todo a su alrededor era de color marfil, y no había ventanas ni puertas. Y la cama... No, seguramente sus ojos la estaban engañando.
La cama, que era solo una tabla blanca plana, estaba flotando en el aire.
—Estas en mi nave —dijo Arus, bajándose de la tabla para acercarse a ella. Sus ojos oscuros brillaron cuando se detuvo frente a ella, haciendo que ella estirara el cuello y levantara la vista hacia él—. Te traje aquí para asegurarme de que no estabas dolorida después de lo de anoche.
Delia debía de tener aspecto de estar tan confundida como se sentía, porque él le explicó:
—Tenemos tecnología de sanación aquí.
—Oh. —Abrumada, Delia lo miró fijamente. Ahora que él lo había dicho, se dio cuenta de que no sentía ni el más mínimo dolor entre sus piernas. Los detalles de la noche anterior continuaron regresando a ella, y recordó lo doloroso que había sido cuando él atravesó su virginidad... y cómo él siguió entrando y saliendo de ella después durante lo que le parecieron horas.
Era evidente que tendría que haber estado muy dolorida.
—¿Me has sanado?
—Sí. —Arus levantó la mano y cogió su cara en su enorme palma, acariciando suavemente su mejilla con el pulgar—. No quería que sintieras dolor.
—Oh. —Delia soltó el aire y todo dentro de ella reaccionó a esa caricia cálida y reconfortante. Ella no sabía qué hacer, cómo responder a su peculiar amabilidad, por lo que finalmente solo dijo—: Gracias.
Los labios cincelados de Arus se curvaron en una sonrisa.
—De nada, cariño. Ahora, ¿tienes hambre?
El estómago de Delia eligió ese momento para retumbar, y él se echó a reír.
—Suena a que sí.
Él le dio de comer cosas que le supieron a ambrosía: una mezcla de frutas desconocidas, verduras y frutos secos, con una salsa que hizo que las papilas gustativas de Delia lloraran de gusto. Él sacó la comida directamente de una de las paredes. Se había abierto cuando él lo ordenó, entregándole el botín con el que se estaban dando un banquete sentados a una mesa flotante... que también había salido de una pared.
—¿Qué clase de barco es este? —preguntó Delia cuando estuvo llena. No comprendía la magia de Arus, pero ya no la aterraba tanto como antes. Estaba claro que él no pretendía hacerle ningún daño, y que tenía que venir del Monte Olimpo, a pesar de haberlo negado antes.
—Es un barco que nos transporta entre mundos distantes —dijo Arus, y su respuesta hizo más sólida su convicción—. Las estrellas que ves no son solo pequeñas luces en el cielo; son soles, como el que da calor y luz a la Tierra. Esos soles tienen planetas como la Tierra que orbitan alrededor de ellos, y yo vengo de uno de ellos. —Hizo una pausa, esperando sus preguntas, pero Delia no tenía ni idea de por dónde empezar.
Lo único que entendió de su explicación fue que su barco lo había traído hasta aquí desde las estrellas: lo que significaba que el Monte Olimpo era un lugar en el cielo, en lugar de estar en una legendaria montaña.
Arus suspiró, mirándola.
—No lo entiendes, ¿verdad? —Una sonrisa triste se dibujó en la comisura de su hermosa boca—. Supongo que debería de habérmelo esperado. Desearía poder convencerte de que nada de todo esto es sobrenatural, de que solo somos una civilización más avanzada, pero tendrías que aprender mucho antes de que eso tenga algún sentido para ti. Así que por ahora, si considerar que soy un dios te sirve, hazlo.
Delia sonrió, extrañamente tranquilizada por sus palabras.
—Tú eres un dios. ¿Qué otra cosa podrías ser?
—Soy un krinar —dijo él, y ella vio que su rostro adoptaba una expresión más seria—. Delia —dijo con voz queda—, hay algo que me gustaría preguntarte.
Ella parpadeó.
—¿De qué se trata?
—Tengo que irme pronto. Volver a casa, a Krina.
Ella notó una opresión dolorosa en el pecho al oír esas palabras.
—Por supuesto —consiguió decir—. Dijiste que aquello es muy hermoso, y debes regresar.
Arus asintió.
—Sí... y me gustaría que vinieras conmigo. —Antes de que ella pudiera hacer otra cosa aparte de mirarlo boquiabierta, él prosiguió—: Sé que todavía soy un extraño para ti, y que todo lo relacionado con esto... —su mano hizo un gesto abarcando todo lo que les rodeaba—, debe de parecerte extraño y aterrador. Pero te prometo que no te haré daño y te cuidaré. Estarás a salvo conmigo.
Delia no podía creer lo que estaba oyendo.
—¿Quieres que vaya contigo? ¿Al mundo en el que tú vives?
—Sí, a Krina... o al Monte Olimpo, o como quiera que tú lo llames. —Arus se estiró por encima de la mesa para coger su mano―. Es un lugar hermoso, y si vienes conmigo, puedo prometerte una vida mucho mejor de lo que puedas imaginar.
Delia tenía que seguir soñando.
—¿Por qué? —dijo con incredulidad—. ¿Por qué me llevarías contigo?
Arus se puso de pie y la levantó junto con él. Su mirada se llenó de calor carnal cuando dio un paso alrededor de la mesa.
—Porque nuestro tiempo juntos no fue suficiente para mí —dijo, acercándola a su cuerpo duro y excitado—. Porque te probé, y quiero más... mucho más. Quiero que seas mía, para poder tenerte todos los días y todas las noches durante mucho, mucho tiempo.
El pulso de Delia era rápido como el de un conejo, y un millón de preguntas llenaron su mente mientras Arus la miraba, con su erección presionándole contra el vientre. Su contundente declaración distaba mucho de constituir una declaración de amor, y había tantas cosas que ella no sabía sobre él y el mundo al que quería llevarla... Pero él estaba permitiendo que ella eligiera, y ese mero hecho la ayudó a atajar sus temores.
Podía quedarse y vivir una vida ordinaria, probablemente como esposa del herrero, o podía seguir a este guapísimo desconocido a un lugar misterioso en el cielo.
—¿Y qué pasa con mi familia? —preguntó cuando se le ocurrió esa idea—. Necesitan los mejillones, y yo...
—Les entregaré tu peso en oro antes de que nos vayamos —dijo Arus—. Nunca más volverá a faltarles nada.
—Pero...
—Ven conmigo, Delia. —Los ojos de Arus brillaron cuando sus brazos se apretaron alrededor de su espalda—. Tu familia estará bien, te lo prometo. Ven conmigo, y déjame mostrarte las maravillas de mi mundo.
Ella miró sus magníficos rasgos, recordando cómo la había salvado de la tormenta... cómo la había protegido, alimentado, curado y le había proporcionado más placer de lo que jamás hubiese creído posible. Tenía razón: su familia estaría bien sin ella: estarían mejor, de hecho. Incluso sin contar el oro, ella era una boca más que alimentar. Y si Arus realmente les daba tanta riqueza, sus hermanas elegirían a sus pretendientes en lugar de verse obligadas a casarse por desesperación.
Fue ese último pensamiento el que la hizo tomar una decisión en firme. Delia no tenía ni idea de lo que iba a pasarle a ella si se iba con él, de cómo sería su mundo, o de cómo iban a viajar a las estrellas, pero en ese instante, en el abrazo del dios, sabía que quería averiguarlo.
Era algo impensable, una locura, delirantemente aterrador, pero Delia dio un salto hacia lo desconocido y dijo:
—Sí, Arus. Iré contigo.
FIN
¡Gracias por leer esta historia! Espero que lo hayas disfrutado.
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