En Casa Patty, las chicas se estaban vistiendo para la fiesta que los de tercero ofrecían en honor de los de cuarto en el mes de febrero. Ana se miró al espejo. Llevaba un vestido muy bonito que Phil le había bordado con minúsculos capullos de rosa y que era la envidia de todas las chicas de Redmond.
La joven se estaba poniendo en el pelo una de las orquídeas blancas que Roy Gardner le había enviado para la fiesta cuando Phil entró en su cuarto con expresión de admiración.
—Ana, esta noche estás preciosa. Nueve de cada diez noches me resulta sencillo estar más guapa que tú, pero a veces te transformas de repente en algo que me eclipsa por completo. ¿Cómo lo haces?
—Es por el vestido que tú me bordaste, querida.
—No es cierto. La última noche que te vi tan guapa llevabas uno de los viejos vestidos que te hizo la señora Lynde. Si Roy no hubiera perdido ya la cabeza por ti, no me cabe duda de que lo haría esta noche. Pero no me gusta cómo te quedan las orquídeas, Ana. Y no, no es envidia. Son unas flores demasiado exóticas, demasiado tropicales. Al menos no te las pongas en el pelo.
—Tienes razón, no lo haré. Reconozco que a mí tampoco me gustan mucho. Roy no me las manda a menudo, sabe que me gustan las flores más comunes.
—Jonas me ha enviado unas rosas preciosas... pero él no va a venir, me ha dicho que tenía un compromiso en una iglesia. Creo que en realidad no quería venir, Ana. Me da un miedo terrible que no esté interesado en mí de verdad, así que estoy intentando decidir si me dejaré morir de pena o si seguiré adelante con mis estudios para convertirme en alguien sensato y útil.
—Es imposible que tú seas sensata y útil, Phil, así que será mejor que te dejes morir de pena —dijo Ana riéndose.
—¡Qué despiadada!
—¡Que tonta! Sabes muy bien que Jonas te quiere.
—Pero... no me lo dice, soy incapaz de conseguir que me lo diga. Lo parece, eso debo reconocerlo, pero con eso no basta para ponerse a preparar la boda. Y no quiero empezar con los preparativos hasta que esté comprometida de verdad; no quiero tentar a la mala suerte.
—Al señor Blake le da miedo pedirte que te cases con él, Phil. Es pobre y no puede ofrecerte una casa como la que siempre has tenido. Sabes que esa es la única razón por la que no se ha declarado hace tiempo.
—Supongo que sí —convino Phil en tono melancólico, pero enseguida se animó—: Bueno, pues si Jonas no me pide que me case con él, yo se lo pediré a Jonas. De una manera u otra, todo saldrá bien, no pienso preocuparme. A todo esto, Gilbert Blythe se pasa la vida con Christine Stuart, ¿lo sabías?
Ana estaba intentando abrocharse una cadenita de oro en torno al cuello, pero de repente manipular el cierre le resultaba complicadísimo. ¿Qué le pasaba?
—No —contestó despreocupada—. ¿Quién es Christine Stuart?
—La hermana de Ronald Stuart, que ha venido a Kingsport a estudiar música. Yo no la he visto, pero dicen que es muy guapa y que Gilbert está loco por ella. Cómo me enfadé cuando rechazaste a Gilbert, Ana, pero Roy Gardner y tú estabais predestinados a estar juntos, ahora lo veo.
Ana no se sonrojó como solía ocurrirle cuando las chicas daban por hecho que su futuro matrimonio con Roy Gardner era cosa hecha. De pronto se sintió abrumada, la charla de Phil le parecía molesta y la fiesta un aburrimiento. Lo pagó con el pobre Rusty.
—¡Baja de ese cojín ahora mismo, maldito gato! ¿Por qué no te quedas en el piso de abajo, que es donde deberías estar?
Ana cogió sus orquídeas y bajó al salón, donde la tía Jamesina esperaba ante una hilera de abrigos que habían colgado delante de la chimenea para calentarlos. Roy Gardner estaba esperando a Ana mientras intentaba ganarse a Sarah la Gata, a la que no le caía nada bien. Sin embargo, todos los demás ocupantes de Casa Patty le tenían en mucha estima. La tía Jamesina, cautivada por los modales y el tono de su preciosa voz, aseguraba que era el joven más agradable que había conocido en su vida y que Ana era una chica con mucha suerte. Aquellos comentarios inquietaban a Ana. Desde luego, el cortejo de Roy había sido todo lo romántico que cualquier chica podría desear, pero... preferiría que la tía Jamesina y las chicas no lo dieran todo por sentado. Cuando Roy le susurró un cumplido mientras la ayudaba a ponerse el abrigo, Ana no se sonrojó como de costumbre, y al joven le pareció que su acompañante estaba bastante callada durante el breve paseo hasta Redmond. No obstante, en cuanto entraron en la sala de la fiesta, Ana recuperó la chispa de forma repentina y se volvió hacia Roy con expresión alegre en el rostro. Sin embargo, la joven ni siquiera veía a Roy, sino que se había dado cuenta de que Gilbert estaba en el otro extremo de la habitación hablando con una chica que debía de ser Christine Stuart.
Era muy atractiva, alta, con unos ojos grandes y azules y el pelo liso, oscuro y brillante.
«Tiene el aspecto que yo siempre he querido tener —pensó Ana con gran tristeza—. ¡Es sorprendente que no se llame Cordelia Fitzgerald, para rematarlo! Pero no creo que su figura sea tan bonita como la mía. Desde luego, su nariz no lo es».
Y con aquella conclusión, se consoló un poco.