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Vivir la vida

E stando a medio camino de mi residencia de psicología, estuve hablando de psicoterapia con mi estilista en la peluquería.

—¿Y por qué quieres ser psicoterapeuta? —preguntó Cory, arrugando la nariz. Comentó que a menudo se sentía como un psicólogo, por cuanto todo el mundo le contaba sus problemas—. Es demasiada información para mi gusto —prosiguió—. Yo solo les estoy cortando el pelo. ¿Por qué me explican todas esas cosas?

—¿Te cuentan intimidades?

—Oh, sí, algunos sí. No entiendo cómo te puedes dedicar a eso. Es tan… —levantó las tijeras mientras buscaba la palabra adecuada—. Cansino.

Siguió cortando. Me quedé mirando cómo recortaba las capas de pelo delanteras.

—¿Y tú qué les dices? —quise saber. Acababa de percatarme de que, cuando la gente compartía sus secretos con él, seguramente se estarían mirando al espejo, igual que ahora manteníamos nuestra conversación con el reflejo del otro. Quizás eso invitaba a las confesiones.

—¿Qué les digo cuando me cuentan sus problemas? —preguntó.

—Sí. ¿Les das algún consejo, aportas tu granito de arena?

—Ni una cosa ni la otra —replicó.

—¿Y entonces qué?

—Vive la vida —fue su respuesta.

—¿Qué?

—Les digo: «Vive la vida».

—¿Eso les dices? —Reí con ganas. Me imaginaba a mí misma diciendo eso en mi consulta. ¿Tienes problemas? Vive la vida.

—Deberías probarlo con tus pacientes —asintió, sonriendo—. A lo mejor les servía de ayuda.

—¿Eso ayuda a tus clientes? —le pregunté.

Cory asintió.

—La cosa funciona así: les corto el pelo y al cabo de un tiempo vuelven y me piden algo distinto. «¿Por qué?», les pregunto. «¿No te gustó lo que te hice la otra vez?». Sí, sí, dicen. ¡Les encantó! Solamente quieren algo distinto. Y yo les hago exactamente el mismo corte que la última vez, pero creen que es diferente. Y se marchan encantados.

Esperé a oír más, pero él parecía concentrado en mis puntas abiertas. Observé la caída de los mechones al suelo.

—Vale —concedí—. Pero ¿qué tiene eso que ver con sus problemas?

Cory dejó de cortar y me miró a través del espejo.

—¡Puede que todas esas cosas de las que se quejan no sean problemas en realidad! A lo mejor todo está bien tal cual. Quizás es genial incluso, igual que el corte de pelo. Seguramente serían más felices si no intentaran cambiar las cosas. Si se limitaran a vivir, sin más.

Medité su teoría. Algo de razón tenía, sin duda. A veces las personas necesitan aceptarse a sí mismas y a los demás tal como son. Sin embargo, en otras ocasiones, para sentirte mejor, precisas que alguien te haga de espejo, y no precisamente un espejo que te favorezca, como el que yo tenía delante.

—¿Nunca has hecho terapia? —le pregunté a Cory.

—Por Dios, no. —Sacudió la cabeza con fuerza—. Eso no es para mí.

A pesar de los reparos de Cory con el exceso de información, en los años que llevaba cortándome el pelo me había contado unas cuantas cosas de sí mismo. Sabía que estaba muy desengañado en el aspecto amoroso, que a su familia le había costado mucho aceptar que es gay, que su padre lo fue en secreto toda su vida y mantenía relaciones con hombres, pero nunca llegó a salir del armario. Sabía también que Cory se había sometido a varias operaciones estéticas pero todavía no estaba satisfecho con su aspecto y se estaba preparando para volver a pasar por el bisturí. Mientras hablábamos, lanzaba ojeadas al espejo buscándose defectos.

—¿Y qué haces cuando estás triste o te sientes solo? —quise saber.

—Tinder —replicó, convencido.

—¿Y polvete?

Sonrió. Claro que sí.

—¿Y no vuelves a ver a esos chicos?

—Normalmente, no.

—¿Y luego te sientes mejor?

—Sí.

—O sea, ¿hasta que vuelves a sentirte solo o triste y acudes a la aplicación en busca de otra dosis?

—Exacto. —Cambió las tijeras por el secador de mano—. De todos modos, no es distinto de ir a terapia cada semana para conseguir tu dosis, ¿no?

Sí que lo es. Es distinto en muchísimos aspectos. Para empezar, los psicoterapeutas no se limitan a ofrecer una mera dosis semanal. Hace tiempo oí decir a un periodista que hacer una buena entrevista se parece un poco a cortar el pelo: parece fácil hasta que tienes las tijeras en la mano. Y eso mismo, estaba descubriendo, se podía aplicar a la terapia. Pero yo no pretendía hacer proselitismo. Al fin y al cabo, la terapia no es para todo el mundo.

—Tienes razón —le dije a Cory—. Hay muchos modos de vivir la vida.

Conectó el secador.

—Tú tienes tu terapia —concluyó, y señaló el teléfono con la barbilla—. Y yo tengo la mía.