Tengo mis razones para preguntar, al principio de cada terapia, qué personas pueblan el entorno vital del paciente. Lo he dicho mil veces y no me cansaré de decirlo: evolucionamos a través de la conexión con los demás. Y resulta que este libro evolucionó del mismo modo. Mi más sincero agradecimiento a las personas siguientes:
En primer lugar y por encima de todo, a mis pacientes. Ellos son la razón de que me dedique a esto y la admiración que me inspiran es infinita. Cada semana se esfuerzan con más ahínco que los atletas olímpicos y considero un privilegio formar parte del proceso. Espero haber hecho justicia a sus historias y haber honrado sus vidas en estas páginas. Aprendo muchísimo de ellos.
Wendell, gracias por ver mi Neshamá cuando yo (y muy especialmente) todavía no podía verlo. Me quedo corta si digo que me siento increíblemente afortunada de haber ido a parar a tu consulta en el momento en que lo hice.
La terapia es muchas cosas, incluido un oficio que se perfecciona con los años, y yo he tenido la gran suerte de aprender de los mejores. Harold Young, Astrid Schwartz, Lorraine Rose, Lori Karny y Richard Dunn me ayudaron desde el principio. Lori Grapes ha sido una sabia mentora además de una fan generosa, siempre dispuesta a ofrecerme una sugerencia rápida entre sesiones. Mi grupo de supervisión me ha proporcionado apoyo constante en el difícil trabajo de analizarme a mí misma así como a mis pacientes.
Gail Ross hizo posible esta empresa al ponerme en las capaces manos de Lauren Wein, un encuentro afortunado en muchos aspectos, uno de los cuales es el hecho de que, casualmente, su suegro trabaja como terapeuta, así que entendió a la perfección lo que intentaba hacer en estas páginas. Sus aportaciones sobre la marcha fueron la inspiración necesaria para que todo encajara y, en infinitos sentidos, ha guiado este proyecto con un entusiasmo con el que muchos escritores solo pueden soñar. Bruce Nichols y Ellen Archer me han brindado un aliento y una asistencia práctica maravillosos, y han apoyado y defendido este libro en cada paso del camino, literalmente. Pilar Garcia-Brown fue la hechicera entre bastidores; ojalá poseyera la mitad de capacidad y eficiencia que tiene ella para llevar las ideas a la práctica. Cuando llegó el momento de trabajar con el resto del equipo de HMH, no me podía creer que una sola editorial albergara tanto talento. Mi más inmensa gratitud a Lori Glazer, Maire Gorman, Taryn Roeder, Leila Meglio, Liz Anderson, Hannah Harlow, Lisa Glover, Debbie Engel y Loren Isenberg. Su talento y creatividad me maravillan. Martha Kennedy (gracias por el fantástico diseño de la portada original) y Arthur Mount (gracias por las ilustraciones de los despachos) le dieron al libro un aspecto precioso, por dentro y por fuera.
La doctora Tracy Roe no solo corrigió la obra y nos rescató a mí y a mis lectores de incontables desastres gramaticales. También descubrimos numerosas experiencias paralelas y sus ingeniosos comentarios al margen han convertido este proceso en una delicia (para mí; el laxo uso que hago de los pronombres pudo inducirla a salir corriendo de vuelta a sus pacientes de urgencias). Dara Kaye me ayudó a orientarme por el laberinto del papeleo internacional que han requerido las ediciones extranjeras y aquí, en Los Ángeles, la atención experta de las agentes Olivia Blaustein y Michelle Weiner han sido la guinda del pastel.
Cuando Scott Stossel me habló por primera vez de Alice Truax, usó la palabra «legendaria». Su claridad, consejo y sabiduría se han revelado, en efecto, legendarios. Veía conexiones entre mi vida y la de mis pacientes que ni siquiera yo había advertido; respondía emails a todas horas de la noche; y, como una buena terapeuta, formulaba preguntas perspicaces, me empujaba a ahondar y me animaba a revelarme más profundamente de lo que jamás creí posible. La presencia de Alice asoma, sencillamente, por todo el libro.
Cuando el primer borrador ocupaba nada menos que 600 páginas, un pequeño ejército de almas sinceras y generosas se ofreció a compartir sus observaciones. Cada uno de ellos mejoró el libro de un modo espectacular y, si estuviera en mi mano repartir buen karma, sería para ellos: Kelli Auerbach, Carolyn Carlson, Amanda Fortini, Sarah Hepola, David Hochman, Judith Newman, Brett Paesel, Kate Phillips, David Resin, Bethany Saltman, Kyle Smith y Miven Trageser.
Anat Baron, Amy Bloom, Taffy Brodesser-Akner, Meghan Daum, Rachel Kauder-Nalebuff, Barry Nalebuff, Peggy Orenstein, Faith Salie, Joel Stein y Heather Turgeon proporcionaron apoyo práctico y divertidas ideas para el título (Hay polvo bajo el diván; En mi diván o en el tuyo ). Taffy también arrojó sus bombas de verdad cuando más las necesitaba. El perspicaz Jim Levine me animó en un momento clave y su ayuda ha sido inestimable. Emily Perl Kingsley me concedió su amable bendición cuando le pedí permiso para incluir su hermoso ensayo: «Bienvenidos a Holanda» en estas páginas. Carolyn Bronstein escuchó… y escuchó… y escuchó.
Cuando escribes un libro tardas un tiempo en conectar con los lectores, pero cuando redactas una columna semanal están ahí mismo, a tu lado. Muchísimas gracias a los lectores de «Querida terapeuta» y a Jeffrey Goldberg. Scott Stossel, Kate Julian, Adrienne LaFrance y Becca Rosen, de Atlantic , por darme la oportunidad y confiar en mi capacidad para mantener francas conversaciones con los valientes lectores que escriben buscando esa franqueza. Gracias a Joe Pinsker, un editor ideal allá donde los haya, por asegurarse de que lo que escribo tiene sentido y suena mucho mejor. Siempre es un placer trabajar con todos vosotros.
Un agradecimiento inmenso a toda mi familia. Wendell solamente me aguantaba un rato cada semana; vosotros me aguantáis todo el tiempo. Vuestro amor, apoyo y comprensión dan sentido a mi vida. Un agradecimiento muy especial al «chico diez», Zach, por aportar magia diaria a nuestras vidas y por tus útiles aportaciones a mi columna y al título del libro. No es fácil ser hijo de una psicóloga y no es fácil ser hijo de una escritora. Tú has tenido ración doble, ZJ, y lo has sobrellevado con asombrosa elegancia. Das sentido a la palabra sentido y, como siempre, te quiero «infinito elevado al infinito».