No son muchas las personas verdaderamente excepcionales que pasan por nuestras vidas. Estas pocas personas notables nos dejan una clara huella cuando el camino que han querido seguir en sus vidas se cruza con el nuestro. Un encuentro con un ser humano extraordinario, en un momento dado de nuestra vida diaria, puede llegar a determinar, incluso, nuestro destino.
Me imagino que la mayoría de nosotros solo seríamos capaces de nombrar a unas pocas personas cuya influencia haya cambiado el curso de nuestras vidas. Es posible que tu padre o alguna otra persona, como un maestro, un amigo, un escritor o un personaje famoso, te aportara tal inspiración. Sin duda, pues tienes este libro entre las manos, consideras que Bruce Lee puede ser uno de esos individuos poco frecuentes que han ejercido un impacto profundo sobre tu vida.
No hace falta decir que mi vida es radicalmente distinta de cómo sería si no hubiera conocido a Bruce aquel día señalado de 1963. Doy gracias por los nueve años de matrimonio que tuve el privilegio de compartir con aquella persona tan talentosa y tan fuera de lo común. Además de la aventura de vivir con un ser que aportaba tanta energía, y de compartir con él la alegría de crear una familia, aprendí de Bruce muchas cosas que me han seguido orientando a lo largo de los años, después de faltar él.
Cuando pienso en la inmensa labor que llevó a cabo Bruce en su breve vida, me invade la idea de que la energía del alma no se extingue jamás al perecer el cuerpo físico. Bruce solía hablar, ya de joven, de «una fuerza misteriosa» que tenía dentro y que le motivaba a elegir los caminos que tomó en su vida. A mí me parece que Bruce tenía el rasgo excepcional de ser capaz de reconocer y de valorar ese don misterioso que ardía en su interior. Sabía por instinto que su vida tenía un propósito, y, al tiempo que permitía que hablara en él la sabiduría de los siglos, dirigía su fuerza de voluntad hacia el logro de sus visiones.
Bruce solía decir que no es lo que sucede durante la vida lo que diferencia a unas personas de otras, es la forma en que uno elige reaccionar ante esas circunstancias lo que pone a prueba el temple de una vida bien vivida. Si estudiamos las pautas dominantes en la vida de Bruce, advertimos los puntos cruciales en los que tuvo que tomar una decisión, así como, quizá, la presencia de aquella fuerza misteriosa que lo guiaba en su camino. No fue casualidad que emprendiera el estudio del kung-fu con el maestro Yip Man, que le inculcó el sentido más profundo del arte marcial, que va más allá de lo físico. Y si optó por estudiar Filosofía en la Universidad de Washington, tampoco fue por casualidad, sino por su deseo de incorporar al arte marcial el espíritu de la filosofía. Ni fue obra del azar que, en su estudio del arte de la interpretación, se negara a seguir el camino de los creadores de imagen y trabajara, en cambio, para exponer y expresar su propio ser. Y la decisión constante de seguir instruyéndose a través de la lectura voraz y la escritura prolífica le permitió seguir el camino de expandir y ampliar su potencial.
Bruce era un hombre muy instruido porque jamás desaprovechaba la oportunidad de que un hecho o una situación le enseñara algo más acerca de sí mismo. Como hombre estudioso, fue capaz de dirigir hacia sí mismo aquel aprendizaje intelectual, haciéndolo un instrumento de su desarrollo personal. Como filósofo, fue capaz de aplicar principios concretos de su arte al propósito más amplio de vivir la vida como un ser humano «auténtico».
Una característica verdaderamente extraordinaria de Bruce era su capacidad de comunicar a otros su proceso de aprendizaje al mismo tiempo que él lo internalizaba o lo vivía. Ya fuera enseñando, actuando, escribiendo o hablando, era capaz de desvelar su propio proceso personal de autodescubrimiento. Como habría dicho él, no hacía más que «expresarse a sí mismo, de manera sencilla y honrada», en su arte marcial y por medio del cine. Podría decirse de manera superficial que tenía «carisma», pero si analizamos con mayor profundidad esa capacidad suya de desnudar su alma acabaremos por llamarla «arte». Así como Miguel Ángel tomó un bloque de mármol y, retirando todo lo que sobraba, hizo salir de su interior el David, Bruce Lee retiraba las capas interiores de su alma para manifestar su verdadero ser al mundo.
¿No es cierto que, cuando ves a Bruce en la pantalla, sabes de manera instintiva que se trata de un ser humano auténtico? ¿No será, entonces, este proceso de retirar capas lo que distingue a Bruce de los demás actores y practicantes de las artes marciales? Para los que lo conocimos en persona, el Bruce actor era el mismo hombre al que conocíamos en la vida real. Era descomunal en todos los sentidos, tanto en la pantalla como fuera de ella.
Las palabras de Bruce que se recogen en este libro son tan elocuentes que no es preciso que yo me extienda aquí sobre sus ideas. Me limito a celebrar esta oportunidad que tienes de conocer mejor a Bruce, compartiendo sus pensamientos, que quizá te permitan también conocerte mejor a ti mismo. El destino último del viaje de Bruce era la paz de espíritu, el verdadero sentido de la vida. Yo tengo la seguridad de que Bruce, al haber elegido el camino del autoconocimiento en vez del de la simple acumulación de datos, y el camino de la autoexpresión en vez del camino del realce de su imagen, llegó a su destino con la mente en paz. Saber esto me tranquiliza.
Bruce dijo: «Se tarda toda una vida en llegar a conocerte a ti mismo». Él no perdió ni un momento.
LINDA LEE CADWELL