Si el kung-fu es tan extraordinario es porque no tiene nada de especial. No es más que la expresión directa de nuestros sentimientos con un mínimo de líneas y de energía. Todo movimiento es por sí mismo, sin la artificialidad con que tendemos a complicarlo. Cuanto más próximos estamos al Camino verdadero del kung-fu, menos derroche de expresión hay.
Debemos contemplar el kung-fu sin trajes elegantes con corbatas a juego. Seguirá siendo un secreto para nosotros mientras continuemos buscando ansiosamente en él sofisticaciones y técnicas mortíferas. Si es que existe algún secreto, debe de haberlo pasado por alto el «mirar» y el «esforzarse» de sus practicantes (al fin y al cabo, ¿existen muchos modos de atacar a un adversario sin desviarse demasiado del curso natural?). El kung-fu valora lo maravilloso que se encierra en lo corriente. No se pretende un aumento diario, sino una reducción diaria.
Ser sabios en el kung-fu no significa añadir más sino ser capaces de eliminar sofisticaciones y adornos. Ser sencillos. Como el escultor que crea una estatua, no sobre la base de añadir, sino de retirar lo que no es necesario para que la verdad se revele. Al kung-fu le bastan las manos desnudas, sin la decoración caprichosa de guantes de vivos colores, que tienden a obstaculizar su funcionamiento natural. El cultivo más elevado tiende siempre a la sencillez, mientras que el cultivo a medias conduce a la ornamentación.
El cultivo del kung-fu tiene tres etapas: la etapa primitiva, la etapa del arte y la etapa sin arte. La etapa primitiva es la etapa original de la ignorancia, en la que la persona no sabe nada del arte del combate. En combate, «solo» bloquea y golpea instintivamente, sin preocuparse de si está bien o mal hecho. Aunque quizá no se le pueda llamar científico, lo es en la medida en que está siendo él mismo.
La segunda etapa, la etapa del arte, comienza cuando la persona empieza su formación. Se le enseñan las diferentes maneras de bloquear y de golpear, de dar patadas, de estar de pie, de moverse, de respirar, de pensar. No cabe duda de que está adquiriendo un conocimiento científico del combate, pero, por desgracia, pierde su yo original y su sentido de la libertad, y sus actos ya no fluyen por sí mismos. Su mente tiende a quedarse paralizada en diversos momentos, con fines de cálculo y de análisis. O, peor todavía, puede caer en la «atadura intelectual», manteniéndose fuera de la realidad verdadera.
La etapa tercera, la etapa sin arte, se alcanza cuando, al cabo de años de práctica seria y dura, se comprende que el kung-fu no tiene nada de especial. En vez de intentar imponer su mente sobre el arte, se ajusta al adversario como el agua que hace presión sobre un muro de tierra y que penetra por la más mínima fisura. No tiene que «intentar» hacer nada, solo estar libre de propósito y de forma, como el agua. La nada se impone. Él ya no está confinado.
Estas tres etapas también se aplican a los diversos métodos que se practican dentro del kung-fu chino. Algunos de estos métodos son más bien primitivos, con bloqueos y golpes elementales y bruscos. En conjunto, les falta el flujo y la variación de las combinaciones. Existen otros métodos «sofisticados» que, por su parte, tienden a caer en la ornamentación y a dejarse llevar por la elegancia y la exhibición. Ya pertenezcan a la escuela llamada «firme» o a la «suave», suelen presentar movimientos amplios y ampulosos con muchos pasos complicados para llegar a una sola meta. Es como si un pintor no se contentara con pintar una sencilla serpiente y le añadiera cuatro patas muy hermosas y bien formadas.
Si a uno de estos practicantes, por ejemplo, el adversario lo sujetara del cuello de la ropa, él haría «primero esto, después aquello y después eso otro»; aunque, naturalmente, lo directo sería dejar que el adversario sujetara a gusto su cuello y limitarse a darle un puñetazo en plena nariz. A algunos practicantes de kung-fu de gustos refinados esto les parecería un poco tosco, demasiado ordinario y falto de arte. Sin embargo, lo que encontramos y usamos en la vida cotidiana es lo ordinario, lo común.
El arte es la expresión del yo. Cuanto más complicado y restrictivo es un método, menos oportunidades tenemos para expresar nuestro sentido original de la libertad. Si bien las técnicas desempeñan un papel importante en la etapa más temprana, no deben ser demasiado complejas, ni restrictivas, ni mecánicas. Si nos aferramos a ellas, sus limitaciones nos atarán.
Recuerda que el método no creó al hombre, sino que el hombre creó el método, y no intentes encajar a la fuerza en una pauta preconcebida por otro, que sería adecuada para él, sin duda, pero no necesariamente para ti. Tú mismo estás «expresando» la técnica, y no «haciendo» la técnica. En realidad, no hay quien haga nada, solo existe la acción misma. Cuando alguien te ataca, tú no empleas la técnica número uno (¿o mejor la número dos?), sino que en el momento en que eres consciente del ataque te limitas a moverte como un sonido, como un eco, sin deliberación alguna. Es como cuando yo te llamo y tú me respondes, o cuando te arrojo algo y tú lo atrapas. Eso es todo.
Después de tantos años de práctica en diversas escuelas, he descubierto lo siguiente: ¡las técnicas no son más que unas directrices que sirven para indicar al practicante que ya ha hecho suficiente! Naturalmente, cada persona tiene sus preferencias, y por eso voy a incluir técnicas diversas, tanto de la escuela del Norte como de la del Sur del kung-fu. Observa atentamente las diferencias de su aplicación, así como las semejanzas.
Fuente: Artículo de Bruce Lee, no publicado, escrito el 21 de diciembre de 1964, con el fin de ilustrar las diversas técnicas que emplean las diferentes escuelas del kung-fu. Papeles de Bruce Lee.