Ofrezco de corazón este consejo a todos los lectores que se disponen a emprender el estudio de las artes marciales: no hay que creer más que la mitad de lo que se ve y nada en absoluto de lo que se oye.
Antes de recibir lecciones de un instructor, infórmate claramente del método que sigue y pídele con cortesía que te haga una demostración de cómo funcionan algunas de sus técnicas. Aplica el sentido común, y si te convence, sigue adelante.
¿Cómo juzgar si un instructor es bueno? Más bien deberíamos replantearnos la pregunta de este modo: ¿cómo juzgar si un método o sistema es bueno? Al fin y al cabo, no podemos absorber la velocidad ni la fuerza del instructor, pero sí que podemos evaluar su habilidad. Así pues, lo que debemos plantearnos es la bondad del sistema, no la del instructor. Este no hace más que mostrar el camino y conducir a sus discípulos a la idea de que él es el único que expresa y manifiesta verdaderamente lo que es el sistema.
El sistema no debe ser mecánico ni complicado sino sencillo, sin «poderes mágicos». El método —que en última instancia no es método— sirve para que la persona sepa cuándo ha hecho suficiente. Las técnicas no tienen poderes mágicos ni son nada especiales; no son más que la sencillez de un sentido común profundo.
Pero no te dejes impresionar por los instructores que tienen manos capaces de romper ladrillos, vientres invencibles y antebrazos de hierro. Ni siquiera por su velocidad. Recuerda que no puedes absorber estas dotes de él, pero sí puedes aprender sus habilidades. En todo caso, romper piedras, resistir puñetazos en el cuerpo o saltar a determinada altura del suelo no son más que ejercicios de exhibición dentro del arte chino del kung-fu. Lo que tiene una importancia primordial son las técnicas.
Romper un ladrillo es una cosa muy distinta de dar un puñetazo a un ser humano. El ladrillo no cede, mientras que el ser humano que recibe un golpe gira, cae, etc., con lo que disuelve la fuerza del golpe. ¿De qué le sirve a uno tener un supuesto «golpe mortal» si no tiene técnica para asestarlo? Además, los ladrillos y las piedras no se mueven ni contraatacan. Lo que debe tenerse en cuenta, entonces, es el sistema y, como ya hemos dicho, el sistema no debe ser mecánico, intrincado ni fantasioso, sino sencillo.
¿Y si el «maestro» no quiere enseñarte su estilo? ¿Y si es «muy humilde» y se guarda su secreto «mortal»? Sobre la cuestión de la humildad y la reserva oriental, espero que los lectores comprendan que, si bien es cierto que los maestros muy cualificados no son jactanciosos y que a veces no enseñan el kung-fu a cualquiera que se presente, son seres humanos como los demás, y, desde luego, no han dedicado diez, veinte o treinta años de su vida a un arte para después no decir nada al respecto. El propio Lao Tse, autor del Tao Te Ching, que escribió aquello de «el que sabe no habla, el que habla no sabe», escribió cinco mil palabras para exponer su doctrina.
Los honorables maestros, profesores y expertos dicen poco, sobre todo en Estados Unidos, con el fin de aparentar una capacidad mayor de la que tienen. No cabe duda de que han llegado a dominar el camino oriental más elevado de la humildad y la discreción, pues está claro que es más fácil tener aspecto de sabio que hablar con sabiduría. Naturalmente, obrar con sabiduría es todavía más difícil. Cuanto más quiere aparentar uno que vale más de lo que vale, más procurará tener la boca cerrada. Pues en cuanto hable o en cuanto se mueva, la gente podrá clasificarlo con toda certidumbre.
Lo desconocido siempre nos maravilla, y los «cinturones rojos 15.º dan», los «expertos de escuelas superavanzadas» y los «honorables maestros» saben rodearse de un velo misterioso de secreto. A estas personas se les puede aplicar un dicho chino: «El silencio es el adorno y la salvaguarda de los ignorantes».
Fuente: Artículo manuscrito de Bruce Lee para el libro The Tao of Gung Fu, escrito en 1964 y reimpreso (en inglés) en el vol. 2 de la serie The Bruce Lee Library bajo el título de The Tao of Gung Fu: A Study in the Way of Chinese Martial Art, escrito por Bruce Lee, editado por John Little, publicado por The Charles E. Tuttle Publishing Company, Boston (EE. UU.), © 1997 Linda Lee Cadwell.