Algunos instructores de artes marciales son partidarios de las formas, cuanto más complejas y fantasiosas, mejor. Otros están obsesionados por los superpoderes mentales, como los del Capitán Marvel o Superman. Y los hay también partidarios de las manos y las piernas deformadas, dedicando mucho tiempo a luchar contra ladrillos, piedras, tablas, etc.
Para mí, lo extraordinario del kung-fu es su sencillez. El kung-fu no es más que la «expresión directa» de nuestros sentimientos con un mínimo de movimientos y de energía. Todo movimiento es sencillo en sí mismo, sin los artificios con que la gente tiende a complicarlos. El camino más fácil es siempre el correcto. El kung-fu no tiene nada de especial. Cuanto más cerca se está del Camino verdadero del kung-fu, menos derroche de expresión hay.
Un gran número de sistemas de artes marciales, en lugar de afrontar el combate como tal, acumulan un «embrollo fantasioso» que confunde a sus practicantes, los paraliza y los distrae de la realidad concreta del combate, que es «sencilla», «directa» y «no clásica». En vez de dirigirse inmediatamente al núcleo de las cosas, se practican ritualmente formas recargadas y técnicas artificiosas (¡desesperación organizada!) para simular combates reales. Así pues, estos practicantes, en vez de «estar en combate», están «haciendo» algo acerca del combate, de una manera idealizada. Y lo que es peor todavía: se le añade de manera ignorante lo «supermental-esto» y lo «espiritual-aquello», hasta que los practicantes terminan por perderse cada vez más en la lejanía de la abstracción y del misterio. Lo que hacen se parece a cualquier cosa —a la acrobacia o a la danza moderna—, pero no a la realidad concreta del combate.
Todos estos embrollos complejos son, en realidad, intentos baldíos de «detener» y de «fijar» los movimientos del combate, siempre cambiantes, para diseccionarlos y analizarlos como si fueran un cadáver. El combate real no está fijado. Está muy «vivo». Estos métodos de práctica (un tipo de parálisis) no servirán más que para «solidificar» y para «condicionar» lo que antes tenía fluidez y vida. Cuando te desprendes de las sofisticaciones y demás, y las observas con realismo, ves que esos robots (me refiero a los practicantes) se están dedicando ciegamente a la inutilidad sistemática de practicar «tablas» (o ejercicios de exhibición) que no conducen a ninguna parte.
Debemos contemplar el kung-fu sin traje elegante con corbata a juego. Seguirá siendo un secreto para nosotros mientras persistamos en buscar en él, con ansia, sofisticaciones y técnicas mortíferas. Si es que existe algún secreto, debe de haberlo pasado por alto el «mirar» y el «esforzarse» de sus practicantes (a fin de cuentas, ¿existen acaso muchos modos de atacar a un adversario sin desviarse demasiado del curso natural?). Es cierto que el kung-fu valora lo maravilloso que se encierra en lo corriente. Su cultivo no conlleva un aumento diario sino una reducción diaria. Ser sabios en el kung-fu no significa añadir más, sino ser capaces de eliminar adornos y ser sencillos, como el escultor que crea una estatua, no sobre la base de añadir, sino de retirar lo no necesario para que la verdad se revele, sin obstrucciones. En suma, al kung-fu le bastan las manos desnudas, sin la decoración caprichosa de guantes de vivos colores, que tienden a obstaculizar el funcionamiento natural de la mano.
El arte es la expresión del yo. Cuanto más complicado y restrictivo es un método, menos oportunidades tenemos para expresar nuestro sentido original de la libertad. Si bien las técnicas desempeñan un papel importante en la etapa más temprana, no deben ser demasiado complejas, ni restrictivas, ni mecánicas. Si nos aferramos a ellas, sus limitaciones nos atarán. Recuerda que tú estás «expresando» la técnica, y no «haciendo» la técnica. Cuando alguien te ataca, no empleas la técnica número uno (¿o mejor la número dos, postura dos, sección cuatro?), sino que en el momento en que eres «consciente» del ataque te limitas a moverte como un sonido, como un eco, sin deliberación alguna. Es como cuando yo te llamo y tú me respondes, o cuando te arrojo algo y tú lo atrapas. Eso es todo.
Fuente: Artículo mecanografiado de Bruce Lee titulado «Mi punto de vista sobre el kung-fu», que Bruce Lee distribuyó a los miembros de las sedes de Oakland y de Los Ángeles de sus Institutos Jun Fan Gung Fu, hacia 1967.