Cuando volví de Tailandia con el equipo de rodaje de Golden Harvest Ltd., después de haber terminado la filmación de Karate a muerte en Bangkok, muchos empezaron a preguntarme por qué había abandonado mi carrera profesional en Estados Unidos para volver a Hong Kong a rodar películas chinas.
Es posible que la opinión general fuera que trabajar en películas chinas era un infierno, por lo subdesarrollada que estaba por entonces la industria cinematográfica allí. No puedo dar una respuesta fácil a la pregunta anterior. Lo único que se me ocurre es que soy chino y debo cumplir mi deber como chino. La verdad es que soy chino nacido en Estados Unidos. El hecho de que siendo chino naciera en Estados Unidos fue accidental. O pudo ser que lo dispusiera mi padre. En aquella época, los chinos que vivían en Estados Unidos, que procedían sobre todo de la provincia de Guandong, tenían mucha nostalgia: echaban mucho de menos todo lo que les recordaba a su patria.
Lo que más se imponía en este sentido era la ópera china, con todos sus rasgos chinos propios e inconfundibles. Mi padre era un artista célebre de la ópera china. Gozaba de popularidad entre el público. Por eso pasaba mucho tiempo actuando en Estados Unidos. Yo nací durante una de sus giras en este país, a la que se llevó a mi madre.
Pero mi padre no quiso que yo recibiera una educación estadounidense. Cuando alcancé la edad escolar, me envió de nuevo a Hong Kong (su segunda patria) para que viviera con sus parientes. Puede que se tratara de una cuestión de herencia, o del entorno, pero el caso es que cuando estudiaba en Hong Kong me interesé mucho por la elaboración de las películas. Mi padre conocía entonces a muchos actores y directores de cine. Uno de ellos era el difunto señor Chin Kam. Estas personas me llevaban a los estudios y me encomendaron algunos papeles. Empecé haciendo papeles secundarios, y poco a poco llegué a ser la estrella del espectáculo.
Esta fue una experiencia crucial en mi vida. Me encontré por primera vez con la verdadera cultura china. La sensación de estar integrado en ella era tan fuerte que me sentía encantado. Por entonces no me daba cuenta ni percibía la gran influencia que puede ejercer el entorno para moldear nuestro carácter y nuestra personalidad. En todo caso, fue entonces cuando adquirí la noción de «ser chino».
Entre la infancia y la adolescencia exhibía una imagen de chico alborotador, que mis mayores desaprobaban. Era muy travieso, agresivo, tenía mal genio y era violento. No solo me rehuían los «adversarios» más o menos de mi edad, sino hasta las personas mayores, que cedían a veces ante mi genio. Nunca supe por qué era tan pendenciero. Cuando me encontraba con alguien que me caía mal, lo primero que me venía a la cabeza era: «¡Desafíale!». ¿Desafiarlo con qué? El único instrumento concreto que se me ocurría eran mis puños. Yo creía que la victoria consistía en derribar a los demás a golpes, sin caer en la cuenta de que la victoria alcanzada por la fuerza no era una verdadera victoria.
Cuando me matriculé en la Universidad de Washington y me iluminó la filosofía, lamenté todas aquellas antiguas ideas mías, tan inmaduras.
Mi decisión de estudiar Filosofía tuvo mucho que ver con aquel carácter pendenciero de mi infancia. Me suelo plantear las preguntas siguientes:
Cuando mi tutor me asesoró en la elección de mis estudios, me recomendó que estudiara Filosofía, teniendo en cuenta mi curiosidad.
«La filosofía te dirá para qué vive el hombre», me dijo. Cuando dije a mis amigos y parientes que había elegido Filosofía, todos se quedaron atónitos. Les parecía que hubiera sido mejor estudiar Educación Física, ya que la única actividad fuera del programa oficial que me había interesado, desde la infancia hasta terminar la enseñanza secundaria, habían sido las artes marciales chinas. La verdad es que la filosofía y las artes marciales parecen dos ramas de estudio contrapuestas. Pero pienso que la parte teórica de las artes marciales chinas se está volviendo confusa.
Todo acto debe tener su porqué y su para qué, y todo el concepto de las artes marciales chinas debería basarse en una teoría competente y eficaz. Yo quiero infundir en las artes marciales el espíritu de la filosofía; por eso me empeñé en estudiar Filosofía. Nunca he dejado de estudiar, ni de practicar las artes marciales. Cuando estudio las fuentes y la historia de las artes marciales chinas, me surge siempre la duda siguiente: ahora que todas las ramas del kung-fu chino tienen sus formas propias, sus propios estilos establecidos, ¿se ven reflejadas las intenciones primitivas de sus fundadores? No lo creo. El formalismo puede ser un obstáculo para el progreso. Esto se puede aplicar a todo, incluso a la filosofía. La filosofía lleva mi jeet kune do a un terreno nuevo en la esfera de las artes marciales, y el jeet kune do lleva mi carrera como actor hasta horizontes nuevos.
Yo creía que la victoria consistía en derribar a los demás a golpes, sin caer en la cuenta de que la victoria alcanzada por la fuerza no era una verdadera victoria. Cuando me matriculé en la Universidad de Washington y me iluminó la filosofía, lamenté todas aquellas antiguas ideas mías, tan inmaduras.
Fuente: Artículo de Bruce Lee publicado en un periódico de Taiwán, titulado «El jeet kune do y yo», fechado en 1972, reimpreso en la revista Bruce Lee: Studies on Jeet Kune Do, © 1976 Bruce Lee Jeet Kune Do Club, Hong Kong, y reimpreso íntegramente en el vol. 1 de la Bruce Lee Library Series, Words of the Dragon.