Los rayos brotan de Oriente como flechas púrpuras.
El colibrí comienza su vuelo.
Vuela feliz por el cielo púrpura,
buscando la hermosa rosa clara.
En la cumbre de la montaña,
lejos del mundo humano,
encuentra la rosa clara esperándolo.
En la cumbre de la montaña se cierne
en silencio sobre la rosa y espera
mientras la aurora pasa de púrpura a dorada.
El sol avanza hasta la tarde,
hora de marcharse.
El colibrí se eleva con desgana,
aletea, rodea tres veces la rosa,
y vuela hacia su nido,
lejos, lejos, al Oriente.
He contemplado desde mi ventana
el caer del día, carmesí,
seguido de la calma plateada de la noche.
En mi cuarto solitario no hay sonido alguno.
¿Quién sabe que, habiendo pasado la tarde en cama,
no estoy enfermo,
y ni siquiera duermo?
Un segundo es una hora,
una hora se me hace una noche, tendido, mirando,
esperando que salga el sol.
Ojalá pudiera ser yo un colibrí
y volar veloz a tu lado.
En sueños lo más maravilloso ocurre,
pues ya no soy un colibrí
y ella ya no es una rosa clara,
ya no hay mediodía ni noche,
siempre mañana.
Cómo quisiera que, algún día,
también el sueño dejara de ser sueño.
Fuente: Poesía manuscrita de Bruce Lee, titulada «El colibrí». Papeles de Bruce Lee.