Se han escrito hasta ahora muchos textos acerca del jeet kune do, tanto aquí como en el extranjero, sobre todo en Hong Kong. Pero ninguno de estos artículos llega a su núcleo. Esto no es más que una cuestión de grado de precisión. La verdad es que resulta difícil escribir acerca de lo que es el jeet kune do (JKD). Es más fácil escribir acerca de lo que no es.
Por mi parte, hasta ahora no había escrito un artículo sobre el JKD, quizá para evitar hacer una COSA de un PROCESO. Para comenzar este artículo parece oportuno el siguiente relato zen:
Un hombre erudito fue a visitar una vez a un maestro zen para aprender algo acerca del zen. Mientras hablaba el maestro zen, el erudito le interrumpía con frecuencia, haciendo comentarios tales como «Ah, sí, eso también lo sabía por los libros» y otros semejantes. Por fin, el maestro zen dejó de hablar y se puso a servir té al erudito; pero cuando la taza se llenó, el maestro siguió vertiendo el té, haciéndolo rebosar. El erudito exclamó: «¡Basta! ¡Ya no cabe más té en la taza!». «Ya lo veo —respondió el maestro zen—. ¿Cómo podrás saborear mi taza de té si no vacías antes tu taza?»
Espero que mis colegas practicantes de artes marciales lean los párrafos siguientes con amplitud de miras, dejando atrás toda la carga de las ideas preconcebidas y de los prejuicios. Este acto, dicho sea de paso, tiene fuerza liberadora por sí mismo. Al fin y al cabo, si una taza es útil es por estar vacía.
Además, es útil aplicarse el texto a uno mismo, pues si bien trata del JKD, su interés principal es el florecimiento de un artista marcial y no de un artista marcial «chino», etc. Quede claro de una vez por todas que un artista marcial es, por encima de todo, un ser humano, nosotros mismos. Las nacionalidades no tienen nada que ver con el arte marcial.
La verdadera observación comienza cuando estamos libres de pautas prefijadas. La libertad de expresión se produce cuando estamos más allá de los sistemas
Supongamos que varias personas formadas en diversas modalidades de las artes del combate acaban de presenciar una contienda. Estoy seguro de que cada una de ellas dará una versión diferente de lo que ha visto. Es muy comprensible, pues no podemos ver un combate «tal como es», sino que lo «interpretamos» dentro del marco de nuestro condicionamiento particular, por ejemplo, desde el punto de vista de un boxeador, de un practicante de lucha libre, de un karateca, de un yudoca, de un practicante de kung-fu, o de cualquier otra persona formada en un método determinado.
Es por eso que todo intento de describir el combate no dará en realidad más que una idea parcial del combate total, en virtud de las preferencias y aversiones de cada uno. El combatir como tal, de manera sencilla y total, no puede venir dictado por nuestro condicionamiento como artista marcial «chino», «coreano» o «lo que sea». La verdadera observación comienza cuando estamos libres de pautas prefijadas. La libertad de expresión se produce cuando estamos más allá de los sistemas.
Un estilo es una reacción clasificada a una inclinación elegida
Antes de estudiar el JKD, vamos a determinar qué es exactamente un estilo clásico de artes marciales. Para empezar, debemos hacernos cargo de la verdad incontestable de que el estilo fue creado por los hombres. No hay que hacer caso de las numerosas y pintorescas leyendas que circulan acerca de los fundadores de los estilos: un monje sabio y misterioso, un mensajero especial que transmitió una revelación sagrada en un sueño, rodeado de una luz dorada, etc. Un estilo no debe ser nunca una verdad sacrosanta cuyas leyes y principios no se puedan quebrantar jamás. El hombre, el ser humano, siempre es más importante que el estilo.
El fundador de un estilo puede haber alcanzado una verdad parcial, pero con el transcurso del tiempo, sobre todo cuando ya ha fallecido el fundador, «sus» postulados, «sus» tendencias, «su» fórmula definitiva (nada es definitivo, siempre estamos aprendiendo) se convierten en ley. Se inventan credos, se prescriben ceremonias de refuerzo, se formulan filosofías propias y, por último, se erigen instituciones. Lo que en un principio pudo tener cierta fluidez personal de su fundador, se convierte en conocimiento solidificado, fijado, en reacciones organizadas y clasificadas que se presentan en un orden lógico, en un «curalotodo» en conserva para el condicionamiento de las masas. Los seguidores bien intencionados no solo han puesto estos conocimientos en un altar, sino en una tumba en la que está enterrada la sabiduría del fundador.
Estoy seguro de que si observamos con franqueza la realidad del combate tal como es, y no como nos gustaría que fuera, no podemos menos que advertir que un estilo tiende a producir ajustes, parcialidades, negaciones, condenas y muchas justificaciones. La solución que se ofrece es la causa misma del problema, porque pone limitaciones y obstáculos a nuestro desarrollo natural y nos cierra de este modo el camino del verdadero entendimiento.
Naturalmente, puede surgir otro fundador, o quizá un discípulo insatisfecho que, como reacción directa a «la otra verdad», «organiza» un planteamiento opuesto, como sucedió en el caso del estilo blando contra el estilo duro, de la escuela interna contra la escuela externa, y así sucesivamente. Al cabo de poco tiempo, también este estilo se convierte en una gran organización con sus propias leyes establecidas y con un patrón seleccionado. Y comienza la larga polémica entre estilos. Cada cual asegura poseer «la verdad» por encima de todo el resto. El ser humano es total y universal, un estilo, por el contrario, es una proyección parcializada de un individuo, que queda cegado por la elección de esa porción. Nunca será total: ya hace mucho tiempo que el estilo se ha vuelto más importante que sus practicantes. Y lo que es peor: los estilos suelen oponerse entre sí, porque tienden a separarse mentalmente unos de otros. En última instancia, separan a los hombres en vez de unirlos.
La verdad no se puede estructurar ni confinar
Nadie puede expresarse de manera plena y total cuando se le impone una estructura parcial preestablecida y fija, o un estilo. El combate «como es» es total, con todo «lo que es» y con todo «lo que no es», sin líneas ni ángulos favoritos, sin límites, siempre vivo y fresco; nunca establecido y en constante cambio. El combate no debe limitarse de ninguna manera a las inclinaciones particulares de una persona, a sus condicionamientos ambientales ni a su estructura física, si bien todas estas son partes constituyentes de la totalidad del combate. Precisamente este tipo de «seguridad particular» o de «muletas» es lo que limita y bloquea el desarrollo natural de un artista marcial. Son muchos los practicantes que llegan a cobrar tal aprecio a sus «muletas» que ya no pueden caminar sin ellas. Cualquier técnica especial, por mucha corrección clásica que tenga o por hábil que sea su diseño, es en realidad una enfermedad si nos obsesionamos con ella. Por desgracia, son muchos los artistas marciales que suelen caer en tales obsesiones. Son unos buscadores de la verdad que siempre aspiran a encontrar al maestro ideal que «satisfaga» sus deseos particulares.
¿Qué es el jeet kune do?
Quiero dejar las cosas claras: yo NO he inventado un estilo nuevo; no he compuesto, ni modificado un estilo establecido con formas y leyes determinadas que lo distingan de tal o cual otro, ni nada semejante. El jeet kune do no es un tipo de condicionamiento especial, con su conjunto de creencias y su planteamiento particular. No concibe el combate desde un ángulo determinado, sino desde todos los ángulos posibles, y si bien el JKD aplica todos los caminos y todos los medios para alcanzar sus fines (pues lo eficaz es cualquier cosa que sirve), no está limitado por ninguno de ellos, y por eso está libre de ellos. Dicho de otro modo, el JKD posee todos los ángulos, pero él mismo no está poseído a su vez. Pues, como ya hemos dicho, cualquier estructura, por muy eficaz que sea su diseño, se convierte en una jaula si el practicante se obsesiona con ella.
El combate no debe limitarse de ninguna manera a las inclinaciones particulares de una persona, a sus condicionamientos ambientales ni a su estructura física, si bien todas estas son partes constituyentes de la totalidad del combate. Precisamente este tipo de «seguridad particular» o de «muletas» es lo que limita y bloquea el desarrollo natural de un artista marcial.
Definir el JKD como un estilo (como kung-fu, karate, kickboxing, estilo Bruce Lee de pelea callejera, etc.) equivale a no entender la cuestión en absoluto, porque sus enseñanzas sencillamente no pueden reducirse a un sistema. Algunos podrían pensar que si el JKD no es un estilo ni un método, asume entonces una postura neutra o indiferente. Pero tampoco es así, pues el JKD es al mismo tiempo «esto» y «no esto»: ni se opone ni se deja de oponer a los estilos. Para comprenderlo plenamente, debemos... [inacabado].
Fuente: Artículo manuscrito de Bruce Lee titulado «Hacia la liberación personal (jeet kune do)», hacia 1971. Papeles de Bruce Lee.