Soy maestro y discípulo a la vez porque siempre me estoy desarrollando y simplificando. Pero me conocen sobre todo como maestro, y bastante caro, por cierto, pues cuando debo dedicar mi tiempo a mis estudiantes, ellos han de pagar lo que mi tiempo vale.
El tiempo significa mucho para mí, porque, como he dicho, yo también soy estudiante y suelo perderme en el goce de desarrollarme y de simplificarme. No ha sido para mí demasiado atractivo cortar el flujo del tiempo para escribir un artículo sobre el JKD.
Se han escrito hasta ahora muchos textos acerca de él, tanto aquí como en el extranjero, sobre todo en Hong Kong. Pero ninguno llega a su núcleo. Esto no es más que una cuestión de grado de precisión. Soy el primero en reconocer que no es una tarea fácil ni rutinaria poner por escrito el jeet kune do en un artículo: es difícil escribir acerca de lo que es. Resulta más fácil escribir acerca de lo que no es.
No es que no le atribuya importancia, pero quizá no había escrito hasta ahora un artículo sobre el JKD porque quería evitar hacer una COSA de un PROCESO. Voy a empezar con un relato zen que puede resultar familiar a algunos lectores. Lo he elegido porque es muy oportuno, no porque el zen sea una cosa misteriosa y de moda, o algo especial. Contar relatos es un recurso eficaz para dar flexibilidad a nuestros sentidos, a nuestra actitud y a nuestra mente.
Un hombre erudito fue a visitar una vez a un maestro zen para aprender algo acerca del zen. Mientras hablaba el maestro zen, el erudito le interrumpía con frecuencia, haciendo comentarios tales como «Ah, sí, eso también lo sabía por los libros» y otros semejantes. Por fin, el maestro zen dejó de hablar y se puso a servir té al erudito; pero cuando la taza se llenó, el maestro siguió vertiendo el té, haciéndolo rebosar. El erudito exclamó: «¡Basta! ¡Ya no cabe más té en la taza!». «Ya lo veo —respondió el maestro zen—. ¿Cómo podrás saborear mi taza de té si no vacías antes tu taza?»
Tengo la esperanza, aunque la razón me diga que es vana, de que los que están impregnados de creencias solidificadas, así como mis colegas practicantes de artes marciales, lean los párrafos siguientes con amplitud de miras, dejando atrás toda la carga de las ideas preconcebidas y de los prejuicios. Este acto, dicho sea de paso, tiene fuerza liberadora por sí mismo: una taza es útil cuando está vacía.
Además de lo dicho arriba, es importante que el lector se aplique el texto a sí mismo, pues si bien trata del JKD, su interés principal es el florecimiento de un artista marcial, y no de un artista marcial «chino», etc. Un artista marcial es, por encima de todo, un ser humano, nosotros mismos. Las nacionalidades no tienen nada que ver con el arte marcial. La vida es un proceso constante de relación, por tanto, sería aconsejable poner fin a tanta cháchara mental, salir de ese caparazón protector del aislamiento, de esas conclusiones orgullosas, o de lo que sea, y aplicarse DIRECTAMENTE lo que se está diciendo. Hay que hacer a un lado los parloteos intelectuales o mentales y volver a aplicar los sentidos. No aspiro a que me aprueben ni a influir en quien me lea. Me quedaré más que satisfecho si después de leer este artículo, en vez de tomar partido y decir «de modo que esto es esto» y «aquello es aquello», el lector, a partir de ahora, empieza a aprender a investigarlo todo por sí mismo.
La verdadera observación comienza cuando estamos libres de pautas prefijadas. La libertad de expresión se produce cuando estamos más allá de los sistemas
Supongamos que varias personas formadas en diversas modalidades de las artes del combate acaban de presenciar una contienda. Estoy seguro de que cada una de ellas dará una versión diferente de lo que ha visto. Es muy comprensible, pues no podemos ver un combate «tal como es». A un boxeador, practicante de lucha libre, karateca, yudoca, practicante de kung-fu o cualquier otra persona formada en un método determinado la ciegan el punto de vista elegido y tenderá naturalmente a «interpretar» el combate en virtud de los límites de su condicionamiento particular.
Todo intento de describir el combate dará, en realidad, una idea parcial de la totalidad del combate, debido a las preferencias y aversiones de cada uno. El combatir como tal, de manera sencilla y total, no puede venir dictado por nuestro condicionamiento como artista marcial «chino», «coreano» o «lo que sea». La verdadera observación comienza cuando estamos libres de pautas prefijadas. La libertad de expresión se produce cuando estamos más allá de los sistemas.
Un estilo es una reacción clasificada a una inclinación elegida
Antes de estudiar el JKD, vamos a determinar qué es exactamente un estilo clásico de artes marciales. Para empezar, debemos hacernos cargo de la verdad incontestable de que los estilos fueron creados por los hombres. No hay que hacer caso de las numerosas y pintorescas leyendas que corren acerca de los fundadores de los estilos: un monje sabio y misterioso, un mensajero especial que transmitió una revelación sagrada en un sueño, etcétera. Un estilo no debe ser nunca una verdad sacrosanta cuyas leyes y principios no se puedan quebrantar jamás. El hombre, el ser humano vivo y creativo, siempre es más importante que cualquier estilo establecido y estéril.
Vamos a suponer que el fundador de un estilo alcanzó una verdad parcial. Incluso si dentro de su proceso de descubrimiento él mismo no intentara organizarla, después de fallecido, sus seguidores y discípulos elevan a leyes «sus» postulados, «sus» tendencias, «su» fórmula definitiva (nada es definitivo, siempre estamos aprendiendo, amigos míos). Se inventan credos, se prescriben ceremonias solemnes de refuerzo, se formulan filosofías propias y, por último, se erigen instituciones. Lo que en su inicio pudo tener una cierta fluidez del fundador, se convierte ahora en un conocimiento solidificado, fijo, en unas reacciones organizadas y clasificadas, que se presentan en un orden lógico, como un «curalotodo» en conserva para condicionar a las masas.
Los leales y bien intencionados seguidores no solo han puesto estos conocimientos en un altar, sino que los han metido en una tumba en la que está enterrada la sabiduría del fundador. Naturalmente, puede surgir otro fundador, o quizá un discípulo insatisfecho que, como reacción natural a «la otra verdad», «organiza» un planteamiento opuesto, como sucedió en el caso del estilo blando contra el estilo duro, de la escuela interna contra la escuela externa, y así sucesivamente. Al cabo de poco tiempo, también este estilo se convierte en una gran organización, con sus propias leyes establecidas y con su patrón elegido. Comienza luego la larga polémica entre estilos. Cada quien asegura poseer «la verdad» por encima del resto. Los estilos no son más que segmentos parciales y organizados de un todo unitario.
Estoy seguro de que si observáramos con franqueza la realidad del combate tal como es y no tal como nos gustaría que fuera, no podríamos menos que advertir que un estilo tiende a producir ajustes, parcialidades, negaciones, condenas y muchas justificaciones. La solución que ofrece es la causa misma del problema, pues pone restricciones y obstáculos a nuestro desarrollo natural y de este modo nos cierra el camino del verdadero entendimiento.
La triste realidad es que, dado que los estilos tienden a separarse unos de otros en su pensamiento y, en consecuencia, a oponerse entre sí, separan a los hombres en vez de unirlos.
La verdad no se puede estructurar ni confinar
Nadie puede expresarse de manera plena y total cuando se le impone una estructura parcial preestablecida o un estilo. El combate «como es» es total, con todo «lo que es» y con todo «lo que no es»: sin líneas ni ángulos favoritos, sin límites, siempre vivo y fresco. Nunca está establecido y cambia constantemente. El combate no debe limitarse de ninguna manera a nuestras inclinaciones particulares, a nuestros condicionamientos ambientales ni a nuestra estructura física, si bien todo esto es parte constitutiva de la totalidad del combate. Precisamente este tipo de «seguridad particular» o de «muletas» es lo que limita y bloquea el desarrollo natural total de un artista marcial. Muchos practicantes llegan a cobrar tal aprecio a sus «muletas», que ya no pueden caminar sin ellas. Cualquier técnica especial, por mucha corrección clásica que tenga o por hábil que sea su diseño, es, en realidad, una enfermedad si nos obsesionamos con ella. Por desgracia, son muchos los artistas marciales que, en su búsqueda de la verdad, caen en tales obsesiones. Aspiran siempre a encontrar a ese maestro ideal que «satisfaga» sus deseos particulares.
¿Qué es el jeet kune do?
O podríamos preguntarnos, mejor, «qué no es el jeet kune do». Quiero dejar claro que yo NO he inventado un estilo nuevo, ni compuesto, ni modificado un estilo establecido, con formas y leyes determinadas que lo distingan de tal o cual otro estilo, ni nada parecido.
El JKD no es un tipo de condicionamiento especial, con su conjunto de creencias y su planteamiento particular. No concibe el combate desde un ángulo determinado, sino desde todos los ángulos posibles. Si bien el jeet kune do aprovecha todos los caminos y todos los medios para alcanzar sus fines (lo eficaz es cualquier cosa que sirve), no está limitado por ninguno de ellos, por eso está libre de ellos. Dicho de otro modo, el JKD posee todos los ángulos sin estar él mismo poseído a su vez. Como ya hemos dicho, cualquier estructura, por muy eficaz que sea su diseño, se convierte en una jaula si el practicante se obsesiona con ella.
Nadie puede expresarse de manera plena y total cuando se le impone una estructura parcial preestablecida o un estilo. El combate «como es» es total, con todo «lo que es» y con todo «lo que no es»: sin líneas ni ángulos favoritos, sin límites, siempre vivo y fresco. Nunca está establecido y cambia constantemente.
Definir el JKD como un estilo (como kung-fu, karate, kickboxing, estilo Bruce Lee de pelea callejera, etc.) equivale a no entender en absoluto su intención: sus enseñanzas sencillamente no pueden reducirse a un sistema. Algunos podrían pensar que debido a que el JKD no es un estilo ni un método, asume una postura neutra o indiferente. Pero tampoco es así, pues el JKD es al mismo tiempo «esto» y «no esto»: ni se opone a los estilos ni no se opone a ellos. Para comprenderlo plenamente, debemos... [inacabado].
Fuente: Artículo manuscrito de Bruce Lee titulado «Hacia la liberación personal (jeet kune do)», hacia 1971. Papeles de Bruce Lee.