Nadie puede ver un combate «tal como es». Desde el punto de vista de un boxeador, de un practicante de lucha libre o de luchador formado en un método dado, se verá el combate según los límites de cada condicionamiento particular. En todo arte y deporte, incluido el yudo, el karate y el kung-fu, todo intento de describir el combate produce «su» versión sobre él; una réplica mental personal o una idea parcial del combate total, que depende de las preferencias y aversiones de la persona.
El combate no puede estar dictado de ninguna manera por nuestro condicionamiento como artista marcial coreano, como artista marcial chino, etc. Si bien el practicante de lucha libre puede haber lanzado patadas o puñetazos como medio para salvar las carencias de su especialidad, la verdadera observación comienza cuando estamos libres de pautas prefijadas. La libertad de expresión se produce cuando estamos más allá de los sistemas.
Del mismo modo, una persona no se puede expresar libremente (lo de libremente es lo que nos importa aquí) cuando se le ha impuesto una estructura fija, parcial o un estilo. El combate «como es» es total, con todo «lo que es» y con todo «lo que no es», sin líneas favoritas ni fronteras, siempre vivo y fresco; nunca está establecido y cambia constantemente. No debe limitarse de ninguna manera ni a nuestras inclinaciones particulares, ni a nuestra estructura física ni a nuestros condicionamientos ambientales, si bien todas estas son partes constituyentes de la totalidad del combate. Si una persona limita el combate a un patrón determinado, jamás podrá expresarse con libertad. Porque ¿cómo podrá expresarse con libertad cuando existe esta pantalla preestablecida entre «lo que debe ser» y «lo que es», algo siempre cambiante a lo que se opone? Como quiere evitar la incertidumbre y la inseguridad, «organiza» su accionar según una pauta elegida de combate, una precisión de movimientos como en una tabla de ejercicios, una espontaneidad planificada, etc. A fuerza de practicar imitativa y repetidamente estas pautas organizadas —que son como nadar en tierra firme—, el margen de libertad de expresión del practicante se va estrechando cada vez más. Con medios erróneos se llegará a un resultado erróneo. Como consecuencia de ello, la voluntad no tardará en paralizarse en el marco de tales pautas estériles, y finalmente aceptará la pauta limitante como si fuera la realidad total.
Muchos artistas marciales de nuestros tiempos únicamente representan sus rutinas metódicas como respuesta, en vez de responder a «lo que es». Ya no «escuchan» las circunstancias, sino que «recitan» sus circunstancias. En lo Absoluto, sencillamente no hay distinciones.
EL JKD: ¿UN ESTILO NUEVO?
Quiero dejar bien sentado que yo NO he inventado un estilo «nuevo», ni «compuesto», ni «modificado» un estilo establecido con formas y leyes determinadas que lo distingan de tal o cual otro estilo, ni nada semejante. Al contrario, aspiro a liberar a mis seguidores del aferrarse a estilos, pautas o moldes. El término jeet kune do no es más que un nombre que utilizamos, un espejo en el que nos vemos a nosotros mismos. El nombre de la marca no tiene nada de especial, en realidad.
¿QUÉ ES UN ESTILO CLÁSICO?
A diferencia del planteamiento tradicional, no existe ningún conjunto de reglas, ninguna clasificación de técnicas, etc., que constituya un supuesto sistema/método de combate JKD. Para empezar, ni siquiera existen los sistemas/métodos de combate como tales, aunque sí existe algún tipo de planteamiento progresivo del entrenamiento. Crear un método así sería muy parecido a intentar empaquetar un litro de agua con papel de envolver y darle forma. Parece que su forma dependería de las relaciones.
De alguna manera el agua es un buen símil del JKD. En sentido estructural, la gente suele considerar erróneamente que el JKD es un estilo compuesto, porque su eficacia estriba en aplicar cualquier medio para vencer, de manera muy semejante a como el agua encuentra el camino para colarse por las fisuras. Como el JKD ni se opone al estilo ni no se opone al estilo, podemos decir que está fuera y dentro de todas las estructuras particulares y de todos los estilos distintivos. Además, como el JKD afirma que no es un estilo, algunos han llegado a la conclusión de que el JKD es neutro, o quizá indiferente. Pero tampoco es así, pues el JKD es al mismo tiempo «esto» y «no esto». Para comprenderlo plenamente, debemos trascender la dualidad del «a favor» y «en contra», y contemplar un todo orgánico. El buen artista marcial se apoya en la intuición directa.
¿Qué es un estilo clásico de artes marciales? Para empezar, debemos hacernos cargo de que los estilos fueron creados por los hombres. No hay que hacer caso de los muchos relatos legendarios que circulan acerca de los fundadores de los estilos: un monje viejo y sabio, un mensajero especial que se apareció en un sueño o en una revelación, etc. Un estilo no debe ser nunca una verdad bíblica cuyas leyes y principios no se puedan quebrantar jamás. De manera que, sea cual sea la propaganda que se ha difundido a lo largo de los siglos, un estilo clásico surge como resultado del ser humano. Naturalmente, entre los seres humanos existirán siempre diferencias en cuanto a cantidad de entrenamiento, estructura física, nivel de comprensión, condiciones medioambientales, gustos y aversiones, etc. La mayoría de los estilos clásicos se establecieron y acrecentaron a partir de la inclinación elegida por alguien, bajo unas circunstancias dadas.
El fundador pudo llegar a conocer una verdad parcial, pero con el transcurso del tiempo esta verdad parcial se convierte en secta, en ley o, lo que es peor todavía, en fe perjudicial. Además, para transmitir este conocimiento de generación en generación hubo que organizar y clasificar las diversas respuestas, presentándolas en un orden lógico. Lo que en su inicio pudo tener una cierta fluidez personal debida a su fundador, se ha convertido ahora en un conocimiento solidificado, en conserva y empaquetado para sucesivas nuevas generaciones, para su distribución global y para el adoctrinamiento masivo.
Por las necesidades de organización y de conservación, los medios se vuelven pronto tan complicados que es preciso dedicarles una atención enorme, y la finalidad se olvida en poco tiempo. Naturalmente, surgirían otros muchos estilos diferentes, probablemente como reacción a «la verdad del otro». Cada uno asegura poseer la verdad más elevada, excluyendo de ella a todos los demás estilos. Si queremos estudiar el árbol, ¿es acaso útil debatir cuál es la hoja que más nos gusta, o cuál es la formación de ramas o la flor más atractiva? Cuando comprendemos la raíz, comprendemos todo lo que brota de ella. Por cierto, las plantas de plástico pueden resultar hermosas... para el que gusta de las cosas muertas. Un estilo clásico, que pretende ser un remedio, es en realidad una enfermedad. El estilo encasilla y atrapa la realidad parcial en un molde elegido. Así, sus practicantes quedan encerrados en las limitaciones del estilo, que son decididamente más estrechas que las potencialidades que hay en ellos (debatir el «control» de P. C.).
Muchos practicantes de artes marciales suelen ser artistas de segunda mano. Rara vez aprenden a expresarse a sí mismos por sus propios medios. Se dedican, más bien, a seguir fielmente una pauta impuesta. Es verdad que muchos pueden haber alcanzado una «eficacia rutinaria» tal como la esboza o la marca esa pauta determinada. Pero no han llegado a comprenderse a sí mismos, pues en último término el conocimiento del arte marcial significa conocerse a sí mismo. Por eso, no debemos seguir ciegamente una pauta estéril. Esto tendría el efecto de oprimir y distorsionar nuestro desarrollo natural. En vez de ello, nos encontramos a nosotros mismos por medio del autoestudio, la conciencia flexible y la autoexpresión. Este conocimiento de uno mismo es un proceso continuo, y el artista que posee esta cualidad se expresa con la máxima libertad.
La libertad es una cosa que no se puede predefinir, y la fluidez sin dudas consiste en no resistirse al fluir natural no rítmico, oponiéndole nuestros patrones parciales preestablecidos. A la parcialidad sesgada y preformulada le falta la flexibilidad necesaria para afrontar la totalidad que cambia constantemente. Muchos diferentes «estilistas» se han convertido en robots insensibles y encasillados. Se transforman en esas mismas formas organizadas, víctimas de los condicionamientos que se les han transmitido desde hace milenios. Un artista marcial no es nunca una réplica de tal o cual estilo. Decididamente, no es un producto sino un individuo vivo, que siempre es más importante que el sistema.
Parece ser que en el arte marcial tradicional la sabiduría es un proceso constante de acumulación de conocimientos fijos: como si dijésemos que un cinturón blanco conoce dos esquemas, un cinturón marrón conoce cuatro, y así sucesivamente. Eso no es verdad. El proceso del JKD no es la acumulación de conocimientos fijos. Se trata, más bien, de un proceso de descubrir la causa de la ignorancia. En muchos casos consiste en un proceso que nos lleva a despojarnos de cosas, en una especie de reducción en lugar de una acumulación diaria. Debemos recordar que la libertad ha estado siempre con nosotros y que no es una cosa que debamos alcanzar al final, a fuerza de seguir alguna fórmula determinada. No «nos hacemos», simplemente «somos». La formación en las artes marciales se dirige a ese fin, al «ser» mente más que a «tener» mente. Las pautas estériles son incapaces de tener tal vida y frescura. Las formaciones preestablecidas no hacen más que limitar y controlar al practicante. Además, el entrenamiento mental místico no fomenta el poder interior prometido sino un estreñimiento psicológico. Las técnicas del JKD se utilizan, tanto en la formación interior o exterior, para liberar el espíritu más que para atar el cuerpo.
Se suele preguntar si el JKD se opone a la forma. Para cualquier movimiento físico existe siempre una manera más eficaz y vital de realizarlo (en cuanto al buen apalancamiento, al equilibrio en el movimiento, al empleo económico y eficaz del movimiento, etc.). Pero una cosa es la forma eficaz y otra cosa es un esquema clásico estéril que ata y condiciona. Además, existe una diferencia sutil entre «no tener forma» y tener «no-forma». Lo primero es ignorancia; lo segundo, trascendencia.
La verdad es una vía sin camino. El jeet kune do es sangre humana roja y fresca que se transmite en venas y vasos humanos. Es una conciencia total que no tiene «antes» ni «después». No se trata, por eso, de una institución organizada a la que pueda afiliarse la persona. O se entiende, o no se entiende, y no hay más. Cuando yo enseñaba mi sistema chino del kung-fu, seguía un sistema. Al llegar a Estados Unidos, tenía mi instituto «chino». Pero después dejé de creer en los sistemas (chinos o no chinos) y en las organizaciones. Las grandes organizaciones con sucursales nacionales y extranjeras, con afiliados, etc., no son necesariamente el lugar donde se descubre o se encuentra a sí mismo el artista marcial. Lo más frecuente es que suceda lo contrario. Para poder llegar a todos los alumnos, cada vez más numerosos, debe establecerse algún tipo de esquemas preconcebidos para que sirvan de patrones que puedan seguir las sucursales. La consecuencia será que todos los miembros quedarán condicionados en función del sistema prescrito. Es probable que muchos acaben presos de una instrucción sistematizada.
Soy partidario de tener y enseñar a pocos alumnos a la vez. La enseñanza requiere una vigilancia constante y atenta de cada individuo para poder establecer una relación directa con él. Un buen maestro no puede quedarse fijado nunca en una rutina, a pesar de que en nuestros tiempos muchos lo están. Para la enseñanza se requiere aplicar una mente sensible, capaz de cambiar y de adaptarse constantemente. Por encima de todo, el maestro no debe forzar nunca al discípulo a que se ajuste a su pauta favorita, que es una formación previa. Debe señalar el camino que conduce a la verdad, exponiendo la vulnerabilidad de su discípulo, lograr que este se explore a sí mismo por dentro y que explore lo exterior hasta que llegue por fin a integrarse con su propio ser. Es un proceso muy semejante a la labor de cuidar de la fruta, dejando que madure por sí sola. La fruta está fresca, jugosa y llena de vida. Naturalmente, una fruta de plástico puede parecer «más hermosa».
Muchos instructores de artes marciales han dicho que el arte marcial es la vida misma. Me pregunto cuántos de ellos aprecian de verdad esta afirmación y la comprenden de verdad. No cabe duda de que la vida no es un algo paralizado ni un marco. Es movimiento constante, movimiento no rítmico, además de constante cambio. Muchos líderes o «maestros» antiguos y modernos de las artes marciales, en vez de fluir con este proceso de cambio, han construido una ilusión de formas fijas, solidificando lo que fluye constantemente, disecando lo total, organizando las pautas favoritas, planificando lo espontáneo, separando la unidad armoniosa en la dualidad de lo blando contra lo duro, etc. No es de extrañar que nuestro desarrollo natural quede bloqueado por la repetición inútil de pautas impuestas por otra persona. El arte marcial es algo más que el mero acto físico de llenar el tiempo y el espacio con algún tipo de movimiento de precisión. Eso también lo pueden hacer las máquinas. Tampoco es un conjunto de discursos intelectuales o de números de circo. El artista marcial debe ser completamente consciente y capaz de expresarse a sí mismo con creatividad. Su movimiento físico es su alma hecha visible. De hecho, el arte marcial es la expresión directa del alma humana.
La eficacia mecánica o la habilidad de manipulación no tienen nunca tanta importancia como la exposición a nuestra conciencia interior. El artista marcial es algo más que una persona capaz de exhibir unas dotes que quizá poseía ya de suyo. Cuando madura, se da cuenta de que su patada o su puñetazo no son tanto un medio para someter a su adversario como un medio para superar de manera explosiva su propia consciencia, su ego, su miedo y todos sus bloqueos mentales. La verdad es que esas herramientas son, en última instancia, recursos que le permiten profundizar en lo hondo de su ser para poder alcanzar o recuperar el equilibrio de su centro interior de gravedad. Con esta soltura vital interior fluirá la expresión externa de sus medios. Detrás de todo movimiento de un artista marcial consumado está la totalidad de su ser, esta actitud que todo lo abarca.
Diré, por último, que el practicante de JKD que dice que el JKD es exclusivamente el JKD, no lo ha entendido, sencillamente. Sigue aferrado a una resistencia cerrada en sí misma. En este caso, está anclado en una pauta reaccionaria y está limitado por naturaleza por otra pauta modificada y solo es capaz de moverse dentro de sus límites. No ha asimilado el hecho sencillo de que la verdad existe fuera de todos los moldes y pautas, y de que la conciencia no es nunca excluyente.
Repito una vez más que JKD no es más que un término que usamos, una barca que nos sirve para cruzar, y que cuando ya hemos cruzado, debemos dejar, en vez de echárnosla a la espalda. Estos pocos párrafos son, en el mejor de los casos, un simple «dedo que señala la luna». No hay que confundir el dedo con la luna, ni clavar la mirada en el dedo, perdiendo de vista el esplendor del cielo. La utilidad del dedo es apuntar a otra cosa, a la luz que ilumina el dedo y todo lo demás.
Fuente: Artículo manuscrito de Bruce Lee titulado «Hacia la liberación personal (jeet kune do)», hacia 1971. Papeles de Bruce Lee.