Siempre que otros autores escriben acerca del jeet kune do, lo hacen en función de sus conocimientos. Nadie puede ver un combate «tal como es». Desde su punto de vista de boxeador, de practicante de lucha libre o de luchador formado en un método dado, verá el combate según los límites de su condicionamiento particular.
El combate no viene dictado por nuestro condicionamiento como artista marcial chino, japonés, etc. Tomemos, por ejemplo, el caso de un boxeador: seguramente se quejaría de que los dos luchadores están demasiado próximos para poder lanzar buenos puñetazos con soltura. Por su parte, un practicante de lucha libre dirá que uno de los dos luchadores debería procurar llegar al cuerpo a cuerpo para que el otro no pueda aplicar tanta soltura. En un breve instante, entre las dos afirmaciones anteriores, el boxeador podría haber pasado a tácticas de cuerpo a cuerpo cuando comprende que no hay lugar para aplicar puñetazos con soltura. El luchador, por su parte, si no puede llegar a la lucha cuerpo a cuerpo, podría lanzar patadas o puñetazos como medio para salvar las carencias de su especialidad. La verdadera observación comienza cuando estamos libres de pautas prefijadas. La libertad de expresión se produce cuando estamos más allá de los sistemas.
Una persona no se puede expresar libremente (lo de libremente es lo que nos importa aquí) cuando se le ha impuesto una estructura fija, parcial, o un estilo. Porque ¿cómo podrá expresarse uno con libertad cuando se interpone la pantalla de su pauta preestablecida de «lo que debe ser», en oposición a «lo que es»? Lo que es, es total (incluido lo que es y lo que no es), sin límites ni nada semejante. Al practicar esas pautas preestablecidas, que son como una natación en tierra firme, el margen de libertad de expresión del practicante se va estrechando cada vez más. Se queda paralizado dentro del marco de la pauta, la acepta como si fuera lo real. Ya no «escucha» las circunstancias, sino que «recita» sus circunstancias. Se limita a representar su rutina metódica a modo de respuesta, en vez de responder a lo que es. Son unos robots insensibles y encasillados que escuchan sus propios gritos y chillidos. Se convierten en esos mismos bloqueos clásicos, son esas formas organizadas, el fruto de miles de años de condicionamientos.
Quiero dejar bien sentado que yo NO he inventado un estilo nuevo, esto es, un estilo establecido con formas determinadas que lo distingan de tal o cual otro estilo. Al contrario, aspiro a liberar a mis seguidores de los estilos. Como ya he dicho, los estilos encasillan y encorsetan la realidad dentro de un molde elegido. La libertad es una cosa que, sencillamente, no se puede preconcebir, y cuando hay libertad, no existe lo bueno ni su opuesto, lo malo. Los que más me preocupan son los que, sin saberlo, están condicionados y solidificados por una rutina parcializada y adquieren solo una eficacia rutinaria, más que libertad para expresarse a sí mismos como individuos.
El jeet kune do no contempla el combate desde un ángulo determinado, sino desde todos los ángulos posibles. Aprovecha todos los caminos y todos los medios para alcanzar sus fines, pero (y es un pero muy importante) no está limitado por ningún camino ni por ningún medio. Esto es así porque cualquier estructura, por inteligente que sea su diseño, se convierte en una jaula si el practicante se obsesiona con ella. Aquí se encuentra el valor: la libertad de aplicar las técnicas y de prescindir de ellas. Por eso, definir el JKD como un sistema determinado (como kung-fu, karate, etc.) equivale a no entenderlo en absoluto. Está fuera de todas las estructuras particulares y de todas las formas distintivas. No es, sin embargo, un sistema compuesto, o neutro, o indiferente, pues es al mismo tiempo «esto» y «no esto». Ni se opone a los estilos ni no se opone a ellos. Para entenderlo, debemos trascender la dualidad del «a favor» y «en contra», que se fusionan en un todo orgánico. El buen practicante de JKD se apoya en la intuición directa.
La verdad es una vía sin camino. Es una expresión total que no tiene «antes» ni «después». De manera semejante, el JKD no es una institución organizada a la que uno se pueda afiliar. O se entiende, o no se entiende, y no hay más. (Hubo un Instituto de Kung Fu Jun Fan, hubo un método del wing chun, pero ahora no existe tal organización ni tal método.)
ARTISTA DE SEGUNDA MANO
En la mayoría de los casos, el practicante de artes marciales es lo que yo llamo un artista de segunda mano, un conformista. Rara vez aprende a expresarse por sus propios medios. Se dedica, más bien, a seguir fielmente una pauta impuesta. De esa manera, con el transcurso del tiempo acabará por entender algunas rutinas muertas y a ser bueno según los criterios de una pauta preestablecida, pero no habrá llegado a entenderse a sí mismo. A fuerza de la práctica de rutinas y de pautas prefijadas, la persona llegará a ser buena en función de las rutinas y de las pautas prefijadas, pero solo la conciencia de nosotros mismos y la autoexpresión pueden conducir a la verdad. Una persona viva no es el producto muerto de tal o cual estilo; es un individuo, y el individuo siempre es más importante que el sistema.
En el arte marcial, muchos instructores deducen sus técnicas y sus principios a partir de teorías intelectuales, y no de la aplicación práctica. Los instructores de este tipo son capaces de hablar del combate, y hay entre ellos grandes maestros del arte de hablar, pero no saben enseñarlo de verdad. Pueden crear tal o cual ley o tal y cual principio para las patadas, pero los alumnos que estudian con ellos no conseguirán más que quedar condicionados y controlados, en vez de liberarse para llegar a convertirse en mejores artistas marciales. Es el «molde» y el «sistema» lo que limita la realidad y la entorpece.
Como sucede en cualquier otro deporte, nos cuentan que hace quinientos años un artista marcial era capaz de subirse a un tejado de un salto (si quieres saber cómo, basta ver cómo se ha aplicado la ciencia al salto de altura en los Juegos Olímpicos); pero de una cosa estoy seguro: los grandes logros de las artes marciales serán fruto de un desarrollo futuro, y no de muchos de los métodos de entrenamiento obsoletos y anticuados que persisten hoy día.
Un gran instructor es un gran atleta. No dudo que al ir haciéndose mayor se encontrará en desventaja ante un buen practicante joven. Pero no tiene ninguna excusa para no ser de los mejores, física y mentalmente, entre los de su edad. Un instructor inactivo y que no esté en forma puede servir de algo a los estudiantes mediocres, pero jamás podrá entender de verdad.
Así como no podemos guardar agua en un envoltorio de papel y darle forma, tampoco es posible ceñir el combate a un único sistema predeterminado, ni mucho menos meterlo a la fuerza en un marco muy clásico. Un marco así no sirve más que para matar y limitar la vida del individuo, así como la situación. El supuesto remedio de estos marcos es en realidad una enfermedad. En la práctica del JKD no hay esquemas ni formas, pues el JKD no es un método de técnicas y leyes clasificadas que constituya un sistema de combate. Sí que aplica un planteamiento sistemático del entrenamiento, pero nunca un método de combate. El JKD es un proceso, no una meta; un medio, no un fin; un movimiento constante, más que una pauta estática y establecida.
El objetivo final del JKD es la liberación personal. Señala el camino que conduce a la libertad individual y a la interioridad madura. La eficacia mecánica o la habilidad de manipulación no tienen nunca tanta importancia como la conciencia interior que se alcanza, pues aprender un movimiento sin conciencia interior produce una repetición imitativa, un simple producto. El verdadero luchador «escucha» las circunstancias, mientras que el clasicista «recita» sus circunstancias. El artista marcial es algo más que una persona capaz de exhibir unas dotes físicas que quizá ya poseía de suyo. Cuando madure, se dará cuenta de que su patada lateral no es tanto un medio para someter a su adversario como un medio para superar de manera explosiva su propio ego y todos sus desvaríos. Todo este entrenamiento sirve para redondearlo como hombre completo.
En esencia, el JKD aspira a llevar de nuevo al discípulo a su estado primigenio para que pueda expresar «libremente» su propio potencial. El entrenamiento consiste en un mínimo de forma para el desarrollo natural de sus herramientas dirigidas a lo informe. En resumen, la idea consiste en ser capaces de entrar en un molde sin quedar encerrados en él, y de seguir los principios sin estar atados por ellos. Esto es importante, pues la observación flexible, libre de elecciones y de exclusiones, son los cimientos del practicante de JKD. Una «conciencia atenta general» sin centro ni circunferencia, estar en ello pero sin formar parte de ello.
Para terminar, el practicante de JKD que dice que el JKD es exclusivamente el JKD, simplemente no lo ha entendido. Sigue aferrado a una resistencia que se cierra sobre sí misma. Está anclado en una pauta reaccionaria. Sigue limitado por naturaleza por otra pauta modificada, y solo es capaz de moverse dentro de los límites de esta pauta. No ha asimilado el hecho sencillo de que la verdad existe fuera de todos los moldes y pautas, y de que la conciencia no es nunca excluyente. Jeet kune do no es más que un término, una barca que nos sirve para cruzar y que debemos dejar cuando ya hemos cruzado, en vez de echárnosla a la espalda. Añadiré que estos pocos párrafos son, en el mejor de los casos, un simple «dedo que señala la luna». No hay que confundir el dedo con la luna.
Fuente: Artículo de Bruce Lee titulado «JKD», hacia 1971. Papeles de Bruce Lee.