EPISODIO 12



Tina se mostró sorprendida al ver a Andy al otro lado de la puerta. Acababa de llegar de hacer turismo por los alrededores junto a su padre y su mujer con quienes también había comido. Ron Murphy se había hecho aficionado a la comida regional y cuando estaba en Menorca, se olvidaba de la dieta impuesta por su cardiólogo y se lanzaba a la aventura de conocer su enorme oferta culinaria, visitando nuevos restaurantes cada vez.

—Te hacía en tu casita, aguantando a las visitas mientras tu marido hace magia en la cocina… Ven, entra… Acabo de hablar con Anna. Dice que le ha dado pena que nosotros pasáramos la Navidad por nuestro lado, que total donde comen trece comen veintiuno… —Soltó una carcajada, pensando que Anna era increíble— Y que le ha pedido a Pau que vayan para tu casa después de recoger a Alba y a Lucía en el aeropuerto, para celebrarlo todos juntos. Tu madre es única.

Andy ni siquiera registró la perorata de su socia. Su mente iba a dos mil revoluciones por minuto. Titubeó un momento.

—¿Estás sola?

La entrenadora se volvió a mirarla algo extrañada.

—Nooooo, tengo a mi amante encerrado en el armario pero, tranquila, que ahí dentro no se va a enterar de nada —repuso, irónica—. Mi padre y su mujer han ido al hotel, a descansar un rato. ¿Estás bien? —preguntó al ver que su amiga continuaba sin dar un paso.

—Si te digo la verdad, no tengo la menor idea de cómo estoy.

Tina frunció el ceño. Ahora que la miraba con detenimiento, Andy tenía muy mala cara. No acabó de pensarlo que la vio manotear el marco de la puerta, a punto de caer al suelo.

—¡Eh, eh, eh! —La entrenadora corrió hacia ella y la sostuvo por la cintura—. Nena, por Dios, ¿qué ha pasado?

Andy respiró hondo varias veces.

—Estoy bien, estoy bien… Es que anoche estuvimos de fiesta toda la noche y no he dormido casi…—«Todo excusas», dijo una vocecita en su interior. Lo cierto era que llevaba así desde hacía días. Y ahora que la razón de su desasosiego se había materializado, no sabía qué pensar ni qué hacer al respecto.

—Ven —pidió Tina, acompañándola hasta la cocina—. Te sientas aquí, te tomas una tila bien cargada y me lo cuentas todo muy despacio. Todo, ¿me oyes? Sin dejarte nada.

Andy hizo lo que le pedían. Apoyó los codos sobre la mesa y se sostuvo la cabeza con las manos. Hacía inspiraciones profundas por la nariz, intentando recuperarse.

Sin perderla de vista, la dueña de casa preparó una infusión caliente y la puso sobre una bandeja junto con una pequeña botella de agua con gas. Añadió una barrita energética, aunque dudaba que Andy fuera a probarla. Un rato después de haber puesto la bandeja frente a su amiga, reanudó la conversación.

—¿Estás mejor? —quiso saber Tina

Andy dio un último sorbo a su taza y la puso a un lado con la mitad del contenido intacto. Asintió con la cabeza varias veces. Seguía sin tener claro cómo afrontar aquel asunto, pero se encontraba algo mejor.

—Danny tiene razón… Ya no estoy para tantos trotes…

—No digas tonterías. Si hay alguien que está en forma en esta isla eres tú. Bueno, aparte de mí… —Sonrió y le palmeó la mano—. Llevas tiempo con la energía descontrolada… Te pasas con los entrenamientos, Andy. Trabajas mucho. Y cuando te lo digo, no me haces caso. Ahora estás viendo las consecuencias. Venga, cuéntame qué pasa. —Se puso de pie—. Mientras, yo voy a servirme una infusión, que ahora me han dado ganas…

—En ese caso, esperaré a que vuelvas a sentarte —repuso Andy y vio que Tina se daba la vuelta y la miraba sorprendida—. Para lo que tengo que decirte necesitarás estar sentada.

¿Tan serio era?, pensó Tina.

—Vale, dispara. —Volvió a ocupar su silla—. Ya estoy sentada.

Andy respiró profundamente y exhaló el aire en un largo suspiro. Intentó hilvanar las palabras en su mente y tan solo el ejercicio mental de ponerlas una junto a otra, fue suficiente para que se disparara hasta el infinito esa sensación de irrealidad que la acompañaba desde que lo había visto a él al otro lado de la puerta de la casa familiar.

—Hoy ha venido a verme mi padre.

La reacción de Tina no se hizo esperar. Su cara pasó de la preocupación a la burla.

—Oye, mis consejos, que últimamente no escuchas, también incluyen no beber alcohol en ayunas. ¿O es la resaca de anoche que te hace desvariar?

Andy mantuvo la mirada. Vio que los ojos de Tina se llenaban de asombro e incredulidad.

—¿Está vivo? ¿Cómo puede ser? Ay, Andy, pobre…, te habrás quedado de piedra… —Fue lo primero que salió de su boca. Lo siguiente, con un segundo de diferencia—. ¡Joder, la que se va a liar cuando tu madre se entere! ¿Lo sabe ya?

—Aún no.

—¡Qué desastre…! ¡Y en plena Navidad y con toda la familia en tu casa, que no se caracterizan precisamente por ser un dechado de calma y serenidad! Joder… ¿Cómo vas a soltarle a la mujer semejante noticia?

Andy asintió enfáticamente con la cabeza. Un hincapié que vino a confirmar que de los innumerables problemas asociados a la reaparición de Chad Avery, el mayor, con diferencia, estaba relacionado con Anna Estellés.

—No lo sé, Tina… Me aterra la idea de que el disgusto sea tan grande que le dé un telele y acabemos todos en el hospital… Pero ¿qué otra alternativa tengo?, ¿no decírselo? No es posible. Te juro que no sé que hacer. Le he dicho a él que buscaría la mejor forma de manejar este asunto pero, ¿la verdad?, no tengo la menor idea de cómo hacerlo.

—Menudo shock habrá sido para ti… No puedo creer que siga vivo, Andy… Qué locura. ¿Seguro que estás mejor? No me mientas, ¿eh?

—Fue un shock tremendo. Todavía no acabo de asimilarlo…, pero sobreviviré, no te preocupes.

—¿Y cómo está él, está bien…?

Tina lo había conocido con diez u once años, al empezar a frecuentar la casa de Sonia donde se reunían a hacer los deberes juntas después de salir del colegio. No lo había visto muy a menudo -el tipo era un especialista en desaparecer por largas temporadas-, pero lo recordaba. Era un bromista simpático cuando estaba bien y una piltrafa humana que se ponía irascible al menor comentario el resto del tiempo. Claro que entonces no veía con tanta claridad como ahora las razones de sus cambios de humor. Anna lo achacaba a que estaba enfermo, pero sus hijos eran pequeños y no les había explicado en qué consistía su enfermedad. No lo hizo hasta que Sonia, la mayor de los tres hermanos, empezó a darse cuenta de lo que le sucedía.

—Bueno, en apariencia, mucho mejor que en mis recuerdos… Tiene el pelo blanco en canas y aparenta muchos años más que los que tiene… Al lado de mi madre parece su abuelo… Pero aparte de eso, está más corpulento. No sé, parece bastante recuperado…

En realidad, Andy iba decir que ya no se parecía al hombre de piel amarillenta y aspecto desnutrido que ella recordaba. Pero no quería ser excesivamente dura. Después de todo, Chad Avery era un enfermo.

—Y está limpio, supongo —apuntó Tina, dando a entender que para ella era un requisito indispensable para hacer pasar a Anna por el trago amargo de decirle que el padre de sus hijos no solo seguía vivo sino que estaba en la isla.

Andy volvió a asentir.

—Dice que lleva limpio cinco años ya…

El asombro que tomó por asalto el rostro de Tina fue imposible de disimular.

—¿Y se puede saber a qué ha venido ahora, después de llevar nada menos que cinco años en sus cabales? Me parece alucinante, Andy. Y si a mí me lo parece, que no tengo nada que perdonarle, no puedo siquiera imaginar lo que le parecerá a Anna…

Esa era la pregunta que se haría todo el mundo. La que ella misma había formulado alto y claro. Qué lo había llevado a decidir regresar y mostrarse justamente ahora.

Y la respuesta también tenía sus bemoles. Ella podía entenderlo, pero apostaba la cabeza a que el resto de la familia no lo haría. Su madre, probablemente, tampoco.

—Es un adicto en rehabilitación, Tina. Un paso fundamental de esa rehabilitación es pedir perdón e intentar remediar el daño causado.

Vio como su amiga se recostaba contra el respaldo de la silla y en su expresión lucía con claridad un «¡acabáramos!». Eso también era exactamente lo que pensarían todos. Lo único en lo que se fijarían.

—Hay excepciones al cumplimiento de ese punto del programa. Porque, lógicamente, no se trata de desvestir un santo para vestir otro. —Había entrenado a ex-alcohólicos en su último trabajo en Londres y estaba al tanto de los famosos «doce pasos».

—No ha venido a recuperar su antigua vida familiar, Tina. Ni siquiera vive en Europa. Pero está vivo y limpio, y Danny y yo somos sus hijos… Tenemos derecho a saberlo y a decidir qué clase de relación deseamos tener con él. Y mi madre… También tiene derecho a saber la verdad.

—¿Y ha necesitado cinco años para llegar a esa conclusión?

Andy sacudió la cabeza visiblemente contrariada.

—¿Es una impresión mía o ya lo has sentenciado de antemano? —Tina apartó la vista. La sola idea de verla a ella y a su familia sufrir por un tipo que se había largado sin más hacía años le resultaba insoportable—. Todo lo que tú puedas estar pensando, ya lo he pensado yo. Así no me ayudas. Él está aquí, quiere hablar con nosotros, y tengo que decírselo a mi madre y no sé cómo. Por eso he venido.

Tina exhaló un suspiro.

—Disculpa, tienes razón… ¿Y Danny? —dijo, alarmada, al caer en la cuenta de que el muchacho sería incluso más difícil de manejar en aquel asunto que su propia madre—. No creo que Anna se lo vaya a tomar con calma, pero de lo que estoy segura es que tu hermanito se va a poner como un loco. Hace lo mismo con todo lo que tenga que ver con ella. Mira al pobre Jaume, las cosas que le tiene que aguantar y eso que Danny sabe que es un buen tipo… A Chad no va a querer verlo ni en pintura, Andy. Ni ahora ni en el futuro.

—No quiere —repuso ella confirmando las sospechas de su amiga que la miró con los ojos muy abiertos, preguntándose qué había sucedido.

Andy le relató brevemente el encuentro con su hermano mientras Tina la escuchaba visiblemente preocupada sin hacer comentarios.

—Le he dicho que lo esperaba aquí porque no quiero dejarlo a su aire, rumiando su rabia y multiplicándola por mil. Pero todo el mundo estará en mi casa y cuando lo vean entrar por la puerta, les bastará mirarlo para darse cuenta de que algo va muy mal. Y querrán saber qué es… No puedo atender tantos frentes al mismo tiempo y tampoco quiero que empiecen a agobiar a mi madre con sus opiniones…

Tina asintió. Se iba a organizar una buena en cuanto se enteraran. Los hombres de la familia solían reaccionar como animales heridos si detectaban que otro miembro del clan estaba en peligro.

—¿Y Dylan?

La mirada de Andy se dulcificó al oír su nombre.

—Él fue quien abrió la puerta y vino a decirme lo que sucedía, yo estaba jugando con Luz… Seguro que no entiende nada… Nada de nada. Imagínate, sigue sin resolver las cosas con su propio padre, y eso que Brennan no se fue de casa ni abandonó a la familia a su suerte, pero ¿crees que le dijo algo al mío o le dedicó siquiera una de sus miradas superexplícitas? Ni un gesto, ni una palabra. Eso sí, no se apartó de mí en ningún momento. —Esbozó una sonrisa tristona—. Estaba ahí, como un soldado. Con Luz en brazos y sin perderse un solo detalle de lo que sucedía entre mi padre y yo… Es un tío increíble.

Tina asintió complacida.

—Tu chico es un campeón.

Andy continuó pensando en voz alta.

—Me gustaría poder hablar con mi madre en privado… A ser posible, en otra parte. Que tuviera la ocasión de reaccionar como le diera la gana, sin estar bajo el escrutinio de toda la familia… —Exhaló un suspiro, más preocupada por momentos—. Pero con lo que le cuesta moverse, ¿con qué excusa voy a sacarla de allí? No va a querer ir a ninguna parte. Eso, suponiendo que yo no lleve la palabra «problema» escrita en la cara, como hará Danny, y ella se dé cuenta tan pronto me vea… ¿Y si se descompone o se desmaya…? Dios… Te juro que no sé qué hacer.

Tina le apretó la mano cariñosamente en un gesto de ánimo.

—A ver, pensemos… Hay que contar con que la afectará. Aunque más no sea por la rabia que le va a dar enterarse de que ha seguido vivito y coleando todos estos años… Su enfermedad la hace mucho más sensible a los disgustos, así que lo mejor es contar con eso y estar preparados. Y si le va a afectar, queremos que esté en un entorno lo más seguro posible, cuestión de tener las cosas controladas. ¿Estamos de acuerdo? —Andy asintió—. Entonces, hasta aquí, bien. Sigamos… Lo más probable es que todos estén en el salón grande, así que al llegar, tú y tu hermano podríais quedaros en tu habitación o en la sala de juegos de Luz y nadie se enteraría. Desde allí, hablas con tu marido para que se lleve a Danny a la cocina con él y le envías un mensaje a Anna pidiéndole que vaya a verte. Supondrá que estás planeando algo y no quieres que la familia se entere. Son unos cuantos pasos… No creo que le importe y, con suerte, aparecerá sola… Llegado el momento de la verdad, le dices lo que hay. ¿Cómo? —Tina hizo un gesto de disgusto con la boca—. Es una mierda de noticia, la mires como la mires, y a tu madre le gustan las cosas claras y concisas, así que… Sin rodeos, Andy. Algo en plan: «Papá está vivo. Hoy ha venido a vernos. Quiere hablar contigo y con Danny». Más conciso, imposible, ¿no? —Se llevó una mano a la frente—. ¡Joder… Anna va a alucinar en colores! Pero es lo que hay… ¿Te parece un buen plan? Igual, cuando llegue el momento todo sale al revés y toca improvisar pero, de partida, creo que podría funcionar… ¿Qué opinas?

Andy se encogió de hombros. ¿Cuántas probabilidades había de que las cosas no se salieran de madre y que un momento que de todas formas sería duro, no acabara convertido en un drama familiar, abierto a las opiniones y a los juicios de valor de todos los Estellés? Conociéndolos, no muchas. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?

—Supongo que sí…

—¿Quieres que te acompañe y se lo digamos juntas?

Andy suspiró aliviada como si acabaran de sacarle un enorme peso de encima, aunque, en realidad, lo peor seguía estando por llegar. Estiró la mano por encima de la mesa y apretó la mano de su amiga en un gesto de agradecimiento.

—Eso sería genial, Tina.


* * * * *



Danny había llegado puntual a la casa de Tina y le había enviado un mensaje a su hermana diciéndole que la estaba esperando en la calle. No había querido subir. Cuando las amigas bajaron, lo vieron apoyado contra la pared del edificio.

Tina enseguida se acercó al chico a darle un ligero abrazo, parecido al que los hombres se daban entre los de su mismo género.

—Hola, Danny. Acabo de enterarme. ¿Estás bien?

Él se limitó a asentir con la cabeza y rápidamente se movió de donde estaba, dejando claro que no quería abrazos ni seguir hablando del tema.

Andy reparó en su mirada; seguía siendo tormentosa y eso no era un buen augurio, pero confiaba en que Danny no complicaría demasiado las cosas. Si en lo peor de su enfado había sido capaz de hacer lo que ella le había pedido, era porque había comprendido que lo verdaderamente serio y preocupante estaba aún por llegar y que, indirectamente, con su actitud podía influir en la gravedad con la que Anna se tomara la noticia. En todo caso, no podía juzgarlo; la noticia que había recibido era de aúpa y tenía todo el derecho del mundo a reaccionar mal. La cuestión era que los dos tenían un bien mayor que proteger, su madre. Necesitaban mantener la calma y no añadir más pesar al que de por sí ya tendría Anna cuando se enterara.

El viaje en el coche de Tina había sido silencioso. La distancia era corta y la preocupación se palpaba en el ambiente. Preocupación que aumentó cuando al entrar en la casa procurando hacer el menor ruido posible, no lograron avanzar más que unos pocos metros por el corredor antes de que Maverick saliera del baño y al verlos los recibiera con su buen humor habitual:

—¡Eh, pero si ya tenemos a la dueña de casa por aquí! ¿Qué tal, Bella Durmiente! Hola, Danny… Hola, entrenadora, chica, tú siempre tan en forma…

Andy lo saludó con una sonrisa mientras maldecía por dentro, tras lo cual lanzó una breve mirada a Tina quien también maldijo por dentro. ¿No había dicho que igual tocaba improvisar? Pues eso.

Sin embargo, Tina era la que estaba más entera por lo que decidió echarle una mano a su amiga.

—Hola, Maverick… Sí, siempre en forma. Gracias. Y ahora que tu chica no me está escuchando aprovecho para decirte que tú también estás muy en forma. ¿Seguro que no te vas a sudar al gimnasio sin que nadie se entere?

La risotada de Maverick les informó a los recién llegados que lo único que le faltaba para completar sus interminables jornadas laborales era acudir a un gimnasio a sudar la gota gorda.

Al entrar en el salón, Andy se sintió aliviada de comprobar que sólo estaban allí Ike, las hermanas de Dylan y su padre. Eso quería decir que los planes no se habían estropeado del todo. Quizás, aún fuera posible hablar con su madre a solas. Todos acabarían enterándose del giro que había dado la vida de los Avery, eso lo tenía claro, pero seguía abogando por ofrecerle a Anna el mayor espacio posible antes de que la noticia corriera como reguero de pólvora.

Después de los saludos, Maverick continuó bromeando.

—¿Qué, Andy, has logrado recuperarte de tu noche loca o te enviamos a la cama un par de horas más?

—¿Mmm? —Andy ya no se acordaba ni del sueño ni del cansancio. Su mente estaba tan ensimismada en lo que se traía entre manos que le tomó unos instantes entender la pregunta—. Ah, no. No del todo, la verdad… Por cierto, ¿y mi madre?

—En la cocina, con ese señor canoso tan alto y atractivo, y con tu tía Neus —repuso Erin.

¿Y Roser? No la habían mencionado. Sin su suspicacia y su mala leche, todo sería mucho más fácil, pensó Andy. No pudo más que cerrar el puño en un disimulado gesto de ánimo.

—¿Alto y atractivo? Erin, por Dios, qué despistada eres. Se llama Jaume y lo tienes más visto que a una moneda de cincuenta peniques.

Erin se fijó en Ike que la miraba con una sonrisa pícara en su rostro que parecía decir «vaya, ¿tendré que decolorarme el pelo?», y comprendió enseguida por qué su hermana había aprovechado para meter baza.

—Lo sé, lo sé… Nunca consigo acordarme de su nombre… Pero mi descripción no falla nunca; todo el mundo entiende enseguida de quién estoy hablando —celebró.

Las risas devolvieron a Andy a la realidad. Lanzó una rápida mirada a Tina y a continuación, se apartó el flequillo de la frente e intentó centrarse.

—No veo vasos ni aperitivos… ¿Os han dejado aquí solos y a palo seco? No me lo puedo creer…

—No, no, qué va, Andy —intervino Maverick—. Hasta hace un rato también estábamos en la cocina, pero nos enviaron amablemente fuera del santo sanctasanctórum en cuanto se enteraron de que tu marido había llegado, y te aseguro que hemos arramplado con todo lo que nos ponían delante. Ya conoces a tu madre. ¡No hemos dejado ni una triste aceituna!

Brennan notó algo extraño en Andy que no supo precisar. Parecía distraída. No era la persona sociable y divertida de siempre. Su hermano, en cambio, parecía enfadado. Seguía de pie junto a ella, con las manos en los bolsillos y no había pronunciado una sola palabra desde que había entrado. Si a eso le sumaba que Dylan hubiera llegado con Luz hacía un buen rato ya y que todavía no se hubiera acercado al salón, a dar señales de vida, resultaba claro que algo había sucedido.

—Mi hijo está en la habitación de Luz intentando que la niña duerma la siesta. Aunque por el rato que lleva allí quizás quien se ha dormido es él —bromeó.

Andy asintió haciendo un gesto de «¡todo es posible!» y enseguida se puso en marcha.

—Entonces, mejor voy a avisarle que ya he llegado.

—Yo estoy en la cocina, Andy —anunció Tina. Andy asintió; había llegado la hora de la verdad.

Danny hizo el ademán de seguir a la entrenadora hasta que la voz de su hermana lo detuvo.

—No, tú ven conmigo, Danny, por favor.

El joven dio media vuelta de pésima mala gana e hizo lo que su hermana le pedía.

Y para entonces, nadie le quitaba de la cabeza a Brennan que algo sucedía.

Algo serio.