EPISODIO 15



En el dormitorio principal de la casa reinaba el silencio. Se trataba de una estancia muy amplia, igual que el resto de la casa, con las paredes y las cortinas blancas y pocos muebles de estilo mediterráneo; dos sillones de estilo rústico junto a la ventana, un armario ropero de tres cuerpos, una cómoda que hacía las veces de escritorio, donde cajas de maquillaje y frascos de perfume alternaban con placas base, procesadores y memorias RAM, y una cama kingsize con un gran cabecero de madera tallada y sendas mesillas de noche a juego, cuatro almohadas de aspecto mullido y sábanas de hilo blanco sobre la que se extendían dos mantas, una gruesa de color té con leche y sobre ella, a los pies, una más pequeña de color tostado, terminada en flecos. Las paredes estaban principalmente dedicadas a fotos de la más pequeña de la casa, pero también había dos óleos de pintores locales, ambos paisajes menorquines de gran colorido y fotos de los dueños de casa y su familia, todos en marcos de madera clara pintada a mano. La combinación del mobiliario de madera de líneas simples con los colores claros lograba imprimir a la estancia un aire de tranquilidad que invitaba al descanso.

Sin embargo, debajo de la gruesa manta, Anna apenas había dormitado un rato. Más por el cansancio que sentía que otra cosa. El resto del tiempo lo había pasado con los ojos cerrados y el cerebro ocupado en intentar poner orden en el caos y tomar una decisión. A pesar de lo preocupados que estaban todos, ella les había pedido que se marcharan y la dejaran descansar, asegurándoles que se encontraba bien. Jaume no se había dado por aludido. Seguía en la habitación. Vigilante, como siempre. Pero ella necesitaba pensar. Tanto como necesitaba no hacerlo sufrir más de lo que ya estaría sufriendo. Necesitaba desesperadamente que esta nueva realidad que había irrumpido en su vida, no se cobrara más víctimas.

Como siempre, su sentido común había probado estar en lo cierto. Hoy en día no era tan fácil desaparecer de la faz de la tierra a menos que la desaparición fuera voluntaria. No había habido un cataclismo o una guerra para explicar que una persona sencillamente se evaporara de la existencia sin dejar rastro. Tenía que seguir vivo. Y así había sido, aunque por más que le daba vueltas al tema, no se explicaba cómo había podido sobrevivir. No ya a las adicciones y a sus devastadores efectos sobre el organismo, sino a la ausencia. A no estar. A no ser parte de la vida de sus hijos. A quedar convertido en un lejano y borroso recuerdo para personas que debían serlo todo para él ya que eran parte de su ser; llevaban su sangre, sus genes, su apellido. Anna era incapaz de imaginar un escenario en el que su camino se alejara del camino de sus hijos. Solo la muerte podría arrancarla de su lado. ¿Una decisión consciente? Jamás.

En otras épocas no muy lejanas, constatar que Chad seguía vivo, que, en efecto, era un monstruo capaz de haberlos abandonado a su suerte sin una palabra, sin dar una señal de vida en años, habría supuesto un gran drama personal. Habría habido mucha lucha interior, muchas lágrimas, muchos porqués y un nivel de impotencia y de rabia de tal magnitud que la habrían llevado a enfrentarse a él como una fiera.

Pero si algo tenía de bueno su enfermedad, era haberla convertido en alguien eminentemente práctico. Ya no le quedaban lágrimas para dedicarle a Chad, ni interés en los porqués, ni energía para dilapidarla en alguien que se había alejado de su vida hacía siglos y por propia voluntad. Por no tener, casi no tenía ni tiempo. El pronóstico de vida después de un diagnóstico de E.L.A. era de cinco años y ella ya había consumido tres.

Lo que, en cambio, sí que tenía ahora era un hombre que le recordaba cada día, cada minuto, lo que era el amor de pareja. A veces, no podía evitar pensar que parecía una broma del destino que hubiera tenido que ser Jaume, su primer amor adolescente, quien le enseñara, a la vuelta de los años, después de tres hijos y tres décadas alejada de sus raíces viviendo en tierras lejanas, cómo era ser amada de verdad.

Sin embargo, había cosas que continuaban inmutables.

Chad seguía siendo el padre de sus hijos.

Y ella seguía siendo Anna Estellés. Ahora más que nunca.


Jaume sonrió aliviado al ver que Anna se sentaba en la cama. Su sonrisa se ensanchó, esta vez debido a la sorpresa, al ver que la luz de su mesilla se encendía automáticamente en cuanto ella había apoyado los pies en el suelo. Ya le había pasado antes, cuando al ir a sentarse en el sillón, la luz del flexo que había en la parte superior del respaldo también se había encendido sin que él hiciera nada. Le hacía gracia que las cosas que en otras casas solían ser inanimadas, en la de Dylan y Andy parecieran tener vida propia.

Dejó a un lado la revista que hojeaba y se acercó a ella.

—¿Te ayudo o solo has cambiado de posición un rato?

Anna le dedicó una larga mirada afectuosa.

—Creo que me quedaré un ratito más así… Me gustaría que hablemos. ¿Por qué no acercas ese sillón hasta aquí y te sientas frente a mí?

Una sensación desagradable recorrió a Jaume. Durante el tiempo que Anna había permanecido echada en la cama con los ojos cerrados, aunque no dormida, él no había dejado de darle vueltas al asunto. La noticia había sido totalmente inesperada pero, superado el primer momento de sorpresa y con el ánimo algo más sereno, estaba seguro de que ella había podido apreciar las enormes ramificaciones que tenía el suceso. Que el hombre estuviera vivo había sido una sorpresa, pero lo que ahora estaba por verse era de qué manera eso afectaría la vida de Andy, la de Danny y, especialmente la vida de Anna. Y, por supuesto, su propia vida.

Jaume hizo lo que Anna le había pedido y se sentó frente a ella, mirándola expectante.

—Primero que nada quiero dejar claro que su existencia no modifica en nada la nuestra.

Ella había hecho un movimiento con la mano dando a entender que se refería a la relación que había entre ellos. De partida, Jaume le creía. Quería creerlo. Pero no estaba tan seguro de que las cosas fueran a resultar de esa forma a largo plazo.

—Me tranquiliza oír eso —concedió con un punto de humor. Era su forma de agradecerle el gesto de despejar en primer lugar aquel asunto tan importante para ambos.

Anna esbozó una sonrisa. Ella le agradecía su talante permanentemente conciliador. En un día como aquel, mucho más que nunca.

—Me alegra saberlo.

Tras una pausa, Anna continuó:

—Sé que lo más fácil sería hacer de cuenta que esto no ha sucedido y seguir con mi vida. Estoy segura de que no hay un solo Estellés en esta isla que no aplaudiría mi decisión de no recibir ni escuchar al padre de mis hijos.

Jaume sintió que se le daba vuelta el estómago. Sabía lo que ella diría después. Lo había sospechado desde el primero momento. Y la admiraba por ello, pero, al mismo tiempo, le daba miedo.

—Pero no serías tú si hicieras eso —le dijo.

Anna asintió ante aquella afirmación expresada con tanta dulzura como convicción.

En efecto, no era de la clase de personas que le daba la espalda a los problemas, vinieran de donde vinieran. Estaba claro que para el padre de sus hijos las cosas funcionaban de otra forma, que para él marcharse y no mirar atrás no había supuesto ningún problema. Sin embargo, independientemente de lo que hiciera Chad Avery, ella procedía de otra forma. Él estaba en Menorca, había venido a explicar lo sucedido y a pedir perdón para poder seguir con su vida. Era el padre de sus hijos, no le daría la espalda.

—Voy a escuchar lo que tiene que decir y una vez que lo haya hecho, él seguirá su camino y yo seguiré el mío. Por supuesto, no voy a interferir de ninguna manera en la relación que mis hijos quieran tener con él, pero yo no tendré ninguna.

Jaume volvió a asentir con la cabeza. Detestaba que Anna tuviera que pasar por semejante trago, pero era su decisión. Y él la apoyaría de la misma manera que había hecho con todas las decisiones que ella había tomado desde que eran pareja. Incluso cuando hacerlo chocaba con sus más profundos deseos.

Anna exhaló un suspiro y tras una pausa continuó:

—Esta no es mi casa y, para colmo de males, está llena de gente con ganas de celebrar la Navidad. Pedirle que venga aquí, si quiere hablar conmigo, sería un error. No puedo hacerle eso a Andy. Así que he decidido que será en mi casa. Y que será hoy —añadió mirándolo directamente a los ojos—. Dios sabe que lo último que esperaba en la vida era tener que pasar por esto, pero así se han dado las cosas y quiero acabar con esto hoy. Mañana, cuando me despierte, él será un pasado al que ya nada me une y yo seré libre. Libre de verdad.

Jaume extendió una mano y le acarició una mejilla con suavidad. Sus ojos recorrieron sus facciones lentamente mientras pensaba qué diferente habría sido todo si tres décadas atrás a él no lo hubiera podido el orgullo.

—No creo que a Andy le importe que lo recibas aquí, pero creo que tienes razón; tú estarás más cómoda en tu casa y yo no tendré que preocuparme de contener a la «jauría Estellés» que, con todo el derecho del mundo, querrán lincharlo en la plaza del pueblo.

Anna esbozó una ligera sonrisa, se estiró hacia delante para tomar las manos masculinas.

—He dicho que yo iré, no que tú estarás conmigo.

La cara del constructor de barcos cambió completamente. ¿Esperaba enfrentarse a esa situación ella sola? Peor aún, ¿esperaba que él le permitiera hacerlo?

—Anna, ni lo sueñes. No voy a quedarme aquí bebiendo cerveza y haciendo relaciones públicas mientras tú estás pasando el peor momento de tu vida.

—El peor momento de mi vida fue perder a Sonia. Nada de lo que tenga que ver con Chad puede ser peor que eso.

—Te juro que no voy a intervenir. Sabes que puedes confiar en mí. Estaré en silencio, apartado, dejándote espacio para que digas lo que tengas que decir sin preocuparte por mí… Pero cuidándote. Preparado para echarte una mano, si lo necesitas. Desde aquí no voy a poder hacerlo, Anna. Por favor…

Ella se llevó las manos masculinas a los labios y depositó sobre ellas una lluvia de besos. Le emocionaba su entrega, su devoción. Le acariciaba el alma la forma en que él dejaba claro con cada gesto y cada acción el profundo amor que le profesaba.

—Me niego a que estés allí, escuchando las excusas de un hombre incapaz de amar a nadie. No te haré pasar por eso. Mi decisión está tomada.

Jaume apartó la vista sintiendo cómo la angustia y la impotencia se apoderaban de él. Detrás de la permanente dulzura de Anna, había una mujer de ideas claras y decisiones firmes.

—No me gusta y sé que no me queda más remedio que aceptarlo… Ahora bien; tú no quieres que yo vaya y yo no quiero que estés sola. Así que alguien tendrá que estar allí, contigo.

—No iré sola, Jaume. Claro que no. Y sé que no te gusta, pero me quedaré mucho más tranquila si sé que tú estás aquí. ¿Harás eso por mí?

Jaume sacudió la cabeza a un lado y al otro. El tiempo que Anna estuviera en compañía de ese tipo serían los minutos más largos de su vida. Tanto que ni siquiera estaba seguro de ser capaz de quedarse en el salón con los demás, como si nada sucediera. Lo más probable era que desapareciera sigilosamente y acabara apostado al otro lado de la puerta de la casa familiar, alerta y dispuesto para intervenir al menor signo de alarma.

Al fin, sus miradas volvieron a encontrarse.

—Odio lo que me estás pidiendo, mujer. ¿Pero acaso hay algo que yo no haría si tú me lo pides?

Anna tomó el rostro de Jaume entre sus manos y depositó un beso tierno sobre sus labios.

—Gracias, amor. Ahora, necesito que hables con mi hermano y le pidas que venga.


* * * * *



Cuando Jaume entró en el salón notó que había rostros tensos pero la conversación se desarrollaba en un tono normal, sin discusiones ni palabras altisonantes, lo cual supuso un alivio para él. Anna era su prioridad y dejarla sola no se le había cruzado por la imaginación, pero saber que Andy se enfrentaría sola a los leones, por más capaz que la creyera de vérselas con el ala más dura de los Estellés, lo había tenido bastante preocupado. Incluso en algún momento y a pesar de lo grande que era la casa, le pareció oír el sonido de varias voces hablando al mismo tiempo.

Se acercó hasta donde estaba Pau y se inclinó para que él le oyera sin necesidad de levantar la voz.

—Tu hermana pregunta por ti. ¿Vienes?

Pero la sola presencia de Jaume en el salón atrajo la atención de todos. Pau se levantó de inmediato y lo siguió.

—¿Está bien?

Jaume asintió con la cabeza pero ni se detuvo ni añadió nada más. Anna estaba todo lo bien que podía esperarse después de haber recibido una noticia como la de que Chad estaba vivo y, de hecho, a pocos kilómetros de donde se hallaba ella. Pero dado que había decidido escuchar lo que él tuviera que decir, todavía estaba por verse cómo estaría después de hacerlo.

Andy respiró aliviada al ver el gesto de Jaume, pero no estaba dispuesta a quedarse al margen del asunto. Primero porque se trataba de su madre. Segundo porque la razón de todo aquel revuelo era su padre. Se unió a la comitiva como si a ella también la hubieran invitado.

Al verla, Jaume hizo la aclaración pertinente.

—Anna ha dicho «Pau». No le va a gustar verte aparecer cuando no te ha convocado.

—Lo sé, te he oído. Pero, ¿sabes qué? —La noticia de que su madre estaba bien le había devuelto la sonrisa. Hizo un mohín cómico—. Voy a sacar el comodín de dueña de casa y me voy a apuntar igual.

—¡Eh, pero qué idea más buena! Me la apunto —comentó Maverick. Siendo una persona jovial, a esas alturas necesitaba más que el aire que todos disfrutaran de un rato distendido.

—¡De tal madre, tal hija! Así se hace, nena —bromeó Tina.

Se oyeron algunas risas que todos recibieron con agrado, dado el nivel de tensión que habían vivido durante la última hora y media. Lo que se oyó a continuación volvió a tensar el ambiente.

—Si tú vas, yo voy. Quiero verla —dijo Danny.

Esta vez Jaume paró en seco.

—No, lo siento. Dudo que tu madre vaya a dejar participar a Andy, pero a ti, seguro que no. Ya la verás más tarde.

—Pues que me lo diga ella —espetó el muchacho.

Jaume no se movió del sitio. Solía tenerle mucha paciencia al muchacho y lo quería de verdad, pero aquel día, su temperamento impulsivo estaba siendo un problema.

—Tendrá que bastarte con que te lo diga yo, Danny.

Andy agarró a su hermano por el brazo con suavidad.

—¿Has cambiado de opinión sobre él? —Deseaba con todo su corazón que la respuesta fuera «sí», pero no se llamaba a engaño. Todo era demasiado reciente para la capacidad de resiliencia de su hermano.

—Qué dices. No tengo ningún interés ni en ver ni en escuchar a ese señor. A quien quiero ver es a mamá.

«Ese señor es tu padre, Danny», pensó Andy que, al fin, exhaló un suspiro de resignación.

—En ese caso, lo mejor que puedes hacer es quedarte aquí. Esto ya es bastante difícil para todos. Por favor, no empeores más las cosas. Mamá está bien y como ha dicho Jaume, ya la podrás ver más tarde.

El muchacho soltó un bufido, miró a su hermana a punto de explotar. Ella se limitó a ignorarlo y abandonó el salón, tras Pau y Jaume.

Dylan decidió intervenir antes de que el chico volviera a hacer de las suyas en un ataque de estupidez adolescente y acabara enfadando a su hermana.

—Se te da bien hacer de tío, así que ¿por qué no vas a rescatar a mi hija de las garras de Hannibal King y la traes aquí?

—Ja. Ja. ¿Dárseme bien? Querrás decir que soy un gran tío —repuso Danny. Continuaba molesto, airado y su voz había sonado a niño enfurruñado, pero Luz era su debilidad. Hasta él mismo sabía que si alguien en aquella casa podía conseguir que se calmara era la pequeña regordeta que le arrojaba besos a todo el mundo.

Lo era y Dylan no pensaba negarlo, pero cuando se disponía a hablar, en el lugar de la sala donde estaba su familia, Brennan miró a Shea interrogante.

—¿Hannibal King? —le preguntó—. ¿No dijo que se llamaba Ike?

Maverick ya se estaba tronchando de la risa. Sacó su móvil y buscó por internet una foto del actor Ryan Reynolds caracterizado como dicho personaje, y se la mostró al padre de Shea.

—Ahhhh… —repuso Brennan como quien acaba de descubrir la gravedad—. Vaya, sí, ya veo el porqué… Se le parece bastante, ¿no?

Un poco por el alivio de que las cosas parecieran estar encaminándose sin dejar víctimas por el camino, un poco por la genuina expresión de asombro en la cara de Brennan Mitchell, todos acabaron riendo.

Incluido el propio Dylan.


* * * * *



A Anna no le había gustado en absoluto ver a su hija allí. Su mirada reflejada en el espejo de la cómoda donde se estaba retocando el maquillaje, había sido tan gráfica que Andy había decidido curarse en salud.

—Lo sé, no me llamo Pau. Y no voy a interferir, pero estoy metida en esto tanto como tú. De hecho, más que tú, ya que fui yo la primera que habló con él y también la que se comprometió a intentar organizarlo todo.

—¿Esa es tu excusa? Pues aquí va la mía, atenta; no te quiero delante cuando esté hablando con tu padre.

Y acto seguido, se puso a examinar su peinado, intentando acomodarlo con las manos. El paño con que habían intentado refrescarle la cabeza, había humedecido grandes porciones de cabello en la frente, las sienes y la nuca que, después de cuarenta minutos acostada, habían vuelto a secarse con la forma de la almohada.

Dios, con lo agotada que se sentía y la pinta de espantapájaros que tenía, pensó.

Los ojos de Andy se iluminaron al saber la decisión de su madre.

—Así que… ¿Vas a hablar con él?

Notó que Anna se removía incómoda y volvía a dedicarle una mirada a través del espejo.

—Él va a hablar conmigo. Y repito; no será en tu presencia.

«Gracias a Dios», pensó Andy. Su madre no solo había superado el shock de conocer la noticia, también estaba dispuesta a escuchar a Chad. Tal como lo había expresado, probablemente sería un monólogo más que un diálogo, pero era un comienzo prometedor. En cualquier caso, era todo lo que él pedía; que Anna lo recibiera y le diera la ocasión de pedirle perdón.

Exhaló un suspiro de alivio y asintió con la cabeza.

—Lo respeto, mamá. Me quedaré en la puerta, en el baño, en la calle... Me da igual dónde mientras no me tengas al margen.

Esta vez Anna se giró en la silla, despacio, con esfuerzo. Miró a su hija directamente.

—Es un asunto entre tu padre y yo. Te quedarás aquí.

—¿Aquí? ¿Por qué? ¡Me voy a volver loca, mamá!

—Cariño, te quedarás aquí —repuso taxativa. Su voz sonó cansada, algo que quedó patente cuando Anna exhaló un suspiro y volvió a situarse frente al espejo con evidente esfuerzo.

Andy miró a Jaume en busca de apoyo. «A buen puerto vas a por leña» pensó él con ironía. Y se limitó a encogerse de hombros.

Entonces, Anna recordó que había algo muy importante que deseaba saber.

—Otra cosa. ¿Él sabe lo de mi enfermedad? —Le alivió ver que su hija negaba con la cabeza—. Bien. No quiero que lo sepa. Ocúpate de comentárselo a Danny también… Aunque, la verdad, dudo que mi niño vaya a mover un dedo por averiguar qué aspecto tiene su progenitor… Ya se lo diré yo a Chad si lo juzgo oportuno, ¿estamos?

Se trataba de algo que Andy había intuido desde el primer momento, de modo que no le sorprendió. En todo caso, podía entenderlo. Si estuviera en sus zapatos, también querría asegurarse primero de que el supuesto interés de Chad por «intentar reparar el daño causado» era genuino.

—Claro, mamá. Lo que tú decidas.

En aquel momento, Pau se apartó de la puerta donde había permanecido en silencio hasta entonces, y se acercó a su hermana.

—Espero que no me hayas llamado para decirme que yo también tengo que quedarme aquí.

—No, tú vendrás conmigo. Quiero que estés presente.

—¿Presente?

A Pau solo le había hecho falta soltar un puñetazo victorioso al aire. Tratándose de alguien que siempre estaba pendiente de su familia, enterarse de que Chad había reaparecido lo tenía en vilo, deseoso de conocer hasta el más mínimo detalle para empezar a planear la ofensiva.

Anna lo notó de inmediato. Por supuesto, conocía la razón de que su hermano pareciera haber vuelto a la vida al enterarse de que estaría presente en el «lugar de los hechos». No le agradaba esa faceta de Pau, pero sabía que era inevitable que él se implicara en aquel asunto.

—No presente allí mismo, pero cerca. Y como sé que no vas a poder evitar escuchar, tienes mis bendiciones para hacerlo.

Aquella alusión indirecta a su naturaleza de metomentodo, consiguió que a Pau se le arrebolaran las mejillas, pero lo ignoró. En realidad, le daba igual su propio sonrojo. Siempre había hecho lo necesario para proteger a los suyos y lo seguiría haciendo.

—¿Dónde es «allí mismo»?

—En mi casa. Si quiere hablar conmigo, que vaya a verme allí a las siete y media.

Andy sacó el móvil de inmediato y enfiló para la puerta al tiempo que anunciaba:

—Hecho, mamá. Yo me ocupo de avisarle.

—Bien —repuso Anna, que dejó caer la mano sobre la cómoda tras el último intento fallido de evitar que su peinado la hiciera parecer la hija de Frankenstein—. Y de paso, diles a Tina y a Neus que vengan. Con estas pintas no pienso ir a ninguna parte.

Jaume apoyó sus manos sobre los hombros de Anna y se inclinó para hablarle al oído mientras sus miradas se encontraban en el espejo.

—¿De qué pintas hablas, mujer? Ojalá pudieras verte como yo te veo, Anna; eres grandiosa, hermosa. Por dentro y por fuera.

«Ojalá», pensó ella. Aquel día en particular se sentía como si tuviera cien años. Ajada, cansada y, lo peor, profundamente decepcionada.

Pero no de Jaume. Él era, sin ningún género de dudas, lo mejor que le había regalado la vida después de sus hijos.

—Gracias, Jaume. Tú eres la medicina perfecta para mi ánimo.