EPISODIO 18
—¿El padre de Andy está en la isla? Así que no había muerto… Tío, me parece increíble. Qué locura… Después de tantos años, no sé qué puede pintar aquí…
Ciro se cruzó de brazos. Echó un vistazo por encima del hombro hacia el interior de la cocina. Todos seguían ocupados con sus labores, ajenos a la conversación que él mantenía con Dylan. Todos, excepto Paula. Ella se había dado cuenta de que algo sucedía.
—Yo sigo alucinando —admitió Dylan, que ya lo había puesto más o menos al día del estado de las cosas—, pero si puedo ser franco, lo que más me alucina de todo es cómo se lo han tomado los hombres de la familia…
—No esperes piedad de ellos. Son muy territoriales.
—Mi casa no es su territorio, es el mío y habría agradecido un poco de ubicación. Se pusieron como locos. Peor que Danny, que ya es decir, y al fin y al cabo, es un adolescente y se trata de su padre… Estuve tantas veces a punto de soltarles una hostia en toda su cara… No te lo imaginas.
—Claro que me lo imagino. Menudo eres tú también, querido primo… Y menudos hipócritas ellos…
Dylan miró a Ciro interrogante.
—¿Por qué lo dices?
—Porque es la verdad. Mi abuelo se desentendió de Anna y su familia por orgullo y mi tío porque convenía a sus fines que el tipo siguiera en paradero desconocido o muerto. —Las cejas de Dylan parecieron unirse de tanto que frunció el entrecejo y aunque a Ciro le resultó sorprendente que lo dicho requiriera más explicaciones, era evidente que tendría que darlas—: Vamos a ver, Dylan, ¿de verdad crees que si ellos hubieran tenido interés en saber qué había sido, realmente, de Chad Avery, no lo habrían acabado averiguando de alguna forma? Y ojo, que no me alegra saber que ese hombre ha decidido dar señales de vida, no creo que salga nada bueno de eso, pero que no vengan ahora a rasgarse las vestiduras. Yo no me trago que dieran por bueno sin más que el tipo probablemente había muerto, como le dijo la policía a Anna. No quisieron escarbar porque no les convenía. Mi abuelo, porque por aquel entonces estaría muy ocupado lamiéndose las heridas que le había causado que Anna se hubiera largado de su querida tierra para casarse con un inglés. Mi tío, porque desde el primer momento luchó y luchó por volver a reunir a la familia bajo sus alas, no le convenía desempolvar a Chad. Al contrario, le interesaba que siguiera lo más enterrado posible. Y lo digo sin segundas. La familia es importante para él y no hay duda de que le dedica todo su tiempo y su energía. Pero, chico, donde las dan, las toman.
Dylan no se había detenido a pensar en ello hasta ahora, pero lo que Ciro decía tenía cierto sentido. Él mismo había sido testigo de lo que era capaz de hacer el tío de Andy cuando se obstinaba en algo. No solo testigo, también víctima. Así que estaba claro; Pau había elegido dar por buena la versión policial tras el incendio, porque eso alejaba a Chad de la vida de Anna y la acercaba al lugar del que él, al igual que su padre, estaba convencido que ella nunca debía haber abandonado.
—¿Y qué va a pasar ahora? ¿Sigues teniendo la casa sitiada o…?
—La merienda-cena sigue en pie… —Tras mirar el reloj, Dylan hizo una mueca irónica—. Como sigamos así, será desayuno-cena, pero tendrá que ser a base de jamón y queso porque con semejante follón apenas si he podido picar una cebolla. ¿Qué te parece que hagamos?
Fue Paula quien respondió. Ninguno de los dos sabía cuánto llevaba allí, asomada a la puerta junto a la que ellos estaban ni, por tanto, cuánto había escuchado de la conversación.
—Pizza y ensalada. Es rico, es rápido de hacer y a todo el mundo le encanta. —Esbozó una sonrisa cuando Luz dio su aprobación balbuceando un «tíiiiii!» mientras asentía con la cabeza como si la hubiera entendido—. ¿Lo veis? A ella también le encanta la idea y los invitados os darán un diez en originalidad porque os aseguro que a nadie en este país se le ocurriría servir pizza con ensalada como menú de Navidad —y se echó a reír, haciendo que la pequeña empezara a desternillarse.
Dylan y Ciro intercambiaron miradas considerando la propuesta.
—Mmm… ¿Pizza y ensalada, en serio? No quiero acabar el año hundiendo mi prestigio, chicos. Si esto se filtra a la prensa, estoy acabado —dijo el chef, haciéndole un guiño a Paula.
—Bueeeeeno, tranquilo, firmaré yo el menú —repuso ella, con coquetería—. Para que lo sepas, la pizza me sale de miedo, así que…
Todo se le daba de miedo, pensó Ciro. Especialmente, sonreír. Dios, cómo adoraba esa sonrisa. Pero al hablar, dijo algo muy diferente.
—Ya veo. La Gran Paula Seguí es una auténtica caja de sorpresas.
Ella le dedicó una mirada vanidosa.
—Lo es —afirmó.
Dylan sonrió asombrado ante la interacción de las dos personas más hiperactivas que conocía y lo bien que congeniaban. Definitivamente, iba a necesitar información exhaustiva de lo que en su opinión sería, de confirmarse cierto, el romance de la década. Ya podía ver a Neus organizando una fiesta por todo lo alto.
Y pensándolo mejor, ver a Ciro en compañía de la wedding planner, alguien a quien tanto Francesc como Pau miraban con muy buenos ojos, quizás incluso llegara a neutralizar los efectos del disgusto que les había provocado la «resurrección» de Chad Avery. Tenía que conseguir que Paula se apuntara a la cena de Navidad.
—Pizza y ensalada, entonces —concedió—. Pero no sé si tengo suficientes ingredientes para todos… Con vosotros, seremos veinticuatro —dejó caer, cruzando los dedos.
A Dylan le pareció que hubo un momento de titubeo en la pareja. Como si cada uno estuviera esperando la reacción del otro. Quien jugaba de local era Ciro y estaba claro que era él quién tenía que mover ficha, pero la pausa se prolongaba… Decidió animarlo, posando su mirada sobre él.
Al fin, el chef reaccionó.
—Aquí hay de sobra y si nos faltara algo, seguro que podemos asaltar alguna tienda 24 horas —bromeó.
La sonrisa de Paula podía anudarse en su nuca cuando respondió:
—Ningún problema, yo me encargo. ¿Puedo usar tu cocina, chef Montaner?
Ciro puso cara de dolor. Bromeaba, pero no del todo.
—Si no la ensucias mucho…
—Mira quién fue a hablar de ensuciar… Los cocineros ensuciáis mucho más que las cocineras.
—Ah, pero yo no soy un cocinero… Soy un chef —repuso, alzando su dedo índice para subrayar la diferencia.
—¿Puedo o no? —dijo ella, simulando ponerse seria. Y cuando lo vio asentir, depositó un beso sobre la mejilla de Luz y le entregó la niña a Dylan—. Toda tuya, que ahora necesito las dos manos. ¡Adiós, Luz, adiósss!
Y con esas, la wedding planner regresó al interior de la cocina con su paso apresurado habitual bajo la interesadísima mirada del chef Montaner.
* * * * *
Chad reconoció a Pau al instante. Hacía dieciocho años por lo menos de la última vez que lo había visto, pero aquellas profusas cejas y aquel rictus de macho alfa característico de los hombres Estellés seguían siendo los mismos y resultaban inconfundibles. No había llegado a conocer en persona a su padre, solo por fotos, pero eran idénticos y, por lo que Anna le había contado, su carácter también lo era.
No había esperado que fuera Anna en persona quien le abriera la puerta, pero tampoco encontrarse con su mayor enemigo frente a frente a modo de aperitivo.
—Hola, Pau… —lo saludó, obviando las fórmulas sociales como «¿qué tal?» o «qué buen aspecto tienes» que solían decirse después, ya que sabía que solo conseguirían remover más a su interlocutor. La inquina que rezumaban sus ojos era más que suficiente.
Pau retrocedió para dejarlo entrar sin responder a su saludo. Volver a ver a aquel individuo había puesto en pie de guerra sus instintos más básicos y eso que había tenido tiempo de acostumbrarse a la idea de que, lo creyera o no, aquel tipejo había tenido la enorme osadía de presentarse en la isla a Dios sabía qué.
—Mi hermana me ha pedido que no intervenga y por ella, y solo por ella, lo haré. Pero voy a hacerte una advertencia: ten muchísimo cuidado con lo que haces porque estaré vigilándote todo el tiempo. Como escuche una palabra más fuerte que otra o vea una sola lágrima en los ojos de mi hermana, me ocuparé personalmente de sacarte a rastras de esta isla y de que jamás, JAMÁS, puedas volver a poner un pie aquí. Y esta vez no es «el adolescente con ínfulas de Dios» quien te habla. Para ti, y en lo que a esta isla concierne, soy Dios en persona.
Así solía referirse a Pau, era cierto. Y ya entonces, sabía que algún día él acabaría convirtiéndose en Dios. Siempre había apuntado maneras aunque a él le escociera tanto la evidente influencia que tenía sobre su hermana. Ahora, a la vuelta de los años y desde la plena sobriedad, tenía que reconocer que no había esperado un recibimiento distinto por su parte. En realidad, de una manera extraña que probablemente también era consecuencia de su rehabilitación, podía entender sus palabras, su amenaza. De hecho, de estar en sus zapatos, era bastante probable que él hubiera hecho lo mismo.
Chad se limitó a asentir con la cabeza y siguió a Pau al interior de la casa.
* * * * *
Si saber que estaba vivo había sido un shock para Anna, verlo con sus propios ojos no se había quedado atrás. Le costó reconocer al hombre que vivía en sus recuerdos en aquel individuo robusto de pelo y barba blanca. Parecía mucho mayor de lo que en realidad era y, sin embargo, su aspecto general era considerablemente mejor. Vestía con elegancia, tenía la tez limpia, sin rastros de ojeras ni las manchas que se habían apoderado de él en sus años de adicción. Detrás de sus gafas de montura metálica, sus ojos seguían siendo tan cálidamente hermosos como siempre.
Y si para ella había sido un shock, para Chad lo fue aún más. Ahora Anna llevaba el cabello más corto que entonces y con abundantes mechones rubios. Tanto el corte como el tono la favorecían mucho. Realzaban sus delicadas facciones y le daban aún más carácter a un rostro que a él, personalmente, siempre le había parecido hermoso. Daba igual si estaba maquillada, como ahora, o si lo llevaba al natural. Notó enseguida que había engordado un poco, aquel traje de chaqueta y falda de lanilla, con pequeños cuadros gris muy claro que se alternaban con otros de color blanco, realzaba su silueta de formas rotundas, increíblemente femeninas. Le sentaba de maravilla. Era una maravilla. La mujer más hermosa del mundo.
—Estás increíble, Anna… ¿Has hecho un pacto con el diablo? Me alegro tanto de volver a verte…
En otros tiempos, aquellas palabras habrían tenido un efecto positivo en ella. Ahora no. Ahora sabía que provenían de un hombre incapaz de cumplir sus promesas, para quien las palabras no eran más que una herramienta para salirse con la suya.
Por pura cortesía le agradeció el cumplido con un ligero gesto de la cabeza y a continuación, señaló el sillón que había frente a ella, al otro lado de la mesa ratona, en una indicación de que tomara asiento.
—¿Quieres un café o una bebida?
—Sí, gracias. Un café.
Anna llamó a Neus que, junto a Pau, estaba muy cerca, en la cocina.
Neus puso rumbo al salón intentando mantener a raya su rabia. Hacía siglos desde la última vez que había estado en la misma habitación con aquel hombre y se había hecho a la idea de que tal circunstancia no volvería a suceder. Chad nunca le había caído bien. Y sus sentimientos no tenían que ver con que fuera él quien había alejado a Anna de su familia, como pensaban su padre, Roser o, incluso, el mismo Pau. No le caía bien porque nunca lo había tenido por una buena persona. El transcurso del tiempo le había demostrado que estaba en lo cierto. Y ahora tenía que entrar allí, volver a verlo y mantener la boca bien cerrada para no empeorar las cosas.
Tan solo asomó la cabeza por la puerta que comunicaba el pasillo con el salón, pensando que sería la mejor forma de quitarse de en medio cuanto antes. Concretamente, antes de soltarle en su cara lo que pensaba de él.
—Dime, Anna.
Al oír su voz, Chad giró la cabeza. Notó que ella también estaba muy cambiada. Pero algo seguía siendo igual; continuaba lanzándole dardos envenenados con la mirada.
—Hola, Neus. ¿Qué tal?
La mirada femenina se mantuvo durante unos instantes en Chad para finalmente acabar en su hermana sin hacer el menor comentario.
Aquella reacción no sorprendió a Anna. Tampoco le molestó. Le pareció de lo más normal, dadas las circunstancias.
—¿Puedes traernos algo de beber, por favor? —le pidió—. Café para él. Para mí, lo de siempre.
—Claro, enseguida.
Tal como había aparecido, Neus se marchó. Sin dedicarle ni una mirada a Chad, quien pensó que si su actitud era una muestra de cómo estaban las cosas en la familia Estellés, aquel momento que llevaba horas deseando tanto como temiendo, sería mucho más duro y difícil de lo que había imaginado. Que ya era decir.
Neus había preparado café y puesto agua a calentar en la jarra eléctrica con antelación, por lo que pronto regresó al salón con una bandeja donde llevaba sendas tazas, el azucarero y un pequeño plato con galletas dulces. Al igual que había hecho antes, mantuvo su boca bien cerrada durante todo el tiempo. Podía entender, hasta cierto punto, que su hermana se sintiera obligada a pasar por el trago de recibir al padre de sus hijos y escucharlo, pero ella no se sentía obligada hacia él, en absoluto. Y como la diplomacia no era lo suyo, ni siquiera se molestó en disimularlo.
Hacía mucho que Anna había dejado de pensar en Chad y las últimas veces que su nombre había surgido, se había referido a él usando un verbo en pasado. Quizás, porque era mucho más fácil asumir la cruda realidad, imaginándolo muerto de sobredosis o por una intoxicación etílica en algún callejón oscuro, que pensar que mientras ella sufría por su ausencia y se volvía loca buscando formas de sacar adelante a sus hijos, respondiendo a sus preguntas sobre dónde estaba su padre lo mejor que podía, y sobre todo, intentando no dañar su imagen paterna, él, sencillamente, había elegido darles la espalda. Le provocaba tristeza incluso ahora. Una mucho mayor de la que había sentido cuando, tras varios años de ausencia, ella al fin había convenido consigo misma que lo mejor para todos era aceptar que lo más probable era que él hubiera muerto, y seguir adelante.
Reabrir ese capítulo de su vida era lo último que deseaba, pero así se habían dado las cosas. Cuanto antes acabara con aquel asunto, antes podría regresar junto a su familia a celebrar la Navidad y pasar página definitivamente.
Cuando al fin volvieron a quedarse a solas, Anna fijó su vista en Chad y pronunció las temidas palabras:
—Querías hablar conmigo y aquí estoy. Tú dirás.