EPISODIO 21
En el dormitorio de Andy y Dylan…
—¡Ay, Dylan, nooooo…! ¿Por qué has llamado al médico?
Tras aquella frase quejumbrosa, Andy se cubrió la cara con una de las almohadas, sintiéndose derrotada.
En aquella habitación había otras dos personas, aparte de Dylan, que podían oírla, su hermano y su suegro, pero con el susto que él seguía teniendo en el cuerpo, no se anduvo con rodeos.
Retiró la almohada de la cara de su mujer y tomó su barbilla para obligarla a mirarlo.
—Era eso o acabar celebrando la Navidad en la sala de espera del hospital. Algo que, según creo recordar, no estaba en tu agenda de hoy…
Ella soltó un bufido.
—Es un malestar pasajero. Estoy bien, no me pasa nada.
¿Lo decía en serio?, pensó Dylan. ¿De verdad, pensaba que no sucedía nada… O solamente quería hacerle pasar gato por liebre a él, para seguir sosteniendo el peso del mundo sobre sus espaldas aunque no estuviera en condiciones de hacerlo?
Dylan la miró fijamente y fue taxativo.
—No, Andy. No estás bien y hasta que lo estés, tomo los mandos de la nave nodriza, ¿estamos?
—Jooooooooo…. ¿Por quéeeee? Ajjjj, ¡qué exagerado eres, calvorotas!
Andy intentó manotear la almohada, pero él la retuvo. De puro enfado, ella acabó cubriéndose hasta la cabeza con la gruesa manta color té con leche, arrancándole a su hermano la primera sonrisa desde que ella había sufrido un desmayo.
Dylan no sonrió. Se había llevado el susto de su vida al verla en el suelo. De hecho, les había costado que recuperara la conciencia, y durante esos minutos eternos, el miedo se había instalado en su cuerpo y todavía continuaba allí, haciendo sonar todas sus alarmas.
—¿Exagerado? Y una mierda. Te has caído redonda en el pasillo, Andy. No quieras colármelaxii. Llevas un tiempo bastante revolucionada, y lo sabes. Que te deje a tu aire no significa que sea idiota. Así que no me trates como si lo fuera.
La cara de Andy reapareció fuera de la manta con expresión arrepentida.
—Perdona. Te he asustado… Pero estoy bien, no es nada serio. Lo digo de verdad. ¿Sabes? Creo que una parte de mí presentía que algo gordo se avecinaba y por eso estaba tan revuelta… Me sentía muy rara, muy inquieta… Sentía… —se quedó pensando un instante—. No sé… Desasosiego, intranquilidad, ansiedad… Como si pensara que estaba a punto de acabarse el mundo o algo así… —Se esforzó por sonreír en un intento de quitarle hierro al asunto—. Pero no, no ha sido el fin del mundo. He recuperado a mi padre, así que no ha estado nada mal…
Dylan la escrutó despacio. Dejando a un lado el innegable hecho de que un desmayo no podía asociarse a las palabras «estar bien», sus ojeras habrían valido por sí solas como un disfraz de Halloween y su palidez era superlativa. Jamás la había visto tan mal.
—Y si todo se debe a ese terrible presentimiento que, como has dicho, ya se ha resuelto para bien, ¿por qué te desmayaste hace un rato? ¿Por qué sigues teniendo esa pinta de zombi, como si no te quedara una gota de sangre en las venas?
—¿Pero tú has visto el día que he tenido hoy, calvorotas? El estrés no me ha matado de milagro…
La ceja enarcada de Dylan, le informó que su nueva excusa tampoco colaba.
Andy hizo pucheros en un intento de ablandarlo del que Dylan acusó recibo negando con la cabeza.
—Ni hablar. Y ya que estamos, cumplo en informarte que lo de mañana queda definitivamente como un plan en casa. No estás en condiciones de ir a hacer turismo.
—Vale —murmuró Andy antes de que él cambiara de idea. Dado el susto que Dylan llevaba en el cuerpo, le extrañaba que no hubiera cancelado el plan directamente.
—¿Y qué es «lo de mañana»? —quiso saber Danny.
Dylan y Andy intercambiaron miradas y fue él quien respondió.
—Tu hermana quiere pasar algún tiempo con vuestro padre antes de que vuelva a Kenia. Lo invitaremos a comer aquí.
Danny asintió con la cabeza y no hizo ningún comentario. Miró a su hermana con la preocupación pintada en el rostro y ella le apretó una mano cariñosamente.
Dylan era consciente de que si él mismo estaba intranquilo, el muchacho no se quedaba atrás. La noticia del desmayo de Andy se había extendido rápidamente y de todas las estancias de la casa habían empezado a aparecer caras preocupadas. Tras un intento no demasiado exitoso de tranquilizarlos, les había pedido que regresaran a sus actividades para dejar descansar a Andy. De hecho, le había encargado a Erin que hiciera las veces de anfitriona y se ocupara de los invitados mientras llegaba el médico. Todos habían obedecido. Todos, excepto dos; Brennan y Danny. Danny no se había movido de su sitio, sentado sobre la cama, a la izquierda de su hermana. Su padre se había marchado, pero tan solo unos minutos; los que había tardado en prepararle un té muy dulce a su nuera del que ella apenas había bebido un par de sorbos. Y allí se había quedado, sentado a los pies de la cama de matrimonio.
—Podrías darme una buena noticia y decirme que vienes —murmuró Andy. Su tono cansado fue un fiel reflejo de cómo se sentía, pero en su fuero interno sabía que tenía que intentarlo. Las veces que hiciera falta. Hasta que consiguiera que padre e hijo estuvieran frente a frente.
—Y tú podrías darme una buena noticia a mí y ponerte bien… Porque te juro que… —La voz de Danny se quebró y el joven enterró la cara en la almohada que había junto a la de Andy. Intentaba contenerse, pero su congoja era cada vez mayor.
La presión de los acontecimientos que se habían sucedido a lo largo del día, uno en el que todos tenían el recuerdo de Sonia a flor de piel, ya habían hecho mella en las emociones del muchacho quien al enfrentarse al miedo por lo que a Andy pudiera pasarle, se sintió superado y ya no pudo más.
Andy le despeinó el cabello cariñosamente. Miró a Dylan. Fue una mirada llena de impotencia y de pesar a la que él respondió con un gesto de que no interviniera. Al chico le hacía falta desahogarse y le vendría bien llorar sin sentirse en evidencia.
Pero Andy no podía dejarlo así. Simplemente, no podía. Inspiró profundamente y habló despacio, en voz baja.
—Estoy bien, pesado… Seguro que es el estrés… Pero ya que te afecta tanto, me voy a aprovechar…
—Noooo… —repuso el muchacho sin cambiar de postura. Su voz sonaba gangosa, a causa de hablar con la cara contra la almohada.
Andy esbozó una tenue sonrisa.
—Síiiii… Ya lo creo que sí. Ven mañana. No te quedes a comer, si no quieres, pero deja que papá te vea…
—Nooooo…
—Mírame, Danny. Vamos, mírame, por favor…
El joven al fin se apartó un poco de la almohada e hizo lo que su hermana le pedía. Andy notó que sus hermosos ojos marrones estaban enrojecidos. Otro tanto sucedía con la punta de su nariz. No necesitaba comprobarlo para saber que la almohada tendría las huellas de sus lágrimas. Y saberlo, le pellizcó el corazón.
—Os hará bien a los dos, Danny. Confía en mí.
El muchacho negó con la cabeza, decidido.
—No quiero hablar con él.
—Vale, pero ven. Al menos, deja que él vea el chico fantástico en el que te has convertido… ¿Lo harás por mí?
Danny puso los ojos en blanco y soltó un bufido. Le dedicó a su hermana una mirada recriminatoria y al final, cedió.
—Vaaaaale, pesada. Pero como no te pongas buena, te vas a enterar, ¿me oyes?
La risa de Brennan, aunque suave, se oyó con claridad. Dado que se había mantenido en silencio todo el tiempo, ninguno recordaba que el hombre continuaba allí. Todas las miradas confluyeron en él.
—Totalmente de acuerdo, Danny. ¿Qué es eso de darnos estos sustos? Tenemos que ponernos firmes con esta señorita. —Miró a Andy rezumando cariño y añadió—: Perdón, «señora».
Consiguió que los otros dos hombres que había en aquella habitación, sonrieran algo más aliviados.
Y que Andy se incorporara un poco sobre sus codos para que todos prestaran atención a lo que tenía que decir:
—Soy yo la que va a tener que ponerse firme con vosotros dos. —Su mirada con evidentes signos de agotamiento se desplazó de su marido a su suegro—. He visto que has hecho el equipaje, Brennan y no sé el porqué, aunque lo sospecho. Disculpad que meta mis narices donde nadie me llama, pero… Estoy demasiado agotada para andarme con sutilezas, así que… ¿No os parece que ya va siendo hora de arreglar las cosas de una vez? Os aseguro que si estuviera en mis manos, lo haría… Desgraciadamente, no es así.
Andy se dejó caer sobre la cama con un suspiro y cerró los ojos. Se sentía totalmente agotada.
No hubo más palabras y tras un breve intercambio de miradas con su padre, Dylan arropó bien a Andy y se inclinó a darle un beso en la frente.
* * * * *
—Ya me conoce, soy su marido —se quejó el irlandés cuando el médico lo invitó amablemente a esperar fuera de la habitación.
—Lo sé. Pero yo soy de la vieja escuela y, en todo caso, es Navidad y me has sacado de un karaoke familiar con mis nietos en el que me lo estaba pasando bomba, así que creo que me he ganado el derecho a decirte que, por favor, esperes fuera.
A sus palabras, había seguido una de sus manos, indicándole el camino.
«Joderrrrr», pensó Dylan que de mala gana dio media vuelta y fue a unirse a los demás en el pasillo.
Cuando la puerta se cerró, el irlandés sacudió la cabeza. Miró al grupo de familiares que se agolpaba en el pasillo interior, al que daban los distintos dormitorios de la casa.
—Volved al salón, por favor. Os avisaré cuando haya noticias. Tú también, papá.
—Si necesitas cualquier cosa, grita —dijo Erin, que empezó a animar a la gente a seguirla de regreso al salón.
Brennan no se movió del sitio y al notarlo, Dylan respiró hondo.
—Estás dolorido, no aguantas de pie. Ve al salón, por favor.
—No aguantaría allí ni dos minutos. Me quedo. —Miró a su hijo dándole a entender que su decisión no era negociable.
Dylan se volvió hacia su cuñado.
—Danny, hazme un favor, trae una silla para mi padre… No quiero tener que preocuparme por nadie más hoy. Y ve a ver cómo está Luz… Con tanto jaleo, no le he hecho ningún caso a la pobrecilla… —añadió, angustiado.
El joven se puso en marcha de inmediato, dejándolos a solas.
Durante varios minutos el silencio fue tan denso que podía tocarse con las manos. Al fin, Dylan sacudió la cabeza, contrariado. Andy había usado el verbo en plural para referirse a lo que padre e hijo tenían que arreglar, pero Dylan sabía muy bien que se lo estaba diciendo a él.
Y tenía razón.
Su viejo le había hecho la vida imposible y él se había largado de Irlanda sin el menor remordimiento, pero el anciano que estaba de pie a su lado, negándose a dejarlo solo, no era el mismo hombre del que se había alejado como si tuviera la peste. Hacía tiempo que había cambiado. Era él quien seguía anclado en un pasado tan pasado, que los recuerdos empezaban a ser borrosos.
—Dijo Andy que habías hecho el equipaje. ¿Por qué?
Brennan consideró un momento de qué manera respondería a su pregunta. El desmayo de Andy había provocado alarma en toda la familia, él mismo estaba muy preocupado, y no deseaba dar lugar a otro momento tenso diciendo lo que de verdad pensaba. Por otro lado, sabía que su hijo no recibía de buen grado las respuestas políticamente correctas. Iban en contra de su naturaleza.
—Me quedé en Menorca para poder ser parte de tu vida, Dylan. Pero nunca fue mi intención convertirme en una carga para ti. Desde hace seis semanas eso es justamente lo que soy y no sabes cuánto lo detesto. Andy insistió tanto y es tan buena chica que no pude negarme… Pero ya es hora de que os deje en paz.
Dylan respiró hondo y soltó el aire de forma ruidosa.
—No te vayas —Hizo una pausa para reunir el valor de decir lo que sabía que era cierto, a pesar de que llevaba semanas intentando convencerse de lo contrario—. No estás recuperado, necesitas ayuda… Perdóname por haber hecho que te sintieras una carga… No eres una carga… No eres tú, papá, soy yo. Estoy insoportable… Sigo muy jodido por cosas que dijiste y que hiciste en el pasado y antes o después, habrá que hablar de eso, pero no voy a seguir ignorando que llevas seis meses esforzándote por ser el padre que nunca fuiste para mí cuando todavía vivía en Irlanda. No es justo que haga como si no me diera cuenta, porque me doy cuenta.
Volvió a mirar a Brennan y le sorprendió ver que sus ojos se habían humedecido. Era una prueba más de que el hombre al que estaba mirando era muy distinto del que vivía en sus recuerdos.
—Por favor, quédate.
Brennan bajó la cabeza, decidiendo qué debía hacer. En efecto, no estaba recuperado. Hasta el menor esfuerzo le costaba horrores. Ese era el problema; que su ánimo se hallaba en franco declive y Dylan podía ser muy directo cuando algo no le gustaba.
Pero esta vez, Dylan estaba decidido a resolver aquel asunto y sabía que el primer paso era que Brennan siguiera en la habitación de invitados hasta su total recuperación. Lo intentó de otra forma.
—Además, aunque lo de Andy no sea nada serio, toquemos madera, ya la conoces; es imparable. Lo que le diga el médico le entrará por un oído y le saldrá por el otro, y yo estaré en un sin vivir cada hora que tenga que pasar fuera de casa… Si sé que tú estás aquí con ella, me quedaré más tranquilo.
Dylan miró a su padre y asintió con la cabeza varias veces, reafirmando sus palabras.
Y casi estuvo a punto de soltar un «¡hurra!» al verlo sonreír.
—En eso tienes razón… —concedió Brennan aliviado de comprobar que podía ser útil—. Si Andy sabe que estoy pendiente de ella, se esforzará más por hacerle caso al médico.
—Entonces, está decidido; te quedas. Quién me habría dicho que un día necesitaría ayuda para poder controlar a mi mujer… Joder, si me oyeran en el MidWay, se reirían de mí el resto de mi vida…
«Qué ironía más grande, desde luego», pensó Brennan.
—Es que Andy es mucha Andy —repuso.
Su voz había rezumado orgullo, algo que a Dylan le encantó. Ya estaba convencido de que su mujer era grande antes de presenciar su despliegue de valor y generosidad aquel día. Ahora le parecía el ser más excepcional que había conocido jamás.
—Lo es, ya lo que creo que sí —concedió.
* * * * *
Luz jugaba a aplaudir la cara de su padre mientras él bromeaba y se reía, haciendo las delicias de la niña que celebraba cada broma balanceándose en los brazos de Dylan y regalándole risitas felices a quien estaba cerca. Pero después de tres cuartos de hora frente a la puerta cerrada de su dormitorio, hasta la eficaz medicina de jugar con su hija, empezaba a perder sus mágicos efectos.
Dylan necesitaba saber qué demonios estaba pasando al otro lado de la puerta ya.
Como si le hubieran oído, de pronto, la puerta se abrió y el médico salió poniéndose el abrigo.
—Esa niña cada día está más bonita —comentó el doctor Grau—. ¿Qué tiempo tiene?
Dylan frunció el ceño.
—Quince meses. ¿Cómo está Andy?
El médico le hizo una carantoña a Luz a la que la pequeña respondió intentando aplaudirle la cara igual que había estado haciendo con su padre. Dylan retiró sus manos a tiempo, pero Luz volvió a intentarlo hasta que su tío intervino y tomándola de brazos de su padre, la mantuvo alejada de la cara del médico.
—Bien, bien, creo que bien… Le he dejado las órdenes médicas para unos análisis completos de sangre y de orina y a falta de ver los resultados, creo que no hay de qué preocuparse…
—Ah, bueno… —dijo el irlandés aliviado, pero enseguida se quedó pensando que aquella respuesta no le cuadraba del todo—. ¿Bien, dice? ¿Y por qué se desmayó? Eso por no mencionar la mala cara que tiene…
La conversación se estaba desarrollando en menorquín, la lengua local, de modo que Danny se la traducía a Brennan quién también se mostró sorprendido de que el médico hubiera dicho que no había de qué preocuparse.
—Porque es igual que su madre —repuso el doctor Grau con una sonrisa cómica—. Y porque, según me ha contado, hoy se ha llevado la sorpresa de su vida… El estrés y el ciclo hormonal femenino no hacen buenas migas. Se le pasará, no te preocupes. Bueno, vuelvo a mi karaoke… Feliz Navidad a todos… Ya te traerá Papá Noel la factura por mis servicios —bromeó. Y empezó a alejarse por el pasillo.
—Espere… —dijo Dylan poniéndose a su altura—. ¿En serio Andy está bien?
—En serio, hombre… Ve y compruébalo por ti mismo. No te molestes en acompañarme, conozco la salida.
Dylan regresó sobre sus pasos meneando la cabeza.
—Según él, no hay de qué preocuparse —dijo abriendo los brazos para luego dejarlos caer al costado del cuerpo—. No es por llevarle la contraria a la ciencia, pero a mí eso de que mi mujer se vaya cayendo redonda por ahí me parece bastante preocupante.
Brennan intentó tranquilizarlo.
—Quizás, fue por el estrés. La pobre ha tenido un día de locos.
—Bueno, no sé, me ha dicho que vaya y lo compruebe por mí mismo y eso es lo que haré. Esperad aquí. Quiero unos minutos a solas con Andy a ver si consigo enterarme de lo que hablaron.
Y con esas, entró en la habitación.