EPISODIO 3




Más tarde, aquella misma madrugada…


—Brrrrr…. Qué frío…

Frotándose las manos, Andy se dirigió a la barra de aquel bar de noctámbulos con el que habían dado por casualidad después de caminar cerca de una hora por la ribera del Támesis.

—¿Frío? Te habrá parecido…

Cuando vivía en la ciudad, Dylan no solía andar por la calle a aquellas horas gélidas de la madrugada. En cualquier caso, «pasear» era una palabra que había aparecido en su vida junto con Andy. Antes de ella, la noche era sinónimo de juerga o de descanso. Léase, «desmayarse» en algún colchón donde la fiesta lo llevara. De ahí, que llevara sugiriendo ir en busca de algo caliente que beber desde hacía un buen rato. Pero a su mujer, «Londres la inspiraba» y por complacerla, él llevaba una hora con la sangre rozando el punto de congelación.

Andy lo miró de reojo. Una pulla acudió a su mente y ella permitió que continuara camino hasta su boca disfrutando anticipadamente de la cara que a él se le iba a quedar cuando la oyera.

—Habrá que ir pensando en otra sesión de calentamiento…

Dylan se acomodó en la barra, junto a ella, que lo miraba con sus ojitos pícaros esperando una respuesta, y se tomó su tiempo. En primer lugar, dudaba mucho que ella estuviera en condiciones de enredarse en otro cuerpo a cuerpo sin recargar antes su sistema con algo más contundente y terrenal que la «inspiración» que le proporcionaba el mero hecho de estar en su lugar favorito del mundo. Para seguir, también dudaba que realmente deseara hacerlo. Apetencias sexuales al margen, Andy no era la Andy de siempre aquel día. De hecho, era perfectamente consciente de que la razón de que los dos hubieran acabado en el cuarto de la limpieza era resultado indirecto de que la casualidad hubiera vuelto a ponerlo cara a cara con una mujer de la que ni siquiera recordaba su nombre. Y de que Andy los viera. Resultado indirecto, que no la causa. Esta, todavía estaba por averiguar. Para acabar, él se apuntaría a todos los calentamientos que Andy le propusiera. Eso era de cajón. Pero no esa noche en particular. Cada minuto que pasaba, le confirmaba que ella no estaba bien y él necesitaba saber qué estaba sucediendo.

—Menudo calentamiento… Ahora que sé cómo te ponen los lugares diminutos que apestan a lejía, creo que me las apañaré para crear algo parecido en casa… Junto al garaje, quizás… Seguro que el olor a combustión también te pone como una moto… ¿Qué te parece?

Andy soltó una carcajada, pero la llegada del camarero pospuso su respuesta. Pidió dos cafés americanos y sendos sándwiches de jamón y queso, ya que no había mucho donde elegir a esas horas de la madrugada. Después, volvió a mirar a Dylan con una sonrisa divertida.

—Vaya nochecita, ¿eh? Seguro que no esperabas un tour por los bajos fondos de la ciudad...

—Tampoco una visita al cuarto de las escobas… —Sus ojos de cazador salieron a relucir por primera vez desde que habían entrado en aquella cafetería—. Ni que te lo montarías tan alucinantemente bien… Tu nuevo récord está en ocho minutos. Es lo que te tomó dejarme seco del todo. —Vio que las mejillas de Andy se arrebolaban y sonrió satisfecho para sí mismo. Solo entonces, soltó la primera carga de profundidad—: Repetimos cuando quieras, nena. Pero si quieres seguir usándome a modo de saco de boxeo esta noche, voy a necesitar algo más consistente que un sándwich de jamón y queso con un café. No sé si me entiendes…

La sonrisa de Andy pasó de divertida a incómoda en una fracción de segundo. Apartó la vista momentáneamente, por puro reflejo, y al fin desistió de todo intento de disimular lo que, evidentemente, él ya sabía.

—¿En serio no te acuerdas de esa tipa?

Dylan se tragó una sonrisa. ¿No decían que la mejor defensa era un ataque? Estaba claro que Andy conocía el refrán y lo estaba poniendo en práctica.

—¿En serio esperas que crea que esa tipa te importa tanto como para tenerla de tema de conversación la primera noche en meses que pasas en tu ciudad del alma?

El camarero reapareció con sus cafés y la pareja se vio obligada a hacer una nueva pausa. Cuando volvieron a estar a solas, Andy tomó la palabra.

—Lo que me importa es el hecho de que te la pasaras por la piedra y ni siquiera te acuerdes de ella. Una borrachera no tiene ese efecto. Porque, de estar tan bebido como para no recordar nada, no habrías podido pasártela por la piedra. Y me refiero a una imposibilidad física. Lo que me lleva a pensar que tus resacas no eran solo de alcohol… Y yo, ofreciéndote batidos de Beroccai… ¡Madre mía, qué ingenua!

Había pasado un tiempo en el lado oscuro, sí. ¿Y qué?, pensó Dylan. Era algo que había dejado atrás hacía mucho. Antes incluso de conocerla a ella.

—Y eso te cabreó tanto que necesitabas desquitarte o te daría un telele. Y entre zurrarme y follarme, por suerte para mí, optaste por el sexo. Está muy claro —repuso él que, a continuación, se dedicó a su sándwich como si tal cosa.

Los flirteos de los que tanto ella como él eran objeto a menudo, no eran del agrado de Andy, pero se había acostumbrado a ellos. La barra del MidWay había sido una gran escuela. Estaba muy revuelta, pero no por la mujer que había abordado a Dylan en la discoteca. Ella no había sido más que la gota que había rebalsado el vaso.

—Las odio a todas —admitió—. Odio imaginarte con otra mujer que no sea yo.

Dylan no lo diría en alto, pero él también «los odiaba a todos». Por eso disfrutaba tanto viéndolos tomarse tantas molestias para llevársela al huerto, perder el culo por seducirla y tener que tragársela doblada cuando descubrían su presencia y comprendían que el único que se la llevaba al huerto era él. Pero intuía que aquella confesión no sería la única que oiría aquella noche, por lo que continuó mirándola sin hacer comentarios.

Andy exhaló un suspiro y al fin lo soltó.

—Pillé a Danny buscando información sobre unos cursos aquí, en Londres… Cuando le pregunté, me salió con que era para un trabajo por equipos que les había puesto el profesor de ciencias de la información… Por supuesto, no le creí, así que insistí… Tiene pensado regresar a casa. Dice que por más que viva mil años en España, jamás será su hogar. Que él nació aquí, creció aquí y es aquí donde quiere estar. —Andy sacudió la cabeza—. ¿En qué momento dejó de ser mi hermanito, el pesado? ¿Cómo no me he dado cuenta hasta ahora de que está tomando sus propias decisiones? Decisiones que lo apartarán de mí, de nosotros, y que no puedo hacer nada para evitarlo.

Dylan la miró con ternura. Qué difícil le resultaba la sola idea de despegarse de los suyos, pensó. Sin embargo, había algo que era tan real como que Danny estaba creciendo; el muchacho adoraba a su madre y a su hermana y lo que sentía por ellas seguía teniendo un enorme peso en sus decisiones. Probablemente, algún día regresaría a su ciudad natal pero, en su opinión, no sería a corto plazo. Ni siquiera a medio. Andy tenía que saberlo, así que ¿cuál era el problema?

—Sigue siendo tu hermanito, el pesado. Está en la edad del pavo, nada más. Y por más que te fastidie, tiene derecho a hacer todas las tonterías que le dé la gana.

—Esto no sonó a tontería. Lo es, está claro… Él es mucho más familiar que yo, que ya es decir, ¿qué narices va a hacer solo aquí, aparte de morirse de asco? Pero a mí me sonó a decisión meditada y….

Andy exhaló un largo suspiro y guardó silencio. El rostro del irlandés adquirió seriedad inmediata. Sus ojos, sin embargo, continuaron sobre ella atentos, amorosos. Estaba a punto de comenzar el momento de las confesiones.

—Me ha hecho pensar —admitió al fin—. Podría enfadarme con mi hermano, decirle que su lugar está donde está su familia… De hecho, se lo di a entender. Pero con una mano en el corazón, no sé si estuvo bien hacerlo… Porque yo siento lo mismo que él. No me arrepiento de haber seguido a mi madre de regreso a su hogar. Era lo correcto, lo que debía hacer y volvería a hacerlo mil veces. Pero la cuestión es justamente esa; Menorca es el hogar de mi madre, pero no el nuestro, no el de Danny y el mío. Y te juro que me duele que sea así… Me duele sentirme una extranjera allí… Le debemos tanto a nuestra familia española… Pero la verdad es que vivo soñando con el día en que pueda volver a donde pertenezco de verdad. Así que… No tengo autoridad moral para decirle a mi hermano que debe poner a su familia primero. Después de todo, para él regresar sigue siendo una opción…

Dylan casi había podido oír un «y para mí, no» al final de la frase y mil preguntas, a cual más preocupante, acudieron raudas a su mente. Entre ellas, qué estaría sucediendo para que alguien como Andy hubiera empezado a creer que había caminos y puertas que ya estaban fuera de su alcance.

Al ver el ceño fruncido de su marido, Andy sacudió la cabeza contrariada consigo misma.

—Perdona, calvorotas… No me hagas caso. Tienes mi permiso para prohibirme beber cuando estamos en Londres. Está claro que el alcohol y la melancolía no hacen buena mezcla. Me pongo muy tonta…

Ay, nena, ¿qué es lo que está pasando?

Dylan no tenía la menor idea, pero hasta que ella decidiera decírselo -o él se las arreglara para descubrirlo por sí mismo-, tocaba improvisar.

—Ah, ya veo, toda la culpa es del alcohol que te hace hacer cosas muy locas, como darte un revolcón conmigo en lugares oscuros y malolientes…. Verás, preciosa, dudo mucho que lo de antes se pueda achacar a la cerveza pero, en todo caso, no esperes que yo te prohiba nada… Prohibir no es lo mío. Mucho menos si se trata de beber.

Ella tomó las dos manos del irlandés y las apretó cariñosamente. Su tono rezumó orgullo cuando dijo.

—¡Este es mi chico!

Dylan asintió varias veces en un gesto de autosuficiencia.

—Lo soy. Y también soy el tipo con el que Danny habla. No te preocupes por él. No se irá a ninguna parte. Al menos, no por el momento. Es solo que… Cortó con Alice e intenta sobreponerse a su primer batacazo sentimental como buenamente puede… —No pudo evitar reír suavemente al decir—: La mayoría se tiraría al equipo completo de baloncesto femenino del instituto, pero tu hermanito es un romántico, así que… Que no se dé cuenta de que lo sabes, ¿vale?

Un suspiro de alivio escapó de la boca de Andy. ¿Era eso?, pensó algo molesta consigo misma, ¿cómo no se le había ocurrido pensar en que lo raro que estaba su hermano últimamente tenía que ver con una chica? Sabía que Danny y Alice se veían desde hacía varios meses, pero no era algo que se hubiera tomado muy en serio. Los dos eran unos críos.

—¿Ha roto con Alice?

Dylan hizo un gesto dudoso.

—Más bien, se pelearon. Creo que es algo temporal.

—¿Te lo ha dicho él? —volvió a preguntar Andy, cada vez más asombrada por la forma silenciosa pero inapelable en la que Dylan se estaba convirtiendo en alguien fundamental en la vida de su hermano.

¿Decir? El irlandés sonrió divertido. Las mujeres de la familia eran parlanchinas y supersociales. Pero Danny no había salido a ellas. Era todo lo parlanchín que se podía esperar de un adolescente y en temas privados su comunicación era prácticamente nula. Pero haciendo las preguntas adecuadas en el momento oportuno…

—Digamos que he leído entre líneas.

Andy tomó el rostro masculino y sin previo aviso le plantó un beso de película.

—Te adoro, Dylan —murmuró sobre sus labios. Él abrió los ojos y sus miradas se encontraron—. Tú eres la mejor decisión que he tomado en mi vida.


* * * * *



Andy y Dylan habían llegado al piso de Piccadilly Circus con una hora por delante hasta tener que salir hacia el aeropuerto. Los dos estaban molidos y la primera reacción había sido dejarse caer en el sofá hasta reunir el valor necesario para darse una ducha, recoger las pocas cosas que habían usado durante su corta estancia y volver a marcharse.

Estaban uno junto al otro, descansando con los ojos cerrados, cuando él habló.

—Deberíamos pasar de la ducha e irnos ahora. Si nos da el bajón, perderemos el avión y no puedo sobrepasar mi límite de tolerancia…

—¿Tolerancia a qué? —musitó ella, algo amodorrada.

—A estar lejos de Luz.

Incluso medio dormida, Andy tuvo que sonreír. Le hacía gracia oír a un tipo hecho y derecho como Dylan -y nada familiar, según él- hablando de niveles de tolerancia a la ausencia de un bebé de quince meses.

—Esa nena nos tiene el coco sorbido a todos. Es adictiva… —Se armó de valor y logró incorporarse a la primera—. Tienes razón. Lo mejor es irnos. Ya daremos una cabezada en el avión… Total, si no nos despertamos por nosotros mismos al llegar, seguro que alguien lo hará.

Dylan también se puso de pie. Elevó los brazos por encima de su cabeza, estirando los músculos para energizar su cuerpo. Sonrió al pensar que algo tan habitual en su vida anterior, como acostarse tarde o no hacerlo, sucedía tan de tanto en tanto ahora, que había perdido la costumbre de enfrentarse a un día de trabajo con cero horas de sueño. Era verdad que la familia de Andy solía acostarse tarde. Eran españoles y a los españoles les gustaba trasnochar. Pero era una clase diferente de diversión que, en todo caso, rara vez lo llevaba a la cama más tarde de las dos o las tres de la madrugada. Y desde que se había convertido en padre adoptivo de Luz, trasnochaba a menudo pero por otras razones.

Andy detectó su sonrisa y no pudo evitar sentir curiosidad. Especialmente, por saber si estaba relacionada con el rato que habían pasado juntos en la disco, rodeados de utensilios de limpieza. Ella no solía ser tan directa… ni tan agresiva. Dylan tenía que haberlo notado y, dejando a un lado lo bien que lo habían pasado, le intrigaba saber qué pensaba al respecto.

—¿Algún sueño bonito?

Él la miró con el ceño fruncido.

—¿Mmm?

—Te he preguntado si el sueño era bonito… —Y al ver que él continuaba mirándola con cara de no entender, se explicó—: Sonreías. Y solo se me ocurren dos razones; que estuvieras recordando un sueño de película… O que lo que recordabas fuera nuestro momento «cuarto de las escobas»…

La sonrisa regresó al rostro del irlandés, esta vez, cargada de picardía.

—También podría ser que estuviera pensando en proponerte darle un uso distinto a esta hora extra que tenemos por delante… Ya sabes, para ayudar a mantenernos despiertos.

Andy continuó guardando sus cosas en la pequeña maleta de viaje. La sonrisa que había en su rostro denotaba que ya se había percatado de que Dylan estaba más despierto que nunca y que seguía siendo fiel a su vieja premisa: «si quieres saber algo, pregúntamelo sin rodeos».

Muy bien, pensó Andy. Sin rodeos, entonces.

—¿Te gustó lo de antes?

Como para no gustarme…

Pagar por sexo nunca había sido una opción para Dylan. Y desde que una mujer le había hecho un servicio tan bueno, había pasado mucho más tiempo que desde que se había ido de juerga una noche entera por última vez. Su mujercita se había lucido. Bueno, no; superior.

Sin embargo, no era eso lo que más había disfrutado. Había algo nuevo en la forma en la que se relacionaban. O mejor dicho, en la forma en la que ella se relacionaba con él. Andy era una mujer de mucha energía, muy física en su forma de demostrar afecto, algo que ella achacaba a la porción latina de su sangre. Pero desde hacía un tiempo, había algo más. A veces, tenía la impresión de que ella intentaba equilibrar la balanza conyugal, haciendo que el hecho de haberse convertido en padre el mismo día de su boda, no le restara protagonismo a su papel de hombre… Era mucho más descarada que antes en sus avances, más fresca y mucho más impulsiva. Y si a eso le sumaba la experiencia inédita del amor para él, el resultado era una experiencia extraordinaria. No sólo por el sexo en sí, sino por las expectativas que ponía sobre la mesa. Él había tardado bastante en darse cuenta de que Andy se le había metido bajo la piel. En aquella época ni siquiera vivían en el mismo país y no habían vuelto a verse en semanas… Pero desde el momento que lo había comprendido, su visión del sexo había cambiado radicalmente. La diferencia la marcaba Andy desear a alguien de quien estaba perdidamente enamorado llevaba las emociones y las sensaciones a otro nivel. Un nivel desconocido para él hasta entonces.

Y desde la boda, Andy había rizado aún más el rizo…

—¿No fue evidente?

Ella asintió con la cabeza complacida sin que su expresión perdiera un ápice de picardía.

—Me alegro de que te gustara. Repetimos cuando te apetezca… Si quieres, en el aeropuerto… Seguro que somos capaces de encontrar un rinconcito alejado del ruido y de miradas curiosas.

Él, que estaba guardando sus últimas cosas en el bolso, encima de la mesa del salón, fue junto a ella. La rodeó con sus brazos desde atrás y se agachó para adaptarse a su altura.

—Es más que gustarme, Andy. Me vuelve loco la mujer en la que te has convertido…

Ella volvió la cabeza ligeramente y sus miradas se encontraron. Había deseo en los ojos de los dos. Y mucho, muchísimo amor.

—¿Eso es un sí?

Dylan dejó un reguero de besos sobre la mandíbula femenina. Eran de la clase que empezaban como besos y acababan como mordiscos que los ponían al límite a los dos.

—Contigo todo es un sí.


* * * * *



Pero al llegar al aeropuerto, los planes románticos de la pareja se torcieron. Haciendo cola en el mostrador de la aerolínea, había un grupo muy conversador en el que Dylan pudo reconocer a dos treintañeras delgadas y altas, acompañadas de un hombre de largas patillas y de otro con un corte de barba muy peculiar.

—Si vamos a encerrarnos en un baño, creo que el momento de hacerlo es ahora —adelantó Dylan con tono de «no puedo creer que me vayan a joder la fiesta».

Andy respondió sin dejar de sonreír a su cuñada que, en aquel momento, agitaba su mano, saludándola.

—Ya es tarde. Nos han visto, calvorotas.

—Joder…

Shea ya estaba frente a ellos.

—Lleváis la misma ropa que ayer, así que supongo que habréis seguido de fiesta toda la noche…

—Normal. Para una vez que están solos en la ciudad favorita de Andy… —terció Maverick—. ¿Qué tal? ¿A que sigue siendo la misma ciudad cañera de siempre?

—La misma. Lo hemos pasado bomba, ¿verdad, calvorotas?

—¿Y tú? —preguntó Dylan mirando directamente a Ike—. ¿Qué haces aquí? —Aparte de perder el culo por mi hermana.

Fue Erin quien respondió.

—Ah, ¿no te has enterado? Le he invitado a pasar la Navidad en casa.

«¿En serio?», pensó el irlandés. «¿Tendría que pasar la cena de Navidad viendo la cara de Hannibal King al otro lado de la mesa? Qué suerte».

En mi casa, querrás decir —puntualizó Dylan.

—En casa de papá —repuso la mayor de las hermanas Mitchell, un tanto incómoda.

—Eso será difícil… Porque tu padre sigue en mi casa, todavía no ha vuelto a la suya…

Erin se quedó cortada. No podía decir que de haberlo sabido, habría cambiado de idea acerca de invitar a Ike. Pero era muy consciente de que a Dylan no le caía bien y no había sido su intención invitarlo a su casa sin, al menos, consultárselo antes.

—Lo siento, hermano. La última vez que hablamos me dijo que esta semana os dejaría en paz…

En opinión de Dylan, Brennan Mitchell solo lo había dicho porque era lo que se esperaba que dijera. En realidad, se había instalado en Menorca decidido a recuperar la relación paterno-filial con su único hijo varón y aquel trombo le había dado la excusa perfecta para meterse en el medio de su vida sin parecer un aprovechado.

Dylan se ahorró los comentarios. Al notar que Ike había bajado la vista más incómodo aún que la propia Erin, Andy se sintió forzada a intervenir.

—¡Genial! No sé si lo pasaremos en casa o en lo de mi madre, dependerá de cómo amanezca ella hoy… ¡Pero en cualquier caso, eres bienvenido, Ike!

El «no motero» del MidWay esbozó una sonrisa, bastante recuperado del momento incómodo.

—Muchas gracias, Andy. Os lo agradezco mucho a los dos. —Su mirada pasó brevemente por Dylan quien, para no variar, volvió a ahorrarse los comentarios.

—Es nuestro turno —anunció Maverick y miró a Shea al tiempo que se palpaba los bolsillos—. ¿Mi billete lo tienes tú?

Shea le pellizcó la mejilla cariñosamente.

—¡Menudo problema si no fuera así, ¿eh?! Sí, cabecita loca, lo tengo yo…

Él le devolvió una carantoña ilusionado.

—Entonces, vamos… Me muero de ganas de llegar a esa isla…

Erin, Maverick y Shea se dirigieron al mostrador de facturación. Ike permaneció junto a Dylan y Andy.

—¿Tú no viajas en el mismo vuelo? —preguntó ella.

Ya le gustaría, pero no. Ike negó con la cabeza.

—Me invitó anoche, así que no había muchas posibilidades… Solo pude conseguir plaza en primera de un vuelo directo que sale a las nueve y media.

—¿En primera? Te habrá costado una fortuna —comentó Andy.

Dylan hizo un gesto de aprobación con la boca. Si eso era una medida de su interés por Erin, estaba dejando claro que el listón estaba alto. Aunque también podía ser que solo estuviera jugando esa baza frente a Erin, la del tipo que está tan interesado en una mujer que no escatima esfuerzos para poder pasar tiempo con ella.

Como si Ike se hubiera percatado de la clase de pensamientos que rondaban la cabeza rasurada del hermano de Erin, su respuesta fue taxativa:

—Es posible que no te hayas dado cuenta, Andy. A los dos se nos da muy bien disimular. Pero me ha costado meses conseguir que Erin se saltara todos sus protocolos de seguridad y me invitara a sentarme a la misma mesa que su familia. Habría alquilado un avión privado, si hacía falta.

—Uy, qué bonito, Ike… Sí, me he dado cuenta de que no te ha resultado nada fácil ganarte su confianza, y te diré una cosa, esta invitación es una buena señal. —Andy le hizo un guiño y asintió con la cabeza, reforzando lo dicho—: Muy buena, de verdad.

Ike exhaló un ligero suspiro. Andy conocía a Erin, eran familia. Si ella creía que era una buena señal, entonces, lo era.

—Eso creo… Eso espero… Y me anima muchísimo que tú también lo pienses. Gracias por decírmelo, Andy.

Él mismo no dejaba de repetirse que viniendo de alguien tan cauta y medida como Erin, se trataba de un signo que hablaba alto y claro de que su confianza en él crecía cada día y, por lo tanto, también de que la relación de amistad que mantenían estaba a punto de subir de nivel. De transformarse en algo que él deseaba intensamente; una relación sentimental. La primera desde Robyn. Pero, por momentos, las dudas lo embargaban. Lo suyo era una batalla que venía librando en solitario desde hacía meses. Exceptuando a Maverick y a Shea, a nadie del entorno que ambos frecuentaban le importaban él ni sus sentimientos, necesidades o intereses. Los moteros no daban un céntimo por él y no hacían el menor esfuerzo por disimularlo. Lo cual lo había obligado a tener que esforzarse el doble en un intento de compensar el efecto que eso pudiera tener sobre Erin. No estaba seguro de haberlo logrado. Las razones de los moteros para detestarlo eran tan dudosas que resultaban inverosímiles para cualquiera con dos dedos de frente. Después de todo, ¿a qué se reducía todo? ¿A haberse presentado en la boda del Gran Dakota acompañado por una del millón de mujeres que él se había cepillado en un callejón cuando todavía iba por libre? ¿Por haberse emborrachado? Eso era el pan de cada día entre los moteros; el que estuviera libre de pecado que arrojara la primera piedra. Y si ninguna de ellas era la razón de tanto disgusto, ¿cuál otra quedaba? ¿Que era un motero de Kawasaki y no de Harley Davison? Menuda estupidez de razón. Pero inverosímiles o no, allí estaban, complicándole las cosas cada día. Era normal que Erin se preguntara qué más sucedía para que él despertara tanta inquina.

—Un placer —repuso Andy sin ocultar lo divertido que le resultaron sus dudas de hombre enamorado.

Andy no tenía prejuicios contra Ike. Tampoco ninguna duda acerca de sus sentimientos hacia Erin. Por supuesto, no perdía de vista que Dylan no opinaba igual aunque no sabía exactamente por qué. De ahí, que él permaneciera en silencio, mirándolos con tanto escepticismo. Pero era solo cuestión de tiempo que también fuera evidente para él. En cualquier caso, sabía que Dylan no interferiría en los asuntos de su hermana; la creía perfectamente capaz de ocuparse de ellos sin la ayuda de ningún hermano mayor que le guardara las espaldas.

Brennan Mitchell, en cambio, era harina de otro costal.

Algo que, por supuesto, Andy no pensaba decirle a Ike.