EPISODIO 4
Sábado, 25 de diciembre de 2010, por la mañana.
Ciudadela, Menorca.
Andy sonrió al ver que un coche ocupaba la entrada de garaje de su casa. Había sido algo espontáneo que enseguida intentó ocultarle a Dylan, sin éxito.
—Ya. A mí no me hace tanta gracia —comentó el irlandés. A juzgar por el número de vehículos que estaban aparcados a lo largo del frente de su vivienda, quedaba claro que medio mundo estaba allí.
Dylan la había descubierto y no tenía sentido negarlo, de modo que Andy optó por ser positiva; el coche de Jaume era uno de los que estaban aparcados y eso significaba que su madre estaba lo bastante bien para trasladarse.
—Míralo por el lado bueno, calvorotas. Esto quiere decir que la comida-cena de Navidad será en casa, lo que a su vez, quiere decir que nuestros respectivos progenitores están estupendamente y no nos tocará hacer de enfermeros el día de Navidad. ¿No es genial?
Dylan detuvo la maniobra en mitad de la calle para mirar a su mujer. Ella se echó a reír ante su reacción y esperó uno de sus ataques de sinceridad, que no tardó en llegar.
—Claro, es supergenial. Pero tampoco estaría mal poder aparcar en mi plaza cuando llego a mi casa, ¿sabes? No es mucho pedir, ¿a que no?
En realidad, la cuestión del aparcamiento era lo de menos para Dylan. Si en su propia casa no era libre de echar un polvo con su mujer dónde y cuándo se les antojara, ¿qué más le daba dónde tuviera que aparcar? Procuraba tomarse las cosas con filosofía, pero necesitaba volver a recuperar su independencia cuanto antes. A ser posible, ya.
—Te has molestado… —dijo ella—. Y no puedo meterme contigo porque tienes razón, amor. Los Estellés son así, intensos y avasalladores. No saben quererte sin invadir tu espacio. Mi madre se civilizó bastante viviendo en Inglaterra pero, aunque quisiera, y no sé si quiere, la verdad, no puede hacer mucho; aquí está en minoría… Hablaré con ellos, no te preocupes. Volveré a decirles cuáles son las reglas de la casa y esta vez, me pondré firme.
Dylan maldijo para sus adentros. Por lo visto, pensó, estaba más jodido de lo que creía si ni siquiera lo había podido disimular. Extendió la mano y le acarició la mejilla suavemente, sintiéndose el capullo más capullo del mundo.
—Pasa de mí, Andy… Se ve que me pongo susceptible cuando no duermo, y cierta persona que miro y no nombro me ha tenido toda la noche en vela. Nada que no arregle una buena siesta… O un buen polvo —añadió, haciéndole un guiño—. Pero como supongo que ahora mismo ninguna de las dos cosas es una opción, tendré que aguantarme.
—Ja. ¿Desde cuándo te pones susceptible por estar una noche de juerga, calvorotas? Te ha molestado la invasión. Y con razón. Yo también estoy molida, quisiera dormir un rato…
Andy se estiró el pelo hacia atrás con las dos manos, soltó un bufido. Los coches de su abuelo y de su tío estaban allí. ¿No se suponía que la familia de Pau y la de Tina celebraban la Navidad en casa de Francesc y Lucía?
—No sé qué están haciendo todos aquí a estas horas, la mitad tienen su propia reunión navideña en otra parte y los que sí van a celebrarlo con nosotros, incluida mi madre, evidentemente, se han caído de la cama; dijimos que organizaríamos una merienda-cena y son las once de la mañana…
Dylan podía imaginarse lo que estaban haciendo allí a esas horas. Lo que hacían siempre que había invitados o convalecientes en su área de influencia; ser hospitalarios, ocuparse de ellos, hacerlos sentir en casa. Con él habían hecho exactamente lo mismo y, a pesar de ser un lobo solitario, nunca les agradecería bastante lo bienvenido que lo habían hecho sentir. La mayoría, Pau Estellés, no. Pero ese era otro tema. En honor a la verdad, desde la boda, toda la familia se había mostrado bastante respetuosa con el asunto de las visitas no programadas. El único que venía a diario era Danny. Luz comenzaría a asistir a la guardería en primavera, pero hasta entonces estaba al cuidado de Anna y sus hermanas. El muchacho era el encargado de llevarla y traerla de la casa familiar de los Estellés durante el día mientras los padres de la niña estaban trabajando, tarea que se había autoasignado y cumplía a rajatabla. Todo iba bien…
Hasta que a su padre habían tenido que llevarlo al hospital de urgencia donde, debido a algunas complicaciones surgidas, había estado más de un mes. Al recibir el alta hospitalaria, aún estaba convaleciente y requería atención. No podían dejarlo solo en su casa, así que le había tocado a él ejercer de cuidador e instalarlo en su casa. Desde entonces, hacía seis semanas, era raro el día que al llegar no encontraba la casa sitiada por las visitas. Los Estellés lo hacían con buena intención; venían a ver al enfermo, a animarlo, a darle conversación… Hacían con su padre lo que habían hecho con él, así que no tenía derecho a molestarse. En el fondo, no le molestaba la familia de Andy, le molestaba él; Brennan Mitchell.
—¿Y si te hago una propuesta deshonesta?
Dylan había acompañado sus palabras del consabido movimiento sensual de sus cejas, decidido a cambiar el tono de aquella conversación. Lo último que quería era que Andy se encarara con su familia por un problema que, en realidad, era suyo y no tenía que ver con los Estellés sino con un Mitchell; su padre.
Le alivió ver que una sonrisa volvía a brillar en su rostro.
—Soy toda oídos, calvorotas.
—Si todos están aquí, en casa de tu madre no habrá nadie… —Otro movimiento sensual de sus cejas.
—Nadie —repitió Andy, que ya se estaba relamiendo de gusto.
Por una vez, ninguno de los dos estaba pensando en el sexo, sino en una necesidad mucho más acuciante tras una noche en pie.
—Exacto. ¿Qué te parece si llamamos a Danny para que lleve a Luz en un rato y disfrutamos los tres con la casa entera para nosotros? No voy a poder estar mucho más sin mi gordita, ¿te importa? —se excusó, a sabiendas de que no le hacía falta; Andy también se moría por volver a ver a la niña.
—¿Importarme? ¡Eres un genio! ¡Me encantan tus proposiciones deshonestas!
* * * * *
Dylan y Andy entraron a prisa en la casa, como dos niños a punto de hacer travesuras. Enseguida notaron el agradable calor ambiente que les dio la bienvenida gracias al cerramiento del patio que él había realizado hacía meses, que permitía climatizarlo igual que a cualquier otra estancia de la casa.
Andy se dejó caer en el sillón de Anna y se estiró a gusto.
—Desde que hiciste esa obra de ingeniería, este lugar es una maravilla, calvorotas.
Se trataba de un amplio sillón de teca con un grueso asiento acolchado en rojo y cojines estampados en rojo y azul. Contaba con un reposapiés y una manta de pura lana Shetland que, en los meses más fríos, siempre estaba sobre el reposabrazos.
Dylan ocupó otro sillón frente al de Andy y estiró las piernas. Exhaló un suspiro. Empezaba a notar los efectos de una noche en vela; le pesaban hasta las pestañas.
—Este lugar es una maravilla por tu madre, no por mí.
Miró alrededor a los mil y un detalles que tenían la firma de Anna, en la multitud de plantas naturales escogidas con gran sentido de la decoración y dispuestas con gusto, en la profusión de colores, en la calidez de los tejidos, desde los almohadones hasta los cubre macetas decorativos, pasando por los manteles individuales y los posavasos que había sobre la mesa. Ella misma confeccionaba la mayoría de las cosas, decía que le entretenía. Vivía cambiando las fundas de los cojines y demás elementos decorativos.
—Te aseguro que ninguna obra de ingeniería puede darte el olor a hogar que se respira aquí.
Andy le obsequió una mirada cargada de ternura. Le encantaba cuando la gente le dedicaba cumplidos a su madre porque para ella era su persona favorita del mundo. Y le constaba que no todos los hijos sentían lo mismo por sus progenitores. Sin ir más lejos, Brennan Mitchell era la última persona a la que Dylan le dedicaría un cumplido. Quizás por esa misma razón lo valoraba el doble. Porque entendía la gran importancia que tenía viniendo de alguien como él.
—Ha hablado su mayor fan… Después de mí, claro —apuntó risueña.
Dylan sonrió con picardía.
—Por la cuenta que me trae…
—¿Qué insinúas? ¿Que te esfuerzas por estar a buenas con ella porque es tu suegra? No cuela, calvorotas. La adoras, se te nota. Y ella te adora a ti.
—¿Y tú? —Él extendió el brazo, tendiéndole una mano—. ¿También me adoras?
Andy tomó la mano que él le ofrecía, se levantó de su sillón y fue a sentarse sobre las piernas de Dylan que enseguida, hizo que se acurrucara contra su pecho y la rodeó con sus brazos.
—Te quiero con locura… ¿No se nota? Porque yo creo que sí…
—Ya, pero me gusta oírtelo decir. —Exhaló otro suspiro y se dejó envolver por aquella sensación increíblemente placentera provocada por un momento de silencio, en un ambiente agradable, con su mujer pegada a él.
Pronto descubrió que se trataba de una sensación compartida.
—Uy, qué a gusto estoy… —murmuró Andy—. Ha sido una idea genial escaparnos un rato del gentío, calvorotas…
Su voz había sonado somnolienta y, por un instante, Dylan pensó que lo mejor sería acostarse en una buena cama para aprovechar a fondo el poco descanso que tendrían aquel día. Pero Andy tenía razón; se estaba muy a gusto allí, tal cual estaban.
—No creo que la paz nos dure mucho… Saben a qué hora llegábamos. Es cuestión de tiempo que empiecen a echar en falta nuestra presencia y nos jodan el plan… Oye, ¿por qué no vamos al dormitorio? Si nos quedamos dormidos aquí, cuando nos despertemos nos dolerá todo…
—A mí, no… Yo estoy sobre una superficie ideal —se rió ella, palmeando suavemente los cuádriceps de Dylan—. No estarán pendientes de la hora, calvorotas… Seguro que están de lo más entretenidos contándose batallitas y tu padre, encantado, con sus dos chicas en casa…
El bienestar abandonó a Dylan en cuanto Andy mencionó a su padre. Un padre normal estaría encantado de poder pasar un tiempo con sus hijas, pero el suyo no lo era. Aunque Maverick subía puntos en la consideración de Brennan Mitchell cada mes que seguía junto a Shea y ella parecía estar feliz, a sus ojos continuaba siendo alguien demasiado joven y vehemente como candidato a yerno. Y también estaba la cuestión de la noticia que pensaban compartir con todos. Su inminente boda, nada menos. Eso, suponiendo que la emoción no pudiera con Shea, y acabara soltando también la otra noticia. Y sobre Erin… En cuanto su padre viera a Hannibal King entrando por la puerta, pasaría a «modo vigilancia» ipso facto. A Dylan le fastidiaba tener que admitirlo pero, en este caso, le daba la razón.
La voz del irlandés rezumó ironía cuando al fin habló:
—¿Encantado, dices? —Y como no deseaba continuar con Brennan Mitchell como tema de conversación, sacó su móvil del bolsillo del abrigo—: Estamos molidos, necesitamos dormir un poco. ¿Le pido a Danny que nos traiga a Luz en una hora, te parece bien?
En momentos como aquel, en los que ella se sentía tan afortunada por la relación que mantenía con su madre y tomaba conciencia de lo solitaria que había sido la vida de Dylan, se le partía el corazón. Andy besó sus labios con ternura.
—Me parece perfecto, amor.
* * * * *
Danny no había respondido a la llamada, por lo que Dylan le había enviado un mensaje con las instrucciones. Después de un rato remoloneando en el patio, se habían puesto en marcha directamente a la habitación que solían ocupar para estar a solas cuando todavía vivían en casas separadas. Nadie la usaba porque estaba junto a la despensa, en el rincón más alejado de la vivienda. Para ellos tenía el encanto de la infinidad de momentos especiales que habían compartido entre esas cuatro paredes y también la tranquilidad de saber que podían desmelenarse a gusto, sin preocuparse de que nadie los oyera.
Pocos metros antes de llegar, el móvil de Dylan empezó a sonar.
—Tu hermano —anunció al tiempo que respondía—. Hola, tío, ¿has visto mi mensaje?
Entonces, vio que Andy manoteaba la pared, a punto de dar con sus huesos en el suelo. Instintivamente, la cogió por un brazo, pero la brusquedad del movimiento hizo que el móvil se le cayera.
—¿Estás bien?
Andy asintió varias veces con la cabeza.
—Sí, sí… He tropezado con algo… Estoy tan dormida que mis pies van a su aire…
—Estás sobre dos escaleras. —Se refería a las gruesas plataformas de sus botas estilo punk—. Te diré que no es un buen lugar para que tus pies se pongan rebeldes… ¿Seguro que no te has torcido un tobillo?
Andy volvió a asentir. Miró el móvil que continuaba en el suelo justo en el momento que Dylan lo recogía.
—¿Sigues ahí? —le preguntó a su hermano.
—¿Y dónde si no? Claro que sigo aquí. ¿Estás pedo, tía? Normal, para una vez que te vas de marcha, basta una cerveza para que te pongas ciega… Ya no estás para estos trotes… —Se oyó la voz del joven.
—¿Cómo que «tía»? Soy tu hermana mayor, niño, así que más respeto… Y para tu información, estoy perfectamente…
Andy se había quejado en broma mientras forcejeaba con Dylan en un intento de retener el móvil a distancia suficiente para que su hermano la oyera.
Dylan ganó el pulso y al fin consiguió llevarse el aparato a la oreja.
—Lo dice porque se me cayó el teléfono y estabas en el suelo… Bueno, tú no, el teléfono… A ver, ¿has visto mi mensaje?
—Sí. En una hora justa, ni un minuto más ni un minuto menos, secuestro a mi sobrina y te la llevo.
—Vale. Y si lo has leído y sabes lo que tienes que hacer, ¿por qué me llamas?
—Eh, tío, qué borde… Te llamo para darte los buenos días… ¿No es lo que se estila?
La voz del joven denotaba que se estaba riendo y Dylan supo con una certeza del cien por ciento que la razón de su cuñado no tenía nada que ver con hacerse eco de las buenas costumbres.
—Es lo que estilan los demás. —Retrasó el paso a propósito antes de decir—: Pero tú no, así que… ¿Qué pasa?
—Nada, ¿qué va a pasar?
—Danny… Tengo una hora para descansar y no pienso perderla jugando a las adivinanzas contigo. —Andy ya había doblado el recodo del pasillo así que lo soltó sin miramientos—: ¿Qué quieres?
Hubo una pausa bastante larga que hizo pensar a Dylan qué clase de petición sería para que el muchacho se estuviera tomando su tiempo para decirla.
—¿Te importa si le digo a Alice que venga un rato sobre las seis o así?
Estaba claro que su cuñado había hecho las paces con su chica, lo que quería decir que sus sospechas al respecto eran correctas. En cuanto a la segunda parte de su pregunta, «sobre las seis o así» quería decir a la hora que tendría lugar la merienda cena.
—O sea, tres invitados; Alice, su hermano y la novia de él.
—Sí, mejor pensar en tres. Dudo que la vayan a dejar venir sola… ¿Puede ser?
A Dylan seguía asombrándole que Danny le pidiera permiso para todo. Le gustaba que lo hiciera, pero no dejaba de sorprenderlo cada vez que sucedía. Él jamás le había pedido permiso a nadie para nada. Había sido un rebelde toda su vida. Danny le parecía un chico increíble y por más que él se quejara a veces, se notaba mucho la influencia de las dos grandes mujeres que tenía en su vida.
—Puede ser. ¿Sabes que todos se meterán contigo y que tendrás que aguantar pullas y bromas de todo tipo, no? Si lo sabes, por mí, perfecto.
La excitación del joven fue patente en su voz y Dylan tuvo claro que estaba bajo los efectos del primer amor cuando lo oyó decir:
—¡Gracias, tío… errr… cuñado! ¡Te debo una!
Poco después de colgar, el móvil de Dylan volvió a sonar indicando que había recibido un mensaje. Sonrió al ver de qué se trataba: una foto de Luz sentada en el suelo, en mitad del salón, rodeada de juguetes. Tenía una cuchara en una mano, el biberón aparentemente vacío en la otra y un círculo de restos de papilla alrededor de su boca que, cómo no, lucía la mejor de las sonrisas. La pechera de su traje pijama había corrido la misma suerte que su boca y podían apreciarse chorretones de color naranja que se las habían arreglado para eludir el babero y estaban allí, junto a las pequeñas tortugas rojas y verdes del tejido, como un elemento decorativo más. El mensaje que acompañaba la foto decía:
«Y después del festín de puré de manzana, plátano y melocotón, de cabeza a la bañera!!!»
Estaba para comérsela, pensó Dylan. Y eso, justamente, pensaba hacer en una hora; comerle a besos esas mejillas rechonchas.
—Mira lo que me ha enviado tu hermano, nena… ¡Esta foto es para enmarcar! —dijo entrando en la habitación.
Pero nadie le respondió. Dylan alzó la vista de la foto que miraba embelesado para encontrarse con dos hechos irrefutables.
El primero, que Anna sabía lo que él y Andy iban a hacer antes de que lo hicieran; en aquella habitación que nadie utilizaba, la cama estaba hecha y en la mesilla de noche había sendos bocadillos de jamón y una nota de su puño y letra anunciando que había dejado café recién hecho en la cocina.
El segundo, que su mujer se había acostado vestida y ya estaba dormida como un tronco.
Dylan dejó el móvil sobre la mesilla y se agachó a besar la frente de Andy. Le quitó las botas y la cubrió con el grueso edredón, pensando que era la primera vez que la veía quedarse dormida tan rápido y tan profundamente. Bajó la persiana hasta la mitad y regresó junto a la cama. Se desnudó al completo y se metió debajo de las mantas exhalando un suspiro al sentir el contacto de su piel desnuda con las sábanas. Se habían pasado la noche dando vueltas por la ciudad. Habían andado kilómetros, callejeando por rincones de Londres que ni él conocía, y le dolían hasta las pestañas.
Sonrió al recordar las palabras de Danny.
Quizás el chico tuviera razón. A juzgar por su propio estado, ni Andy ni él parecían estar ya para tantos trotes.