«Gamba di legno. Gamba di legno».
No me quito de la cabeza esta expresión italiana para tratar de entender lo que me está pasado mientras subo este puerto de Pajares que me está matando.
«Gamba di legno», o «pierna de madera», en ciclismo es la sensación de no tener un buen tono muscular. La llevo encima toda la jornada, y está haciéndose realidad de una manera dramática desde el inicio de este último, duro y largo puerto.
Voy sufriendo como un perro, obligado a disimularlo.
Ayer, en los Lagos, salvé el maillot amarillo por dos segundos frente a Parra, y hoy me están poniendo al límite de mis fuerzas físicas y mentales. Trato a duras penas de aguantar los envites de Álvaro Pino, de los colombianos y especialmente de mi más directo rival, Fabio Parra.
Las piernas las siento pesadas, me imagino que será por culpa de la lluvia. Hoy no ha parado de llover y la temperatura es baja. Yo voy bien con calor, el frío lo aguanto como puedo, pero hoy lo estoy acusando más de lo normal.
Otra aceleración de Pedro Saúl Morales. Vaya día me están dando los colombianos, no paran: que si Martín Farfán, que si Acevedo… Es que ven la carretera ponerse para arriba y se lían a ataques de manera bastante anárquica, pero destrozando el pelotón, y hoy a mí me están matando poco a poco, a fuego lento. Seguir en el grupo de los favoritos me está resultando un calvario.
Trato de aparentar normalidad, como que les dejo ir, y yo a mi ritmo.
De momento parece que funciona; otros favoritos esperan a ver qué pasa, la meta está aún muy lejos. Estoy entre los primeros del grupo de los elegidos, pero mis piernas no «giran», hoy son de madera, y con este final de etapa empiezo a tener dudas de poder salvar el liderato.
Quién me lo iba a decir a mí, que hace dos días iba como una cosa tonta. En Cerler gané con una pata frente a cuatro colombianos que me atacaban sin parar. Que si uno, que si luego otro… Y salía a todo con total facilidad, a neutralizarles. Es más, podría haber contraatacado en más de una ocasión e irme solo, pero José Miguel quería mantener también a Induráin con opciones para la general, y solo me dediqué a controlarlos. Y ahora, de repente, cuando apenas quedan cuatro etapas para que acabe la Vuelta, cuando Miguel se acaba de retirar con el escafoides roto tras la caída de ayer en el Mirador del Fito, camino de los Lagos, yo, ya líder único del equipo, comienzo a debilitarme de forma un tanto repentina.
La sensación de impotencia se acentúa con cada aceleración en cabeza de carrera. Todavía vamos muchos, eso no es buena señal. Si estas sensaciones las tuviese yendo con cuatro o cinco, lo podría entender, pero es que vamos aún unos veinte, y lo más duro del puerto está por llegar.
«Mantén la concentración», me digo a mí mismo. Voy contando los kilómetros que restan como una auténtica pesadilla.
Quedan unos 10 kilómetros de puerto todavía. Lo peor de este Pajares, con esas rampas del 12 % y, cerca del final, ese kilómetro y medio que se mantiene muy constante al 14 % con picos muchas veces del 16 %.
Meto todo el desarrollo que llevo y en más de una ocasión doy a la palanca buscando un piñón más grande, pero para mi desesperación ya llevo todo metido, la corona de 23 dientes se me hace pequeña, hoy me parece insuficiente.
«¡Aguanta, Pedro!». Un kilómetro menos, y sigues con tus contrincantes. Pero me temo las arrancadas de mis rivales más directos. Si ya voy al límite, ¿cómo haré para responderles?
Todos vamos dando chepazos sobre los pedales. Parece que estas pendientes están dejando a mis rivales sin fuerzas, al menos es lo que trato de pensar para pasar del pesimismo que me invade al optimismo de salvar el amarillo. Menos mal que el asfalto está de diez, pero la carretera es tan ancha que cuando viene una de esas rampas imposibles, con su carril extra para los vehículos lentos, casi inconscientemente vamos todos a él, pues no hay fuerzas en las piernas para impulsarnos con mayor velocidad.
«Vaya mierda de día». No para de llover. Aún faltan 5 kilómetros. Siento las piernas que ahora sí me van a explotar con estas rampas.
La vista se me nubla a ratos, solo veo las siluetas de mis adversarios y, con este día tan gris, tengo la sensación de ver en blanco y negro. Me cuesta distinguir los colores tan llamativos de los maillots, o el verde, hoy olvidado, del paisaje asturiano.
«¡Aguanta un poco más!», me digo una y docenas de veces, pero siento que el momento de explotar está ahí mismo.
Ataca Óscar de Jesús Vargas. ¿No se podría quedar quieto?
Pedro Saúl Morales, compañero de Parra, está poniendo un ritmo durísimo, y se va con él. Yo miro de reojo a Fabio, no soy capaz de interpretar cómo va.
«Me voy a quedar».
«Aguanta un poco más, Perico», trato de animarme insistentemente a mí mismo, ya con poca convicción. Comienza a abrirse ese hueco mortífero, delatador, entre la rueda trasera de mi rival y la delantera mía. Voy tan justo que es cuestión de pocos metros que mis adversarios se den cuenta de mi fragilidad. Si sucede, hará sonar la alarma y será mi fin.
Pino, que ve que estoy cediendo, me pasa y se pone a rueda de Parra. Yo trato de mantener la concentración, la ambición del maillot amarillo, pero las piernas no van nada finas. Las siento sin fuerzas, y eso está dinamitándome la moral. Si quedase menos, tal vez podría sacar fuerzas no sé de dónde, pero, con estas rampas y todo lo que queda, empiezo a despedirme del amarillo.
Morales, de pronto, se abre. Parra mira atrás, ve pegado a su rueda a Pino, me busca con la mirada y cambio el gesto de mi cara de sufrimiento, de ir muerto, al de «¡aquí estoy, amigo!». Fabio levanta el pie. Álvaro quiere dar continuidad al ritmo, consciente de mi debilidad. Pero el colombiano se queda pendiente de mí y no del gallego.
«¡Uf! Este round lo he salvado por muy poco». Esa disminución de velocidad me ayuda a sentir que la sangre vuelve a circular un poco por mis piernas. Pero falta el último kilómetro de Pajares, las rampas más exigentes. Conozco el puerto de Los Valles Mineros de subirlo en coche tantas veces cuando corría en el Gaylo Vanguard o en otras carreras asturianas, y sé que se avecina lo peor.
Mis acompañantes se dedican a atacar y parar en el momento que responden a su ataque. Este tira y afloja me ayuda a mantenerme vivo, pues en cada arrancada me muero por dentro, pero como paran al poco, veo aún un hilo de vida en mantener el liderato.
Ahora es el ruso Ivanov quien ataca. A estas alturas, la etapa se está convirtiendo en una lucha por la victoria parcial. Hay que mantener la concentración y no demostrar debilidad; en caso contrario, será mi fin.
Este puerto no termina nunca; encima, hoy tiene su prolongación hasta Brañillín: el sufrimiento no va a acabar en la cima de Pajares. «Disimula, Pedro». Fabio Parra y Álvaro Pino siguen con los cuchillos afilados; saben que ayer sufrí y hoy quieren carnaza, destrozarme de nuevo.
Qué tortura.
Bajo una corona. Subo una corona. No encuentro en ningún momento el desarrollo adecuado. Casi prefiero aguantar el más grande, el 23, para recuperar algo las piernas, pero voy con tanto dolor…; es como si me las estuviesen golpeando constantemente por dentro.
Pero no. No me puedo quedar.
Ataca Pino, también él quiere la victoria. Tengo que seleccionar a por quién voy. A estas alturas de etapa, y con lo justito que voy, le dejo ir; en mi mente solo está Fabio Parra, los demás me dan un poco igual. Vargas va a por el gallego. Yo solo tengo fuerzas para aguantar un ataque. No quiero arriesgar y mostrar mi debilidad.
Ahora sí, Fabio se mueve, pero me parece notar que le ha costado llegar a la altura de los otros dos. Por mi cabeza vislumbro un contraataque, pero…, «tranquilo, Pedro, puede ser una estratagema, y hoy, llegar con ellos, ya es un triunfo».
«Virgencita, virgencita, que me quede como estoy, hoy no pido más».
Coronar Pajares es un revulsivo a pesar de la niebla y la lluvia. Sé que hay una corta bajada y las pendientes que vienen suavizan notablemente hasta la meta.
«¡Por fin!». Siento que la situación está bajo control. No daba un duro por mí 10 kilómetros atrás y lo he salvado. Todavía no soy capaz de explicarme a mí mismo cómo he evitado el desastre. Me olvido de esos momentos de impotencia y me centro en que mis opciones de ganar la carrera siguen intactas. En cualquier caso, por muy mal que se dé, serán unos pocos segundos los que vaya a perder.
Con la niebla tan cerrada, a Ivanov no se le ve y consigue llevarse la etapa. Yo me animo a arrancar casi encima de la meta, para disimular una vez más mi fragilidad del día y ceder el menos tiempo posible por si me adelantan. Pero la jornada pasa factura a todos e increíblemente hago segundo con una ligera ventaja sobre Pino y Parra. Realmente no me lo puedo creer: he pasado 15 kilómetros de ascensión de p… pena y aún sigo vivo.
No sé lo que me deparará el resto de la carrera, pero con lo que he sufrido hoy y con lo que acabo de superar, esta Vuelta la gano yo.
¡¡Buenas tardes y saludos corrrrrrrrrdiales, señoras y señores oyentes!! Estamos ya en la rrrrrrrruta de esta decimoséptima etapa de la Vuelta Ciclista a España. Ciennnnnnnnnnnto cincuenta y tres kilómetros entre Cangas de Onís y Brañillín.
Se quejaba hoy Echavarri con cobardía y necedad de que habíamos maltratado a su equipo en estas ondas de Antena 3. ¡Lo que tengan que decir, que me lo digan a mí! Es una patraña. Delgado no anduvo bien ayer en los Lagos y a pesar de eso salvó el pellejo. Sufrió. Él mismo ha reconocido que «como un perro», pero el sufrimiento también está cansando a los campeones. Y Pedro Delgado es un campeón de cuerpo entero. No quiero cansarles mucho, pero hay que significar y matizar: campeón en la bicicleta, farolillo rojo en la vida.
Perico Delgado perdió ayer los nervios e hizo unas absurdas manifestaciones en Televisión Española cuando Pedro González le preguntó si funcionó o no su equipo. Y dijo que sí, pero que la culpa es de un periodista radiofónico que no quiere que gane. Eso es falso.
Yo sí quiero que gane Perico Delgado, yo sí quiero que gane cualquier corredor español. Lo único que no puedo ignorar ni olvidar es que hay hombres que fuera de la carretera hacen más daño que otros. Pero mi influencia es mínima. Que Perico piense que yo puedo permutar las voluntades de los Mínguez o Carrasco es poco menos que llamarles lametraserillos a estos hombres, que, por cierto, les debe mucho más que a mí. Yo, a Carrasco y a Mínguez, solo les debo atención, dedicación y respeto, porque son profesionales auténticos y porque conocen como nadie ese oficio que realizan. Pedro les debe muchas más cosas. Entre otras de gran importancia, al señor Carrasco, una Vuelta Ciclista a España y el mayor contrato de su vida, que él después incumplió caprichosamente. ¿Qué se puede esperar de un hombre que no respeta ni lo que tiene firmado?
Hay pequeños grupos que no entienden, o que no quieren entender, que en esta España en la que luchamos para que sea plural y democrática, que tenga libertad y que se acabe el libertinaje de los caciques, eso parece tarea imposible.
A las dificultades que la jornada ofrecía atmosférica y climatológicamente, esta tarde, en la ascensión a Brañillín, con el vendaval, la inundación y las nieblas, el equipo de enviados especiales de Antena 3, que tengo el honor de dirigir y que está haciendo un trabajo excepcional en esta Vuelta, hoy se ha encontrado con unas dificultades suplementarias: unos gamberrillos disfrazados de una sui géneris representación querían imponer su ley. No van a imponer ninguna ley. Hemos dicho siempre lo que entendíamos que debíamos decir. Hemos juzgado y hemos analizado, nunca nos hemos arrimado al sol que más calienta. La fiabilidad y la credibilidad son el único pasaporte de cualquier profesional que se dedique a cantar y contar las cosas. La mentira es fea, pero la media verdad es la peor de las mentiras.
Digo esto porque hay quien sigue creyendo, porque le interesa, que Antena 3 tiene algo contra Pedro Delgado. Porque Antena 3 maltrata al corredor segoviano. Rotundamente falso. Definitivamente absurdo. La posición de Antena 3 con relación a Perico Delgado ya la conocen. Es la relación que Perico Delgado ha querido mostrar. Él sabrá por qué. Él y su criterio sabrán para qué.
No toda la culpa es de Perico, pero sí un porcentaje muy elevado. El otro corresponde a los señores García Barberena, el gran, entre comillas, patrón de esa casa —a la casa no sé si le queda mucho; al patrón, muy poco—, y a José Miguel Echavarri, el director deportivo, con el que durante muchísimo tiempo me unió una amistad, y al que siempre consideré, pero al que también siempre mantuve en la distancia. Era y es ingenioso. Tiene un sexto sentido del paleto laborioso, y lo de paleto lo digo sin ningún ánimo ofensivo y con toda la admiración del mundo. Partió de abajo; tuvo la habilidad, el conocimiento y la actitud de situarse. Pero cuando tú hablas con alguien y no te mira a la cara, hay gato encerrado. A veces hay uno, o a veces, como es el caso de este curioso y siniestro personajillo, muchos gatos.
Echavarri es culpable solo en parte. Es director de un corredor que no obedece. El que manda es el corredor y el que tiene que perder el traserillo por obedecer las órdenes del corredor es el director. Así, las cosas no pueden funcionar. Analiza sujetos próximos y desconoce circunstancias y realidades personales.
Pero todo eso ni me ocupa ni me preocupa. Sí lo aclaro con urgencia, aunque lo haré más detenidamente con el señor Echavarri: que no he tenido ni una sola palabra de menoscabo para sus corredores, que siempre he dicho que el último ciclista, el que llega el último, merece un monumento; que he criticado y juzgado, y seguiré criticando y juzgando con libertad y no con libertinaje, desde este púlpito que él sigue con tanta asiduidad, que se ha equivocado gravísimamente en la composición de su equipo, que ha metido ruidosamente la pata en los hombres que ha puesto al servicio de Pedro Delgado. Y que ese equipo no funciona ni para adelante ni para atrás. El equipo de un campeón no puede ir perdido en la clasificación general por equipos.
El equipo de un campeón en la estadística fría del cronómetro nos dicta que después del jefe de filas, que es Perico Delgado, maillot amarillo, el primer hombre clasificado, el primer hombre clasificado del equipo de Navarra, ocupa el puesto número 30 en la clasificación general, el colombiano Palacio, a 22’49’’. Que el segundo mejor colocado es el francés Dominique Arnaud, a 23’18’’. Que después está Laguía, a 31’51’’. Rodríguez Magro, a 1h 1’59’’. Javier Lukin, a 1h 18’45’’. Y Melchor Mauri, a 2h 36’16’’. Y nos falta Julián Gorospe, la gran figura, la eterna promesa, a 1h 4’52’’.
Si esto es un equipo que funciona, si esto es un equipo que auxilia a un líder cuando el único que estaba era Miguel Induráin y hoy se ha tenido que ir a casa, que venga Echavarri y que nos lo diga.
No hay menosprecio, no hay humillación. Hay única y exclusivamente juicio y crítica. Este equipo no anda ni para atrás. Y Echavarri sabrá, y García Barberena desconocerá, por qué se hizo así y para qué se hizo así. Por lo que a Perico Delgado se refiere, la cosa está muy clara: vino del Tour de Francia, apareció un día en televisión y con la aquiescencia de tres mentecatos que le ayudaban dijo que la información que había ofrecido Antena 3 en el Tour de Francia no había sido objetiva. ¿Qué entenderá él por objetiva? ¿Quién es él para adjetivar mi posición? ¿Qué conocimientos tiene?
Durante el Tour de Francia, Antena 3 no entrevistó a Perico Delgado, pero no porque Antena 3 no hubiese querido, no porque Antena 3 no hubiese puesto a disposición de Perico sus micrófonos. Perico tuvo el cinismo, la desvergüenza y la cara dura de viajar con los enviados especiales de Antena 3 hasta París, de dialogar, de compartir mesa o asiento en el avión, y en la segunda etapa, cuando un reportero de Antena 3, Pepe Gutiérrez, se acercó, Perico Delgado esperó a que se le formulara la pregunta, se echó la cremallera en la boca e hizo un gesto con la mano de que no.
Antena 3 no le había cerrado la puerta a Perico. Perico se había cerrado todas las puertas de esta casa. Pero como tenemos un deber inexcusable con todos ustedes, se cerraron todas las puertas de la entrevista, pero no se cerraron las puertas de cantar y contar las glorias de un campeón, de cantar y contar lo que en la carretera había hecho Perico Delgado.
Después de todo eso, después de las mentiras y las patrañas y la ceremonia de confusión que quiso protagonizar Perico, ha venido a esta Vuelta Ciclista a España y no entrevistamos a Perico. Perico no habla en Antena 3 porque a nosotros se nos dice una vez que no. Digo a nosotros y a todo aquel que tiene un mínimo de dignidad. Pero cuando Perico corre, cuando Perico lucha, cuando Perico gana o cuando Perico pierde, cantamos y contamos con objetividad, con sinceridad y con frialdad todas sus batallas.
No solo tengo una carrera en la carretera, tengo una paralela que, sin comerlo ni beberlo, me toca «disputar», más bien ignorar, para no perder la concentración de la propia competición, ya sea durante la Vuelta, el Giro o el Tour, o en las citas próximas a estos eventos. José María García, el periodista español más famoso de la radio, la tiene tomada conmigo, está claro. Este enfrentamiento lo está llevando demasiado lejos, se está pasando. Me pone a caldo. Me sacude sin piedad sin un gran motivo. Pero ¿tocar a la familia…? A mí, vale, me guste o no lo puedo entender, pero meterse con mi padre, o con mi novia…
Esa actitud a veces se le vuelve en contra, como ayer, no por mi parte, sino por otros. Terminada la etapa, hemos bajado en coche desde los Lagos de Covadonga, porque la niebla persistente ha impedido que los helicópteros, que normalmente sacan a las «estrellas» de la Vuelta en las etapas con final en montaña, puedan volar, y nos ha tocado a todos bajar en coche. O sea, comerse el típico atasco de los coches de la organización y de los equipos y aficionados desplazados para ver el final.
Estamos parados en medio del puerto. Arranca, para, arranca, para…, así todo el rato, después de finalizar la etapa, de pasar todo el protocolo del podio y las entrevistas; ahora voy aquí metido en el coche, esperando a que la circulación vaya más fluida. Nos hemos quedado frenados en el tapón clásico de las evacuaciones, pasada ya la zona de la Huesera en dirección a Covadonga. Hay que ver lo bien que se ve desde el coche los paisajes y no en bici. Las curvas, el verde de las praderas que se atisba entre las espesas nubes grises. «¡Madre mía! La caída en picado que hay aquí». Siempre me pasa lo mismo cuando bajo en coche un puerto con estos porcentajes. ¿Cómo lo hacemos para subir por estas rampas?
Muchos aficionados bajan en bicicleta; otros tantos, andando y gritando de cuando en cuando tratando de reconocer quién va dentro de los coches de los equipos. A veces, sin saber quién está, se dejan llevar por la emoción y el fervor de tenernos tan cerca. Sus gritos de ánimo se mezclan con los bocinazos de los coches del resto de los equipos, metiendo prisa y presión para salir de ahí cuanto antes. Con toda la tensión de la carrera, con todo lo sufrido, los ánimos subiendo el puerto en la etapa, las preguntas de los periodistas, el ruido del podio…, más ganas tengo de tener un ratito de silencio y tranquilidad en la habitación del hotel. Pero parece que va para largo. Esto no hay manera de que se mueva…
De pronto, aparece una moto a lo lejos, adelantando a los coches. Es fácil adivinar quién va en ella de acompañante. Con chaquetón naranja y sin casco. ¡Cómo no! García. Para que le vea bien todo el mundo y le reconozcan.
—Butano, ¡cabrón!
Vaya, parece que no solo yo le he reconocido, algún aficionado también.
—¡No te metas con Perico, que eres un hijo de p…!
Por la ventanilla, veo cómo García se gira desde la moto. Y le increpa:
—Hijo de p… ¡tu padre! ¡Me cago en tu madreeee! —grita a la vez que levanta su mano izquierda y, recogiendo sus dedos, extiende el corazón al aire en dirección a quien le había increpado.
El aficionado ofendido sale corriendo del camino y empieza a saltar entre la maleza para atajar por la curva donde nos encontramos y dar caza al Butano.
García, que se da cuenta de la maniobra del aficionado, y consciente de que les va a alcanzar al poco de salir de la curva, empieza a azuzar al piloto para que vaya más rápido, que como les pille se puede liar una buena…
Ha faltado poco: el aficionado ha rozado la cazadora del Butano. Se ha escapado por los pelos; eso sí, mientras se alejaba de la afligida y enfurecida persona, lo ha hecho con el mismo gesto provocador en su mano.
Visto lo visto, al final casi ha merecido la pena bajar en coche y no en helicóptero, así no te pierdes algunas anécdotas.
Esta tarde, una vez más, el Butano me ha sacudido bien, su tendencia desde hace ya mucho tiempo.
—¿Te ha fallado el equipo? —me pregunta Pedro González en la entrevista con Televisión Española antes de subir al podio.
—No, en ningún momento. Yo creo que el equipo ha funcionado a la perfección, pero hay que entender que hay una persona que trabaja en los medios de comunicación que está en contra de nosotros, en contra de mi persona. Desea que gane cualquier corredor menos yo, y eso provoca que, como tiene bastante relevancia a algunos niveles, moleste a los distintos directores de equipo, y eso hace una carrera bastante incómoda a nuestro equipo. Y entonces muchos equipos no se mueven por miedo a lo que dice. Es un fantasmilla el señor este. El equipo me ha respondido en todo momento. Hay que aclarar que hemos tenido una pena muy grande, y ha sido Miguel Induráin, que se ha caído bajando el Fito. Se ha hecho mucho daño. En un principio esperaba que estuviese conmigo en perfectas condiciones, pero no ha podido ser. Para mí ha sido lo peor de la jornada de hoy.
Eso es todo lo que he dicho delante de las cámaras. Una de las pocas respuestas que le he dado en este enfrentamiento que él creó hace ya unos años. Esto ha sido suficiente para hacerle montar en cólera. Poco ha tardado en enterarse y, casi menos, en soltar como una furia huracanada toda su ira. Sacando, encima, un montón de trapos sucios del pasado…
¡Muy buenas tardes y saludos corrrrrrrrrdiales, señoras y señores oyentes!
Rafael Carrasco, usted ha sido y todavía es, imagino, además de director deportivo, amigo de Pedro Delgado, ¿no?
—Sí.
A pesar de lo que pasó en su momento con el contrato de Kelme y como responsable del equipo, usted confió en Pedro Delgado. Cuando concluyó la Vuelta, corría con PDM, hace dos años. No tuvo mucho éxito en esa Vuelta Ciclista a España y ya había manifestado públicamente sus deseos de dejar el PDM. El equipo Kelme acudió a ver a Perico, ¿no?
—Sí, tuvimos una reunión el día que terminó la Vuelta a España en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, con Pepe Quiles.
En ese momento, Perico Delgado fue segundo en el Tour tras Roche, cuando la valoración económica de Perico Delgado era muy diferente a la de hoy. Pero el señor Quiles y el señor Carrasco, en el nombre de Kelme, le ofrecen el contrato más extraordinario en la historia de un corredor español.
—Sí, exacto. Ahí ya se llegó a un acuerdo verbal. Siete días después salía yo para la Vuelta a Colombia y ahí quedó Pepe Quiles con Pedro en que ya lo arreglarían.
Y, en efecto, posteriormente ese contrato se firmó.
—Se firmó, sí.
[…] Que a Perico Delgado no se le entrevista en Antena 3, cierto es. Que el nombre de su equipo no aparece en Antena 3, cierto es. Ni tan siquiera como reseña publicitaria, porque yo personalmente he prohibido la contratación de la publicidad de ese equipo navarro. Porque el comportamiento de esa firma hacia nuestro medio de comunicación no es el que nuestro medio de comunicación ha tenido durante muchísimos años con Perico Delgado. Ni en el terreno personal ni en el terreno profesional. No nos interesa. Nos interesa en tanto en cuanto es deportista.
Por lo demás, ni un solo cariño, ni un solo aprecio.
Ojo, ni un solo desprecio, pero ni un solo aprecio.
Por eso digo: hasta ahora estaba calladito, iba muy bien. Hoy, cuando le han venido mal dadas, cuando ha tenido dificultades, y ¡ojo!, han sido las dificultades menores que ha podido encontrar porque le han podido asestar un golpe definitivo que le costara la carrera, ha perdido solo 1’47’’, sigue de líder todavía por 2 segundos después de lo que ha pasado hoy; pues tiene que buscar la disculpa. Y ahora la disculpa se llama José María García. Que tiene mucho poder, aunque es un fantasmilla.
Ahora la disculpa se llama que Rafael Carrasco y Javier Mínguez le tienen miedo a García, que les he liado para que manden un ataque, como si Mínguez y Carrasco se estuviesen chupando el dedito y se conformasen con ser el segundo e ir en la Vuelta de majorette del señorito Delgado porque ha ganado el Tour de Francia con la colaboración de don Luis Puig.
[…] Evidentemente, hoy ha fallado Perico, o no ha estado a su altura, pero en la contrarreloj de Valdezcaray el que falló fue Fabio Parra, porque presumiblemente Parra le tenía que tomar en esa crono el mismo tiempo que le tiene que tomar Perico en la de Valladolid, segundo arriba, segundo abajo.
Hasta ahora no había dicho absolutamente nada, estaba muy bien, tiene una pequeña corte que le ríe las gracias, que le paga. Yo todo eso lo respeto. Pero tienes que saber elegir a tus comunicadores. Porque si eliges a un comunicador que no comunica, no te oyen. No transmite.
El problema es que hoy pierde, se pone nervioso y va a la televisión. No es un corredor pasional, no es Álvaro Pino, que se pone a llorar. Él lo tiene todo meditado, calculado. Él vive de los demás. Entonces llega a televisión y fíjese en lo que dice: justifica lo injustificable porque dice que su equipo funciona perfectamente. Carambita, carambita, por no decir coño, coñazo. ¡Si su equipo, que está más solo que la una, ha funcionado perfectamente, pues yo soy el papa! Con todos mis respetos para su Santidad.
¡Un momento! ¡Para la cinta!
Para la cinnnnnnnnta y dale marcha atrás. ¡Escuchen!: «El equipo ha funcionado a la perfección; hay que entender que una persona que trabaja en los medios de comunicación…». Es decir, que yo soy también el culpable de que hoy se le haya despatarrado todo el equipo, de que los Gorospe y compañía hayan llegado con el mercancías, que tan solo haya aguantado Induráin, que tiene un mérito tremendo lo que ha hecho hoy porque se ha caído bajando el Fito, tiene la muñeca bastante mal, y todos sabemos que por su peso y envergadura es un hombre que no sube bien, y a pesar de eso ha aguantado y ha perdido arriba muy poquito, pero ni un solo compañero más del señorito Delgado. Buscamos en la etapa y están todos absolutamente perdidos, casi casi en el más allá. Bueno, pues ese equipo ha funcionado perfectamente. La culpa, lo van a escuchar, es mía.
¡Yo, señor Delgado, ¿soy un fantasmilla?! Bueno… ¡¡Usted es un necio!! Además es un mentiroso, y lo que usted dice no se sostiene en pie. Ya ha oído usted, señor Carrasco.
—No comento nada.
Señor Mínguez, ¿tampoco comenta nada?
—Sí. Comentar se puede comentar. Yo pienso que él, quizás, a lo mejor, estaba muy convencido de sus posibilidades porque está muy bien físicamente y no pensaba que podía tener este momento difícil en los Lagos. Tal vez se nota que tenéis un enfrentamiento por lo que sea, y en televisión, con los nervios de la carrera, pues ha salido justo por donde no debía.
¡Pero vamos a ver! Primero, ¿quién es él para opinar o pensar?
—No tiene que ver porque nosotros hablamos en Antena 3, en la Cadena Ser y en todas las emisoras de radio…
Ni me van, ni admito ni acepto a los caciques ni a los dictadores, y sobre todo me revientan los mentirosos. Cuando uno gana, gana porque es el mejor. Y cuando uno no gana o pierde, es que los demás están confabulados contra él. Señor Echavarri, señor Delgado, váyanse a esparragar.
* * *
El punto de inflexión fue el año pasado. Menudo cabreo se cogió cuando en el equipo decidimos que no iba a correr la Vuelta a España. Era lo mejor para llegar al Tour de Francia en óptimas condiciones, como ya habían hecho otros como Fignon, LeMond, Roche… Una carrera más dura, más montañosa, y lejos de la presión mediática de correr en España. Todo eran ventajas. Hasta que una tarde sonó el teléfono de mi casa.
—¡Hola, Pedro! ¿Qué tal? Soy José María García.
—Hola, pues muy bien…
Ya habíamos tenido un choque tres años atrás, cuando estaba camino de ganar mi primera Vuelta a España, en la etapa que acabó en Panticosa. En el programa especial de la tarde me criticó y cuestionó mis movimientos en la parte final porque ataqué a Pello Ruiz Cabestany, líder y compañero mío de equipo.
«Has obrado muy mal —me dijo entonces—. No es de compañeros lo que has hecho. ¡Cómo se te ha ocurrido atacar a uno de tu equipo!». «No he atacado a Pello, sino a otros corredores —respondí—. Pude hacerlo con anterioridad y me quedé a su lado, aguantándome las ansias de rebelarme y frente a una situación adversa para mi clasificación». «Atacaste al líder. Pero que es tu compañero de equipo». «Antes de moverme, hablé con Pello de mis intenciones, y me dijo que iba bien, así que esperé a falta de un par de kilómetros de la línea de meta para moverme y recuperar tiempo sobre nuestro adversario más peligroso, Robert Millar. —Ya entonces no pude aguantarme y le tuve que responder—: A ver, José María, que tú sabrás mucho de periodismo, pero de ciclismo déjame a mí, que creo que sé más que tú».
Después gané la Vuelta, con el ataque en Navacerrada entre la niebla y el granizo, recuperando los más de 6 minutos que llevaba de desventaja con respeto a Robert Millar y, claro, ahí ya amigos otra vez. Rondando a mi alrededor, haciéndome la corte. Televisión Española me quería llevar desde Salamanca, donde terminó la carrera, hasta Madrid para meterme en directo en el Telediario, pero el Butano se empeñó en que tenía que estar con él. En su helicóptero del hombre todopoderoso que es, yendo a Segovia a la fiesta que él se había encargado de organizar con el alcalde, para mi recibimiento.
Pero yo ya me había comprometido con la televisión.
Y algo hizo. Algo pasó porque acabé volando primero a Segovia, como él quería, y después a Torrespaña…
El caso es que, cuando decidí no correr la Vuelta en detrimento del Giro de Italia para buscar la mejor preparación posible para el Tour, García llamó a mi casa. Aquello ya lo habíamos hecho público unos días antes, durante la Vuelta al País Vasco, pero ese no era el motivo real de su llamada.
—Me he enterado de que vas a estar de comentarista durante la Vuelta con la Cadena Ser…
—Así es. Me lo han propuesto y les he dicho que sí.
—¡Pero, Perico, ¿cómo haces eso?!
—Pues es que me ha gustado la idea y les he dicho que estupendo, que para adelante.
—Tienes que estar conmigo, Perico. ¿Tienes algo firmado con ellos?
—No, pero ya les he dado mi palabra.
—¡Anda ya! Las palabras se las lleva el viento. Tú, Perico, conmigo, ¡que yo te hago Dios! Si nos lo proponemos, yo te hago el rey de España.
—Que no, José María. Yo ya me he comprometido.
—¡Tú eres el número uno, Perico! Y el número uno del ciclismo español tiene que estar con el número uno de la radio, y ese soy yo.
—Lo siento, José María, pero mi palabra es la que es, y esta es mi forma de actuar.
—¡Pues estás actuando fatal! Tú verás, pero va a ser peor para ti. Porque si estás conmigo, estás conmigo, pero si vas en mi contra, ¡te vas a enterar!
Y de golpe, colgó el teléfono.
Fue cuestión de poco tiempo que empezase a llegarme por amigos y conocidos el veneno que soltaba por las ondas hablando de mí. De mí, de mi padre, de mi novia…
Después llegó la Vuelta a España, donde debuté como comentarista en la Cadena Ser y me pidieron ir con ellos a la salida, en Tenerife. Aproveché y me llevé la bici para entrenar antes de las etapas y el Butano estalló con toda su furia contra mí.
—¡¡Antiespañol!!
—¡¡El mejor ciclista español del momento no está en la carrera de su país!!
—¡¡VERGÜENZA NACIONAL!!
—Y encima viene a la salida a entrenar y a regodearse cuando pasa el pelotón. Ha venido aquí a reírse de todos. Pero la culpa no es solo de él, sino de su equipo, que se lo permite. ¡El equipo navarro!
De golpe y porrazo, el Reynolds ya no existía.
—¡Su padre, un sindicalista!
—¡Su novia, una boba!
—¡¡Él, un antiespañol!!
* * *
Tengo que centrarme en la carrera, en mis adversarios, en lo poco que queda, y no distraerme con cosas ajenas. Esta Vuelta de 1989 la tengo en el bolsillo después de estos dos días tan duros que acabo de superar. La tengo a tiro a pesar de estas crisis. Me motivo en lo que queda y en lo conseguido hasta entonces. Gano la etapa de Cerler, la crono de Ezcaray y mantengo las opciones de Miguel Induráin. Así lo quiere José Miguel Echavarri: Miguel es el líder tapado, es su hora. Yo, el hombre a vigilar, el que centra toda la atención tanto dentro como fuera del pelotón. A Miguel, después de haberse fogueado en el Tour, conmigo como capitán y él aprendiendo, le toca coger los timones poco a poco. Yo, encantado. Él se había dejado la piel por mí para que yo ganase la ronda gala el año pasado. Es su turno.
Aunque no puedo negar que este año de 1989 estoy disfrutando y andando como nunca en mi vida. Hace un mes corrí la Lieja-Bastoña-Lieja con muchísima ilusión. La había conocido estando en el PDM, junto con la Flecha Valona, dos clásicas en las que lo podía hacer bien. Fueron todo un descubrimiento estas carreras de las Ardenas. Me encantaban y me habían convertido en otro corredor. Uno con plena confianza en sí mismo y en sus fuerzas. Uno que ya no esperaba a que otros hiciesen la carrera, sino que la hacía él mismo. Disfrutando enormemente de la bicicleta.
Y llegó la Redoute y allí guardé. Con esa filosofía mía de que cuando vas bien, hay que atacar no en lo más duro, sino cuando comienza a suavizar la pendiente y llega sangre a las piernas, y cuando la cabeza ya se rinde porque piensa que ha pasado lo peor; ese es el momento. Cuando nadie se lo espere. Primero me moví en la parte final y donde suavizaba la rampa durísima de la Redoute. Después, con la selección ya hecha de cuatro corredores, en la cota de Les Forges decidí que era el momento.
«Pedro, este es tu día de clasicómano. ¡Se van a enterar!», me dije.
Decidí romper la calma con un ataque por sorpresa y me fui solo. Pero en el largo descenso camino de la meta me echaron mano Sean Kelly, Fabrice Philipot y Phil Anderson. Finalmente hice cuarto, mi punta de velocidad me ayudó a tan honorable papel.
Pero estaba disfrutando a lo campeón. Porque te pueden doler las piernas, claro. Eso siempre. Pero yo tenía confianza y fuerza a partes iguales. Ya no era un corredor a la expectativa. Era un ciclista ofensivo. Dejaba madurar la carrera y de pronto leía, lo veía claro: ahora es el momento. Sé que soy uno de los corredores más vigilados del pelotón, pero no me importa. Porque siento este poderío dentro de mí.
Ganar La Vuelta siempre es una meta, pero somos un equipo, ciclistas buenos que se sacrifican por mí, y mi agradecimiento es también ayudar a que ellos ganen, por eso, en Cerler, en lugar de remachar, cubro huecos y seco ataques. En lugar de moverme, espero. Y en ese juego infantil de que uno ataca y te pones a rueda, y ataca otro y le sigues también, me vuelvo conservador. Corro a la contra. Al fin y al cabo, la referencia es Miguel, que no vaya lejos de nosotros, ralentizar la carrera lo máximo posible. Yo, a dejarme ir, que me arrastre la carrera.
Ahí voy yo, con uno, con otro. Me quedo agazapado hasta que Miguel cede. No demarro hasta vislumbrar las vallas en la cuneta. Ya estamos en los últimos metros para la meta y, en un apretado esprint con cuatro colombianos, gano la etapa. Casi sin darme cuenta.
Tampoco ha cambiado la situación mucho. Miguel no ha perdido demasiado tiempo y los planes en el equipo siguen intactos: que Induráin aguante y esperar a la crono de Valladolid, 50 kilómetros, una etapa para un rodador como él, que sufre, pero que aguanta en la montaña, para machacar en el llano. Y esa crono es perfecta para que aseste el estacazo final a la carrera.
Días después sigue mi racha en la contrarreloj de Valdezcaray. Y al día siguiente, bajando el puerto de Alisas, Martín Farfán se queda y me visto de amarillo con 59’’ sobre Fede Etxabe y 1’01’’ sobre Fabio Parra. Líder. Casi sin buscarlo. Todo está saliéndome a pedir de boca. ¿Qué más puedo desear?
Entonces llegan los Lagos de Covadonga y todo empieza a torcerse. Primero se cae Miguel bajando el Fito y se rompe el escafoides. Yo, en la subida final, empiezo a pasarlo mal sin explicarme por qué. Con lo «sobrado» que iba hace días.
Salvar el día en Brañillín es un orgullo para mí mismo, un golpe más de autoconfianza. A pesar de reconocer que ya no soy ese ciclista poderoso de antes, ahora simplemente soy uno más. Vulnerable. Nadie se ha percatado, nadie se ha dado cuenta de que hoy ha sido uno de los peores días de mi vida encima de la bicicleta. Y si he sobrevivido a esto, la Vuelta va ser mía, a pesar de tan exigua ventaja sobre el segundo, 3 segundos.
Descansar empieza a ser mi prioridad, todo lo que pueda. Estar tumbado en la cama y cargar las pilas, que estoy al límite. No quiero ver a nadie, y me da pena, pues estoy por tierras que me han visto crecer como ciclista y tengo muchos amigos.
La crono de Medina del Campo sé que es crucial; ahí tengo que sacar tiempo a mis más directos rivales, especialmente a Fabio Parra y Álvaro Pino, para estar tranquilo en la última etapa de montaña en la sierra de Guadarrama. Encima, esa etapa, por los puertos, la conozco a la perfección. La Vuelta es mía. Seguro. «Descansa, descansa, desconecta. Solo piensa en recuperar fuerzas».
Marco el segundo mejor tiempo en todos los puntos intermedios de la crono, solo por detrás de Fede Etxabe. Voy dándolo todo, pero guardando un punto, no sea que se me haga demasiado larga. Debo ser cuidadoso en ese esfuerzo máximo. Así hasta que llego al kilómetro 40. De ahí en adelante, los últimos 8 hasta la meta, despliego las alas y vuelo. Aguanto los piñones más pequeños y compruebo que las piernas responden. Qué placer más grande: pedalear con toda tu fuerza y ver que el cuerpo aún responde, que no te has exprimido del todo, y ese punto que querías guardar está ahí, no como en la última crono del Tour del año pasado, que al final se me atragantaron los últimos kilómetros y quedé cuarto respecto a Juan Martínez Oliver, cuando había ido marcando los mejores registros.
Gano la etapa en Medina del Campo, 54 segundos mejor que Parra, ya está a casi un minuto.
«Perico, esto ya está hecho».
Solo queda el asalto final, las montañas de casa, las que me han hecho grande como ciclista. Morcuera, Cotos, Abantos, la Mina (puerto del León) y Navacerrada. Y la meta en las destilerías DYC, donde me estarán esperando todos mis paisanos para celebrar conmigo mi segunda Vuelta a España. «Vamos a por ella». Supongo que no va a pasar nada trascendental, pero hay que correrla. En circunstancias normales, si no hay nada extraño, ya tengo la Vuelta ganada.
Llega Abantos y empiezan los ataques más serios para la lucha por la etapa. Se marcha una fuga sin ciclistas peligrosos de cara a la general y la calma se instala de nuevo. A mí solo me queda Javier Luquin para que me proteja, pero a estas alturas de la etapa sé que soy yo quien tiene que responder, y tengo la sensación de tener todo bajo control.
Siento que tengo un pedaleo torpe, pero no es nada alarmante, después de las cronos suele pasar. A nivel muscular estoy reventado. Lo lógico: ayer lo di todo y hoy el cuerpo se resiente. Así vamos todos. Comenzamos a subir Navacerrada por la vertiente madrileña, que conozco a la perfección. Y comienzan algunas escaramuzas, ya que la cabeza de carrera no anda lejos y la victoria de etapa todavía está en juego. Aceleraciones y sus correspondientes parones, que aprovecha Parra para atacar.
Respondo inmediatamente y llego a su altura.
En cuanto me ve vuelve a demarrar. Otro esfuerzo más, «venga», y de nuevo le neutralizo. Echo una mirada rápida hacia atrás y veo que Álvaro Pino y Óscar de Jesús Vargas ya están detrás de mí también. Y Santos Hernández, y el ruso Ivanov. A ver si se calma esto…
Pero no, Parra vuelve a probarlo. A probarme. Se levanta y cambia el ritmo de manera fulgurante. Cojo aire y le sigo. Anulado.
Y otra vez más. «Uf, ya es como la quinta vez que me ataca. ¡Bah! Que se vaya». A mí, con estos cambios de ritmo, me está machacando las piernas, me las está dejando sin chispa, las noto con la falta de la explosividad habitual para estas aceleraciones, y veo innecesario entrar en ese juego. «Que se vaya. Le dejo unos metros por delante, a una distancia prudencial, y arreglado. Aún quedan 5 kilómetros para coronar; ya apretaré en la parte f inal».
«¡Ostras! Que está abriendo hueco».
«Uy, uy, uy. Que cada vez le veo un poco más lejos».
«Ay, madre mía, que se me va el Fabio».
Empiezo a apretar todo lo que puedo. No quiero que coja más distancia.
«Ostras, que lo está haciendo».
Aprieto, impongo todo el ritmo que mis maltrechas piernas pueden a estas alturas.
«Ostras, Pedro, aprieta un poco más, que se está yendo».
«Que se está yendo».
«Que se va».
«¿Pero qué he hecho? Por no ir a los cambios de ritmo, ahora estoy en una situación muy comprometida».
«Bueno, calma. Paciencia y que no cunda el pánico. Coge un ritmo más cómodo. Piensa que de la cima a meta podrás recortar; ahora se trata de evitar que la distancia tome proporciones insalvables».
«Piensa como si fuese una crono, a tope, pero sin explotar».
«Paciencia, Pedro. La bajada va a ser capital, todo ese terreno favorable hasta las destilerías DYC. La conozco tan bien que no voy a rozar el freno ni con la yema de los dedos. Ahí sí que le voy a pegar un buen mordisco. Pero ahora regula. Que no se te vaya del todo, que tengo 57’’ de ventaja en la general, es muy difícil que me saque un minuto, pero no me puedo relajar. Mantén la concentración. Llega con un poco de fuerza a la cima para tirarte a tumba abierta en el descenso».
—Allez, Perico!! Allez, allez!! —escucho a mi lado que alguien me jalea casi al oído. Por el timbre de voz empleado comprendo que no es nadie del público, no de esos gritos desaforados de toda la gente que está apostada en las cunetas con pancartas con mi nombre.
—Allez, allez, Perico! —me vuelve a repetir, a la vez que se pone delante de mí.
Es Ivanov, el ruso del Alfa Lum, que pasa a tirar del grupo en el que apenas quedamos siete corredores. Santos Hernández, Álvaro Pino, Jon Unzaga, Martín Farfán, Iñaki Gastón, él y yo.
«¿Y a este qué mosca le habrá picado para ponerse a tirar? ¿Será porque quiere ganar la clasificación de la montaña y neutralizar a Parra? Yo qué sé…, pero me está viniendo de perlas que se ponga a marcar el ritmo».
—Dai, dai!!
Ahora me anima en italiano. El tío va volcado, completamente entregado. Es que ni mira para atrás pidiéndome colaboración, y eso que soy yo quien está obligado a hacerlo como líder. «¿Me está ayudando?».
Estamos a 2 kilómetros de la cima de Navacerrada y la ventaja de Parra es de 40’’ respecto a nosotros.
«¡Uf! Ojo, Pedro, acuérdate que por delante tiene a Omar Hernández y Camargo, que, aunque no sea del Kelme, es colombiano. Y ahí puede haber alianza».
Coronamos Navacerrada a 43’’ de Parra.
«Bueno, todavía tengo una renta para mantener el amarillo».
En los metros finales de esta ascensión me entra una duda: ¿me la juego bajando o trato de mantener el grupo en el que estoy? Porque hay 24 kilómetros hasta la meta y, quitando los 7 primeros, los demás son muy favorables. Decido conducir el grupo e involucrar a algún corredor conmigo, que vea opción de victoria de etapa.
Cálculos, cálculos. «¡Ay, Pedro! Con lo bien y fuerte que ibas al inicio de esta Vuelta y ahora estás todo el tiempo haciendo números y pidiendo referencias».
He pecado de soberbio, de confianza en mí mismo y ahora estoy con la calculadora en mano.
Se acerca la moto de información.
—50’’ con Parra. Catorce kilómetros a meta.
—¡¡¿Qué?!!
«¿Estoy a 7’’ de perder la Vuelta a España?».
Vuelve a pasar Ivanov al relevo en mi ayuda. Sigo sin entender por qué, pero más vale que lo siga haciendo porque esto se está poniendo muy feo. Luego tiro yo. A muerte, no me queda otra. Poco a poco se van animando otros como Unzaga, Suykerbuyk… Pasamos por La Granja a mil por hora, siento que el ritmo ahora es bueno. Además, en las rectas que vamos a afrontar deberíamos verlos, aunque sea al fondo. En mi pensamiento cruzo los dedos para que así sea.
«¡Sí! ¡Así es! ¡Ahí están! ¡Bien!».
Al fondo se ven los coches que van detrás de Parra. Una referencia visual que me calma toda la angustia de los últimos kilómetros de Navacerrada.
Cinco kilómetros para el final y vuelven las referencias: 35’’.
«¡Uf! Eso ya está mejor». Empiezo a respirar tranquilo.
Llega la última curva, que me conozco de memoria, para encarar la entrada a las destilerías DYC y ya puedo ver a Parra, con Omar Hernández. Un poco más y les echamos mano.
Francis Lafargue me lleva al podio. Me quitan el maillot amarillo y la camiseta interior para secarme el sudor. Resoplo. Toso. Doy un trago de agua larguísimo, eterno; no había tenido ocasión de disfrutar de ese trago en la última hora. Noto cómo me está devolviendo a la vida. Se acerca también José Miguel Echavarri y le pregunto:
—Oye, José Miguel, y el Ivanov este ¿por qué tiraba?
—¿Yo? Ni idea. Yo no sé nada. Tendrás que preguntarle a él.
Intento buscarle después del podio porque quiero darle las gracias por lo que ha hecho por mí y al final doy con él.
—Merci! Grazie mille! —le digo para hacerme entender.
—¡Yo, gran admiración por ti, Delgado! Poder estar cerca de ti es un honor. Además, me dejaste ganar en Brañillín —me responde en un español a tropezones pero entendible.
«¿Dejarle ganar yo? ¡Sí, hombre!». Si a duras penas llegué vivo aquel día a la meta. Como para hacer concesiones estaba yo…
Pero me veo en la obligación de hacer algo más. Con lo bien que se ha portado conmigo, se lo debo. No sé si me ha salvado la Vuelta, pero prefiero agradecérselo. Y más cuando ha sido decisión suya.
Busco un sobre, meto mi tarjeta con mi dirección —por si alguna vez quiere venir a verme o a entrenar por Segovia— y las «gracias» para entregárselo al día siguiente.