En cuanto Koldo tocó el escudo, se hizo más fuerte y más grande.
—¡He terminado mi trabajo! —se rio Freya. Dio media vuelta y salió corriendo, dando saltos por el borde todavía helado del lago.
Koldo se levantó. Era tan alto como dos hombres. Las cuerdas de su cuello se tensaron y se rompieron. La gente gritaba de pánico.
—¡El fuego lo detendrá! —gritó una mujer.
Pero estaba equivocada. Koldo pegó una patada haciendo que una de las antorchas que estaban en el suelo saliera volando e hiciera un arco en el aire como una estrella fugaz. En un abrir y cerrar de ojos, había pasado de ser un triste cautivo a un monstruo terrible. Volvía a ser una criatura de Velmal. Desde la orilla del lago helado, el caballo de Tom relinchó.
—Mantén a Tormenta alejado del centro —le gritó Tom a Elena—. El hielo es demasiado fino para aguantar su peso.
Tom envainó la espada y empezó a avanzar por el hielo, pero cuando apenas llevaba unos pasos, un trozo de hielo se ladeó peligrosamente y el chico empezó a resbalar hacia el borde. Clavó los talones en el hielo y consiguió evitar que su cuerpo cayera en las aguas heladas.
Koldo no tenía ese problema. Con cada uno de sus inmensos pasos se formaba un bloque de hielo por debajo de sus pies como si fueran las raíces de un árbol. No tenía ningún peligro de hundirse. La Fiera se alzaba ante los ciudadanos de Freeshor y se iba haciendo más grande con cada paso. Movió el brazo y derribó a tres personas como si fueran bolos de hielo. Plata se lanzó valientemente hacia las piernas de Koldo y por un momento consiguió distraer al Gigante de Hielo. La Fiera intentó darle un manotazo, pero el lobo era demasiado rápido. Algunas personas consiguieron ponerse a salvo, pero el muchacho tenía que idear un plan antes de que la Fiera matara a alguien.
Tom logró ponerse de pie y estiró los brazos para mantener el equilibrio a medida que el hielo se inclinaba peligrosamente. ¿Cómo iba a pelear así? Debía de haber algo que pudiera hacer, algo que lo ayudara a balancearse...
«Claro, ¡la báscula!»
Miró a Elena que estaba con Plata y Tormenta cerca de la orilla del lago, donde el hielo seguía siendo grueso. Su amiga miraba hacia delante, con el arco listo para disparar. Pero las flechas eran inútiles con Koldo. Con mucho cuidado, Tom avanzó hacia ella sin quitarle la vista a Koldo. Por fin llegó al lado de Tormenta, buscó en sus alforjas con las manos heladas y sacó la bolsa de cuero. Dentro estaba la báscula.
—Espero no equivocarme —murmuró para sí mismo.
—¿Qué haces? —preguntó Elena—. No podemos salir corriendo.
—No —dijo Tom—. Espera y verás.
Oyó a Koldo rugir. Los ciudadanos atrapados intentaban escapar y se metían entre las piernas de la Fiera mientras ésta intentaba quitárselos de encima. Pero el hielo crujió y cayeron al agua. Koldo echó la cabeza hacia atrás y en su boca se dibujó una risa cruel: era la inconfundible risa de Velmal.
—Ayuda a la gente —dijo Tom—. Yo voy a enfrentarme con Koldo.
—Suerte —contestó su amiga moviéndose con mucho cuidado por el borde del hielo.
Tom volvió a subir al hielo flotante, con la báscula en la mano. Había llegado el momento de probar su teoría. En cuanto sentía que se desequilibraba y le resbalaban los pies, la báscula se movía en sentido contrario y hacía que recuperara el equilibrio. Dio otro pequeño paso y el hielo volvió a moverse; sin embargo, una vez más, la báscula lo ayudó a recuperarse.
«Por lo menos, ahora entiendo para qué vale esta recompensa», pensó Tom.
Koldo se volvió, y al ver que se acercaba, dio un pisotón en el hielo. Una red de finas grietas se extendió hacia Tom, pero el chico se mantuvo firme. A un lado, vio que Plata metía el hocico en el agua helada y sacaba a un hombre empapado y tiritando. Elena dirigía a otras personas para que fueran por las partes más gruesas del hielo.
Cuando a Tom le pareció que estaba lo suficientemente cerca de la Fiera, guardó la báscula bajo su abrigo de piel y corrió hacia delante para intentar recuperar el escudo. Sus dedos rozaron el borde, pero Koldo lo apartó y Tom cayó de narices en el suelo. Se le había quedado la mano herida debajo del cuerpo y no pudo evitar un grito de dolor.
A su izquierda vio un brillo verde y se puso de nuevo en pie de un salto. Se agachó al ver cómo el escudo verde cortaba el aire por encima de su cabeza. Estaba seguro de que el golpe lo habría partido en dos.
El suelo tembló cuando Koldo cambió de postura y pegó una patada. Tom se volvió y esquivó el gigantesco pie. Después levantó el escudo.
—¡Mientras la sangre corra por mis venas, terminaré esta batalla! —gritó. Entonces bajó el escudo con todas sus fuerzas para darle a la Fiera en el pie, haciendo saltar trozos de hielo.
Koldo no hizo ningún ruido. Tom se quedó horrorizado al ver que donde le había dado el golpe volvía a crecer hielo sin dejar rastro de la herida. Levantó la vista y vio que la cabeza de la Fiera se volvía hacia él. Una sonrisa helada se abría como una grieta en la cara del Gigante de Hielo. La Fiera le pegó una gran patada haciendo que Tom saliera disparado por los aires. Cayó al hielo y resbaló hasta una montaña de nieve. Su túnica chorreaba agua helada mientras intentaba recuperar el aliento. Koldo se dirigió hacia él dando grandes zancadas.
«¡Muévete!», se ordenó Tom a sí mismo. Pero las piernas no le respondían y la cabeza la daba vueltas. Vio doble la imagen de la Fiera mientras se le nublaba la vista.
Koldo levantó de nuevo el pie por encima de Tom.
La voz de Elena se oyó en la distancia.
—¡No!
El pie de hielo bajó.