Linus se quedó sin respiración al ver la gigantesca huella en la nieve. Las historias eran ciertas.
—¡Es por aquí! —dijo Dylar señalando con su huesudo dedo el camino helado que tenían por delante.
Las llamas de la antorcha que tenía en la mano lamían el aire, y un humo gris se elevaba en el helado cielo de la noche. Dylar era el anciano de la aldea; la luz naranja iluminaba todas las arrugas de su serio semblante.
Linus era sólo un niño, pero llevaba una antorcha como todos los demás. A pesar del calor de las llamas, temblaba bajo sus gruesas vestimentas de piel. Su aldea, Freeshor, estaba cubierta de nieve todo el año, pero esa noche el frío le había calado en los huesos más que nunca.
Iban a la caza de un monstruo.
—¡Por ahí! ¡Por ahí! —exclamó alguien—. ¡He visto algo!
La gente del pueblo empezó a gritar.
—¿Dónde?
—¡A por la Fiera!
—No hay tiempo que perder.
El grupo siguió avanzando, pero Dylar gritó más alto que los demás.
—¡Alto! ¡Tenéis que manteneros unidos! No podremos atrapar a esta criatura si no trabajamos en equipo. Poned a los más jóvenes a salvo.
Linus no pensaba permitir que lo enviaran a la parte de atrás, con los otros niños. Se metió entre las manos y las piernas de la gente para ponerse delante.
«¡Yo esto no me lo pierdo por nada del mundo», pensó.
El camino ascendía y se hacía más estrecho cuando vieron un brillo más adelante.
—¡Es el hombre de hielo! —gritó un hombre. Linus aguantó la respiración.
La inmensa criatura, tan grande como dos hombres, miraba hacia el otro lado. Su cuerpo helado emitía un brillo azul claro bajo la luz de las antorchas. Linus podía ver a través de su torso algunas partes del cuerpo.
La Fiera se volvió hacia el grupo y rugió con rabia. Su cara estaba formada por superficies planas y ángulos, como si fuera una estatua sin terminar. De la barbilla le colgaban carámbanos, y sus ojos eran como piscinas de agua congelada. Linus vio que llevaba un escudo que era más alto que él y emitía un extraño brillo verde. En el otro puño sujetaba un bastón astillado de hielo.
—¿Qu-qué hacemos? —preguntó alguien.
Con un gran crujido, el Monstruo de Hielo levantó un pie y lo dejó caer con fuerza en el suelo. El camino tembló y la gente del pueblo cayó hacia atrás. Pero la criatura no fue hacia ellos.
—¡Rodeadlo! —gritó Dylar.
Los que estaban delante se acercaron y Linus fue con ellos. La Fiera de Hielo se dio la vuelta para salir corriendo, pero los hombres de Freeshor eran más rápidos. La multitud se dividió en dos columnas y la rodearon. Un hombre saltó para subirse a la espalda de la Fiera, pero resbaló y cayó en la nieve. El Gigante de Hielo aulló y levantó un pie para aplastarlo. Linus salió disparado hacia delante moviendo la antorcha. Las llamas danzaban delante de la cara de la Fiera y ésta retrocedió, bajando el escudo y levantando un brazo para protegerse.
Linus se quedó mirándolo con la boca abierta.
¡La Fiera de Hielo tenía miedo al fuego!
Por todo el cuerpo de la Fiera aparecieron gotas de agua mientras el gigante se tambaleaba en medio de la multitud que lo rodeaba y no se atrevía a acercarse al círculo de antorchas en llamas.
Linus dio un paso. Si conseguía quitarle el escudo, se convertiría en el héroe del pueblo. Sujetó su antorcha en alto como si fuera una espada y avanzó hacia su recompensa. La Fiera intentó coger el escudo con sus dedos gruesos y helados, pero Linus lo amenazó con la antorcha.
—¡Atrás! —se oyó decir a sí mismo. La Fiera retrocedió. Linus cogió el escudo y los hombres de Freeshor empezaron a dar gritos de júbilo.
La Fiera parecía más asustada que nunca. Ahora le caían chorros de agua y parecía estar encogiendo.
—¡Destruidlo! —gritó uno de los hombres.
—¡Derretidlo! —gritó otro.
El anillo de fuego lo acorraló cada vez más cerca.
Pero Linus oyó a Dylar gritar entre el tumulto.
—¡No! —En la cara del anciano se dibujó una sonrisa mientras todos esperaban a oír lo que iba a decir—. Hay otra manera...