luego de recorrer el pasillo exterior, Salazar se acerca a la ventana del cuarto con la esperanza de encontrar alguna cerradura violada. Escucha, por simple casualidad, la conversación de Avendaño y el agente Mantilla:
—He aquí un caso para Hercules Poirot. No hay pistas, no hay huellas, no parece haber un robo. Solo dos cadáveres ensangrentados. Ya veo a los gacetilleros de turno repetir la vieja fórmula: “las autoridades no tienen pistas sobre el asesino”.
—Y el título, doctor —interrumpe Mantilla—. Se le olvidó el título: “Sangriento inicio de carnaval”.
—O, tal vez, “Masacre carnestoléndica”. Esos son los títulos de ese gacetillero de turno que se firma Sal Azar.
Desde el pasillo, Salazar deplora la falta de talento de los dos investigadores. El narrador aprovecha para describirlos.
El Correo jueves 1º de febrero de 1996
obituario
El Santiago Eljach que yo conocí
Por Román Gallardo cronista social
A pesar de no haber disfrutado el privilegio de su agradable conversación, al igual que tantos otros lectores me encuentro profundamente consternado por la desaparición de don Santiago Eljach, sin duda el más conspicuo representante de las virtudes de nuestra sociedad. No podrían resumirse en esta pequeña columna las innumerables características de tan renombrado hidalgo. Baste decir que su don de gentes lo llevó a ocupar prestigiosos cargos en el servicio diplomático y que, luego de haber sido ministro de diversos Gobiernos, impulsó la creación del Club Colombia y de otras legendarias instituciones que todavía hoy son símbolo y orgullo de esta querida ciudad.
Hombre culto y de maneras refinadas, se destacó como dibujante y acuarelista de gran talento y algunas de las pinturas de su galería parecen ser joyas que cualquier coleccionista europeo envidiaría, según lo ha destacado en una nota reciente nuestra aguda crítica Valeria Fidalgo, quien, por cierto, a su regreso de Europa, ha declarado encontrarse perpleja ante el paupérrimo estado de nuestras expresiones y la inaudita ignorancia de los pintores locales.
Valeria, a cuya gestión se debe la reestructuración de nuestro Museo de Arte Moderno–influencias como estas son las que necesitan nuestros artistas– me confesó que quizás la única persona familiarizada con los conceptos más recientes de la estética contemporánea era don Santiago Eljach.
Ajedrecista consumado, senador de la República, defensor de los humildes, escritor de estilo ampuloso y aficionado a las antigüedades –su colección era una de las más reconocidas en el país y paso obligado de expertos extranjeros que siempre admiraban sus magníficos objetos–, podía darse el lujo de afirmar que ninguna de las manifestaciones del espíritu humano le fue negada y que supo cultivar cada una de ellas con inteligencia y dedicación.
Manos turbias y asesinas se ensañaron con la vida de un hombre ejemplar y con la de su encantadora esposa doña Margoth Abuchaibe, fiel y abnegada compañera de los últimos años, cuyas virtudes femeninas son análogas a las de su esposo. ¿Qué criminal de retorcida mente pudo planear el crimen de este matrimonio ejemplar, cuyo único defecto fue dedicar parte de su fortuna a la redención de los sectores menos favorecidos de nuestra sociedad?
Cómplices de esta ignominia son también algunos plumíferos que se han solazado en los pormenores de una muerte que por razones de simple etiqueta profesional debería ser tratada de manera más pudorosa. ¿Querían estos periodistas, cuyas vidas personales ha mucho tiempo desbordaron los cauces de la decencia, sabotear nuestros días de carnaval, patrimonio intangible de nuestra ciudad?
Desde esta columna, El Correo invita a toda la ciudadanía a cerrar filas contra los violentos y los obscenos, y a observar normas de buen comportamiento durante estos días festivos. Sólo me resta enviar un mensaje a los respetables miembros directivos del Club Colombia: que aquel salón frecuentado en las tardes por don Santiago lleve su nombre y que en un dicreto mármol se recuerde a este ciudadano ejemplar, cuya ausencia ya empezamos a sentir.