La influencia de la mirada

 

Pocas personas pueden evitar la influencia de la mirada humana. Si se ve imperiosa, subyuga; si es tierna, conmueve; si es triste, penetra al corazón con su melancolía.

Pero esta influencia no puede ser fuerte y real a menos que esté causada por el pensamiento que se desarrolla detrás, que es lo que mantiene y fija esa mirada, al comunicar la expresividad a los ojos, sea terrible o agradable, persuasiva o desafiante, y que sola puede mantener la firmeza y la perseverancia de las fuerzas activas que existen en nuestro cerebro.

Algunas personas, dijo Yoritomo, poseen una mirada naturalmente fascinante; usualmente son aquellos que pueden mantener la vista fija durante un largo período de tiempo sin pestañear.

Pero no basta con ser capaz de mantener una mirada persistente causando un malestar, que casi siempre tiende a estar dirigida a la sumisión de espíritus más débiles.

Esta mirada debería ser la proyección de un pensamiento en el cual la forma fija es definida lo suficiente como para que su influencia penetrante se convierta en algo eficaz.

“Pero”, alguien dirá, “no siempre es necesario pensar, ya que varios animales poseen este poder de la fascinación, como la serpiente, la cual mantiene a un pájaro inmóvil bajo el poder de su mirada con el fin de que ni se le ocurra usar sus alas para escapar de su enemigo.”

Pero aunque el pensamiento consciente no exista en el animal, éste está sin embargo respondiendo a un instinto de manera activa.

Hay una fuerza invisible en el cerebro de la serpiente que la impulsa a tomar posesión de su presa, y esa fuerza, manejada por un poderoso instinto, determina una compulsión, que en las criaturas más débiles es suficiente para paralizar cualquier inclinación a resistirse.

Pero la serpiente no monopoliza este privilegio de la fascinación, si uno cree en ciertas crónicas francesas antiguas.

En el viejo libro publicado por Rousseau en el siglo diecisiete, se relata que a un sapo, encerrado en un frasco del cual no podía salir, se le hacía difícil soportar la fascinación del ojo humano; al principio, sintiendo un evidente malestar, trató de escapar; entonces, cuando fue convencido de que era imposible, retornó a su postura original, ahora devolviendo la mirada fija a su observador, lo cual terminó por ocasionarle la muerte.

¿Es necesario darle más fuerza a la historia, añadiendo que un día un sapo, más fuerte y más irritable que los anteriores, clavó sus ojos tan largamente sobre los de un hombre, que éste último realmente sintió la influencia de la criatura, desmayándose a causa de la implacable dureza de su mirada?

No creo que tales experiencias hayan sido establecidas de manera oficial, pero después de todo es interesante concluir que bajo la influencia de un pensamiento instintivo, la mirada de un animal puede obtener un extraño poder. La mirada del hombre, cuando es impulsada por un pensamiento activo y razonable, puede ser un factor importante a la hora de sugestionar utilizando la influencia.

“Para convencer a un adversario”, dijo el filósofo japonés, “uno debe mirarlo directamente a los ojos. Pero sería muy estúpido y típico de alguien inexperto usar este método sin discreción.”

Algunos verían en ello únicamente insolencia, y su irritación evitaría que sintieran la influencia completa de la mirada; otros sentirían un cierto malestar que provocaría que desviaran los ojos hacia otro lado antes de haberse sometido por completo a la influencia del observador, y eso podría causar que no quisieran restablecer un contacto con esa persona que los impresionó de una manera tan desagradable.

La mejor manera de empezar a usar la mirada para influenciar es hablar acerca de asuntos que no levantarán sospechas por parte del interlocutor.

Uno debería presentarse a sí mismo de una manera sencilla y tranquila, y escuchar sin mostrar ningún signo de impaciencia a causa de cualquier objeción que la persona pueda hacer; algunas de ellas podrían ser precisas, y sería algo poco sabio combatirlas.

Es algo innecesario añadir que la mínima prisa, que desplazaría el foco de atención del pensamiento hacia otro lugar, sería algo perjudicial y podría causar un grave daño al éxito que estamos buscando.

El exceso de modestia debería ser evitado, ya que la transmisión de los pensamientos – y en consecuencia de la influencia – depende de nosotros.

La timidez es siempre un obstáculo a la hora de influenciar mediante la mirada, la cual (en este caso) debería ocurrir en el primer intercambio de miradas, siendo directa, franca y dirigida hacia los ojos del interlocutor, por encima del puente de su nariz. De esta manera se evita el contacto directo pero se simula una mirada dirigida a los ojos.

Una vez que la batalla concluye, uno debería retirar sus ojos sin darle demasiada importancia; especialmente se deberían evitar los ojos del oponente (así es como lo llamaremos) durante los primeros minutos de conversación, para evitar que éstos tomen cualquier tipo de control sobre los tuyos; uno debería fijar de alguna manera su vista, sin permitir que los ojos del otro posean a los nuestros.

En pocas palabras, aquel que desea influenciar a otro con su mirada, debe tomar el mayor de los cuidados para no dejar que esa persona sospeche de sus planes, lo cual podría ponerlo inmediatamente a la defensiva, inutilizando todos tus esfuerzos.

“Una vez conocí a un hombre joven llamado Yon-Li”, añadió Yoritomo, “que solicitó la ayuda de un Daimio1 con la intención de que éste hiciera las veces de mediador entre él y uno de sus amigos. Siendo estrictamente fiel a la verdad, debería decir que el objetivo de tal solicitud no era enteramente desinteresado, ya que el joven deseaba que el Daimio concluyera una transacción que afectaba a sus propios intereses.”

Además, el amigo le había prometido una buena suma de dinero a Yon-Li si él tenía éxito al influenciar a aquella persona importante hasta el punto de aceptar tal solución.

Durante un largo tiempo el joven había practicado ejercicios para el desarrollo de la influencia psíquica, y creía que había llegado a un punto en el cual uno está seguro de sí mismo.

Entró al recinto e inmediatamente arrojó una mirada sobre el Daimio, la cual éste último consideró algo extraña, por lo cual intentó adivinar la causa de tal mirada, que se convirtió en un atisbo casi agresivo, determinado a dominarlo.

El Daimio era un hombre de voluntad fuerte, que había ejercitado durante un largo tiempo sus poderes de penetración.

No tuvo grandes dificultades para descubrir el motivo que movilizaba al joven Yon-Li, y se le ocurrió la idea de luchar contra él con sus propias armas.

Teniendo el cuidado de evitar mirar las pupilas de su visitante, fijó sus ojos en él de la manera en que describimos anteriormente, concentrando su mirada en la parte superior del puente de su nariz, enfocando sus pensamientos fuertemente en la idea de dominarlo.

El joven amateur no estaba preparado para recibir un ataque más poderoso que el suyo, por lo que su audaz seguridad vaciló un poco, y bajo la influencia de esa mirada penetrante pestañeó, bajó sus párpados, y pausadamente retiró su mirada.

Fue vencido, y planteó su cuestión ante el Daimio con nerviosismo e inseguridad. No fue escuchado ni atendido, y además había tenido que soportar la vergüenza de confesar con la mirada, aunque contra su voluntad, sus intenciones maquiavélicas.

Yoritomo añadió:

“La influencia de la mirada es innegable; su poder oculto puesto en marcha por la fuerza del pensamiento es el resultado de la acción de las fuerzas que nos rodean, combinadas con nuestra propia fuerza vital.

Uno no debería usar estas fuerzas sin cuidado. Está bien usarlas, especialmente como armas, de manera ofensiva o defensiva, en la gran batalla que termina por ser ganada con la sabiduría y el conocimiento de la propia naturaleza humana.”

Pero así como cuando Yoritomo nos instruyó para adquirir energía, o cuando nos enseñó a superar la timidez, no se conformó con simplemente proferir preceptos; nos mostró métodos mediante los cuales podríamos adquirir los preciosos beneficios que él exaltaba.

Para obtener esa autoridad en la mirada, la cual es una de las primeras condiciones en el estudio para adquirir dominancia mental, ciertos ejercicios son necesarios. Por ejemplo, es bueno poner una vara de bambú sobre una hoja de papel vitela2, ubicarse a unos pasos de distancia de ella, y mantener la mirada fija sobre el bambú sin permitir que el ojo se distraiga con la hoja de papel vitela. Uno debe usar toda su fuerza de voluntad para evitar el parpadear.

Este ejercicio debería comenzar con un conteo hasta veinte, después hasta treinta, incrementando la enumeración hasta doscientos, lo cual es suficiente. Cuando uno pueda realizar este ejercicio fácilmente, habrá llegado el momento de pasar al siguiente, un poco más complicado.

Habiendo hecho un agujero en la hoja de papel vitela, teniendo sumo cuidado, de tal manera que los bordes de la apertura sean prolijos y de corte limpio, se debe fijar la mirada en esta apertura durante uno, dos, tres minutos, o incluso más si es posible.

También es bueno posicionarse delante de una superficie brillante y suave, preferiblemente estaño pulido (si no se tiene una de plata u oro), y buscar en ella la reflexión de los propios ojos de uno.

Hunde tu mirada en las profundidades de tus ojos, desde el principio este representará un buen ejercicio para cuando llegue la hora de someter la voluntad de los ojos de los demás a tu mirada.

En esta situación, mueve la cabeza de derecha a izquierda, y después de izquierda a derecha, sin perder la firmeza o el poder de la mirada. Se debería evitar guiñar los ojos y el bajar los párpados, y se debería practicar mantener miradas firmemente frente a otras personas.

Pero todos estos ejercicios serían hechos en vano si a la hora de ponerlos en práctica no sabes cómo concentrar tu mente en una única persona. ¿Cuánta influencia puedes ejercer o aplicar sobre los demás si no sabes cómo dominarte a ti mismo?

La unidad del pensamiento es algo indispensable durante el desarrollo del uso de la mirada, si parece demasiado difícil mantenerla fijada en un único punto, entonces sería bueno utilizar ciertas maneras de sugestión, como la siguiente:

Primero, cuenta hasta diez con la sencilla idea de hacerlo lentamente, permitiendo que transcurra la misma cantidad de tiempo durante la pronunciación de un número que en el descanso antes del siguiente.

En segundo lugar, cuenta tus dedos por tandas de aproximadamente sesenta veces, contándolos en un tono grave de voz, sin perder de vista el punto en el que te has enfocado.

Uno podría contar al principio hasta cinco o diez; pero después incrementa esta cantidad, preocupándote por empezar todo otra vez si te encuentras con que la propia atención se ha dispersado o que mientras se pronunciaban los números te has distraído, o incluso si sólo durante un instante se desvió tu mente del objeto de tu propósito.

Pero esto no es todo; tan pronto como uno ha adquirido las cualidades deseadas del cultivo del poder de la mirada, debería empezar a experimentar con ellas. Y acerca de esto, aquí está lo que nuestro filósofo nos aconseja:

Cuando hayas conseguido la maestría del uso de la mirada, y hayas aprendido cómo enfocar tu mente, prueba el poder de tus ojos sobre alguna persona en medio de un grupo de gente.

Primero, elige a alguien cuya cara denote un carácter más débil que el tuyo, y fija tu mirada en la parte posterior de su cuello, con un único pensamiento, que debería invadir su mente, provocándole un deseo muy poderoso de darse vuelta.

Si tu influencia ha sido ejercida exitosamente, tras un cierto período de tiempo, verás que este individuo comenzará a inquietarse, y después a mover un poco su cabeza, como si estuviera intentando sacudir un mal pensamiento fuera de su cabeza; finalmente, pondrá su mano sobre el punto en el que tu mirada ha sido enfocada, y entonces, contra su voluntad, se dará vuelta.

Este experimento puede ser ejecutado sobre todo tipo de sujetos, y siempre tendrás éxito si sabes cómo envolver a tu víctima y generar una corriente mental poderosa para que se combine con el poder de tu vista.

Podrás imaginarte entonces, hasta qué punto esta facultad podría ser de utilidad en las circunstancias ordinarias de la vida; es el secreto de aquellos a los que llamamos personas fascinantes, a las cuales nadie se puede resistir, y que saben cómo obtener lo que sea que deseen simplemente determinando qué placer les proporcionaría la obtención del objeto deseado; porque saben bien que al concentrarse en esa mente ajena fuertemente pensando en lo que van a pedir, la mente del interlocutor, rindiéndose ante una influencia mental, se presta fácilmente para cualquier tipo de pedido, especialmente si la dominación de la mirada aumenta su convicción al crear en él un estado psíquico que lo obliga a someterse a su poder.

Estos preceptos eran aquellos que utilizaba otro domador de espíritus, Mahoma, quien dijo:

“El efecto de la mirada humana es indudable. Si hay algo en el mundo que pueda movilizarse más rápido que el destino, es ella.”

A partir de ese dicho, fuertes supersticiones se han originado, contra las cuales el Shogun nos advierte:

Una de las razones, dice, que nos impulsan a cultivar la parte influyente de la mirada, es la necesidad de estar lo mejor preparado posible en potenciales situaciones que involucren a ciertos tipos de personas que creen haber heredado poderes ocultos de magos.

Un hombre bendecido con una voluntad fuerte no tiene nada que temer de estos mentirosos sin vergüenza; pero una persona sensible e impulsiva, que no sabe cómo ser asertiva y dominar a los demás, se convierte en presa fácil; y las sugestiones provenientes de estos miserables al someterse a sus voluntades, pronto la conducirán a una mala fortuna.

Yoritomo añadió que además, aquellos que puedan desear usar su influencia sobrenatural para hacer que otros cometan las acciones equivocadas, pronto serán castigados con la pérdida de esa influencia, que se desarrolla de buena manera sólo cuando actúa a partir de un pensamiento benéfico. En esta situación es aplicable el dicho que reza:

“Los malos pensamientos acerca de los demás son varas con las cuales nos golpearemos a nosotros mismos algún día.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 


1 El daimyō (大名, era el soberano feudal más poderoso desde el siglo X al siglo XIX dentro de la historia de Japón. El término "daimyō" significa literalmente "gran nombre.” Este rango ha tenido una larga y variada historia. El término "daimyō" es utilizado también en ocasiones para referirse a figuras de liderazgo en los clanes, también llamados "señores.”

2 El papel vitela (del francés antiguo Vélin, por "cuero de novillo") es un tipo de pergamino, para hacer las páginas de un libro o códice, caracterizado por su delgadez, su durabilidad y su lisura. El término también puede hacer referencia a un manuscrito o libro escrito en ese material.