La concentración es una de las fuerzas más maravillosas que puedan ser concebidas. Sin la concentración ningún tipo de éxito es posible; si está presente debemos considerarlo como una cuestión de suerte, no prestar demasiada atención a su duración, y recordar el dicho popular que dice:
“El que viene con el sonido de la flauta se vuelve al sonido del tambor.”
En otras palabras, lo que una circunstancia casual ha traído podría irse sobre las alas de un evento imprevisto. Muy distinto es el éxito que obtenemos mediante la razón, y que habiéndolo buscado y deseado con todos nuestros poderes, hemos agotado todos nuestros esfuerzos para evocarlo y ya no lo aferramos contra nosotros mismos por miedo de que nos fuera a abandonar.
El hecho de ser fiel a una idea es siempre el paso inicial hacia todo éxito. Ya que si una idea no tiene tiempo para generarse en casa con nosotros; si lo que formalmente se llama cristalización del pensamiento no ocurre desde la creación de la idea misma, nos será imposible darle una forma definida, y por lo tanto, se esfumará como humo.
Si, por otra parte, sabemos cómo poner en práctica la concentración, esta idea pronto se convertirá en un centro de organización alrededor del cual la asociación de ideas vendrá para reunir las razones que determinarán la acción que tenemos en mente.
“Los pensamientos son cosas,” dijo Prentice Mulford. Sin desear seguirlo en su oscura explicación de esta frase, es fácil imaginarse lo verdadera que es al ver que al pensar profundamente en alguien tenemos éxito al imaginarnos para nosotros mismos algo casi tangible.
“No hay duda,” dijo Yoritomo, “de que la concentración desarrolla todos nuestros sentidos y los lleva hacia un grado de agudeza increíble.”
“Nos acompaña en lugar del conocimiento, ya que por medio de ella adquirimos la facilidad, es decir el don, de darnos cuenta rápidamente de las cosas de las cuales hemos formado una concepción. No hay escrito o incluso manual cuyo entendimiento no nos sea facilitado por la concentración.”
“Si un hombre tuviera que levantar algún objeto muy pesado, ¿piensas que de verdad tendría éxito si ocupara su mente en cualquier otra cosa? ¿Piensas que podría lograrlo si lo único que estuviera en su mente fuera “deseo levantar esto”?”
“Al intentarlo sus nervios estarán tensionados, todas sus facultades actuando al servicio del acto en el cual una fuerza va a ser necesaria; su cerebro hará lo posible para asistir al esfuerzo físico, porque los músculos son esclavos de la voluntad; él, por lo tanto, que tiene éxito a la hora de concentrarse en esta tarea manual, seguramente la ejecutará con un cansancio mínimo, porque será capaz de utilizar toda su fuerza, y se salvará de disiparla en cosas innecesarias, concentrando todas sus facultades de atención, cálculo, ingenio y poder muscular para triunfar.”
“Es así como tantos malabaristas consiguen la perfección en su arte; ya que mediante la concentración han llegado a tal punto de auto abstracción que nada existe para ellos excepto su actuación en particular.”
“Pero si un día, en un arranque de pasión, permitieran que sus pensamientos vagaran hacia el objeto de su enojo o amor, se encontrarían con que ya no son sí mismos; sus acciones se convierten en inseguras, cometen errores, y al final terminan siendo incapaces de recuperar su tranquilidad, excepto que hagan un esfuerzo violento que los aleje de las fantasías y les permita reunir todos sus pensamientos en el lugar correcto una vez más.”
“El hecho de pensar en la tarea que estamos ejecutando, pensar únicamente en ella, concentrar todas nuestras energías en ella y olvidarnos de todo lo que sea externo a ella, es el secreto para tantos éxitos, la explicación de tan buenas suertes, y también de la inmensa influencia que ciertos hombres ejercen sobre sus compañeros.”
“Debemos” dijo el Shogun, “ser capaces de concentrarnos en lo que estamos haciendo en el momento, y forzar a nuestra atención lo más que se pueda, de manera que podamos influenciar a otros para imitarnos. Somos los moldeadores de nuestro destino, y deberíamos aspirar a convertirnos en los moldeadores del destino de otros.”
“Para conseguirlo nada nos debería parecer insignificante, y si pensamos de manera cuidadosa veremos que todos nuestros actos, por más ordinarios que puedan parecer, si están ejecutados con el deseo de hacer el bien, nos estarán llevando un paso más cerca de la realización de nuestros objetivos, y si no son ejecutados individualmente, podrían poner en peligro el éxito a nivel general.”
Y en este logrado lenguaje, el Shogun añade:
“¿Qué diferencia hace un eslabón más o menos en una cadena de varios metros? Sería algo tan poco importante que su ausencia ni sería percibida. Sin embargo, si este eslabón está mal elaborado, este detalle insignificante bastará para romper la cadena entera.”
“Toda tarea está formada por una cadena de acciones más o menos infinitésimas; la perfección de cada una de ellas contribuye al todo, y a veces es suficiente una pequeña imperfección o flojera en el desempeño para que una de estas acciones ponga en riesgo el éxito del proyecto entero.”
De hecho, ¿quién de nosotros no ha lamentado alguna vez el ser negligente con respecto a algo que ha terminado por hacer fracasar el resultado de un proyecto?
En esta era de la electricidad y la vida estresada, estos hechos son incluso más reales que si se trataran de otra época. ¿No sucede todos los días que el hecho de perder un tren provoca pérdida de beneficios en algunos negocios debido a los retrasos que escapan a la voluntad de los pasajeros?
Ahora, si deseamos ser perfectamente sinceros con nosotros mismos, deberíamos admitir que en la mayoría de las ocasiones esta demora es debida únicamente a nuestro propio descuido; nos tardamos demasiado en nuestras comidas, o perdemos el tiempo charlando, algo que podríamos haber recortado fácilmente.
Todo el problema se originó a partir de la necesidad de concentración, la cual nos permitió perder de vista aquello que debió ser para nosotros de la más suma importancia. Si reflexionamos bien acerca de esto, veremos que la mayoría de nuestros problemas podrían ser ocasionados por nuestros propios descuidos. Toma el caso, si deseas, que acabamos de mencionar: un tren perdido evita el establecimiento de un negocio importante.
La gente no pensante se escapará de esto diciendo: “me fue imposible”; sin embargo, aquellos otros, cuyos pensamientos son dirigidos por una mente maestra que es experta en la concentración, reflexionarán, revisarán mentalmente todos los eventos del día y concluirán, por lo tanto, que ellos son los responsables de que tal cosa haya sucedido, afectando a sus intereses.
¿Qué podrían o deberían hacer? Simplemente dedicarse a practicar uno de los ejercicios más recomendados por los pensadores: concentrar sus facultades en la actividad principal del día, el cual sería el establecimiento del negocio que requería su presencia, y una vez evaluada su importancia, adecuar sus actos a ella.
De esta manera habrían evitado perder los últimos minutos de la hora que provocaron que fallaran, ya que, llenos con su determinación, habrían concluido rápidamente cualquier asunto que no hubiese sido indispensable terminar, como por ejemplo una conversación que fuera menos importante para ellos que el viaje que tenían que emprender.
“Cada día,” dijo Yoritomo, “llega con una serie de deberes de diversa importancia; debemos saber cómo distinguir aquello que debería se priorizado ante lo demás, y adecuar nuestra forma de vida de acuerdo a eso.”
“Todo lo que hacemos debería guardar alguna relación con ello; incluso si ciertas cosas parecieran mutualmente exclusivas, no deberíamos evitarlas en la medida que formen parte del conjunto de cosas que son necesarias para llegar a determinado objetivo para el fin del día. Al no ser capaces de sacrificar nada, frecuentemente tenemos éxito a la hora de no lograr nada.”
“Conocemos la historia del hombre que un día encontró a dos ladrones en su jardín y salió a perseguirlos. Corrió tras ellos durante un buen tiempo, hasta que en un punto del camino, uno se desvió hacia la derecha, mientras el otro siguió por el mismo camino. El hombre, indeciso por un momento, se apresuró a tomar el atajo, diciéndose a sí mismo que podría atrapar más fácilmente al que había tomado esa ruta, pero después de un tiempo, ya sin aliento, percibió que no era tan rápido como el ladrón, y pensó para sí mismo que el otro era más grande y gordo, y en ese aspecto más fácil de alcanzar.”
“El hombre, entonces, fue marcha atrás y se apresuró a volver al camino principal; pero el hombre al que había estado persiguiendo, a pesar de su agilidad, fue capaz de ganar terreno con el tiempo, por lo que ya no estaba al alcance del perseguidor. Pronto, el hombre se dio cuenta de que había desaparecido, y sus vecinos se burlaron de él.”
¿Cuántas veces actuamos de esta manera, sin percibirlo, cuando perseguimos dos fines distintos y los dejamos a mitad de camino, primero uno y después el otro, de acuerdo a la inclinación de nuestro ocio o de nuestros caprichos?
Esta falta nunca será cometida por aquellos que practiquen la concentración. Nunca se arriesgarán a verse como un hazmerreír delante de sus contemporáneos, como lo hizo el hombre del que habla Yoritomo, ya que saldrán a perseguir su objetivo solamente tras haber reflexionado profundamente en las posibilidades de éxito, y tomarán cada precaución necesaria para no abandonar su tarea hasta haberla llevado al final deseado.
Aquellos que estén adecuadamente preparados para tal tipo de reflexión deberían ponerla en práctica habitualmente mediante la contemplación de un pensamiento. Es bueno mantener la atención en alerta y abstenerse de ceder ante cualquier distracción,mediante la repetición de uno o varios dichos que tengan relación con tal pensamiento, dándole una forma concreta y definida, convenciéndonos de la necesidad de la concentración.
Otros métodos también son utilizados con éxito: están comprendidos de ejercicios armados que deberían ser practicados por todos aquellos que deseen dominar cualquier ciencia, la que sea. De estos métodos, varios ya eran conocidos en la época de Yoritomo, y es incluso él quien nos recomienda el método “del collar”:
“Toma” dijo, “un collar que contenga aproximadamente 200 cuentas de jade o de cualquier otra piedra, si es que no te puedes permitir conseguir joyas. Ten cuidado de no amontonarlas demasiado para poder quitarlas fácilmente y hacerlas deslizarse lentamente una sobre la otra, contando diez entre cada cuenta.”
“Tu mente en este tiempo debería estar concentrada en tan sólo una cosa: permitir el mismo espacio de tiempo entre las cuentas, eso quiere decir que no hay que contar los números demasiado rápidamente o demasiado lentamente, y para hacerlo así durante todo el tiempo que dure el ejercicio no hay que pensar en nada más que en BUENO.”
“Cuando encuentres imposible mantenerte a la par de tu pensamiento, revívelo tan pronto como empieces nuevamente. Al principio no será positivo extender el experimento más allá de cinco o seis cuentas. Más adelante puedes incrementar ese número, y algunos pensadores dicen haber tenido tal dominio sobre su imaginación que llegaban hasta el final del collar sin demorar nunca.”
Con el mismo collar, el Shogun nos muestra incluso otro ejercicio:
“Desprenderás”, dijo, “un puñado de cuentas (sin contarlas), de tal manera que no sepas el número exacto que has tomado, y, habiendo armado el collar nuevamente, dejando el lugar del vacío a la vista, que servirá de lugar de inicio, contarás en voz alta cada cuenta que muevas con la yema de tus dedos.”
“Habiendo hecho eso, lo harás tres veces nuevamente; si te encuentras con que obtienes el mismo número cada vez, esto quiere decir que tu poder de concentración ha sido suficiente como para mantener tu atención y no dejarla dispersarse.”
“Cuando encuentres un número distinto, deberías empezar nuevamente hasta que obtengas el mismo resultado tres veces seguidas.”
Podríamos reírnos ante la simplicidad de estos métodos, pero sin embargo, aquellos que son devotos practicantes de la concentración saben lo difícil que son de conseguir esos resultados si desean ser sinceros consigo mismos. Antes de obtener el mismo número de cuentas tres veces, frecuentemente deben experimentar repetir el proceso una y otra vez durante veinte veces, ya que el pensamiento se escapa fácilmente cuando uno no puede mantenerlo en su lugar.
El Shogun nos recomienda incluso otros ejercicios:
“Siéntate” dijo, “cómodamente en un asiento lo suficientemente blando como para impedir que sientas molestias; esto es muy importante, ya que mientras menos incomodidades físicas experimentas, menos se distrae tu atención en sentimientos de malestar.”
“Habiendo arreglado eso, descansarás tus manos en tu pecho, con las palmas bien abiertas y los dedos estirados.”
“La mano izquierda deberá ser colocada cerca de la faja y la otra cerca de la garganta; lentamente moverás la mano izquierda hasta la cintura mientras lentamente levantas la otra hasta donde llegue el cuello, teniendo el cuidado necesario para que cuando las dos manos se encuentren, se toquen entre sí la yema del dedo corazón de la mano izquierda con la yema del dedo corazón de la mano derecha.”
“Durante los pocos minutos que dure este ejercicio lo harás de tal manera que no pensarás en nada excepto en tener el cuidado de dejar que los dedos se toquen en medio del pecho, prestando atención a la sincronización.”
“Te forzarás a ti mismo a no pensar en nada más durante este período.”
Esto es lo que nuestros filósofos modernos nos recomiendan bajo el nombre de “desvitalización.” La Desvitalización es el acto de aislarse a uno mismo del exterior y de sensaciones morales; es como una especie de detención del pensamiento, o más bien una ruptura del mismo, durante la cual uno se enfoca en algo tan ordinario que surge una versión de nosotros más razonable.
Este es el primer paso que lleva a una de las formas más satisfactorias de concentración: el aislamiento. Sin el aislamiento la meditación no es posible, y en consecuencia existen grandes dificultades en la concentración. Ahora acabamos de ver qué papel cumple esta facultad a la hora de entrenar la mente. Es ella la que nos permite reunir nuestros poderes físicos desperdigados en un único punto para utilizarlos con un propósito.
Atkinson recomienda que nos dediquemos al estudio de cualquier objeto, el que sea, y que nos forcemos a nosotros mismos a limitar nuestros pensamientos únicamente a ese objeto. Pero esta meditación podría formar excusas para cualquier divague mental. Él nos aconseja tomar una hoja de papel y concentrarnos únicamente en la idea de este material; ¿pero no es esto acaso una peligrosa excusa para que la imaginación entre en juego?
Reflexiona sobre esto: este pedazo de papel alguna vez formó parte de otro material. ¿Qué material? ¿Acaso formaba parte de la muselina blanca de un velo de novia? ¿O era, por otra parte, el frágil tejido en el cual una cortesana se envuelve a sí misma? ¿Qué manos lo transformaron? ¿En qué procesión religiosa o en que casa miserable fue utilizado?
Más tarde, ¿mediante cuales transformaciones fue a convertirse en un trozo de papel? La imaginación sigue alimentándose y despertando nuevos pensamientos. Nos imaginamos la atmósfera de una fábrica, pensamos en procesos de manufacturación, etc. Podrás darte cuenta de que estamos muy lejos de estar concentrados en la tarea que nos compete. Sin dudas, Yoritomo también lo cree cuando dice:
“Si deseas dedicarte sinceramente a la práctica de la concentración, protégete a ti mismo de permitir que tus pensamientos vaguen desde la corola hasta el tallo de la flor.”
Esto se refiere a que únicamente el objeto, y el objeto estrictamente, debería ocupar tu atención si de verdad deseas tener éxito a la hora de controlar tu atención hasta el punto en el cual responda a tu primer llamado como un sirviente obediente. Muchas personas ignorantes piensan que tienen una buena excusa entre manos cuando dicen:
“No es mi culpa, se me olvidó.”
Sin sospechar que el olvido es en sí mismo la culpa por la que no desean ser responsabilizados. Es una excusa fácilmente asignada por aquellos cuya inestabilidad moral es tan evidente que son incapaces de hacer un esfuerzo que valga la pena por su propia cuenta. La diferencia entre la meditación y la concentración reside en la mayor libertad otorgada a la persona en la primera de estas actividades.
“La meditación,” dijo Yoritomo, “es como un blanco en el cual la concentración sería el punto del medio. Cada flecha que golpea este punto sin dudas ha cumplido con su objetivo, pero aquellas que se estremecen en el centro son las únicas que, en caso de defensa, podrían haber bastado para hacer que nuestro enemigo muerda el polvo.”
Y añade:
“La meditación es algo valioso, porque es como un descanso; es una especie de anestesia mental que nos permite tener fe en nuestra libertad de pensamiento, incluso cuando todavía lo estamos confinando, pero con más libertad que durante la concentración.”
“No podríamos dedicarnos a una meditación fructífera sin estar preparados para su auto absorción. Necesitamos entonces permitir que nos penetre lentamente la idea que deseamos entender y todas las influencias que deseamos recibir.”
“Pero debemos temer a un formidable enemigo: la distracción. No hay nada más difícil para aquellos que no practican habitualmente este ejercicio, que meditar exitosamente, ya que dejan que los pensamientos vayan tras de ideas que, si bien están conectadas la una con la otra, al final terminan removiéndolo a uno completamente del punto de comienzo.”
De hecho, todos hemos experimentado la sensación de la que habla el Shogun: nos ha sucedido a todos, tras largos períodos de reflexión, el encontrarnos a nosotros mismos muy alejados del asunto en el cual deseábamos enfocarnos, y entonces ahí es cuando deseamos saber cuál fue el camino que tomamos para desviarnos de la idea original, y nos damos cuenta de la increíble - pero imperceptible en su momento – concatenación de pensamientos, los cuales, sin parecer ajenos al propósito de la meditación, nos han llevado en direcciones completamente indeseadas.
Esa es una de las fases más comunes de la distracción, la enemiga de la concentración. Es por esto que Yoritomo nos advierte a la hora de meditar, ya que los sueños son los hermanos engañosos de esta actividad.
“Estemos atentos,” dice, “para no entregarnos a lo que comúnmente se le llama el soñar despiertos, ya que podríamos adquirir el indeseable hábito de permitir que nuestra atención se adormezca. Soñar despierto es una trama sobre la cual la imaginación borda flores deformes, agrupándolas sin sentido a su dulce antojo; estas flores son imaginarias y pronto sus colores desaparecerán.
“Soñar despierto es una pérdida de energía, nos lleva consigo y no podemos dirigir el proceso. Por este motivo es algo particularmente peligroso, ya que destruye nuestras fuerzas físicas y perjudica el desarrollo de poderes mentales fuertes.”
Se dice que fue con esto en mente que a mediados del siglo doce Santo Domingo inventó el rosario. Pensó, como nuestro filósofo japonés, que la meditación es tan cercana a soñar despierto, que uno debería buscar controlar el proceso mediante la remoción de tentaciones que puedan originarse debido a la volatilidad de la imaginación por impulsos físicos.
La enumeración de las pequeñas cuentas no tiene otro significado; dado que la atención puede haberse desviado durante la típica repetición de los diez “Ave María”, existe una onceava cuenta, separada de las demás y notablemente más grande, que sirve para recordar a sus usuarios el cambio de fórmula y trae a las mentes más distraídas nuevamente al objeto de la meditación.
En pocas palabras, tal director de almas, como el fraile Castellano, sabía muy bien que el soñar despierto siempre posee un encanto pernicioso, y es bueno cortarlo de raíz.
Un gran pensador más cercano a nuestros tiempos, Condillac, añade:
“La atención es como una luz que es reflejada desde un cuerpo sobre otro para que ambos sean iluminados, y yo lo llamo reflexión… las ideas comprensibles representan para nosotros a los objetos que en realidad se reflejan a sí mismos en nuestros sentidos; las ideas intelectuales representan para nosotros aquello que desaparece tras dejar su impresión…”
También dice:
“Las ideas intelectuales, si son familiares para nosotros, recurrirán a nosotros a voluntad.”
Esta también fue una de las enseñanzas de Yoritomo, quien escribe:
“Para aquellos que practican la concentración es suficiente con desear a los objetos sobre los cuales desean meditar para que aparezcan claramente en sus mentes.”
“Los expertos en este arte pueden, con un esfuerzo mínimo y tras haberse posicionado a sí mismos en una condición de auto abstracción, transportarse a sí mismos en su imaginación hacia la esfera en la cual las fases de la ocurrencia que forman al sujeto de sus pensamientos se despliegan delante de ellos.”
“Tendrán éxito al imaginarse para sí mismos lugares y personas vivientes, de una manera tan realística que incluso serán capaces de ser sensibles a olores o al clima del lugar que sea testigo de estos acontecimientos.”
“No es algo extraño entonces que alguien que pueda estar en un estado mental así pueda tomar decisiones sólidas con una precisión extraordinaria.”
Y también concluye con que:
“Aquel que vaya a influenciar a los demás debería sobre todo saber cómo influenciarse a sí mismo para adquirir la facultad de la auto concentración, la que le permitirá llegar al más alto grado de discernimiento.”
“Muchos adivinadores deben su influencia sobre las multitudes a ese espíritu de concentración que se hace pasar por un poder profético.”
“Es erróneo y engañoso el dar crédito a la magia, pues es un truco. Sin embargo poseemos dentro nuestro un poder idéntico al que poseen los hechiceros: ésta es la magia de la influencia, la cual es prudente y aplicada siempre por los hombres serenos sobre sus compañeros, cuando sus intenciones son puras y cuando su ideal no es nada más que el de el mejoramiento de la condición de los demás, mediante la saludable influencia de su ejemplo y de su discurso.”