Mediante la confianza

 

La confianza es el impulso mental que todos aquellos deseosos de influenciar a los demás deberían intentar obtener. Para la mayoría de ellos esto quiere decir reemplazar una voluntad vacilante y siempre en duda por la suya propia, la cual impondrán de acuerdo a las circunstancias y de acuerdo al carácter de sus seguidores. Junto con un poco de persuasión, el éxito, aunque lento, está casi asegurado.

Pero debemos advertir y proteger al lector de una variedad de influencias, de otra manera, su mente siempre retendrá la impresión más reciente, y antes de dar comienzo al curso de iniciación debemos prestar atención al hecho de limpiar la mente de ideas contradictorias, las cuales no pueden ser erradicadas completamente si no es con una gran dificultad.

Esta es una de las características de la gente débil; su tozudez siempre tiene que ser combatida y no podemos tener éxito a la hora de enseñarles a tener confianza, excepto tras un prolongado esfuerzo. La mejor manera que nos queda es no golpearlos demasiado fuerte, ya que su obstinación – que ellos a veces interpretan como fuerza de voluntad – se convertiría en un obstáculo para su conversión. Por lo tanto, es mejor parecer atento a sus opiniones, por más carentes de argumentos que parezcan ser, y poner ante ellas objeciones que parezcan más bien involuntarias que otra cosa, y que además parezca que lamentamos la necesidad de formularlas.

Esto es lo que Yoritomo nos enseña en la siguiente anécdota:

“Mi maestro Lang-Ho,” dijo, “tenía entre sus discípulos a un jerarca que tenía una gran influencia en el senado, no debido a sus cualidades personales sino más bien a su riqueza, la cual era considerable. Tenía estados bajo su mando, lo que le daba los privilegios de un pequeño rey, y mi maestro creía firmemente que tal hombre debía ser llevado hacia la belleza del bien, para que su discurso no sea algo rutinario y mecánico, sino que sea algo similar a la semilla del bien, cuyos brotes podrían dar a luz una abundante y buena cosecha.”

“Pero este noble sufría de una debilidad de voluntad que le impedía beneficiarse de cualquier lección. Solía decir “sí” un día, y al día siguiente, tras escuchar las palabras de aquellos que no tenían otra cosa en mente más que sacarle dinero, expresaba una opinión contraria. Además de esto, se proponía obstinadamente seguir los consejos más perniciosos y mal intencionados.”

“Lang-Ho, como ya he dicho, era un profundo psicólogo, no había ninguna porción del corazón humano oculta para él; así que tras someter al jerarca a una larga evaluación, adoptó un método que parecía que iba a tener éxito.”

“No lo disuadió de los actos que bajo la influencia de mentes malignas había accedido a hacer, sino que al principio él, por así decirlo, canalizó su atención hacia cosas de menor importancia, ya que el plan consistía en entretenerlo amablemente al principio.”

“Tuvo cuidado de no despertar el espíritu de obstinación que sabía que estaba oculto en el corazón del jerarca. Pero tras ponerlo a prueba durante ese tiempo, cuando el hombre ya no sospechaba de la situación, Lang-Ho le enumeró los errores de su manera de actuar, y determinó exactamente las desgracias que generarían.”

“Habiendo hecho esto, lo dejó seguir de acuerdo a su propia voluntad, sea que estuviera inclinada hacia hacer lo que realmente quería, o a lo que sus malvados consejeros pretendían que hiciera. Esa táctica tuvo como resultado que los problemas que el maestro había previsto fueran visibles para el jerarca antes de que realmente surgieran, y eventualmente lo hicieron, así que poco a poco el hombre empezó a respetar a Lang-Ho de una manera mezclada entre una especie de miedo supersticioso y una profunda admiración.”

“Y el jerarca no esperó más: se encargó de liberar a sus discípulos de esos amigos interesados monetariamente, y tras algunos meses de iniciación, imbuido con el conocimiento y la sabiduría del maestro Lang-Ho, dejó de lado toda resistencia y obstinación, y sintió la gloria de mostrarle a aquellos que dependían de él, que compartía las opiniones del maestro.”

“Desde eso hasta la conversión hubo únicamente un paso, y ese paso fue tomado tan exitosamente que, bajo la influencia de Lang-Ho, el jerarca se convirtió en un benefactor genuino para todos los que vivían en sus estados, y que lo tenían por un maestro cuyas palabras tenían el poder de un oráculo.”

Pero la naturaleza de ciertas personas es intranquila bajo la persuasión, o demasiado maleable para que cualquier impresión pueda dejar su marca en ellas. En tales individuos, por lo tanto, es bueno inspirar confianza, a veces a pesar de sí mismos, mediante el uso de la sugestión. Todos los pensadores modernos tienen esta opinión; todos los que tratan con enfermedades mentales:

“Ante la implantación de una sugestión de cualquier tipo en la mente,” dice P. E. Levy, “el organismo estará mejor adaptado para provocar algún logro.”

Demasiado fácilmente le otorgamos una idea de magia a la palabra sugestión. La sugestión, como el escritor la entiende, podría ser definida como sigue: el desarrollo de la confianza.

Es, en cierto modo, la imposición de las creencias de uno sobre la mente de otros. No es un método barato para fascinar a una persona a provocar que haga tareas que no queremos hacer nosotros mismos; es una facultad noble que espíritus selectos poseen: la de implantar sus creencias en aquellos a los que consideran dignos de ser persuadidos.

Tiene que ser recordado que hay sugestión en todo: en el libro que nos fascina, en las teorías que ganan posesión de nosotros aunque no queramos, en la conversación que escuchamos por voluntad propia y en las discusiones en las cuales únicamente una parte parece expresar la verdad.

Pero sucede muy frecuentemente que si después nos ponemos a reflexionar para juzgar nuestros pensamientos con la misma imparcialidad con la que deberíamos juzgar a los de los demás, nos veremos sorprendidos al ver fallar el delicado entusiasmo que nos había animado. Los principios del libro, despojados de la magia del estilo, nos parecen altamente discutibles, la conversación que disfrutamos, despojada de la iluminación de la elocuencia del orador, nos parece insípida, y el motivo de la discusión que nos había interesado profundamente se convierte en algo indiferente para nosotros cuando lo examinamos tranquilamente.

¿A qué se debe entonces el repentino cambio que hemos descrito? ¿Proviene de nosotros? ¿Viene a partir de nuestra extrema susceptibilidad al entusiasmo? ¿Desde nuestra propensión excesiva a generar impresiones fugaces?

En la mayoría de los casos las sugestiones se deben únicamente a sus autores, quienes, no estando convencidos de sí mismos, han sido incapaces de impregnarnos con una confianza duradera. Para inspirar confianza, sin la cual ninguna influencia es posible, varias cualidades son indispensables:

•Sinceridad con nosotros mismos;

•Odio por la injusticia;

•Seguridad a la hora de tomar decisiones propias;

•Verdad absoluta en nuestras predicciones;

•Confianza en nuestros méritos;

La sinceridad con nosotros mismos consiste especialmente en la convicción de la necesidad que existe de hacer que otros compartan en sus creencias aquello que nosotros experimentamos tan profundamente, que la idea de desechar tales sugestiones parezca una locura para nosotros, algo en contra de nuestros deberes.

Aquí puedes ver el por qué del atractivo de los misioneros es tan poderoso; el éxito del apóstol está siempre subordinado a la sinceridad de las convicciones que exprese en los ideales que manifiesta en diversas situaciones.

Si el orador duda de lo que él mismo está diciendo, su voz será menos firme, la influencia de su pensamiento será menos expandida sobre su audiencia, y el entusiasmo, el padre de la fe absoluta, no lo levantará para llevarlo en su camino.

Pero es muy distinta la recepción por parte de la audiencia frente a un apóstol que está convencido de lo que está diciendo. Escuchemos lo que Yoritomo tiene que decir con respecto a esto:

“Como una corriente refrescante,” dijo, “las palabras de aquel que “cree” penetran en las mentes de sus oyentes y sacian su sed de soporte moral y de convicciones nobles.”

“Como polillas atraídas por la luz de las velas, todos se reunirán alrededor de él, ya que él es para ellos la luz, y sabe cómo envolverlos con sus rayos dadores de vida.”

“Mientras esté hablando, visiones de brillantez serán propagadas sobre ellos; si él se esfumara, ellos volverían nuevamente a una oscuridad únicamente iluminada por el recuerdo de sus palabras de confianza y fe.”

Aquel que no conoce odio ni injusticia, ¿será alguna vez capaz de ejercitar una influencia benéfica sobre los demás? ¿Cómo podría atraer confianza (la madre de la conversión) para sí mismo, si a causa de la injusticia de sus juicios está sometido a la de los demás?

“Ninguna parcialidad,” dijo Yoritomo, “debería animar a aquel que desearía ganar almas. Es debido a dejarse caer en tales situaciones que perderá toda su autoridad, la misma que de buena gana habría adquirido. Únicamente la justicia estricta debería dirigir sus palabras y presidir sus actos.”

“En los momentos en los cuales se encuentre a sí mismo sumido en la oscuridad, y no distinga para dónde apunta la justicia, debería abstenerse hasta el momento en el cual una concentración cuidadosa le permita verlo claramente ante sus ojos.”

“Si las dudas continúan habrá que ser muy cuidadoso para no tomar una decisión que mediante sus consecuencias demuestre ser injusta, de esa manera debilitando la confianza que sus discípulos gratamente habían depositado en él. Es más honorable confesar la ignorancia de uno que arriesgarse a cometer una injusticia.”

Para determinar la certeza de nuestros juicios es prudente a veces usar el ingenio, como el sabio acerca de cuya astucia nos cuenta Yoritomo:

“Nunca debería ocurrir,” dijo, “que el hombre que desea inspirar confianza se arriesgue a verla destruida por una aserción que no es producto de hechos concisos.”

“En estas cuestiones es sabio imitar al viejo filósofo Hong-Yi, que nunca solía decir, “Eso pasará”, sino, “Has actuado de tal manera, lo que podría traerte tal y tal desgracia”, o “Estás actuando con tanta prudencia como para merecer ser recompensado.”

“Cuando los eventos sucedían y confirmaban sus predicciones, él no fallaba a la hora de recordar sus dichos, por lo que su autoridad incrementaba más y más.”

“Debería ser añadido que los eventos predichos siempre ocurrían, ya que los poderes deductivos de Hong-Yi era grandiosos, y era fácil para él prever los actos que eran esperados de sus discípulos.”

Pero prever e incluso profetizar no es suficiente para ganar confianza y en especial comunicarla. Para implantarla en los corazones de otros es necesario poseerla, esa confianza espléndida en uno mismo que funciona de maravillas. Entonces ocurre que todos aquellos que creen que pensar por sí mismos es trabajoso, aquellos cuyos poderes de resistencia son adecuados pero mal balanceados, aquellos cuya ociosidad moral atenta contra cualquier iniciativa individual que tengan, levantarán sus cabezas y sentirán fuerzas renovadas, depositando su fe en el sentimiento de confianza que experimentarán primero en su maestro, y posteriormente en sí mismos.

El bálsamo curativo de la fe los impregnará con sus buenas cualidades de la manera más amable, y despreciando a la pusilanimidad con la que habrían determinado las más triviales de las resoluciones, avanzarán sin miedo alguno hacia el objetivo que ahora se ha vuelto visible a simple vista para ellos.

Es un hecho bien conocido que un apoyo imaginario casi siempre sirve tan bien como el apoyo real. Es conocida la situación en la cual un niño no puede lograr caminar por sí mismo sin tropezarse, pero tan pronto como les extendemos un dedo, pretendiendo que los vamos a apoyar, empieza a dar pasos más seguros, incluso durante varios metros sin tambalearse.

Sin embargo, si retiramos el dedo, que lo que para ellos es el apoyo que evita que caigan, seguirán caminando con un poco de dificultad, y eventualmente no podrán evitar tropezarse nuevamente.

Sucede lo mismo con las almas tímidas: la persona que cree que morirá por miedo a la soledad en una casa vacía se encontrará reconfortada si se imagina que los cuartos adyacentes están ocupados. La presencia de otros, creando un sentimiento de confianza protector, basta para salvarla del miedo, que no tardarán en experimentar si pensaran que en un caso de emergencia no tendrían a nadie a quien recurrir.

Esta protección, incluso a sabiendas de que es ilusoria, es suficiente para calmar las preocupaciones. Así, aunque estas tímidas personas no están seguras de poder esperar algo de un caso similar al del niño, casi siempre buscan tal compañía antes que permanecer solos, y experimentan un gran alivio en consecuencia.

“Toda impresión,” dice Yoritomo, “que no es propia de nosotros y que viene del exterior, es una influencia que forzosamente debemos soportar. Esto sucede especialmente en casos de enfermedad, donde la influencia puede marcar su presencia haciéndose sentir en su grado más alto, ya que en tal situación, y al estar muy debilitado el sujeto, está muy bien dispuesto a someterse a cualquier sugestión, la que sea.”

“Hay una vaga solidaridad entre el cuerpo y la mente que permite que el primero se convierta en una presa fácil de otros si existe sufrimiento. Sería algo infundado negar la conexión existente entre nuestros dolores físicos y nuestros padecimientos mentales. Algunas personas, bajo la dominación de ansiedades pesadas, se vuelven víctimas de severos dolores de cabeza. Otros, nuevamente tras problemas emocionales repetidos, contraen problemas cardíacos.”

“Es a veces por lo tanto más sabio curar la mente antes de ocuparse de cómo cuidar el cuerpo, o incluso tratar a los dos al mismo tiempo. En este momento es cuando la influencia se hace sentir, triunfante, radiante; la influencia estampa sobre los centros nerviosos una impresión que resuena a través de todo el ser de uno.”

“Considerando que nuestros problemas son debidos al dolor, la ansiedad y la hipocondría, deberíamos cultivar confianza y alegría para que quiten el color sombrío de nuestras concepciones.”

“Si hemos sido capaces de inspirar al enfermo con confianza estaremos contentos de decirle que está mejorando, ya que él no dudará de la verdad de esa aserción, y tal aseguración ocasionará que experimente una mejoría real.”

“Esto deberá hacerse gradualmente para que el desarrollo de su curación sea constante, hasta que llegue el momento de decirle al paciente, “Estás curado.” Los milagros no tienen otro origen que éste.”

Y el Shogun continúa:

“Pero los medios más grandiosos para efectuar este tipo de curas se ejecutan mediante la implantación en la mente de los enfermos (cuyas enfermedades son originadas por su propia imaginación) de la idea de la devoción hacia una causa noble: hay que zambullirlos en un mar de ambición que gradualmente los hará olvidar de su eterno “ego”, ya que este tan mimado “ego” es la causa real de la mayoría de estos desórdenes, de los cuales la mayoría de las personas sufren, pues demanda la completa atención de ellas y de su cuerpo.”

“Para hacerlo, la influencia deberá ser ejercida de una manera bastante distinta. Bastará con crear en ellos una atmósfera de actividad en la cual su personalidad interpretará una parte dominante; olvidarán por tanto perder su tiempo analizando los ataques de una enfermedad que existe únicamente en sus propios cerebros, y aquel que los asista a encontrar una cura se sentirá satisfecho sin dudas, porque habrá ejercido una influencia benéfica tanto en el cuerpo como en la mente de las personas.”

“Seguramente la mejor de las sugestiones es aquella que no apoya al hombre centrado en sí mismo, sustituyendo al adorador de este “ego” por una persona altruista, quien imbuida con la fe en sí mismo y la fuerte misión que cree que le fue confiada, buscará impartir sobre otros los beneficios de esa confianza de la cual ha provenido tanto consuelo.”

Así serán demostrados los consejos de Yoritomo cuando dice:

“Dejen que aquel que sienta que hace lo correcto y tenga confianza en sí mismo se levante y proclame esta fe, para que los débiles, los vacilantes, y todos aquellos que sufran de la duda puedan agruparse alrededor de él para entibiarse al lado del fuego de la alegría que emana de la mente plena.”