Brigitte —Briyi, para los amigos más especiales— afirma tener cerca de treinta y cinco años, que, a decir verdad, ya son bastante más largos de lo normal. Es solitaria y enigmática; es un bicho raro: es artista. Además de fotógrafa, de escenógrafa y de estilista integral, es coreógrafa, que es lo que más le gusta: siente un placer inmenso en el ego cuando le siguen los pasos porque, al hacerlo, le reconocen la grandeza de su genialidad. Briyi brilla, se sabe única. Su apellido es Lemaître, pero —según chismosean las malas lenguas— ese es un apellido tan embustero como su acento porque de Lemaître no tiene sino la forma de mear de las mujeres, que —según afirman las otras lenguas— es elegantísima. Se rumora que se hace pasar por francesa solo porque vivió en París; que dizque allá es muy famosa, que dizque trabajó en cine y que hasta le hicieron una foto de portada.
—¡No, déjate de cuentos…! Pa’ empezar, ella no nació en Cartagena, ni en ningún sitio raro pa’ que se tenga que llamar así: ella es de Galapa y la mamá, también. El papá es de Ponedera y lo que tenía era una panadería chiquitica. Y ni siquiera en la plaza. Además, no le fiaba a nadie porque vivían arrancados. Yo lo sé porque yo conocí a la Briyit cuando estábamos en el colegio y ella era de las muchísimo más grandes. Y, si eso de que viajó a París es verdá, ella no duró nada por allá: eso es pura paja… Y si le tomaron una foto, fue en la estación de policía del aeropuerto: deportada.
Ha sido la mejor amiga de Mari por quién sabe cuántos años ya. Cuando se conocieron fue Mari quien le abrió el mundo del espectáculo y le dio su primer trabajo. Desde el puro principio, Briyi quedó fascinada con ella. Y era que en la tarima Mari era una reina —entre las luces Mari era una diosa—, pero en el camerino parecía una mujer normalita, mortal y todo, casi, casi como cualquiera otra. Briyi la entendió: se dio cuenta de que así quería ser ella también, aunque no soportara tanta humildad porque se sentiría empegotada. A partir de entonces son inseparables y se cuidan una a la otra de su mayor debilidad: los hombres, que a las dos les encantan y que, por suerte, nunca son los mismos. Por eso jamás se han peleado. Tampoco lo han hecho porque Mari le conoce el genio a Briyi: sabe que si está furiosa es mejor dejarla que explote y que, después —cuando se le pase el empute—, sí se le puede decir lo que se le tenga que decir.
—¡Es que esa Briyit es una farta: ella se cree más que todo mundo!
Siempre que a Mari la llaman para algún evento especial, contrata a Briyi para que le diseñe sus presentaciones: son la pareja ideal y se lucen las dos por parejo. Desde hace algún tiempo también —largo, pero no tanto— hicieron realidad uno de sus grandes sueños y montaron el Salón París. Hoy su fama es tan grande, que —según palabras propias de las dueñas— les llegan clientes de toda Barranquilla y les hacen fila para tener el honor de ser actualizadas en la última moda internacional. El lugar parece más pequeño de lo que es, pues Briyi tiene su estudio de fotografía y de maquillaje corporal en la parte de atrás, pasando la cortina; allá, también, ensayan las presentaciones de Mari. La decoración es de un estilo clásico franco-currambero con ciertos detalles muy exclusivos, traídos de Europa; hay fotos de las obras de maquillaje de Briyi y de las presentaciones de Mari, y algunas de las pelucas y de las gafas de la enorme colección que ella tiene para poderse cambiar todos los días; este año solo pusieron algunos toques navideños para no recargar. Briyi peina a Viqui, una mujer hermosa de veintipico y cliente asidua del Salón.
—¡Güí, mon Viqui, yo estoy de acuerdo contigo…! Barranquilla es muy bacana, pero es que siempre es lo mismo, oye. Y con las mismas locas de siempre hablando siempre de las mismas locas de siempre como si no se pudiera hablar de más nada.
—¿Y ya te dieron la visa, Briyi?
—¡Niña, ya no se necesita visa pa’ ir pa’ Europa!
—¡Ñéeercaleee…, yo no sabía eso, pero qué bien! ¿Verdá? ¿Y qué dice la Mari?
—Le gusta: ella sabe que lo que yo quiero es irme otra vez pa’ París. Pero no le gusta porque no quiere que me vaya. ¡Ay, mon amí, está tan triste…! Pero va a comprarme mi parte del Salón: ella sabe que lo que yo necesito es plata. ¡Oye, mon Viqui, a propósito…! ¿Cuándo es que nos vas a pagar la cuenta que nos tienes aquí? ¡Se suponía que máximo era el mes pasado, ey…! ¡Abre el ojo!
—¡Ay, pilas Briyi: me jalaste el pelo!
Charli, un pelao de músculos muy bien definidos, resaltados sin recato por el sol y la natación, entra al Salón París como un pedro por su casa: con opulencia exuda su belleza, con lujuria lo roen las miradas. Briyi quisiera decirle que le parece que es un abusivo y un explotador, pero —demostrando una vez más que ella también es humana— hace un esfuerzo divino por no hacerle mala cara, solo porque se trata del que ahora le gusta a su amiga del alma y porque —para ser justa lo reconoce— el pelao está bien bueno y vale la pena mirarlo.
—¡Ajá…! ¿Y la Mari?
—Yenesepá: salió y dijo que ya volvía.
Briyi no le para más bolas a Charli. Sigue en su trabajo, que es lo que ahora le importa; respira hondo para no perder la concentración y trata de evitar que se le zafe el zaperoco que le tiene preparado desde hace varios días: no quiere espantar a la clientela. Ante tal prudencia, Charli se siente en libertad para adorarse frente a los espejos: él sabe lo que tiene. Fascinado, venera su esbelto cuerpo de negrazo claro, de bultos descomunales y de candela por dentro; se acaricia las formas rocosas con el pretexto de que se arregla la ropa; acomoda las llamas enchurruscadas de su melena y, dizque para sacarse algo que se le metió en el ojo, se abanica con sus miles de pestañas electrizadas: con esas que enmarcan el amarillo miel de sus pupilas; que enamoran a cualquiera con solo mirarlas; y que producen asma, y espasmos, y convulsiones. Estupefacto, ahora examina la galería de fotos que tiene Briyi.
—¡Me parece el colmo: has maquillado a todo mundo, menos a mí!
Briyi se cuadra para decirle lo que se merece, pero —afuera— se le anticipa una camioneta de la policía que frena en seco con la sirena encendida y las luces palpitando: se estaciona justo frente al Salón París. Es el capitán Joaquín Berrocal. Como si nadie se hubiera dado cuenta de su llegada, pita para anunciar la presencia de la máxima autoridad, después del alcalde y del comandante general. Charli, al verlo, se asusta: se esconde en el estudio de fotografía y —por detrás de la cortina— vigila que Joaco no vaya a entrar. Viqui, en cambio, se emociona; con la velocidad de una centella arrastra a Briyi de la mano y se asoman las dos por la ventana.
—¡Ya voy, mi Joaco…! ¡Mi amor, papacito lindo! —Viqui le escribe por el celular y le envía caritas besuconas.
—¡Mondió, niña…! ¡Ay, mira cómo se ve de bonito en uniforme: qué cosota, ulalaaá…!
Briyi continúa con su trabajo, ahora con renovado ahínco al ver quién es el que más va a disfrutar de su arte: si hay algo que la incentive no es que la mujer quede feliz, sino que con el fruto de su talento haga dichoso al hombre. De pronto extraña a Charli. Él aún hace guardia, escondido con prudencia detrás de la cortina. En el estudio encontró una neverita y, en la neverita, cerveza fría, ideal para la sed: se toma una para aliviar el susto.
—¿Ahora dónde carajos se habrá metido este pelao…? ¡Es tan liso, Viqui! Yo no sé cómo se lo aguanta mon Mari: le ha sacado de todo. Y yo se lo he dicho, pero ajá… No es sino que se le aparezca un pelao bueno, pa’ que ella no sepa qué hacer con la plata… ¡Listo mija, sefiní: ahora sí quedaste divina!
—¡Me encanta…! Este corte también me lo vas a apuntar en mi cuenta, ¿verdá?
—Pero ve que me lo pagues antes del veinticuatro, silbuplé. ¡Mira que hay que comprar regalos!
—¡Tú, fresca: tú, tranquila!
—¡Y ven acá…! ¿Dónde fue que te cortaron el pelo así, ey…?
—Donde la Susana.
—¡Ay, mondió, mon Viqui…! ¿Cómo te fuiste a meter allá, niña? ¡Por allá ni te vuelvas a aparecer, pilas! Esa Gusana no sabe casi nada de belleza. ¡Y, además, es una loca de las peligrosas!
—¿Peligrosa…? ¿Cómo va a ser eso?
—¿Es que acaso tú no te has dado cuenta de que ella siempre está haciendo cara ‘e culo?
—¿Ella…?
—¡Ah, ñoñi…! ¡Tanto, que una no sabe si está diciendo algo o se está echando peos!
—¡Ay, Briyi, tú sí hablas…! ¡Qué lengua la tuya!
—¡Y para bolas: ella puede que no sea bonita, pero sí es muy bruta! ¿Tú sabes por qué fue que te dejó como una moniconga tuerta, mon Viqui…? Analiza que estudió peluquería por correo, mija: por correo porque en ese tiempo ni siquiera había interné. Se demoró más de la cuenta y casi ni pasa: la cabeza no le dio pa’ más. Le mandaron el diploma junto con un frasco ‘e suero, unos plátanos y un poco ‘e yuca.
—¡Por suerte ustedes sí saben hacer las cosas aquí!
—¡Y no solo eso, también hacemos milagros! ¿No te parece, mon cherrí? ¡Mira cómo quedaste: la diferencia es toda!
—¡Ay, sí, gracias! Y no te preocupes por el billete, que yo la semana entrante me pasó por aquí.
—¡No, mon amí, gracias a ti! ¡Mercibocú, orreguá, feliz navidá…! ¡Y acuérdate de pagar!
Charli, tras asegurarse de que Viqui y Joaco se han ido y de que no van a volver, sale con cautela de su escondite y aprovecha para darse una miradita en el espejo, ya que él pasa por ahí y el espejo está desocupado, como esperándolo sin tener más nada que hacer. Briyi le entrega un regalo de navidad, aburrida de la rutina de entregarle regalos a cada rato.
—Mon Mari te dejó esto. Y que la esperes porque tiene que hablar contigo, que no se demora.
—¿Esto qué es…? ¿Un traje de baño…? ¡Está bacano!
—¡Niño, dámelo pa’ acá, déjame verlo…! ¿Y esto tan chiquitico es lo que tú te pones pa’ entrenar? ¡Aaandaaa…, mon amur! ¡Yo tengo que ir un día de estos a verte nadar!
—¡Por allá ni se te ocurra aparecer: mira que no quiero quedar como un culo!
—¡Ombe, machi, si es como este culo tan divino que tienes tú, yo no me preocuparía!
—¡Bueno, Briyit, ya! ¡Suficiente, no más: no seas lisa, oye! ¡Deja la tocadera, que no me gusta! ¡Eeecheee…!
Briyi se da a organizar su puesto de trabajo, le gusta que todo esté pulcro: les da algunas directrices a sus asistentes para que la clientela se sienta bien atendida. Charli curucutea en su celular.
—Briyi, ven acá… ¿Tú no has visto que la Mari anda como loca?
—¡Óyeme, güí…! Y mira que es la primera cosa interesante que dices tú.
—¿Cómo así, ah…?
—¿Viste que antes mon Mari iba a misa solo los domingos? ¡Y eso: si era que se acordaba! Podía pasar años sin ir, pero ya no hace otra cosa… ¡Y ahora le dio dizque por irse pa’ el seminario de Salgar solo a confesarse!
—¿Allá, por qué allá tan lejos?
—¡Ay, Charli…! Que dizque por allá nadie la conoce y que se puede confesar tranquila, analiza. En vez de hacerlo aquí en Barranquilla, aquí en la iglesia del barrio. O allá en Puerto, junto a la casa.
—¿No te digo que está loca?
—¡Y mira: martes! ¡Y estoy segura de que está pa’ allá!
—¡La madre que yo nunca me la imaginé así!
—¡Ella no es así: lo que pasa es que ella tiene problemas, ey…!
—¿Ella…, problemas de qué?
Migue —un pelao de la edad de Charli— llega al Salón. Lo llama desde la puerta, se rehúsa a entrar. Él no se deslumbra con enredos de locas y sabe que Charli, tarde o temprano, va a terminar muy mal por hacer las cosas de la peor manera posible: todo mundo se lo ha dicho, pero él no hace caso. Y Migue ya se está aburriendo de eso. Se lo ha repetido en muchas ocasiones, desde cuando a él le tocó ponerse a inventar mentiras para que a Charli no se le arme un lío en la casa con la mamá. ¡Es que la señora es una fiera; y como que el papá, también!
—¡No jooodaaa…! ¡Este man sí que es puntual! ¡Oh, Briyi, yo me tengo que ir ya!
—¿Y eso…? ¿Tan rápido, niño? ¿No te vas a tomar otra fría robada: así, gratis, como te gusta todo en la vida…? ¿Y tampoco vas a esperar a que llegue mon Mari?
—¡No, ombe, no…! Ya tengo que irme. Tengo que ir a entrenar porque ya en unos mesecitos son las eliminatorias pa’ la Selección. Pero dile que vine, ¿bueno?
—¿Y también le digo que te gustó el regalo o no le digo nada?
—¡Ay, sí, también…! Y que yo la llamo. Pero que eso sí: que primero me mande minutos. Que no sea cují, que estoy mondao y que ya se me acabaron los del otro día.
Y Charli se va.
—¡Ulalaaá…, con razón se le aguanta tanta cosa: con ese culazo, si una no es lisa, peca! ¡Ajooo…!