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—¡Tía, tía Chechi…!

—¡Ay, pero si es usté…! Casi ni lo reconozco. ¡Bueno, ajá…! ¿Y de cuándo a acá yo soy tía suya?

—¿Vas pa’ la casa, tía Chechi, te acompaño? ¿Y ese poco ’e ropa?

—Pa’ arreglar.

—¡Dámela pa’ acá: yo te la llevo, ven!

—¡No, que se arruga! Y usté lleva más corotos que yo.

—¡Fresca, yo te la llevo: yo puedo con todo! Además, yo estoy más joven que tú, yo estoy mucho más entero. ¡Dame eso pa’ acá!

—¡Que no!

—Está bien, pué… ¿Y la Mari?

—En Barranquilla.

—¡Ñeeerdaaa…! ¿Cómo va a ser eso: será que se le olvidó?

—¿Qué cosa?

—Que me dijo que me viniera pa’ acá...

—Pues no está: está con Briyi. Y se demora.

—¡Aaandaaa…! ¡Oye, pero ven acá…! ¿Será que puedo esperarla en la casa, tía Chechi? Pa’ no perder el viaje.

—¿En mi casa?

—¿Y dónde más, ey…?

—Yo no sé.

—¡Por favor, tiíta!

—No: ya le dije que no.

—¡Es que mira el coroterío este que tengo!

—Ese no es problema mío.

—¡Por favor, tía Chechi…! ¿Qué tal que me los roben, ah…?

—¡Ñéeercaleee…! Está bien, pué…

—¡Ay, gracias, tiíta! Y dame los vestidos esos y yo te los llevo: ven, dámelos. Hagamos una cosa, pué: tú me llevas el equipo de sonido y yo te llevo ese pocotón de vestidos.

—¡Cuidado me los ensucia porque ahí sí!