Otro día, en la terraza del palomar, Lorenzo está recostado en la hamaca, tiene una cerveza y, muy concentrado, lee un libro gordo de teología. Llega el padre Ramón.
—¡Padre, qué susto me pegó! ¡Por lo menos haga ruido, ey…!
—¿En qué andas?
—Tengo examen. Y usté sabe lo cuchilla que es el padre Luis. ¿Con gafas nuevas…? ¡Ombe, por fin: ya era hora! ¡Y están bien chéveres!
Ramón quisiera hacerse invisible bajo la sombra de las jaulas; sin embargo, su presencia es inevitable y no deja que Lorenzo lea.
—¡Ajá…! ¿Y usté qué, padre, cómo van las cosas? ¿Cómo le va ahora que es un santo?
—Ahí… Tú sabes: manejando la fama.
—¿Ya hizo otro milagro?
—¡Milagro es que tú no tengas un tabaco!
—¡Primero hay que estudiar! El porrito es bueno cuando uno no tiene que hacer nada que implique responsabilidá, pero pa’ estudiar, no. ¿Quiere…? ¡Porque si quiere, yo le armo su tabaquito!
—No.
—¡Fresco, padre, solo me lo tiene que pedir!
—¡Ombe, que no!
—O si quiere, ármelo usté mismo: usté ya sabe dónde está la caleta. Aquí, en este bar, hay de todo: hasta le tengo cervecita fría. ¡Y pa’ que sepa: le conseguí una pipa!
—¡Tú sabes que no me gusta fumar eso!
—¿Ya no le gusta…? ¿Y el día de la gringa qué?
—Ese día estaba como loco.
—¿Ese día no más…?
—¡No quiero que metas más esa vaina!
—¿Va a empezar otra vez con esa, padre Ramón?
—¡No, no voy a empezar con esa: voy a terminar con esa! Pa’ estar con Dios, tú no necesitas trabarte. ¡No sé ni por qué te gusta: esa cosa huele horrible!
—¡A mí me parece que huele rico! Y es sabrosa, sobre todo pa’ culear.
—¿Que qué…?
—¡Sí, padre: cuando uno está trabado, uno siente que se viene por todos los poros!
—¿Tú cómo sabes eso, ah…? ¡No: mejor no me respondas, por favor!
El padre Ramón vuelve a sus pensamientos y a su caminar; Lorenzo está sorprendido.
—¿Qué le pasa ahora? Yo ya me lo conozco.
—Necesito que me hagas un favor…
—¿Y pa’ pedirme un favor, usté me pega semejante regaño, padre? ¡No jooodaaa…! A esa estrategia le falta tacto, ¿no le parece?
—Sí, tienes razón, disculpa… Es que estoy nervioso: tengo que encontrar a alguien…
—¿Usté sigue buscando a la gringa?
—No, a la gringa, no: a un travesti…
—¡Ombe, padre Ramón, usté cada vez me sale con un cuento más raro: primero una gringa y ahora una trans!
—¿Eso suena muy raro?
—Viniendo de usté… Y pa’ que aprenda: no se dice “travesti” porque suena feo, es irrespetuoso. Se dice “mujer transgénero”. O “trans” pa’ que sea más cortico.
—Gracias: no sabía.
—¿Y es que acaso se le cambiaron los gustos?
—¡A mí no se me cambió nada, Lorenzo!
—¡Por mí, fresco: uno nunca sabe de qué se está perdiendo!
—¿Tú nunca puedes hablar en serio…? ¿Sí me puedes ayudar? ¡No puede ser tan difícil!
—¡Qué va a ser difícil! ¿Cuándo ha visto que haya algo difícil en Barranquilla? ¡Bueno, aparte de mandar a hacer unas gafas…! Pa’ empezar, hay un sitio a donde podemos ir, pero no sé si usté se quiera meter allá. Se llama El Local.
—¿El Local…? ¿Y tú por qué lo conoces?
—¡Porque ajá…! Todo mundo lo conoce.
—Eso no suena a que tenga buena reputación…
—La reputación es lo de menos, padre Ramón: la rumba es lo que vale la pena. Vaya quien vaya, es de lo más bacano que hay. Allá vamos a encontrar a todas las trans que a usté le dé la gana. Hay de todo, pa’ que usté escoja. Si quiere podemos ir ahora pa’ carnaval… ¿O es muy urgente?