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—¡Padre, despierte: mire que ya está amaneciendo!

—No estaba dormido: solo estaba pensando. ¿Sabes qué? ¡Me estoy sintiendo libre!

—¿Y ahora usté de qué habla, padre Ramón? ¿No ve que estamos presos y que nos van a soltar por allá quién sabe a qué hora de qué día? ¡Le hubiéramos dicho al padre Luis que nos sacara de acá! ¿Usté no tiene hambre…?

—¡El Ñato tiene razón, Lorenzo!

—¿Razón de qué?

—Si esto me hubiera sucedido hace unos meses, antes de que se muriera mi viejo, yo no hubiera sabido qué hacer. No sé cómo le hubiera explicado a mi papá por qué estoy metido aquí con este pocotón de gente. Y contigo y disfrazados así. ¡Pero ahora no me importa! ¿Sí ves? ¡Ya no me importa: él ya se murió y mi vida va a ser distinta! ¿Sí me entiendes…?

—¡No, la verdá es que no!

—Pues que ahora sí puedo vivir como yo quiera. Yo estaba viviendo la vida que mi viejo quería que yo viviera, la que él se inventó pa’ mí. No la mía de verdá-verdá: no la que yo quería vivir.

—¿En serio, padre?

—Yo siempre te he dicho a ti que tú tienes que ser tú, pero yo no era yo. Yo era la sombra de mi papá: era su marioneta, su monicongo. Ahora entiendo lo que es ser libre. Si mi papá hubiera estado vivo, yo no hubiera ido a la discoteca y jamás hubiera visto la realidá.

—¡Ñéeercaleee…! ¿Usté todavía está trabado?

—¡Que estemos aquí metidos es lo de menos: hay problemas mucho más graves que este!

—¡Usté está loco: usté está frito, padre Ramón! ¿Acaso yo no se lo había dicho antes, ey…?