Nueva York cambiaba de ánimo cuando el Día de Acción de Gracias estaba cerca. Ya lo había vivido antes, pero no dejaba de causarme fascinación. Faltaba una semana y todo el mundo estaba ansioso por hacer compras o planeaba salir de la ciudad. Yo no tenía nada especial en mente, entre mis estudios y el trabajo en F•24, no había pensado cómo celebrarlo. Hanna iría a Los Ángeles a visitar a su familia, hacía casi un año que no se veían, y Sebastian iría a San Francisco; él me había invitado a acompañarlo, pero le dije que lo pensaría. Si todos se iban de Nueva York, la ciudad sería un lugar hermoso y tranquilo para quienes nos quedáramos.
—Oh, my God! —exclamó Sebastian cuando leyó un documento que dejaron en nuestra oficina—. Ana, ¿ya viste esto? Es una circular, la galería estará en remodelación dos días antes de Acción de Gracias y una semana más. En total, cerraremos diez días.
—¿Tanto tiempo? —pregunté—. ¿Y nuestro trabajo con…?
—¡Nada de eso! Son unas maravillosas y merecidas vacaciones. Esto es lo mejor que nos pudo pasar en meses.
—Pero nos vamos a atrasar, Sebastian, la carga de trabajo se va a…
—¡No! Ana, querida, no sabes cómo se pone esto a fin de año, con la gala más importante de F•24. Se hace a inicios de diciembre, es nuestro último evento. Además, es bastante cercano a tu exposición en la feria de arte, será una semana de locos y necesitamos descansar previo a todo ello. Estos días de descanso los merecemos, ¡alégrate!
Él tenía razón. En los meses que llevaba en la galería siempre teníamos eventos, e incluso los más sencillos me dejaban exhausta. La exigencia de Olivia era tan grande que necesitaba remodelar la sala principal de exposiciones cuanto antes, y una remodelación que podía tardar más de un mes la terminarían en diez días. Su reciente asociación con el artista de Sidney nos obligaba a llevar por lo alto la calidad y presencia de cualquier exposición o evento que se realizara, y estábamos seguros de que Olivia querría tirar la casa por la ventana en la siguiente gala. De inmediato pensé en mis clases de escultura, ese tiempo lo podría aprovechar para practicar nuevas técnicas, sería buena idea inspirarme en la ciudad vacía.
—Hoy tendré un par de juntas con Olivia —dijo Sebastian, interrumpiendo mis pensamientos—. Haremos el organigrama para ese evento, estaré unas horas con ella.
—¿Crees que siga molesta conmigo por el reclamo de Dylan?
—No ha sonado el teléfono. Eso ya es algo a tu favor.
Mientras ayudaba a Sebastian con sus reportes para las juntas, me llegó un mensaje de Dylan al teléfono. Decía que me esperaba en la terraza de la galería, que no tardara. Fui casi corriendo, segura de que a esa hora Olivia estaría atendiendo sus compromisos en la oficina. Llegando, Dylan me abrazó y me dio un beso. Se veía un poco apurado.
—Ana, solo vine a la oficina a despedirme —dijo. Yo no entendía de qué me hablaba—. Mike, otros compañeros y yo saldremos esta noche rumbo a África, iremos a Kenia.
Sentí como si el piso se me moviera con lo que acababa de escuchar. Dylan vio mi preocupación, y de inmediato explicó:
—Tranquila, todo está bien. Convocaron a la asociación en la que estamos, iremos a un par de los eventos para la protección de las reservas de África. Mike y yo tendremos reuniones con otras asociaciones para hablar sobre los derechos de los animales y la naturaleza en países donde hay explotación. Otros chicos que viajan como brigadistas llevarán médicos y profesores a unas comunidades. Este es el trabajo de años, y por fin tenemos la oportunidad.
—Pero… Dylan, cómo es que ustedes…
—De eso quiero hablarte. Estaremos una semana, Mike y yo viajamos hoy en un vuelo humanitario, y quiero que vayas conmigo.
—¿Qué? ¿A qué te refieres? ¿Quieres que vuele a África en este momento? —pregunté, sin creer lo que me pedía.
—No, Ana, en este momento no. Yo viajo esta noche en el primer vuelo, pero mañana al mediodía habrá un segundo vuelo humanitario a Nairobi. Fue una locura conseguir el avión, que los patrocinadores creyeran en nuestro proyecto y nos apoyaran, que se sumaran médicos e ingenieros, pero lo conseguimos. Si quieres ir conmigo, ese sería tu vuelo. No va a ser muy cómodo, pero piensa que es parte de la aventura. Una semana, Ana, el tiempo preciso que cerrará la galería para Acción de Gracias y la remodelación. Sebastian puede ayudarte.
—Dylan, es que todo es demasiado precipitado. No se trata de ir un fin de semana a Boston o cinco días a San Francisco, es que estamos hablando de otro continente y…
—No tienes que aceptar si no estás segura, pero sería una experiencia inigualable. Algo mágico que puede cambiar tu vida. La mía ha cambiado gracias a ello y me gustaría que lo experimentaras.
Yo no sabía qué decir. Kenia sonaba a magia, efectivamente, pero era una locura irme así nada más, dejar todo por lanzarme a una aventura, sobre todo como brigadista. Moría de ganas de decirle que sí, y esas palabras se atoraban en mi garganta.
—Te mando a tu correo los datos del vuelo y el itinerario sobre qué ruta se tomará y las horas que tardarías en llegar al destino. Si decides ir, comunícate con el contacto que te daré, hay un lugar para ti en ese avión mañana al mediodía, pero toma la decisión pronto, no nos gustaría que ese sitio se perdiera. Piénsalo, Ana, esto puede ser increíble.
Dylan vio la hora en su teléfono, era momento de irse. Me abrazó muy fuerte, en ese abrazo había algo especial, y me besó como despedida. No volteó a ver hacia atrás cuando cruzó la puerta, solo lo vi desaparecer a través del cristal.
Yo estaba muy nerviosa. Después de hablar con Dylan regresé a mi oficina y le conté todo a Sebastian, mi amigo y ahora mi cómplice. Entre los dos nos pusimos en contacto con Lucy, la chica que coordinaba a los brigadistas. Nos explicó que por ser un vuelo humanitario, el avión no contaba con lujos, pero el vuelo sería totalmente seguro. Cada voluntario tendría que llevar lo que pudiera para apoyar a los chicos de la comunidad, lo ideal era enseñarles a hacer cosas nuevas, y de inmediato pensé en mi trabajo como artista. Mis dudas quedaron de lado cuando Sebastian me alentó a tomar la aventura e ir a Nairobi para alcanzar a Dylan. Él cubriría mi ausencia los días que faltaban antes de Acción de Gracias. Si Olivia le preguntaba, yo estaría con una fuerte gripa trabajando desde casa. Decidí que iría a Nairobi para alcanzar a Dylan.
—Es mucho mejor que San Francisco —dijo Sebastian al día siguiente, cuando nos bajamos del taxi en el aeropuerto—. Nunca me imaginé que usaría mi hora de la comida para planear esto.
—Estoy a tiempo de decir que no —contesté, pensando en los pros y contras, porque mi cerebro funcionaba así cuando debía tomar decisiones.
—Para nada. Ya hice las llamadas necesarias, investigué lo suficiente y esto es seguro, ese lugar en el avión es para ti.
Sebastian y yo habíamos quedado de vernos con Lucy en una de las puertas del aeropuerto: mi lugar en el vuelo estaba asegurado desde la noche anterior cuando dije que sí, pero necesitaba el boleto a mi nombre antes de reunirme con el grupo.
—¡Ana! —escuchamos que alguien gritaba—. ¡Ana Lee!
La chica que hacía señas a unos metros de nosotros se acercó. Vi que miró su celular para comprobar que era yo, y llegó a saludarnos.
—Te ves igual a tu foto, no me costó trabajo reconocerte —dijo—. Soy Lucy, es un gusto conocerte en persona, viajaremos juntas a Nairobi.
En el camino al filtro de seguridad nos explicó que en el vuelo solo iríamos voluntarios. Mike y Dylan llevaban meses hablando con patrocinadores y reunieron el apoyo suficiente para que la brigada pudiera ir, aunque fuese en un avión sencillo pero lo más seguro posible. El principal evento eran las reuniones de las asociaciones que tratarían temas de la defensa de los derechos de la naturaleza, pero se trataba también de llevar ayuda a comunidades alejadas de la capital, y ella iba, como muchos otros, para enseñarles a los habitantes algunas actividades económicas con recursos muy limitados.
—Hacemos un poco de todo, Ana, y nos encantaría que fueras testigo. Tú como artista puedes hacer que esto llegue a muchas más personas.
Llegó el momento de despedirme de Sebastian, hablaría con él cuando hiciéramos la primera escala en Brasil, donde se uniría a nosotros un grupo de médicos, y luego hasta Kenia. Nos abrazamos, y me deseó la mejor de las suertes. Mis nervios cambiaron por una emoción inexplicable apenas escuché que anunciaron que podíamos ingresar en orden al avión. Cuando ocupé mi lugar supe de inmediato que mi vida estaba a punto de cambiar.
Tal como Lucy me explicó, el vuelo de brigadistas sería en un avión que funcionaba para ese tipo de viajes. Era muy sencillo, sin lujos, pero con espacio suficiente para que más de cincuenta personas pudiéramos viajar de forma segura. La escala en Brasil fue algo larga, los voluntarios aún no llegaban a São Paulo, pero hubo tiempo suficiente para que un par de fundaciones nos llevaran medicinas y alimentos. Me sentía muy emocionada desde ese momento, estaba viviendo algo que nunca me imaginé.
Sería una semana lejos de todo: sin el ajetreo de las calles de Manhattan, lejos de la galería, de Olivia y sus exigencias, del estrés por correr de la escuela al trabajo. Pondría en pausa mi vida en Nueva York y me adentraría en un país que jamás se me hubiera ocurrido visitar. La vida de Dylan era totalmente distinta a la mía: él quería llevar ayuda a quienes no tenían forma de obtenerla, hablar en nombre de la naturaleza y las especies en peligro de extinción, y yo deseaba ser una artista reconocida. Esto no significaba que mis sueños estuvieran mal, yo también había luchado por cumplirlos poco a poco, simplemente los de él y los míos eran distintos.
Llevaba varios días pensando en renunciar a F•24, aunque entrar a la galería fue algo que deseé desde mi llegada a Nueva York, pero estaba siendo muy poco capaz de permanecer ahí. Desconectarme de todo me daría claridad para tomar la mejor decisión, y me emocionaba saber que podría hacer esta aventura en un continente distinto, de la mano de Dylan. Las horas pasaban lentamente a bordo del avión mientras cruzábamos el mar. En el trayecto conocí a tantas personas que me costaba trabajo retener la información: los que viajaban para enseñar técnicas de agricultura también darían algunas clases de inglés; muchas mujeres eran doctoras y llevaban vacunas, otros chicos estaban ahí para instalar celdas solares que habían sido donadas por empresarios; entre los voluntarios de Brasil había dos profesoras de lenguaje de señas que también eran doctoras, y me emocionó saber que llevábamos ropa cosida por los chicos de la sastrería que Dylan y yo visitamos.
—Los niños estarán muy felices cuando les enseñes a pintar, Ana, o a hacer esculturas —dijo Lucy mientras hacíamos el trayecto de Brasil a Kenia—. También necesitan un momento de alegría.
Me sentí útil con su petición. Quería asegurarme de que mi presencia ahí también les dejaría algo para recordar. La noche antes, cuando me confirmaron que había lugar para mí en el vuelo, Hanna y yo salimos a un supermercado y compramos todo el material que cupiera en mi segunda maleta, desde hojas blancas hasta pinceles para niños pequeños. Aunque las horas de vuelo eran muy pesadas y hubo un par de tormentas en el camino, el ánimo no decayó en absoluto, y llegamos a Nairobi cuando ahí atardecía. La ciudad era muy grande, con enormes áreas verdes y gente que iba y venía de un lugar a otro. Estaba súper cansada y vi solo un poco a través de las ventanas del autobús que nos llevaría a la aldea donde ya nos esperaba el grupo de Dylan, a unas cuantas horas por carretera. Me quedé dormida en cuanto ocupé mi lugar, y esa noche no pude ver totalmente el campamento, porque estábamos tan cansados que todos volvimos a caer en un sueño profundo.
—Ana, despierta —decía Lucy, parada junto a mi cama—. Quiero que veas esto.
Hacía calor, pero por la puerta de la habitación donde dormíamos las chicas entraba un fresco y agradable aire, eran casi las seis de la mañana. Me levanté, y mientras me ponía los tenis, me di cuenta de que yo era la única que seguía en el cuarto. Cuando llegamos a la puerta, lo que vi me dejó sin palabras: el sol comenzaba a salir a lo lejos, era una esfera enorme de color naranja, e iba subiendo lentamente. Alrededor del campamento que acababan de instalar había muchos árboles, y a esa hora el sol proyectaba su sombra y parecía que todas tenían movimiento. Lo que más me impresionó fue ver a algunos animales correr cerca de nosotros, libres y sin preocuparse de que les fuésemos a hacer daño, porque sabían que estaban en su hogar. Ni siquiera me di cuenta de las lágrimas que rodaban por mis mejillas, de verdad estaba conmovida porque jamás había visto nada igual.
—Vinimos a cuidar esto, Ana —me dijo Lucy, que se paró a mi lado mientras cargaba a un niño pequeño para que él pudiera ver el amanecer—. Ahora nosotras también somos parte.
Esa mañana fue increíble. Las personas de la aldea nos prepararon una comida deliciosa, llevaban semanas aprendiendo técnicas de cultivo con voluntarios de otros países y esa sería la primera comida de su cosecha. Había niños pequeños y adolescentes felices de aprender en las clases que el grupo de Lucy había programado; mi clase de dibujo y pintura sería al día siguiente, ese primer día yo ayudaría en la limpieza de la cocina, porque nadie hacía lo mismo siempre. Me preguntaba dónde estaba Dylan, no porque yo quisiera estar con él todo el día, la verdad era que me sentía muy cómoda con Lucy y las demás chicas, sino porque no había tenido noticias suyas desde que salí de Nueva York.
Como si me leyera la mente, Lucy se acercó a mí mientras terminaba de limpiar la cocina con las mujeres que nos habían cocinado, y me dijo:
—Dylan, Mike y los demás están en Nairobi, en una reunión con otras asociaciones de voluntarios, llegan esta noche o mañana. Pidieron una audiencia con el gobierno para hablar sobre los derechos de las personas de esta comunidad, pero aún no se las conceden y necesitan seguir ahí, al pie del cañón. No te preocupes, todo marcha de maravilla.
—Está bien, Lucy, me siento tan feliz aquí, nunca había visto nada igual.
—Qué bueno que te gusta. Los chicos llevan años haciendo este trabajo, comenzaron en Nueva York con cosas muy pequeñas, la red de ayuda creció y ahora estamos del otro lado del mundo. Por cierto, yo soy ingeniera química, pero esta es mi verdadera pasión.
Cada cosa que escuchaba de ella o de los demás voluntarios me impresionaba mucho. En ese grupo no todos eran hijos de familias con empresas, como Dylan, sino que en su vida cotidiana se dedicaban a diferentes actividades, pero trataban de darle la misma importancia a su principal causa, que era el cuidado de la naturaleza. Ojalá yo hubiera sabido todo eso mucho tiempo antes, pero también estaba segura de que Dylan había llegado a mi vida para mostrarme ese nuevo mundo en un momento muy especial, el momento correcto.
El día pasó tan rápido que por la noche estaba muy cansada, sin que el cambio de horario me diera energía para mantenerme despierta. Quería ver qué material tenían los chicos y qué podíamos usar al día siguiente en las clases, cuando una niña del campamento fue por mí, dijo que alguien me buscaba. En la puerta de la habitación sentí que el alma volvía a mi cuerpo.
—¿Sorprendida? —preguntó Dylan, que acababa de llegar. No pudo evitar correr y abrazarme, sentí un gran alivio de ver una cara conocida.
—Esto es maravilloso. Muchas gracias por hacerme parte de algo así —le dije sin dejar de sonreír. Estaba fascinada con lo que estaba viviendo, y mucho más si era al lado de Dylan.
—A esto me dedico cuando mi madre no me ve en semanas.
Yo estaba tan emocionada que le conté con lujo de detalles cómo había sido ese primer día mientras caminábamos por los alrededores del campamento. Él había estado un par de veces en África, pero nunca en Kenia, y este viaje era lo que había esperado por mucho tiempo.
—Mañana volveremos a Nairobi, por fin conseguimos que alguien del gobierno nos recibiera; le explicamos rápidamente de qué se trataba nuestra visita humanitaria y accedió a concedernos una breve audiencia con otros políticos del continente que se darán cita aquí durante algunos días. Nuestro propósito es que continúe el apoyo para mantener las reservas naturales de Etosha, Tarangire, Serengueti, Chobe, Maasai Mara, entre otros lugares que son santuarios ecológicos del continente. Es un gran logro de todo el equipo.
—¿Nunca has intentado involucrar a Olivia en…?
—No hablemos de ella, Ana —me interrumpió Dylan—. Al menos no durante el viaje. Quiero que descanses de todo lo que tenga que ver con Manhattan, vive esto ahora.
Estando cerca de Dylan mi corazón se aceleraba a un ritmo que nunca había sentido. No sabía qué podía hacer más especial esa noche o los días con él, pero estaba dispuesta a descubrir esa felicidad, ya no tenía miedo de abrir mi corazón a alguien más, como una vez le dije a Hanna, porque estaba segura de que las personas correctas llegan en el momento preciso, sin importar que la primera vez no haya sido como pensábamos.
Dylan, Mike y los demás activistas se fueron muy temprano para la reunión con miembros del gobierno, querían plantear las alternativas a la explotación animal y de la naturaleza. No había sido nada fácil conseguir ese espacio, se fueron con toda la energía posible porque sería un encuentro muy difícil pero deseado. Los demás voluntarios nos quedamos en el campamento para recibir a personas de otras aldeas, que irían a aprender sobre cultivos y alimentación sana.
Mi grupo para las clases de dibujo y pintura era muy grande, pero entre todos nos las ingeniamos para que el material alcanzara, y fueron tan creativos que hicieron dibujos hermosos con la resina de algunas plantas y árboles que encontraron cerca. Yo no me cansaba de tomarles fotografías, y al final del día, durante la cena, expusieron sus obras en el comedor para que todos pudieran verlas. Había un mundo de diferencia entre las obras que yo catalogaba y cuidaba en la galería y las de los chicos, a estas no les faltaba nada, habían sido hechas con todo el corazón y entusiasmo de su inocencia.
Volví a ver a Dylan hasta el día siguiente por la mañana, ya que habían regresado muy tarde y el resto del campamento dormía. La noticia fue maravillosa: les permitieron exponer cada uno de los puntos que los activistas de Kenia y otros países necesitaban explicar y el gobierno se comprometió a tener una reunión con los representantes de varias aldeas que serían afectadas si se votaba por algunas leyes. En ese compromiso estaba la promesa de salvar sus tierras de la depredación, para que pudieran vivir en paz cultivando sus propios alimentos. Dylan estaba irreconocible, no veía en él nada del chico arrogante y apático que caminaba por la galería como si el mundo no le importara. Ahora entendía el motivo de su felicidad, y me sentía muy orgullosa de él y también feliz por compartir ese momento tan especial.