cap11

La vida siempre es impredecible, de eso no me quedaba duda. Un día estaba en la galería de Olivia y al siguiente a bordo de un avión para cruzar el mundo e ir a una aldea en África, acompañando a gente maravillosa. Ese viaje tan especial se complicó cuando faltaban dos días para regresar a Nueva York. Desperté en medio de la madrugada con un calor insoportable; a pesar de que el aire fresco entraba por la puerta de la habitación, yo sudaba y no pude recuperar el sueño. Cuando las chicas fueron a verme para que les ayudara a preparar el desayuno, notaron mis mejillas rojas y mi frente sudada y rápidamente tomaron mi temperatura… tenía fiebre. Al mediodía ya no podía moverme, el cuerpo me pesaba muchísimo, me dolía todo, desde la cabeza hasta la punta de los pies, y la fiebre no bajaba.

Dylan se había ido con Mike y otros chicos a visitar unas aldeas a unos cuantos kilómetros, y supo de mi fiebre cuando regresó. No recuerdo muy bien qué me dijo, a esa hora yo me sentía peor y lo único que había tomado eran unos tés que las chicas prepararon para mí mientras el doctor del campamento regresaba.

—¿Qué tiene? ¿Es la única enferma? —preguntó Dylan, preocupado por mí y por la posibilidad de algún contagio entre los demás voluntarios.

—No sabemos, el doctor la revisará en cuanto llegue —dijo Lucy, que no se había despegado de mí en todo el día—. No hay contagios, pero tememos que la haya picado algún mosquito o un insecto ayer que fuimos al arroyo por agua para crear cerámicas. Ya ha sucedido antes.

—Me quedaré aquí hasta que el médico llegue —contestó Dylan—. Le cambiaré las compresas para controlarle la fiebre mientras le aplican algún medicamento.

Lucy aceptó y salió de la habitación, eran los últimos días de los voluntarios en el campamento y quedaba mucho trabajo por hacer. Yo lamentaba muchísimo no poder estar con los niños, se habían entusiasmado tanto con las clases de pintura y dibujo que esperaban ansiosos la de escultura. Nunca había sentido un malestar tan fuerte, la temperatura no bajaba y solo me tranquilizaba cuando conseguía dormir. Dylan estaba muy preocupado, me cambiaba las compresas frías cada hora, me tomaba de la mano, trataba de hacerme dormir y me contaba historias de sus viajes como voluntario para que yo pensara en algo más que en el dolor de cuerpo. Cuando el doctor por fin llegó ya estaba anocheciendo, y Dylan sintió un gran alivio al verlo entrar con Lucy. Entre los dos le explicaron qué tenía, él me tomó de nuevo la temperatura, que seguía alta, y me aplicó una inyección. Las inyecciones jamás me han gustado, pero me sentía tan mal que no la rechacé.

—Ahora hay que esperar, pero debemos llevarla a una tienda para ella sola, así descansará mejor.

—¿Qué tiene, doctor? La fiebre no baja —dijo Dylan, bastante nervioso y preocupado.

—No lo sé, exactamente. Espero que con este medicamento pueda recuperar su temperatura normal. Si la fiebre no baja en veinticuatro horas, Ana corre un riesgo más fuerte y tendremos que llevarla al hospital de la ciudad para internarla, porque puede llegar a tener problemas respiratorios o algo más grave. Lo más probable es que un mosquito la haya picado, recuerda que estamos en una zona donde aún hay enfermedades peligrosas.

Cuando el doctor nos dejó solos, y antes de que las chicas tuvieran lista mi pequeña tienda, Dylan se arrodilló junto a la cama, sin soltarme la mano.

—Perdóname, Ana. Pensé que hacía lo correcto trayéndote aquí.

Yo quería decirle que no tenía nada que perdonarle, me había regalado una experiencia maravillosa y cualquiera de nosotros pudo haberse enfermado, pero no tenía la fuerza suficiente para hablar con él. Esperó a que el medicamento me hiciera efecto y entre él y las chicas me llevaron a mi nueva tienda. Esa noche tampoco pude dormir, Dylan me dijo que me movía mucho, la medicina no estaba haciendo efecto, tampoco las compresas con agua fría. Llevaba más de un día sin comer, no podía, no tenía hambre, pero estaba muy débil y eso complicaba más mi situación. En cuanto salió el sol, Dylan fue una vez más por el doctor, antes de que se fuera con los demás hacia las otras aldeas.

—No puedo aplicarle otra inyección, la de ayer fue una dosis muy fuerte y no ha tenido el efecto que esperábamos —explicó el médico mientras revisaba una bitácora con todos los datos de mi estado.

—Pero no mejora, doctor, sigue igual que ayer o incluso peor. Tampoco come, no duerme, ¿qué podemos hacer?

—Esperar, Dylan. Tengo estas pastillas, pero si la inyección no ha hecho efecto, las pastillas tampoco ayudarán mucho. Continúa cambiando las compresas, tal vez la fiebre ceda. Tú sabes que aquí una picadura de algún insecto puede ser fatal. Volveré por la tarde.

En ese momento entró Lucy con una bebida que había preparado una señora de la aldea. Era una especie de té, y luego me colocó una mezcla espesa de hierbas en el pecho; si mi cuerpo no recuperaba la temperatura normal, por lo menos podría descansar algunas horas y que Dylan durmiera un poco. Todo lo que pasó después fue algo irreal para mí, horas que nunca olvidaré.

Caí en un sueño muy profundo, el dolor en mi cabeza y en todo el cuerpo era tan fuerte que en algún momento dejé de sentir la cama donde estaba acostada. Trataba de abrir los ojos y no podía, el cansancio por fin me había vencido. De repente, escuché una voz que hacía mucho no oía pero reconocí de inmediato, decía Ana, dulcemente, Ana. Era la voz de mi mamá. Cuando abrí los ojos, ella estaba junto a mí, sentada a un lado de la cama, sosteniendo mi mano, y sonreía al verme despertar.

—Hija, ¿cómo has estado? —me decía—. ¿Ya te sientes mejor?

En cuanto lo dijo, toqué mi frente, ya no tenía fiebre. El cuerpo tampoco me dolía, era como si el malestar nunca hubiera estado ahí. Mi mamá sonrió, y vi entrar a la tienda a mi papá. Los dos se veían exactamente iguales que en las fotos y parte de mis recuerdos, y sonreían.

—Hija, este viaje ha sido muy especial, ¿verdad? —preguntó mi mamá. Yo dije que sí con la cabeza.

—Estamos muy orgullosos de ti, de todo lo que has conseguido sola —dijo mi papá, sentado a un lado de ella—. Tienes un corazón muy grande.

—Mamá, papá, los extraño mucho, quiero que regresen conmigo —les dije, conteniendo el llanto.

—Ana, querida, estamos aquí siempre, cerca de ti, te cuidamos todo el tiempo —respondió mi mamá, sin dejar de sonreír. Se veía hermosa—. Pero este camino lo tienes que recorrer tú sola, y lo has hecho bien.

—Debes encontrar tu felicidad, hija —dijo mi papá, con la voz dulce que recordaba de él pero con el tiempo se había ido perdiendo como en un sueño y ahora escuchaba claramente—. Sabemos que lo estás haciendo. Que tu talento y tu corazón te lleven al lugar a donde perteneces. Nunca estarás sola.

—Mamá, papá, por favor…

Los dos se levantaron de mi lado, mi mamá se acercó a mí y besó mi frente, mi papá me dio un beso en la mano. Ambos caminaron hacia la entrada de la tienda y los vi perderse en la oscuridad.

—Mamá, papá… —repetía. Esta vez quien tomó mi mano fue Dylan.

—Ana, ¿estás bien? —escuché que me preguntó. Abrí los ojos y lo vi un poco borroso, seguía muy mareada—. Ana, has estado delirando toda la noche.

—Dylan… ¿dónde están? ¿Dónde están mi mamá y mi papá? Por favor, diles que regresen.

—Dylan, todo está listo —dijo una nueva voz. Cuando lo vi mejor era Mike, y junto a él estaba Lucy—. Es momento de darle las infusiones.

—Mi mamá, mi papá… —repetí.

—Ana, has estado así un día más, con fiebre muy alta, hablando en sueños.

—Mi mamá, por favor, quiero verla… —dije, y fue lo último, porque volví a caer en un profundo sueño.

Desperté a la mitad de la noche, o era lo que pensaba, ya que el salón donde estaba se encontraba casi a oscuras, si no fuera por la luz que salía de algunas velas encendidas al centro. Con la poca fuerza que tenía, toqué mi frente y mis mejillas, que aún ardían; también sentí la ropa mojada, no había dejado de sudar en el tiempo que llevaba con fiebre. Poco a poco me di cuenta de todo: de lejos, quizá donde se reunían las mujeres y los niños de la aldea, venía una música hermosa que me reconfortaba. Una mujer entró en ese momento, me dio un té de hierbas y me dijo algo que entendí como que debía beberlo despacio. También percibí un aroma especial, sabía que eran las esencias más importantes y antiguas de la aldea, porque antes me habían descrito su olor. Estaba tan relajada que cuando terminé de beber sentí sueño de nuevo. La mujer volvió a hablar, ahora sí comprendí lo que me decía.

—Para sanar tu cuerpo, primero tenemos que sanar tu corazón y tu alma —me dijo antes de salir del cuarto.

La música que sonaba afuera me producía una sensación tan extraordinaria, que una fuerza dentro de mí me hizo cerrar los ojos y sucedió la magia: sentí que mi cuerpo flotaba y no tenía ningún tipo de preocupación. Jamás en la vida me había sentido así, como si mi cuerpo no pesara porque ya nada me preocupaba. La música y el té que acababa de beber hicieron que me quedara profundamente dormida.

pleca

La luz del sol me despertó muy temprano al día siguiente. Escuché con claridad a los niños y al resto de los brigadistas, que estaban jugando futbol muy cerca de donde yo descansaba. Me toqué la frente, estaba fresca. Cuando vi mejor, distinguí los detalles del cuarto: junto a las paredes estaban las mesas que se usaban para las clases, en un rincón estaban las sillas, me habían llevado al lugar donde días antes di clases de artes. Toqué mi cuerpo, lo sentía muy descansado, tan normal como siempre. Intenté ponerme de pie, no hubo mareos ni nada que me impidiera levantarme, vestirme las sandalias y asomarme hacia donde estaban los demás.

—¡Ana! —gritó Lucy, acercándose a mí con un bebé en los brazos—. Regresa a la cama, que aún estás débil.

—Lucy, ¿qué sucedió? Anoche… ¿dónde está Dylan?

—Tranquila, aún estás débil a causa de la fiebre, pero me alegra que hayas amanecido mejor.

Vi a Dylan, estaba cerca de nosotras pero no me había visto porque cargaba unas cubetas con agua recién sacada del pozo. Cuando me vio, las dejó en el suelo y corrió hacia mí para abrazarme y cargarme.

—Ana, Ana, por fin —dijo, y creí ver que sus ojos estaban húmedos.

—¿Qué pasó? ¿Cuánto tiempo?

—Tres días —contestó—. Estuviste con fiebre durante tres días. Las medicinas no funcionaban y cada vez estabas peor, hasta que Yumma, una de las mujeres de la aldea, dijo que prepararía un té muy efectivo con las hierbas y esencias que han utilizado durante cientos de años.

—Sí, anoche fue mágico —dije, conteniendo las lágrimas de la emoción por recordar mis sensaciones.

—Así es. Ellas y la naturaleza hicieron su magia. Vamos a la habitación de las chicas, te ayudarán a vestirte, necesitas comer.

Después del desayuno me sentí mucho mejor. Comí dos o tres veces, bebí mucha agua porque estaba sedienta; ya podía caminar, no tuve problemas con intentar recuperar la normalidad, mi cuerpo estaba perfecto, como si nada.

—Vi a mis papás, Dylan, ellos estuvieron conmigo mientras tuve fiebre.

—Lo sé, Ana. Hablaste con ellos en sueños. Lucy, Mike y yo estuvimos cerca de ti, cada uno entró a verte un momento antes de que bebieras el té que te hizo descansar. Tuviste una gran ayuda de la naturaleza, gracias al conocimiento de las personas de esta aldea.

—Entendí muchas cosas de mi vida. Sé lo que debo hacer cuando regresemos. Dylan, ¿volverás a Nueva York?

Él sonrió, me tomó de la mano y contestó:

—Sí, Ana, claro que volveré. Sabes que esto es lo que más feliz me hace, o una de las cosas que me dan felicidad, pero debo volver. Regresaremos juntos. De hecho, teníamos que irnos ayer, pero Mike, Lucy, tú y yo volveremos mañana, en el mismo avión que te trajo, y seguramente haciendo el mismo esfuerzo que la vez pasada.

—Perdí la noción del tiempo. En la galería deben estar hechos un caos y yo…

—Tranquila. No te preocupes por ellos, lo único importante es tu salud. Uno de los chicos fue a una ciudad cercana y le mandó un correo a Sebastian, él sabía de tu estado de salud y tu trabajo está seguro aunque mi madre se moleste. Nada de eso importa. Bueno, a menos que no quieras regresar a F•24.

—Claro que quiero. Anoche, mientras escuchaba los cantos, supe lo que debía hacer para ser feliz. Me siento más fuerte que nunca para volver a la galería y demostrar que mi lugar está ahí.

Dylan me dio un beso en la mejilla. Me sentía tan segura con él, que sabía que todo iba a estar bien. Decidí que sería buena idea darles a los niños una última clase de dibujo, y eso hicimos. Por la tarde pegaron sus obras en las paredes del comedor, y después tendríamos una cena especial como despedida. Lo que sucedió en la aldea fue maravilloso, y estoy segura de que jamás hubiera descubierto la magia de la naturaleza y la verdadera bondad que existe dentro de las personas sin la compañía de Dylan.

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—¿Listos? —nos preguntó el chofer de la camioneta que nos llevaría a Nairobi para tomar el vuelo de regreso—. No es el transporte más lujoso, pero llegarán a tiempo.

—Es un transporte maravilloso para la aventura —contestó Mike.

Los cuatro nos sentamos en el suelo de la camioneta, los demás voluntarios de otras aldeas nos esperaban en el aeropuerto. Cuando el vehículo arrancó y comenzó a avanzar, los niños salieron corriendo detrás de nosotros para decirnos adiós, y nosotros nos despedimos con las manos de todos ellos. Jamás podría olvidar que entre esas personas había tanta bondad que eran capaces de salvar vidas.

Todo fue muy rápido cuando llegamos al aeropuerto. El vuelo era de voluntarios, así que nos hicieron pasar directamente a la sala de última espera, pero se trataba de un vuelo muy austero, como el anterior, y pasaríamos otra aventura y un par de escalas. Mike había conseguido comida para todos, y mientras nos autorizaban el abordaje, estuvimos platicando sobre nuestras vidas y rutinas. De nuevo pensé en que uno puede encontrarse con cualquier persona en la calle y no sabe si detrás de ese traje tan formal y esos documentos de bufete de abogados hay un brigadista que viaja por el mundo ayudando a quien lo necesita, o si detrás de una importante investigadora del mejor hospital de Manhattan está una activista tan comprometida como Lucy. Me gustaba haber descubierto eso de la mano de Dylan.

Cuando abordamos, Dylan y yo nos sentamos juntos. Me recargué en su hombro, quería sentirme protegida una vez más.

—No entiendo por qué tu madre no ve lo maravilloso de tus viajes, Dylan. Haces algo increíble con todos ellos.

—Mi mamá tiene miedo. Lo ha tenido desde que nací —dijo, y volteó a verme para platicar—. Mi padre murió muy joven, estaba enfermo del corazón. Una cardiopatía congénita lo llevó a usar marcapasos gran parte de su vida. Yo nací con la misma enfermedad, Ana. Eso no te lo había dicho, pero ya conoces todo de mí, quiero que conozcas esto también. La enfermedad es hereditaria. De niño, los cuidados de mi madre fueron excesivos, y después de que él falleciera, la protección era abrumadora. Pasé muchos años de doctor en doctor, con prohibiciones de hacer esto o aquello, mi madre siempre detrás de mí cuidando que no me pusiera en riesgo incluso al jugar con otros niños.

—¿Entonces tú también…?

—No, ya no. Para mi buena suerte, crecí sano y fuerte, la enfermedad ha quedado atrás. No he dejado de ir al doctor cada año para saber si sigo bien, y hasta ahora estoy de maravilla. Mi madre siempre ha sido sobreprotectora, no soporta mis viajes, piensa lo peor. No pasa nada, Ana, estoy mejor que nunca.

Yo esperaba que así fuera. Entendí que la felicidad de Dylan estaba en lo que hacía y no en lo que dejaría de hacer por miedo a una enfermedad que ya había quedado atrás. Durante el vuelo hablamos mucho y de todo, como nunca antes. Era curioso que nuestro segundo vuelo juntos también hubiera sido hacia un lugar lejano, pero no tenía nada que ver con el arte y la galería. Después de tanto tiempo en el aire, nos acercábamos a la costa de Nueva York. En ese momento me llegó un poco de nostalgia. Veía las luces de la ciudad cada vez más cerca, brillando detrás de las nubes espesas.

—En unas horas se habrá terminado este sueño. Aterri­zando en Nueva York volveremos a la normalidad. Al menos yo.

Dylan me sonrió, pero lo notaba un poco nervioso, como si una idea diera vueltas en su cabeza y no quisiera compartirla conmigo. Pensé en toda la angustia que tuvo que pasar mientras estuve enferma, quizás era eso. Lo escuché suspirar antes de sacar de sus labios aquella pregunta que temía hacer.

—Ana, no quiero que regresemos a la normalidad así nada más, quiero que este momento sea para siempre. Nunca imaginé que la Señorita Arcilla se convertiría en alguien tan importante para mí, para mi vida. Cuando estabas en el momento del delirio sentí que te podía perder y me di cuenta de que no podía hacerlo, no había manera de dejarte ir —me dijo, y tomó mis manos mientras me miraba a los ojos—. Deseo que volvamos felices y juntos, quiero seguir compartiendo esto contigo y hacer grandes cosas a tu lado. Te has vuelto una persona muy importante para mí y no me gustaría dejar esto en solo una amistad, así que tengo una pregunta para ti.

Dylan se movió un poco en el asiento para continuar mirándome fijamente, mientras sostenía mis manos entre las suyas y su rostro estaba cerca del mío. Volvió a respirar profundamente antes de preguntar:

—¿Quieres ser mi novia?

Mi corazón palpitaba rápidamente y percibí cómo un choque de energía recorría mi cuerpo, jamás había sentido algo así. Nunca imaginé volver a enamorarme, que otra persona fuera parte de mis pensamientos y mi energía para estar contenta. Estaba feliz, realmente plena; no había mejor forma de terminar estos días maravillosos que me habían transformado por completo. Sin dudarlo un segundo, me acerqué a besarlo y abrazarlo con todas mis fuerzas. En ese momento me di cuenta de que él se había convertido en esa persona en mi vida.

—Sí. Mil veces sí.