cap12

La galería se veía espectacular con la remodelación. Era obvio que Olivia había invertido cada centavo de la mejor manera, porque representaba toda la sofisticación que a ella le gustaba mostrar. En la entrada se exhibían dos obras de nuestro nuevo artista asociado. Sebastian y yo nos vimos antes de mi regreso a la galería, él estuvo al tanto de mi estado de salud en Kenia y, aunque se alarmó muchísimo, sabía que Dylan me cuidaría. Preferimos no decirle a Hanna hasta que hubieran pasado algunos días, porque yo la conocía y sabía que se preocuparía más de la cuenta.

—Estoy tan feliz de tenerte de vuelta, sana y salva —dijo Sebastian—. Me hubiera sentido el más culpable del mundo si te pasaba algo, yo te dije que fueras y…

—Pero no sucedió nada. Tranquilo. Estar ahí fue mágico, y aunque me enfermé, no tienes idea de lo maravillosa que resultó mi recuperación. Jamás olvidaré lo que vi y sentí.

—Además regresaste con novio nuevo. Me alegra saber que están juntos y felices.

—Sí, Sebastian, juntos y felices. Dylan ha sido increíble conmigo, aunque me preocupa la reacción de Olivia cuando lo sepa, él iba a hablar con ella esta tarde.

—Tendrás que estar lista para lo que sea. Aunque yo me hice cargo de tu trabajo mientras no estuviste, y todo salió de maravilla, sé que Dylan también llamó a su mamá y le dijo que estaban juntos en el viaje. Le confesó el motivo de ir a Kenia, y entre eso y que tú lo acompañabas, Olivia no estaba tan feliz. Solo espero que esto no repercuta en su relación de trabajo ahora que tenemos un reto con la gala dentro de unos días.

—Dylan no me dijo, tal vez para no preocuparme —contesté, serena y aliviada de saber que él no había ocultado nada—. Todo lo demás, ella lo sabrá más tarde.

—Así es, Ana. Mientras, organicemos el último evento del año.

Teníamos en puerta la gala de diciembre, donde Olivia subastaba muchas de sus mejores obras para donar fondos a la caridad. El trabajo no se detendría en semanas, pero yo estaba segura de que podría hacerlo mejor que nunca, sentía un ánimo y una fuerza enormes desde que había estado con Dylan en la aldea. También sabía que mis padres me acompañaban en espíritu, nunca me faltaría nada si pensaba en ellos y en que yo podría vencer cualquier obstáculo.

Casi a punto de irme a casa, me llegó un mensaje de Dylan. Decía: “Ya hablé con ella acerca de nosotros. Todo bien, mañana te platico”. Sentí nervios, como mariposas en el estómago, le marqué a Dylan para tener más detalles pero no contestó. Estábamos de regreso en Nueva York, retomando nuestras vidas después del increíble viaje, así que debía tener paciencia con el tema de nuestra relación.

Al día siguiente, cuando mi celular del trabajo sonó y escuché la voz de Luisa, volví a ponerme nerviosa, pero sabría controlar esos nervios al pasar a su oficina para tomar notas sobre el trabajo que debía realizar inmediatamente.

—Qué bueno que estás bien, Ana. Bienvenida de regreso —dijo Olivia, apartando la vista de su tableta para verme bien.

—Gracias, Olivia. Sobre mi demora…

—Tenemos mucho trabajo, viene el evento más importante de la galería. Nuestra gala de diciembre va a congregar a lo más selecto del arte, necesitamos atenderlos lo mejor posible para que la subasta sea un éxito. Necesito que te hagas cargo de supervisar el montaje de las obras.

—Por supuesto, Olivia. Comenzaré a organizar al equipo. ¿Necesitas algo más por ahora?

—Te haré llegar con mi secretaria los planos del montaje, debe quedar listo en una semana para hacer las fotografías para prensa y mandar a imprimir los catálogos. Este año tenemos un cuarto de experiencia, es la obra principal de nuestro artista de Sidney. Espero sentirme orgullosa una vez más de ti, Ana.

Le di las gracias por su confianza y me fui a mi oficina. Esa conversación había sido tan extraña. Si Dylan le dijo sobre lo nuestro, yo esperaba reclamos de su parte, algún comentario malintencionado, pero no fue así. Tal vez ella había asimilado dejar ser feliz a su hijo. Eso pensé en aquel momento.

pleca

Dylan y yo siendo novios en Nueva York, en la galería, eran palabras que me repetía todo el tiempo. Sabía que nuestra relación no sería fácil, pero estábamos enamorados y felices, entonces no necesitábamos más. Después de lo que suce­dió en aquellos días, entendí que muchas veces no basta con amar a la otra persona, hay errores mínimos que echan abajo toda la felicidad, de una forma cruel y dolorosa.

Después de tener listo el archivo para el catálogo de la gala, había llegado la parte más difícil: el montaje de las obras. El cuarto de experiencia sería lo más representativo de la gala: consistía en un área no muy grande, llena de espejos para recrear imágenes y luces que reprodujeran los cambios de estación en distintas partes del mundo. Los planos que me dio Olivia indicaban qué piezas de metal debían colocarse arriba para reflejar la luz y dar la sensación de que el cuarto era infinito. Aunque había cargadores para colocar y ajustar las piezas, mi labor era que quedaran perfectas, como en los planos. Podía dirigirlos desde abajo, pero a veces debía dar el último toque desde una escalera, o ellos improvisaban andamios para que yo pudiera subir. Esa técnica había funcionado, pero cada pieza era muy delicada y su colocación era tan compleja que podía llevarnos todo el día. Los chicos y yo acordamos poner la exposición antes de que cerrara la galería, una vez que yo revisara bien el plano y pudiera orientarlos desde abajo, pero cuando fui a buscarlos al área donde cargaban y descargaban, no los encontré.

—La señora Olivia los envió a buscar piezas a otra galería, señorita Lee —dijo el vigilante.

Me vi en la necesidad de avisarle a Olivia que tendríamos que posponer dos días la apertura del cuarto, porque yo debía faltar al día siguiente para hacer trámites en la escuela.

—Eso tiene que estar hoy, Ana —dijo Olivia, fría a través de la línea telefónica—. Mañana temprano viene el artista, necesito que la vea antes de volar a Los Ángeles.

—Las piezas son delicadas, aunque ponerla sea sencillo no puedo hacerlo sola, podría dañarlas —contesté, intentando explicarle de la manera más amable.

—Te di una indicación, Ana, y espero que la cumplas. Los ganchos están colocados, pasé por ahí hace un rato. Solo hay que ponerlas, en el mapa viene todo detallado, alguien más puede ayudarte. Si no puedes cumplir con eso, es mejor que no te presentes mañana.

Olivia colgó. Me sentí muy tonta porque unas horas antes pensaba que podíamos trabajar bien, sin regaños, como cuando inicié en la galería y quizás no me felicitaba, pero tampoco se ponía en ese plan conmigo. Yo hubiera ido inmediatamente por cualquiera para terminar el trabajo, pero en esa ocasión no fue así. Tanta amabilidad de parte de Olivia no podía ser auténtica, estaba esperando que yo tuviera una falla mínima y no cumpliera con sus órdenes para decirme que no era necesaria en F•24, y así mantenerme lejos de ella y su hijo, pero yo estaba cansada de su trato tan volátil.

—Bien, Olivia, entonces no nos veremos mañana. Ni mañana, ni pasado, ni nunca —dije en voz alta, después de que me cortó la llamada.

Estaba muy molesta. En el trayecto del cuarto de experiencia a mi oficina, vi un par de mensajes de Dylan. Rápidamente le conté lo que había pasado, le dije que Olivia me exigía tener listo eso y yo no podía hacerlo porque si algo resultaba mal sería mi culpa, y ya estaba cansada de que siempre fuera lo mismo, no quería cometer un error más. Tal vez me había equivocado al pensar que mi lugar estaba al lado de una jefa que no podía ver la diferencia entre asuntos de trabajo y personales.

El teléfono se me descargaba, lo conecté y perdí la noción del tiempo mientras ordenaba los papeles que debía llevar a la academia al día siguiente. Cuando vi la hora era muy tarde, no valía la pena continuar en la galería, entonces tomé mis cosas y salí. Cuando pasé cerca del cuarto de experiencia, noté que la puerta estaba abierta. Entré y quedé en shock con lo que vi.

Dylan estaba en el suelo, con la escalera tirada a su lado. De inmediato entendí que se había caído, las piezas metálicas estaban rotas, había cristales y una de sus piernas sangraba. Me agaché para intentar ayudarlo pero me pidió que no lo tocara, decía que no podía respirar, el aire no pasaba por sus pulmones y la pierna le dolía tanto que quizás estuviera rota.

—¡Auxilio! ¡Por favor, alguien ayúdenos! —grité. Estaba en shock y ni siquiera podía tomar mi teléfono o salir corriendo, no quería dejarlo ahí.

—Ana, me cuesta trabajo respirar —me decía Dylan, haciendo un esfuerzo por hablarme.

Uno de los guardias de seguridad llamó a la ambulancia y en cuestión de minutos ya íbamos rumbo al hospital. Cuando los camilleros subieron a Dylan y le proporcionaron oxígeno, confirmaron lo que sospechábamos: la pierna estaba fracturada y había que moverlo con mucho cuidado. Era probable que también tuviera rota una costilla.

—Fue mi culpa. No debí decirte nada sobre el montaje de las piezas. Perdóname, por favor.

Dylan no me respondía. El paramédico le había suministrado un anestésico para que aguantara el dolor hasta que pudiera ser ingresado al hospital. Tuve suerte de que me dejaran subir a la ambulancia, yo no era familiar de Dylan y bien pudieron decirme que me fuera en auto detrás de ellos, pero el paramédico me vio tan desesperada que lo pude acompañar. En el trayecto llamé a Sebastian, pero sonaba ocupado. En un par de minutos me devolvió la llamada.

—Ana, querida, ¿dónde estás? Esto es un caos. Olivia y yo acabamos de llegar a la galería y nos dijeron lo que sucedió. Olivia está vuelta loca, le ha marcado mil veces a Dylan y obviamente no contesta.

—Dylan tuvo un accidente. Se cayó de la escalera porque me ayudaba a colocar unas piezas y…

—Eso ya lo sabemos, Olivia vio la sangre y está muy alterada. Acaba de ir a su oficina, tengo que ir con ella porque la veo mal. Te marco cuando sepa algo.

Sebastian colgó. Unos minutos después me mandó un mensaje en el que me decía que Olivia estaba inconsolable, había revisado los planos del montaje de las piezas en el cuarto de experiencia y decía una y otra vez que era su culpa. Yo no entendía nada. Dijo que también había hallado una fotografía y eso la alteró aún más. Apenas estaba leyendo el mensaje de Sebastian, cuando Olivia me llamó.

—Ana, ¿dónde está mi hijo? ¿Qué le pasó? ¿A dónde lo llevaste? —preguntó. Era la primera vez que la escuchaba así.

—Estamos llegando al hospital Presbyterian. Dylan acaba de ser sedado mientras lo diagnostican.

—Voy para allá —dijo, y colgó.

Mientras bajaban a Dylan para ingresarlo por la puerta de Urgencias, recibí otro mensaje de Sebastian junto con una imagen: “Esta es la foto que Olivia encontró y la alteró más”.

Era una fotografía de mi mamá.