Epílogo
Cuando Díaz Ordaz inauguró los XIX Juegos Olímpicos, “la Olimpiada de la Paz”, el sábado 12 de octubre de 1968, un grupo de manifestantes lanzó un papalote negro en forma de paloma a modo de protesta por la matanza del 2 de octubre.
Ninguno de los francotiradores sufrió pena corporal ni de ninguna otra naturaleza en el país de la histórica impunidad. En cambio se les reincorporó al Estado Mayor Presidencial o a la regencia del Distrito Federal después de recibir ascensos militares o burocráticos, además de jugosas prestaciones.
Gutiérrez Oropeza, ascendido al grado de general de brigada, se mantuvo en su elevado cargo hasta el final del mandato de Díaz Ordaz. Nunca se pudo comprobar el papel que jugó en la muerte de Carlos Madrazo, el político decidido a democratizar al PRI y al país, cuando se “accidentó” su avión en Monterrey.
En junio de 1969, Richard Helms distinguió a Winston Scott con la Medalla de Distinción en Inteligencia, la máxima condecoración en la CIA. Ese mismo año Scott se retiró de la agencia para dedicarse a los negocios en México. En 1971 apareció muerto en condiciones sospechosas, después de intentar publicar un libro con su experiencia como cabeza de la CIA en el país.
A mediados de julio de 1969, Díaz Ordaz le comunicó a Echeverría que en el mes de octubre sería postulado como candidato a la presidencia de la República por la CNC, la central campesina, como reconocimiento a su solidaridad criminal.
Después de octubre del 68 Díaz Ordaz, frustrado, amargado y enfermo, solo pensaba en entregar el poder con la confianza de que ya no sería derrocado. ¿Había cumplido con la patria desde que impidió, como pudo, la materialización del golpe de Estado promovido por la CIA? ¿La historia se lo reconocería o sería etiquetado para siempre como un sanguinario represor? ¿Se llegaría a saber que intentó reelegirse? ¿Héroe o traidor? Doña Guadalupe Borja falleció víctima de padecimientos nerviosos, paranoia, delirios de persecución que le hicieron perder la razón y, muy poco tiempo después, la vida.
El 24 de noviembre de 1969 Echeverría, en acto de campaña en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia, aceptó guardar un minuto de silencio por los estudiantes caídos en Tlatelolco el 2 de octubre. ¿Y los soldados masacrados por francotiradores? Díaz Ordaz exclamó entre sus incondicionales allegados: “Pero qué pendejo soy, ya vamos a acabar con él [Echeverría], se va a la chingada, lo vamos a enfermar y se va a enfermar de a de veras”.
Pero era demasiado tarde. Nadie sabe para quién trabaja. El intercambio de acusaciones no hubiera convenido al sistema dictatorial mexicano ni a la “familia revolucionaria”, una pandilla.
El general Ballesteros Prieto fue relevado por García Barragán después de su desleal participación del 2 de octubre. Tras los sucesos de 1968, Díaz Escobar siguió encabezando al grupo paramilitar conocido como los Halcones, entrenado en Estados Unidos, responsable de la matanza de decenas de estudiantes el 10 de junio de 1971 en la ciudad de México. La nueva masacre le costará el cargo a Alfonso Martínez Domínguez, jefe del Departamento del Distrito Federal. Dos años más tarde, Ballesteros Prieto será nombrado agregado militar de la embajada de México en Chile, en momentos en que la CIA trabajaba para derrocar al presidente Salvador Allende. Un infarto lo sorprendió en Santiago durante el mes de enero de 1973; su lugar sería ocupado por su viejo amigo el coronel Díaz Escobar, el famoso Zorro Plateado.
Díaz Ordaz murió en julio de 1979, después de haber sido embajador de México en España por unos cuantos días. Cuando se supo invadido por un cáncer fatal sentenció, a modo de despedida: “queda a mis familiares despedirme con lágrimas, dejo al pueblo las grandes reflexiones y las dudas, pero igualmente la conducta que se debe seguir en las grandes decisiones”. López Portillo resolvió cubrir su ataúd con la bandera tricolor, otorgándole el tratamiento de Héroe de la Patria.
En el mensaje fúnebre pronunciado por Gutiérrez Oropeza ante su tumba, recordó unas palabras pronunciadas por el ex jefe de la nación en momentos críticos: “Gobernar implica también… no prohijar los pretextos o razones para un golpe de Estado, y tener los pantalones para impedir que la rebeldía hundiera al país en la anarquía o en una revolución”.23
Víctima de una insuficiencia cardiaca, Marcelino García Barragán falleció el 3 de septiembre de 1979 a los 84 años de edad.
Fernando Gutiérrez Barrios se relacionó en la década de los setenta con actos de desaparición forzada y tortura de integrantes de grupos guerrilleros mexicanos. En 1987 fue gobernador del estado de Veracruz; en 1988, secretario de Gobernación. Murió en condiciones extrañas en enero de 1993.
La CIA siguió asolando al mundo, imponiendo distintas dictaduras latinoamericanas como la de Augusto Pinochet en Chile, donde Manuel Díaz Escobar jugó un papel muy destacado; Alfredo Stroessner, en Paraguay; Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri en Argentina, de 1976 a 1983; Juan María Bordaberry, en Uruguay; el general Hugo Bánzer, en Bolivia, de 1971 a 1978; sosteniendo a la dinastía de los Somoza en Nicaragua, o la de El Salvador durante sus más sangrientos años de guerra civil, sin olvidar a Julio César Turbay Ayala con su famoso Estatuto de Seguridad en Colombia, de 1978 a 1982.
La agencia combatió con vehemencia a los independentistas de Angola, impuso al sha de Irán y años más tarde lo depuso; movilizó fuerzas islámicas en contra de los soviéticos en Afganistán, como había hecho en Argelia, Turquía, Jordania, Egipto e Israel. En los años ochenta, el gobierno estadounidense dio 3 mil millones de dólares en armas y ayuda a los muyahidines islámicos y contribuyó a crear una red global de combatientes musulmanes, algunos de los cuales pasarían a ser el núcleo de Al Qaeda… La CIA concedió apoyo, asimismo, a Saddam Hussein, presidente de Irak, para atacar a Irán.
En 1990 y 1991 se organizó la operación Tormenta del Desierto que desató la guerra del Golfo Pérsico para apoderarse del petróleo de Kuwait. La CIA intervino en Somalia de 1992 a 1994; en Haití en 1994; en Bosnia-Herzegovina entre 1992 y 1995. Estados Unidos bombardeó Irak, Sudán y Afganistán en busca de Osama bin Laden, al igual que Serbia en 1999. En 2002 intentó un golpe fallido en contra de Hugo Chávez, en Venezuela. Intervino Haití en 2005 para deponer al presidente Jean-Bertrand Aristide.
Recientemente, el secretario de Defensa de Ecuador ha acusado a la CIA de estar involucrada en el bombardeo colombiano de Angostura, en la frontera ecuatoriana, contra un campamento de las FARC el 1 de marzo de 2008.
Estados Unidos invadió Panamá para deponer y secuestrar al presidente Manuel Antonio Noriega, antiguo aliado de la agencia, quien hasta la fecha purga una condena en territorio estadounidense.
Después de 34 años de los sucesos de Tlatelolco, Luis Echeverría fue el primer servidor público citado a declarar ante la justicia mexicana con relación a esos hechos. A más de tres décadas de la masacre, Echeverría fue exonerado de la concepción, preparación o ejecución del mencionado ilícito… “La acusación [de genocidio] es carente de fundamento jurídico y probatorio…”, estableció para siempre la sentencia inapelable.24
Hoy en día la CIA continúa siendo una agencia siniestra. El mundo está lleno de hombres como Richard Helms, Winston Scott, Edgar Hoover, Lyndon Johnson, George Bush y otros tantos bichos asesinos de la peor ralea.
Desde finales de los noventa la CIA dejó de ser el principal órgano de inteligencia de Estados Unidos. Solo tiene en la actualidad un 10% del presupuesto total de 28 billones de dólares que manejaba entonces la comunidad de inteligencia anualmente. Desde 1997 el espionaje electrónico y satelital es efectuado por la invisible Agencia de Seguridad Nacional y la Oficina Nacional de Reconocimiento, a las que se les destinó más del doble de empleados y presupuesto que a la CIA. Existen, además, la Agencia de Inteligencia de la Defensa, la Agencia Nacional de Imaginería y Mapas, la Inteligencia Naval de los Cuerpos de Marines, Inteligencia de la Fuerza Aérea, Buró de Inteligencia y Búsqueda del Departamento de Estado, y otras.
Entre los jóvenes detenidos durante aquella noche trágica del 2 de octubre figuraban, ¿quién lo diría?, dos futuros presidentes de la República, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, dos ilustres estudiantes cuyos nombres y aventuras en Tlatelolco ha guardado celosamente la historia.
Gustavo Díaz Ordaz Bolaños fue tío de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, creador de personajes como “El Chapulín Colorado” y “El Chavo”.
“El humor mexicano nunca deberá de faltar porque entonces lo habremos perdido todo”, escuché decir a la Tigresa, quien siguió filmando películas y, por supuesto, continuó grabando discos y después hasta escribiendo libros como A calzón amarrado y Sin pelos en la lengua. Seguiría siendo taquillerísima además de invencible. Vive ciertamente feliz, saturada de bellos recuerdos…