QUÉ SOLO ESTOY

Estaba anocheciendo y yo me encontraba sentado con mi hijo en un puente que hay sobre las vías de la estación de Villalba. Me gusta ir allí a ver pasar los trenes. El plan que tanto nos gusta a los dos consiste en comprar dos bolsas de gusanitos y una botella de agua para aguardar pacientes a que los distintos trenes pasen bajo nosotros.

Esperábamos a que arrancara uno de los trenes de cercanías estacionados en el andén. Si había suerte, respondería a nuestros gestos y gritos dando un silbido con su potente bocina segundos antes de que el tonelaje pasara bajo nosotros. Aunque lo que más nos gustaba era esperar a que pasara lo que llamábamos «el premio», que no era otra cosa que un tren de mercancías. Un convoy interminable que hace que el suelo vibre y se escuchen los quejidos lastimeros de los cientos de hierros al golpearse entre sí.

Zarandeaba a mi hijo entre juegos y risas mientras comíamos los «gusanos». El sol se ponía a nuestras espaldas mientras todo iba tomando un tono cálido. Por el rabillo del ojo vi la silueta de un hombre delgado que se acercaba por nuestra misma acera del puente donde estábamos sentados. Avanzaba con paso extraño y acelerado, iba vestido entero de negro y venía directo hacia nosotros. Pero no le presté verdadera atención hasta que estuvo demasiado cerca y me percaté de su cara demacrada y el gesto de asco con el que parecía observarnos. Para entonces ya lo teníamos detrás, momento en que me dijo: «Joder, cuánta felicidad, macho. Y yo aquí… ¡Qué asco, joder! Que solo estoy». Sin detenerse, continuó con su pesado caminar hasta desaparecer al final del puente.

Mi hijo seguía dando gritos y saltando alegre pues un tren de cercanías estaba a punto de partir y lo anunciaba con el sonido característico del pitido intermitente que advierte del cierre de puertas. Ajeno a esto, como sumergido en una pecera, me quedé mirando el errático y desgarbado caminar de aquel ser que se alejaba y desaparecía puente abajo. Ese hombre despertó en mí sentimientos encontrados muy potentes. Sentí mucha satisfacción por mi vida y una gran tristeza por la suya. Esto me hizo albergar un profundo deseo de gratitud hacia aquel hombre que había venido a mí para mostrarme el tesoro y la suerte que tenía.