11.
Las cartas del padre de Elvira llegaban casi a diario a Valencia. La madre se las leía a la hija con voz cadenciosa, entonando las palabras como en un cuento infantil junto a la cabecera de la cama. La misma voz que pone Tomasa para contarle que lleva cinco días en pleno delirio.
Al principio, doña Martina esperaba las cartas con alegría y las leía con emoción. Pero según pasaba el tiempo, la alegría de la espera dio paso a la congoja de esperar. Y al más mínimo retraso, la congoja se convertía en angustia.
Llevaba más de siete meses recibiendo carta de su marido casi a diario. Algunas eran notas apresuradas escritas en cualquier papel, en cualquier parte, sólo para que ella supiera que se encontraba bien, y que no la olvidaba.
No te olvido.
Por eso doña Martina, al cumplirse la segunda semana de la llegada de la última carta, supo que ya no debía esperar ninguna más.
Pero se sorprendió cuando llegó la maleta.
Llegó su maleta.
Un sargento pagador se la llevó a casa.
Su maleta.
Doña Martina abrió la puerta y el sargento le mostró la maleta diciendo que la enviaban desde Trijueque.
—En Guadalajara ha pasado un desastre muy gordo, con los italianos.
Elvira vio palidecer a su madre y taparse la cara con las manos.
—Vaya a Capitanía General, señora. Allí hay unas listas muy grandes con muchos nombres.
La niña cogió la maleta que el sargento pagador alzaba del suelo. Le dio las gracias y cerró la puerta. Doña Martina no apartaba los ojos de la maleta.
Quizá lleguen en su interior las cartas que faltan, todas juntas, las de los últimos quince días, o quizá su marido le envía un recuerdo de Trijueque. Sí, abrirá la maleta doña Martina con ese resto de esperanza. Con un resto de esperanza, aunque sólo sea por un instante, abrirá la maleta negando la verdad que ha ido aceptando según comenzaron a faltar noticias de su marido, la verdad que ahora, que es más evidente que nunca, no quiere admitir. Porque aún es posible que no sea cierto. Aún es posible. Y mientras Elvira arrastra la maleta hacia el salón, su madre reniega de la certeza que asumió poco a poco en los últimos quince días.
No, aún es posible que no sea verdad.
No.
Aún es posible que en una maleta lleguen quince cartas.
Sus dedos acariciarán la suavidad de la piel, recorrerán la huella de muchos viajes. Se detendrán en el cuero que engarzan las hebillas y desabrocharán los cintos lentamente.
Porque aún es posible.
No te olvido.
Aún es posible que desde Trijueque llegue un recuerdo.
Es el nueve de marzo de mil novecientos treinta y siete.
Era el nueve de marzo, cuando doña Martina abrió la maleta. Esa misma mañana, Elvira acudió con su madre a Capitanía General, y no encontraron el nombre de su padre en las listas.
El nueve de marzo de mil novecientos treinta y siete, su madre le dijo a Elvira que habría que avisar a Paulino, poco después de cerrar la maleta, donde sólo encontraron dos uniformes, una gorra de plato, dos pares de leguis y ropa interior; ningún objeto personal, y todo el silencio, de su padre.