22.

 

Huir no es tomar el tren. No es siquiera alejarse. Huir no es estar lejos. Pepita apoya su cabeza en la ventanilla evitando mirar al cerro. Entorna los ojos para alejarse de Paulino. Porque Paulino le ha acariciado el pelo. Le ha dicho que Hortensia también es muy guapa. También, había dicho. Y le apretó el brazo antes de decirle Adiós. Y la miró a los ojos. Y Pepita se niega a mirar al cerro, para alejarse de Paulino, y de la petición que le ha hecho Paulino. Cierra los ojos, aunque sabe que el tren la lleva directamente hacia el lugar del que pretende estar huyendo. Cuanto más se aleja de Paulino, más se acerca a don Fernando, y regresa a Paulino.

—Todavía hay sangre, ¿la habéis visto?

—No han consentido que nadie la limpie.

Los murmullos de sus compañeras de vagón llevan a Pepita al sobresalto.

—¿Qué sangre?

Casi gritó.

—Chiquilla, ¿no has visto el suelo de la estación?

No. Ella no ha visto el suelo de la estación. Ella miraba al suelo, pero no ha visto el suelo.

—Ayer mataron a doce.

—A diez.

—A mí me han dicho que a doce.

Susurros. Susurros al oído se intercambian las mujeres acercando sus cabezas para que Pepita no las oiga. Pero Pepita las oye.

—Yo los vi, y eran doce.

—La partida entera de El Chaqueta Negra.

—No me digas que han matado a El Chaqueta Negra.

—No, El Chaqueta Negra no estaba entre los muertos, él y otro se escaparon.

—Y antes mataron a cinco o seis guardias civiles.

—Cualquiera sabe, eso nunca lo dicen.

—Ni lo dicen ni lo dirán, pero en la huerta de El Altollano me han dicho a mí que El Chaqueta Negra mató a cinco o seis guardias civiles, y que se escapó con otro que va herido.

—Entonces, Paulino es El Chaqueta Negra.

Se le ha escapado en voz alta, a Pepita, pero ninguna de las pasajeras lo ha oído.

Sí, Paulino es El Chaqueta Negra.

Paulino es El Chaqueta Negra. Y la ha mirado a los ojos. Es El Chaqueta Negra, y por eso conoce a don Fernando. Pepita vuelve ahora la mirada hacia el cerro y se pregunta por qué no le habrá dicho Paulino que es El Chaqueta Negra. Ella lleva un mensaje de El Chaqueta Negra.

Al llegar a la estación de Delicias, continúa pensando en Paulino. Baja del tren sin prisa. Sin prisa camina mirando a los novios que han madrugado para abrazarse, los enamorados que se citan en el andén simulando ser viajeros que se despiden, para evitar la multa por escándalo público a la que se exponen si se abrazan en plena calle. Y sin prisa se dirige hacia el metro, mirando a un lado y a otro, con la cabeza hundida en los hombros. Lleva un mensaje de El Chaqueta Negra. Viaja en el metro mirando de reojo a su alrededor. Lleva un mensaje de El Chaqueta Negra. Y saldrá al exterior atisbando de soslayo a los que suben las escaleras junto a ella. Vigilará a los transeúntes. Recorrerá las calles. Despacio. La Puerta del Sol, Montera, la plaza de Jacinto Benavente. Atocha. Y pisará el umbral de la pensión mirando a derecha y a izquierda antes de entrar. Porque lleva un mensaje de El Chaqueta Negra. Las campanas de la iglesia de San Judas Tadeo darán la media. Las ocho y media. Aún le dará tiempo de limpiar el retrete y de ayudar a la señora Celia en la cocina antes de ir a casa de don Fernando.

Cuando Pepita abra la puerta de la pensión, encontrará a su patrona en el pasillo:

—¿Por qué no me has avisado de que te ibas?

Le preguntará, intrigada, doña Celia, por qué no la ha avisado, ya que Pepita la despierta todas las mañanas para decirle que se va, antes de ir a la estación a recoger carbonilla.

Curiosidad, más que enojo, encontrará Pepita en la voz de doña Celia. Y descubrirá entonces que le tiemblan las piernas y que le cuesta respirar. Descubrirá que le cuesta mantenerse en pie y mirarla de frente. Porque lleva un mensaje de El Chaqueta Negra. Y se sorprenderá al verse allí, en el pasillo de la pensión, porque no recordará haber caminado por las calles, ni haber viajado en metro, ni haber recorrido el andén de la estación, ni haber llegado en tren a Delicias. Ella sólo recuerda que debe dar un mensaje a don Fernando. Debe ir a casa de don Fernando.

—Estás blanca como la cera, muchacha, ¿qué te ha pasado?

Y Pepita no querrá contestar, porque la cabeza se le ha llenado de espuma, de una espuma muy densa, y escucha a lo lejos un silbido, un tren que se marcha. Ella debe ir a casa de don Fernando. Trae un mensaje de El Chaqueta Negra. Le cuesta oír a su patrona, le cuesta mirarla, le cuesta fijar la vista, le cuesta escucharla, y busca con el hombro la pared.

—¿Dónde está tu lata? No vienes de la estación, ¿verdad?

No querrá contestar. Siente que el silbato del tren atraviesa la espuma de su cabeza. Y ella va en ese tren.

Se va.

Y antes de caer al suelo, se apoya de costado en la pared.

No querrá contestar, pero dirá en un murmullo mientras resbala:

—Traigo un mensaje de El Chaqueta Negra.