8.

 

—Esta mujer está muerta.

—Eso me parece a mí.

La mujer está muerta, en efecto. Dos policías la arrastran por el suelo tirando de ella por las manos. La mujer está muerta, y Pepita mira su rostro, y reconoce en él a Carmina, la vendedora del puesto número veintiséis del mercado de la Cebada. La enlace de El Chaqueta Negra. La que colgaba la ropa del balcón está muerta. Dos hombres se la llevan ante los ojos espantados de Pepita, mientras otros dos la empujan a ella hacia la habitación que Carmina acaba de abandonar a rastras. Uno de los hombres que tira del cadáver no deja de mirar a Pepita.

—Bonitos los ojos que me tienes, ricura.

Los otros ríen la oportunidad para un piropo. La meten a empujones, del mismo modo que le han hecho subir las escaleras hasta el segundo piso. Y a empujones le ordenan que se siente. Ella sabe que va a desmayarse. Lo sabe, porque se le ha llenado la cabeza de espuma. Los dos hombres la dejan sentada en una silla en medio de la habitación que tiene un crucifijo colgado en la pared, y se alejan. Se asoman al pasillo y sin cerrar la puerta, uno de ellos pregunta a gritos:

—¿Se os ha muerto ésa?

Desde su silla, Pepita escucha que alguien responde.

El que arrastra a Carmina por su mano derecha es quien contesta:

—Ya lo creo.

Las palabras llegan nítidas a los oídos de Pepita, y las voces de los hombres se mezclan con la espuma.

—¿Y ésa es la que era tan dura?

—Ya lo ves.

Llegan nítidas, pero sus ojos han perdido ya de vista el crucifijo que cuelga de la pared.

—¿Cantó?

Ahora es el que lleva el cadáver de Carmina tirando de su mano izquierda el que responde, deteniéndose en mitad del pasillo, sin soltar la mano de Carmina:

—Más le hubiera valido.

—¿A qué hora acabas el turno?

El crucifijo ha desaparecido, también las palabras comienzan a desaparecer. Pepita resbala de la silla.

—A las doce, ¿y tú?

—Yo también. Espérame, que acabo con ésta y nos vamos juntos.

—Buena prenda, ¿es para ti solito?

—Y para éste.

Pepita ya ha dejado de oír por completo. Tiene los ojos cerrados. Y yace inconsciente en el suelo.

—¡Joder!

—¿Qué pasa?

—Que la prenda se ha caído. Si es que a las mujeres no se las puede dejar solas, tú.

—Tráele agua.

Un cubo de agua fría la hace despertar.

Y Pepita recupera la consciencia, y el espanto.