Cómo pasar unas vacaciones inteligentes

 

 

 

 

Tradicionalmente, al acercarse las vacaciones veraniegas, los semanarios de política y cultura suelen aconsejar a los lectores por lo menos diez libros inteligentes, para poder pasar inteligentemente unas vacaciones inteligentes. Sin embargo, prevalece el desagradable vicio de considerar al lector un subdesarrollado, con lo que vemos a escritores, incluso ilustres, afanarse en sugerirle lecturas que cualquier persona de cultura media debería haber hecho ya, como poco, desde los tiempos del bachillerato. Nos parece por ello ofensivo o, cuando menos, paternalista, humillar al lector aconsejándole, qué sé yo, el original alemán de las Afinidades electivas, el Proust de la Pléiade o las obras latinas de Petrarca. Hay que tener en cuenta que, sometido desde hace mucho tiempo a tantos consejos, el lector se ha ido volviendo cada vez más exigente, y hay que considerar también a quienes, no pudiendo permitirse vacaciones caras, se aventuran en experiencias tan incómodas como excitantes.

Para los que van a pasar largas horas en la playa, aconsejaría el Ars magna lucis et umbrae del padre Athanasius Kircher, fascinante para quien, bajo los rayos infrarrojos, quiera reflexionar sobre los prodigios de la luz y de los espejos. La edición romana de 1645 todavía se puede encontrar en los anticuarios, por cifras indudablemente inferiores a las que el banquero Calvi exportó a Suiza. No aconsejo tomarla en préstamo de una biblioteca porque se encuentra solo en vetustos palacios donde los empleados generalmente son mancos del brazo derecho y tuertos del ojo izquierdo, y se caen cuando se encaraman a las escalerillas que llevan a las secciones de libros raros. Otro inconveniente es la mole del libro, y la fragilidad del papel: no se aconseja leerlo cuando el viento arrastra las sombrillas.

Un joven, en cambio, que intente viajes con un billete de kilometraje ilimitado por Europa, en segunda clase, y que por lo tanto deba leer en esos trenes cuyos pasillos están completamente abarrotados, donde uno está de pie con un brazo fuera de la ventanilla, podría llevar consigo al menos tres de los seis volúmenes del compendio de navegaciones de Ramusio, en la nueva edición, que se pueden leer sujetando uno con las manos, otro debajo del brazo, el tercero entre la ingle y el muslo. Leer sobre viajes durante un viaje es una experiencia muy densa y estimulante.

Para jóvenes que están de vuelta (o desilusionados) de experiencias políticas, y, aun así, no quieren perder de vista los problemas del Tercer Mundo, sugeriría alguna pequeña obra maestra de la filosofía musulmana. Se ha publicado recientemente el Libro de Kavus de Kay Ka’us ibn Iskandar, pero desafortunadamente, no lleva al lado el original iraní y obviamente se pierde todo el sabor. Aconsejaría, en cambio, el delicioso Kitab al-s’ada wa’L is’ad de Abu’l Hasan al-’Amiri: se puede encontrar en Teherán una edición crítica de 1957.

Puesto que no todos leen con facilidad las lenguas semíticas, para los que pueden moverse en coche sin problemas de equipaje, resulta siempre excelente la colección completa de la Patrología de Migne. Desaconsejaría la elección de los padres griegos hasta el Concilio de Florencia de 1440, porque es necesario llevarse consigo 161 volúmenes de la edición grecolatina y 81 de la edición latina, mientras con los padres latinos hasta 1216 puede uno limitarse a 218 volúmenes. Sé perfectamente que no todos se encuentran en el mercado, pero siempre se puede recurrir a las fotocopias. Para aquellos que tengan intereses menos especializados, aconsejaría algunas buenas lecturas (siempre en versión original) de la tradición cabalística (hoy en día, esencial también para entender la poesía contemporánea). Bastan pocas obras: un ejemplar de la Sefer Yetzirah, el Zohar, naturalmente, y luego, Moisés Cordovero e Isaac Luria. El corpus cabalístico resulta particularmente adecuado para las vacaciones, porque todavía se pueden encontrar excelentes originales en rollo de las obras más antiguas, que se acoplan fácilmente en la mochila, inclusive la de los autoestopistas. Del corpus cabalístico puede sacarse mucho provecho, además, en los centros del Club Méditerranée, donde los animadores pueden formar dos equipos que compitan a ver quién realiza el Golem más simpático. Por último, para quien tuviera dificultades con el hebreo, quedan siempre el Corpus hermeticum y los escritos gnósticos (mejor Valentín, pues Basílides suele ser prolijo e irritante).

Todo esto (y mucho más) para el que quiera unas vacaciones inteligentes. Si no, para qué discutir, que se lleve los Grundrisse, los Evangelios apócrifos y los inéditos de Peirce en microfichas. Vamos, que los semanarios de cultura no son un boletín para la enseñanza obligatoria.

 

(1981)