I. LOS DOS MUNDOS QUE SE ENCONTRARON.
EL MÉXICO ANTIGUO

No había entonces pecado…, no había entonces enfermedad, no había dolor de huesos, no había fiebre para ellos, no había viruelas… Rectamente erguido iba su cuerpo entonces.

Xhalay de la conquista

ENCUENTRO, CHOQUE Y TRANSFORMACIÓN

“La mayor cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crio —según Francisco López de Gómara—,1 es el descubrimiento de Indias”, o del Nuevo Mundo, o sea el encuentro del viejo y del nuevo mundo. Estos dos mundos, hasta entonces mutuamente ignorados, comenzaron a entrar en rudas confrontaciones, hechas de curiosidad, extrañeza, codicia y afán de dominio; y de pavor, confusión, resistencia y aniquilación.

Por múltiples caminos, en este Nuevo Mundo luego llamado las Indias y en fin América se impondrá la superioridad de las armas del Viejo Mundo, el sometimiento y explotación de los pueblos aborígenes y se implantará la cultura hispánica; mas las tierras y pueblos sojuzgados harán que persistan tercamente sus propios jugos, sus tradiciones, los nombres que daban a las cosas, el tono de su sensibilidad. Y paso a paso, a menudo con dolor e injusticia, se irá formando una nueva cultura mestiza y los hombres formarán también nuevos pueblos.

Además de las armas desiguales, existían también otros campos en que el choque de las dos culturas extrañas se presentó con violencia. En primer lugar, se enfrentaban dos concepciones del mundo muy diversas, sobre todo en las creencias religiosas, en las costumbres y en el sentido general que se daba a la vida. De parte de los españoles, que no concebían salvación fuera de sus creencias, la intolerancia era definitiva, pues se consideraban obligados a la conversión, de grado o por fuerza, de quienes tenían por infieles, y a la extirpación radical de cualquier rastro o sospecha de idolatrías.

Sin embargo, en el aspecto moral, existía una singular coincidencia entre el mundo indio y el cristiano, advertida por misioneros como fray Gerónimo de Mendieta, quien reconoció:

que si el padre San Francisco viviera hoy en el mundo y viera a estos indios, se avergonzara y confundiera, confesando que ya no era su hermana la pobreza, ni tenía que alabarse de ella.2

La tendencia española, no siempre practicada, hacia el ascetismo religioso y cierto rigor en las costumbres, se veía sobrepasada por la severidad de las leyes y la austeridad de la vida indígena en el Altiplano.

Presentose, además, otro raro fenómeno que pudiera llamarse de extrañeza biológica. Las floras microbianas y sus defensas o inmunizaciones, de conquistadores y conquistados, eran diversas, y los contactos entre unos y otros provocaron plagas y epidemias, que agobiaron sobre todo a los últimos, más vulnerables.

Los indios sufrieron, a lo largo del siglo XVI, terribles pestilencias contra las que no conocían curas, y que contribuyeron, con las guerras y los trabajos excesivos, al descenso de la población nativa. En los mismos días del asedio a México-Tenochtitlán, en 1520, la primera plaga fue la viruela, “de que en algunas provincias murió la mitad de la gente”, y que incluso causó la muerte de Cuitláhuac, el huey tlatoani que sucedió a Motecuhzoma. Tras ésta, el padre Mendieta continúa enumerando las siete plagas que padecieron los indios: la segunda, hacia 1531, fue el sarampión, “de que murieron muchos”; la tercera, por 1545, fue de “pujamiento de sangre”, que los indios llamaron cocoliztle, y que pudiera ser una especie de influenza de la que en Tlaxcala murieron 150 000 indios y en Cholula 100 000; la cuarta, en 1564, otra mortandad; la quinta, en 1576, la llamaron matlazáhuatl, que pudo haber sido tifo; la sexta, en 1588, después de una carestía de maíz, fue de nuevo tifo y afectó especialmente a los matlatzincas y la séptima, entre 1595 y 1596, fue de “sarampión, paperas y tabardillo”, de que “apenas ha quedado hombre en pie”.3

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Primera imagen de América. Grabado en madera al frente de la carta de Cristóbal Colón a Luis de Santángel, Basilea, 1493.

Este choque microbiano y viral, según Pierre Chaunu, fue responsable en un 90% de la caída radical de la población india en el conjunto entonces conocido de América, que de 80 millones de habitantes en 1520 descendió a 10 millones en 1565-1570, es decir, un hundimiento “de la quinta parte de la humanidad de la época”.4

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Mapa de la cuenca de México en la época prehispánica. Dibujo de Miguel Covarrubias.

En cuanto a los efectos que en Europa tuvo esta extrañeza biológica, se ha discutido largamente la cuestión de la sífilis. Ya sea éste un antiguo mal europeo y asiático, que pudiera ser el mismo que la lepra medieval; o bien que sea de origen americano y hubiese sido llevado a Europa de la isla Española, en el primero o segundo viaje de Colón, contagiado a las prostitutas y difundido por soldados y mercenarios de varias nacionalidades que participaron en el sitio de Nápoles, en 1494–1496,5 el hecho es que la sífilis, el “mal napolitano”, el “mal francés” o las bubas causó una epidemia que hizo padecer a millares de europeos de todas las clases sociales.

Ya fuese la propagación en uno u otro sentido, en ambos casos, y tanto ésta como las plagas mexicanas pueden considerarse etapas de lo que Le Roy Ladurie ha llamado “la unificación microbiana del mundo”.6

UNA CULTURA AISLADA

En Mesoamérica existía una flora muy rica que poseía algunas especies desconocidas con que se enriqueció el resto del mundo: nuevas especies de maíz y de frijol, cacao, cacahuate, jitomate, chile, papa, camote, tabaco, chicle, hule, palo de tinte, añil, grana o cochinilla y numerosas plantas medicinales.7 En cambio, faltaban el trigo, el olivo, las vides y algunos frutales, y no existía ninguna especie de ganado doméstico, o sean bestias de tiro, transporte o alimentación. Las llamas y sus congéneres son exclusivas del altiplano andino.

Salvo algunos contactos comerciales con islas del Caribe, y presumiblemente con el lejano país de los incas, que significaban también intercambio de técnicas, Mesoamérica era una cultura aislada, que nunca se había preguntado qué había más allá de sus horizontes.

EL MÉXICO ANTIGUO

TERRITORIO Y POBLACIÓN

En el territorio que hoy es México existían, antes de la llegada de los españoles, estados, señoríos, cacicazgos y tribus nómadas. Entre ellos el más poderoso y extenso era el comúnmente llamado imperio azteca, el Culhúa-Mexica que los conquistadores oían mencionar en tierras mayas, como la tierra poderosa, rica en oro. La capital de este imperio era una gran ciudad asentada en islotes dentro de un lago, México-Tenochtitlán, cuyo esplendor fascinó a los ojos que lo vieron, y sus dominios se extendían en la región centro-oriental del territorio, con apoyos en los dos océanos. Pero aun dentro del ámbito de estos dominios subsistían reductos independientes, como los de Metztitlán y Tototepec, Tlaxcala, Teotitlán del Camino, Coatlicámac, Yopitzinco, Tototepec del Sur y los señoríos mixtecos.8 Las profundas enemistades de algunos de estos señoríos contra los aztecas, sobre todo la de los tlaxcaltecas, serán decisivas en la conquista.

Fuera de las imprecisas fronteras del imperio Culhúa-Mexica —como es más preciso llamarlo—, existían otros señoríos independientes que también habían logrado resistir el empuje azteca, como los de Colima, Michoacán, la Huasteca, el mundo maya y el Soconusco. Al norte de estos señoríos que poseían cultura avanzadas, vivían en las planicies, montañas y tierras pedregosas numerosos pueblos, unos sedentarios y agricultores y otros nómadas e indomables guerreros semisalvajes, llamados genéricamente chichimecas, cuya resistencia al dominio azteca y español se extendió por siglos.

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El imperio azteca en vísperas de la conquista. De Jon Manchip White, Cortes and the Downfall of the Aztec Empire, Londres, 1971.

El imperio Culhúa-Mexica estaba sustentado en la Triple Alianza, de los señoríos de México, Tezcoco y Tlacopan o Tacuba, y su control de la zona dominada comprendía aproximadamente 38 señoríos a fines del siglo XV, en una extensión cercana al medio millón de kilómetros cuadrados, o sea la cuarta parte del México actual.9

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El Templo Mayor. De Sahagún, Primeros memoriales, cap. I.

Este dominio era irregular. En términos generales, se limitaba a una alianza militar, al pago de tributos establecidos y al respeto a las actividades de los mercaderes o pochteca viajeros, quienes actuaban también como espías. Los aztecas mantenían además guarniciones militares en las fronteras críticas: Tuxpan y Nautla en el Golfo para controlar la Huasteca y la costa; Cuetaxtlan o Cotaxtla, Tuxtepec y Soconusco, Huaxyácac y Tehuantepec, para cuidar el sureste, la tierra del cacao y la costa del Pacífico.

Además de estos vínculos militares y económicos, en el imperio existía una lengua franca, el náhuatl, algunas prácticas religiosas comunes y un sistema de numeración y calendárico que, con variantes menores, era el mismo para todos los pueblos de la zona más amplia llamada Mesoamérica.10

La población del México central, a la llegada de los españoles, ha sido estimada con cifras muy diversas que van de los 4.5 millones que propone Rosenblat,11 a los 25.2 millones que estiman Borah y Cook.12 En cuanto a los habitantes de la ciudad de México-Tenochtitlán, las estimaciones van de 72 00013 a 300 000 personas, en unas 60 000 casas;14 de todas maneras, era una de las mayores ciudades de la época, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo.

SOCIEDAD, ECONOMÍA Y RELIGIÓN

La organización social y económica del imperio Culhúa-Mexica era evolucionada y compleja. Los habitantes de México-Tenochtitlán estaban divididos en veinte calpulli o grupos, asentados en los cuatro grandes barrios de la ciudad. Y tanto en la metrópoli como en los pueblos circunvecinos propios, Azcapotzalco, Coyoacán y Xochimilco, el régimen de propiedad de la tierra tenía tres modalidades principales: las tierras comunales de los calpulli, las tierras de los nobles, tecpillalli, que podían enajenarse y heredarse, y las tierras públicas, para los gastos de los templos, de la guerra, del gobierno y del palacio.15 En cuanto a las tierras de los pueblos sometidos, por lo general la servidumbre se limitaba al pago de los tributos, a la esclavitud de algunos de sus habitantes para el trabajo de las tierras o al arrendamiento de éstas.16

De manera general, en la organización social mexica se distinguían los nobles o señores, la clase sacerdotal, los guerreros, los mercaderes y el pueblo común. Dentro de esta última clase habían alcanzado un desarrollo considerable los obreros y artesanos: escultores, canteros, orfebres, artífices de la pluma, pintores, así como albañiles, alfareros, talladores, sastres, curtidores, tejedores, huaracheros y fabricantes de esteras, cestos, cuchillos y espejos.17

La refinada civilización y las creaciones espirituales e intelectuales que habían creado los teotihuacanos y los toltecas alcanzaron una culminación con los mexicas. Sin embargo, sobre todas estas formas superiores de pensamiento, dominaba una religiosidad total y terrible, que al mismo tiempo había sido el impulso mesiánico de sus conquistas y la justificación de sus atroces sacrificios humanos —no exclusivos de ellos pues existían también en otras sociedades incluso europeas—, que consideraban necesarios para alimentar con su sangre la vida del sol.

LA GUERRA

Tanto como la religión, la guerra dominaba el espíritu y la vida de los mexicas. Sus causas eran múltiples: para aumentar los tributos, base económica de Tenochtitlán; para apoderarse de prisioneros para el sacrificio ritual (guerras floridas), para proteger a los mercaderes, para sujetar a regiones rebeldes o para defenderse de agresiones externas. Las batallas no tenían el propósito de aniquilar a los enemigos sino el de hacer prisioneros que después eran inmolados a la divinidad para propiciar la continuación de la vida. Por ello, cualquiera que fuese la causa de la guerra, todos los que morían combatiendo o eran hechos prisioneros y sacrificados, iban al cielo, donde vive el sol, y luego se transformaban en pájaros de pluma rica. Cook y Simpson han estimado entre 150 000 y 200 000 el número de soldados aborígenes, tanto los que lucharon contra los españoles como los que se aliaron con ellos.18

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Códice Borgia, lámina 30. El viaje de Venus por el infierno, según Seler.

El ejército mexica, en actividad militar constante, había alcanzado un grado considerable de organización, con servicios de información —con veloces mensajeros que llevaban sus noticias en mapas pintados— y de espionaje —apoyados sobre todo en los mercaderes—, abastecimientos, acopio de armas, protecciones defensivas estratégicas, ingeniería militar y organización de las unidades de combate y de mando. Sin embargo, pese a la superioridad numérica y al valor y excelencia de los guerreros mexicas y sus aliados, ellos estaban destinados a la derrota, por la ventaja de las armas españolas. Walter Krickeberg compara su encuentro con el de un ejército moderno provisto de armas nucleares con otro que careciera de ellas:

Las armas atómicas de entonces —agrega— se llamaban mosquetes y culebrinas, contra las que los aztecas combatían todavía con armas paleolíticas: mazos planos hechos de madera, en cuyas estrechas ranuras metían filosas hojas de obsidiana, dardos o flechas provistos de puntas de pedernal, arrojados con lanzaderas o con arcos.19

Y podrían añadirse simples piedras lanzadas con fuerza y una gritería permanente que empavorecía a los enemigos.

CREACIONES CULTURALES: ESCRITURA Y CÓDICES

Además de sus realizaciones materiales, en que habían alcanzado notable refinamiento; de su espléndida arquitectura y urbanismo, escultura y pintura; y del desarrollo del calendario, la cronometría y los conocimientos astronómicos, los pueblos de lengua náhuatl, los mayas y los mixtecos crearon sistemas de escritura, los únicos de la América antigua. La escritura nahua y mixteca permitía consignar números, fechas calendáricas, nombres de dioses, personas y lugares, de elementos de la naturaleza y de la vida urbana y rural, de acciones, de conceptos metafísicos, de actividades y condiciones humanas y de cualidades morales. Los signos para estas representaciones eran pictográficos e ideográficos, y los colores empleados y las posiciones tenían además su propia significación. En sus últimos años, la escritura de los nahuas había alcanzado una etapa evolutiva más avanzada con el uso de elementos fonéticos para representar nombres propios.

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Una página de la Matrícula de tributos, f. 9 r.

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Quetzalcóatl en el Códice Borbónico

La escritura maya es más compleja y su desciframiento, aún en proceso, ha sido más arduo que el de los signos nahuas y mixtecos. Las inscripciones aparecen por lo regular como series de bloques o “cartuchos” rectangulares, con las esquinas ligeramente redondeadas, y casi siempre del mismo tamaño, con excepción de los glifos introductorios que suelen ser mayores. Los glifos contenidos en estos “cartuchos” son generalmente compuestos y están formados por un elemento principal, por lo común una cabeza-retrato, al cual se agregan complementos llamados afijos, que se han interpretado como adjetivos, adverbios, preposiciones y términos de relación. Estos signos o glifos son de tres clases: figurativos o pictográficos, ideográficos y fonéticos, estos últimos a menudo silábicos o de “charada”. Según el catálogo de J. Eric S. Thompson, esta escritura comprende: 356 signos principales, 370 afijos, 88 glifos “retrato” y 48 dudosos, esto es, un total de 862 signos hasta ahora reconocidos.20 Su uso y conocimiento era exclusivo de los sacerdotes y se empleaba para registrar conceptos religiosos, nombres de los dioses, rituales y, principalmente, cómputos astronómicos y cronológicos. A diferencia de los códices nahuas y mixtecos, en las inscripciones mayas son raros y dudosos los nombres de personajes históricos.

La manifestación más notable de la escritura de los pueblos del México antiguo son los códices o “libros pintados”. De los 22 códices que con certeza se consideran prehispánicos, cuatro proceden de la cultura nahua, seis forman el llamado Grupo Borgia (nahuas de la región cholulteca), nueve de la mixteca y tres de la maya. Además, existen 61 códices, rehechuras poshispánicas de documentos antiguos, y mapas, pinturas y planos indígenas hechos con técnicas antiguas.21

Los códices nahuas y mixtecos registran hechos históricos, genealogías de gobernantes con los acontecimientos de su reinado, observaciones y previsiones astronómicas como eclipses y ciclos del planeta Venus, historias y atributos de las divinidades, rituales religiosos, enumeración y descripción de tributos que debían pagar los pueblos sojuzgados, y calendarios rituales (tonalámatl) que señalaban los signos prósperos o adversos de cada día y se utilizaban para dar nombre e indicar el destino de los recién nacidos.

Los códices mayas, por lo que hasta ahora ha podido interpretarse de ellos, contienen también calendarios rituales o adivinatorios (en maya tzolkin), tablas calendáricas de lunaciones, eclipses y del periodo de Venus, ceremonias relacionadas con rituales del año nuevo y, probablemente, profecías de secuencias cronológicas.

Los sistemas formales de educación de los pueblos nahuas estaban orientados principalmente en dos direcciones, la formación de sacerdotes y letrados en las escuelas llamadas calmécac, y de guerreros en las telpochcalli.

IDEA MAYA DEL TIEMPO

Los mayas tenían un interés muy especial por el tiempo y elaboraron una filosofía en torno a este tema. Sus inscripciones en estelas, altares, monumentos y códices registran el paso del tiempo o se refieren a los dioses en relación con el tiempo. Los nombres de los días eran divinidades. Los mayas concebían las divisiones del tiempo “como pesos que cargadores divinos llevaban a través de la eternidad”. Preocupados por encontrar el origen del tiempo llegaron a fijar fechas remotísimas y, como dice Thompson, “acaso concluyeron que el tiempo no tuvo principio”. Parte de estos afanes se explican por el deseo de saber qué ocurrirá en el futuro. En la base de sus concepciones religiosas y científicas se encontraba una idea cíclica del tiempo, según la cual todos los acontecimientos se repetían en vueltas regulares de diversos ciclos, sobre todo de los periodos de 260 años en que coincidía el retorno del mismo katún, de la misma manera como se repiten los días, el curso de los astros y de la luna, las estaciones y los eclipses. El tiempo estaba formado para ellos por la sucesión de deidades, favorables o desfavorables a la naturaleza y a los hombres, por lo que era menester medirlo con exactitud y registrar, por medio de inscripciones, lo que ocurría para poder prever cuáles serían los hechos del futuro.22

LA CONSERVACIÓN DE LAS TRADICIONES

En cuanto aprendieron la escritura europea de los misioneros españoles, los indígenas celosos de sus tradiciones se apresuraron a consignarlas para salvarlas del olvido. Gracias a esta preocupación, a esta auténtica vocación cultural que existió sobre todo en los pueblos de habla náhuatl y maya, contamos con un repertorio muy valioso de documentos indígenas. Desde 1524, apenas unos años después de la caída de México-Tenochtitlán, un indio anónimo de Tlatelolco comenzó a redactar Unos anales históricos de la nación mexicana o Relación de Tlatelolco, concluidos en 1528, a los que siguieron muchas otras relaciones indígenas primitivas, en ocasiones acompañadas de jeroglifos: Historia de los mexicanos por sus pinturas, Historia de la nación mexicana (Códice Aubin), Histoyre du Mechique, Historia tolteca-chichimeca, Anales de Cuauhtitlan, Leyenda de los soles, los Memoriales de los informantes indígenas de Sahagún y las Relaciones de Chimalpahin. Y de la cultura maya, el Popol Vuh, los Libros de Chilam Balam y los Anales de los cackchiqueles, entre los más importantes.

Además de los códices pre y poshispánicos y de las relaciones indígenas primitivas —conservadas en su mayor parte en lenguas indígenas—, compusieron sus obras con documentación e información indígena muchos de los historiadores misioneros como fray Bartolomé de las Casas, fray Toribio de Benavente o Motolinía, fray Bernardino de Sahagún, fray Diego Durán, fray Diego de Landa y fray Juan de Torquemada, y los mestizos o criollos Juan Bautista Pomar, Juan de Tovar, Hernando Alvarado Tezozómoc, Diego Muñoz Camargo y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. Gracias a este interés de indígenas, mestizos, criollos y españoles por nuestras antigüedades, México cuenta con un acervo excepcional acerca de sus orígenes.

LA POESÍA INDÍGENA

Según el modelo tolteca, ideal de vida civilizada para los antiguos pueblos de habla nahua, una ciudad comenzaba a existir cuando se establecía en ella el lugar de los atabales, esto es, la casa del canto y el baile.23 En México, en Tezcoco, en Tlacopan, estas casas, llamadas cuicacalli o “casa del canto”, disponían de espaciosos aposentos en torno a un gran patio para los bailes.24 Estaban situados junto a los templos y en ellos había maestros que enseñaban a los jóvenes el canto, el baile y el tañido de instrumentos.25 Los muchachos que iban al calmécac aprendían de memoria “todos los versos de cantos para cantar, que se llamaban cantos divinos, los cuales versos estaban escritos en libros por caracteres”, dice Sahagún.26

Así pues, había por una parte cantos o poemas profanos: hazañas de héroes, elogios de príncipes, lamentaciones por la brevedad de la vida y de la gloria, exaltaciones guerreras, juegos y pantomimas, variaciones sobre la poesía y “cosas de amores”; y por otra, los cantares divinos que se trasmitían en el calmécac. Estos últimos son los himnos rituales como los que recogió Sahagún; parecen arcaicos y tienen el hermetismo que debe rodear lo sagrado.

Consérvanse alrededor de doscientos poemas en náhuatl en total, de un gran esplendor metafórico y refinada sensibilidad. Entre los de autores identificados, sobresalen los atribuidos a Nezahualcóyotl, el rey poeta de Tezcoco.

Estos cantos o poemas se guardaban en la memoria, aunque para la recitación de algunos de ellos, los históricos y los rituales, probablemente se apoyaban en las pictografías de ciertos códices. Para salvarlos del olvido, algunos indígenas cultos se apresuraron a consignarlos en caracteres latinos, sin duda por encargo de historiadores como el padre Sahagún. Gracias a ellos, ha sido posible conocerlos en los manuscritos del siglo XVI llamados Cantares mexicanos, Romances de los señores de Nueva España, en el apéndice al libro II de la Historia general de las cosas de la Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún, y en numerosos pasajes de antiguas relaciones indígenas. El disfrute en español de esta antigua poesía en náhuatl ha sido posible gracias a los estudios y traducciones beneméritas de Ángel María Garibay K. y Miguel León-Portilla.

LAS EXHORTACIONES MORALES

La filosofía moral de los antiguos mexicanos se conserva principalmente en los Huehuetlatolli o pláticas de los ancianos, dedicadas a inculcar ideas y principios morales tanto a los niños y jóvenes como a los adultos. Tienen la forma de discursos que probablemente se memorizaban y repetían en las ocasiones pertinentes: nacimiento, adolescencia, matrimonio, muerte, y en las ceremonias de entronización o de funerales de los gobernantes. Son admirables por su ternura y sabiduría y por su conocimiento de las pasiones humanas.

El primero que apreció su importancia fue fray Andrés de Olmos, hacia 1540, aunque su texto original sólo se conoce en parte. Siguiendo las huellas de Olmos, Sahagún recogió también en náhuatl y tradujo al español, a partir de 1547, un buen número de estas pláticas morales, que forman el libro sexto de su Historia general.

LOS PRESAGIOS FUNESTOS Y LA PROFECÍA DE QUETZALCÓATL

Tres años después de que Motecuhzoma Xocoyotzin principiara su reinado comenzaron a aparecer en el cielo y en la tierra fenómenos extraños, calamidades públicas y seres monstruosos que fueron inquietando cada vez más a los habitantes de la meseta central y de otros lugares del México antiguo, que también guardaron registro de ellos.

En 13 calli, 1505, año de gran hambre, el Popocatépetl dejó de humear por veinte días.27 Según el Códice Aubin, en el año 3 técpatl, 1508, se aparecieron las fantasmas llamadas tlacahuilome, y se vio por el oriente, cerca del amanecer, una bandera blanca, color de nube, que volvió con más fuerza el siguiente año, 4 calli. Como aquella luz celeste continuaba aún en el año 5 tochtli, 1510, Motecuhzoma consultó a Nezahualpilli, el señor de Tezcoco, sabio en ciencias ocultas, acerca de la significación de aquel fenómeno, el cual dijo que:

de aquí a muy pocos años, nuestras ciudades serán destruidas y asoladas, nosotros y nuestros hijos muertos y nuestros vasallos apocados y destruidos…

y le anunció, además, que perdería las guerras que emprendiese y que pronto aparecerían en el cielo nuevas señales de aquellas desgracias.28 En ese mismo año de 1510 hubo un eclipse de sol, se incendió el adoratorio del templo de Huitzilopochtli y el agua que se le echaba avivaba más las llamas, y se incendió también el templo de Xiuhtecuhtli, dios del fuego; apareció un cometa que cayó hacia la tierra; y resucitó la princesa Papantzin, hermana de Motecuhzoma, quien refirió que tuvo una visión de hombres blancos y barbudos, con estandartes en las manos y yelmos en la cabeza, que venían en unos barcos grandes, los cuales “con las armas se harán dueños de estos países”.29

Los presagios fatales continuaron. En 6 ácatl, 1511, apareció en el aire un gran pájaro con cabeza de hombre; junto al Templo Mayor cayó una columna de piedra sin que se supiera su origen; aparecieron en el aire hombres armados que peleaban unos contra otros; una gran piedra labrada como cuauhxicalli, para recibir la sangre de los sacrificados, habló y se negó a dejarse transportar cuando no era su voluntad.30

En el año 11 técpatl, 1516, apareció un gran cometa en el cielo del lado oriente. Motecuhzoma consultó una vez más a Nezahualpilli quien le confirmó su augurio de grandes calamidades y desventuras, en que “no quedará cosa con cosa” y le anunció que él mismo, el tezcocano, moriría.31

Sahagún refiere algunos de los anteriores presagios y añade otros. El sexto: de noche se oía a una mujer que lloraba y decía: “Oh, hijos míos, ya ha llegado vuestra destrucción”, o bien: “Oh hijos míos! ¿Dónde os llevaré por que no os acabéis de perder?”, antecedentes de la leyenda de “La Llorona”. El séptimo: los pescadores del lago cogieron un ave del tamaño de una grulla que tenía un espejo en medio de la cabeza en el cual se veían los cielos y las estrellas. Y el octavo: aparecieron criaturas monstruosas, como un hombre con dos cabezas, que en llevándolas a Motecuhzoma desaparecían.32

Muchos años antes, en 1 ácatl, 1467, Nezahualcóyotl, señor de Tezcoco, entonces ya viejo, hizo erigir un templo a Huitzilopochtli, y para su dedicación compuso un canto en el que auguraba su destrucción y la de su mundo:

En tal año como éste [ce ácatl],

se destruirá este templo que ahora se estrena,

¿quién se hallará presente?

¿Será mi hijo o mi nieto?

Entonces irá a disminución la tierra

y se acabarán los señores,

de suerte que el maguey

pequeño y sin sazón será talado,

los árboles aún pequeños darán frutos

y la tierra defectuosa siempre irá a menos.33

Un nuevo año ce ácatl volvería a ser, conforme a la cuenta nahua de ciclos de 52 años, en 1519, que fue el año en que llegaron los españoles a estas tierras y se inició la conquista de México.

Tantos presagios mantenían a los antiguos mexicanos en la angustia expectante de lo que habría de venir. Pero había algo más, acaso de mayor peso, algo arraigado en las tradiciones toltecas y luego en una coincidencia de hechos o en una falsa interpretación: la profecía del retorno de Quetzalcóatl.

Refiere Sahagún que:

en el año 13 conejos [1518] vieron en el mar navíos [los de la expedición de Juan de Grijalva] los que estaban en las atalayas y luego vinieron a dar mandado a Motecuhzoma con gran prisa. Como oyó la nueva, Motecuhzoma despachó luego gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era él el que venía, porque cada día le estaban esperando, y como tenía relación que Quetzalcóatl había ido por la mar hacia el oriente, y los navíos venían de hacia el oriente, por eso pensó que era él. Envió cinco principales a que le recibiesen y le presentasen un gran presente que le envió.34

Cortés se enteró oportunamente de la profecía y la aprovechó con discreción. Cuando los mexicas comprendieron que no era el antiguo dios y sacerdote civilizador el que llegaba sino un capitán audaz y codicioso, era demasiado tarde, pues el enemigo estaba posesionado del monarca y de las llaves del reino.

MOTECUHZOMA XOCOYOTZIN

Una década después de que Colón encontrara las primeras tierras del Nuevo Mundo, y dos años antes de que Hernán Cortés llegara a la isla Española, en 1502, Motecuhzoma Xocoyotzin —comúnmente llamado Moctezuma—, cuando contaba alrededor de 34 años fue elegido, por el consejo formado por dignatarios mexicas y por los señores aliados de Tezcoco y Tlacopan, noveno señor de México-Tenochtitlán. Su primer nombre quiere decir “señor sañudo” y el último “el más joven” —con la partícula reverencial tzin—, para distinguirlo del primer Motecuhzoma Ilhuicamina, el “flechador del cielo”. Sucedía a Ahuítzotl y era hijo del también señor Axayácatl y nieto de Nezahualcóyotl. En sus mocedades había sido guerrero valeroso y al ser elegido era el sumo sacerdote.

Motecuhzoma era un hombre grave, melancólico, aprensivo y supersticioso. Como gobernante, amplió y consolidó el imperio, acentuó la severidad de la educación de la juventud, sólo admitió a los nobles en los cargos de gobierno y administrativos, impuso en su corte una etiqueta rigurosa, que era como el servicio de un dios, y aumentó considerablemente los sacrificios humanos rituales.

Los presagios relatados comenzaron a aparecer a poco de iniciado el gobierno de Motecuhzoma y se fueron sucediendo en los años siguientes. No eran sólo apariciones misteriosas sino también profecías acerca de la destrucción inminente de su reino y anuncios de la aparición de hombres blancos y barbudos. Todos estos signos fueron interpretados por el señor de México como la confirmación de las profecías que anunciaban el retorno de Quetzalcóatl, que volvería a ocupar su reino.

Cuando en 1518 se anunció a Motecuhzoma la presencia en la costa veracruzana de hombres desconocidos en grandes naves —los de la expedición de Grijalva—, su terror fue extremo y decidió huir y esconderse en la gruta mágica de Cicalco para encontrar al legendario Huémac. En lugar de tranquilizarlo, éste le envió un mensaje recriminándole su soberbia y crueldad y exigiéndole penitencia. Sus propios adivinos, atemorizados por no poder darle buenos augurios, se atrevieron al fin a decirle: “que ya estaban puestos en camino los que nos han de vengar de las injurias y trabajos que nos ha hecho y hace”. Y cuando encargó los preparativos de los aderezos que enviaría al supuesto Quetzalcóatl, dijo a sus mensajeros que pidieran a la deidad que volvía: “que me deje morir, y que después de yo muerto, venga mucho norabuena y tome su reino, pues es suyo y lo dejó en guarda a mis antepasados”.35 Cuando llegaron Cortés y sus huestes en 1519, que exigían oro, actuaban como hombres, paso a paso iban adentrándose en los señoríos mexicas y tenían armas terribles y desconocidas para ellos, Motecuhzoma debió de haber abandonado casi del todo su creencia en el regreso de Quetzalcóatl, pero seguían en pie los otros vaticinios acerca de la inminente destrucción de su mundo.

Su actitud ante los españoles fue siempre incierta y contradictoria. Empujado por un mínimo instinto de supervivencia, los atacaba por terceras manos, les preparaba múltiples asechanzas y les enviaba mensajes tratando de persuadirlos de que no llegasen a México; pero al mismo tiempo, les avivaba la codicia enviándoles presentes cada vez más ricos y se anticipaba vasallo del monarca español ofreciéndole el tributo que él fijara, con tal de que los invasores se retiraran. Su soberbia y crueldad se desmoronaron y de la deidad viviente en que se había constituido sólo quedaba un hombre confundido y aterrorizado ante una fuerza implacable que lo sobrepasaba.

Si en lugar suyo hubiese gobernado el señorío mexica un hombre menos supersticioso y engreído, un guerrero decidido a defender su patria —como Xicoténcatl el joven o como Cuauhtémoc—, la conquista entonces no hubiese sido posible.

CUITLÁHUAC Y CUAUHTÉMOC

Después de la matanza del Templo Mayor, ocurrida a mediados de mayo de 1520, Cuitláhuac, hermano de Motecuhzoma y señor de Iztapalapa, se convierte en el caudillo de la rebelión india contra los españoles. Organiza al pueblo para la guerra, solicita ayuda de sus aliados y propone alianza a señoríos indígenas independientes, como los de Tlaxcala, Cholula y Michoacán, para luchar contra los invasores. Hacia el 27 o 28 de junio perece de mala muerte Motecuhzoma Xocoyotzin, y el sábado 30 siguiente, las huestes de Cortés, sitiadas y agotadas, salen de la gran ciudad en la derrota llamada de la Noche Triste. En lugar de perseguir a los fugitivos, Cuitláhuac decide enterrar a los muertos y recoger los despojos del botín, y sólo vuelve a atacar a los españoles en las cercanías de Otumba. Aquí, Cortés y un grupo de sus capitanes logran matar al cihuacóatl que capitaneaba a los mexicas y apoderarse del estandarte principal del ejército, con lo que se desbandan los indígenas y triunfan los españoles, que se refugian en Tlaxcala.

Después de los días rituales de duelo por Motecuhzoma, el 7 de septiembre de 1520 el consejo eligió huey tlatoani a Cuitláhuac, que sería el décimo señor de los mexicas. Su reinado duró un poco más de dos meses, pues, contagiado de viruela, el valeroso iniciador de la defensa de la ciudad de México murió el 25 de noviembre.36

Para sustituirlo fue elegido Cuauhtémoc, señor de Tlatelolco e hijo de Ahuítzotl, undécimo y último señor de México-Tenochtitlán. Era apenas un joven de alrededor de dieciocho años. Aunque de hecho gobernó desde la muerte de Cuitláhuac fue entronizado a fines de enero de 1521.

Al igual que su antecesor, Cuauhtémoc fue uno de los más decididos guerreros contra los invasores y el caudillo de la heroica defensa de México-Tenochtitlán. Ante el sitio inminente de la gran ciudad, reorganizó el ejército, fortificó la plaza, mandó hacer miles de canoas y procuró atraerse todos los aliados posibles. Bajo su mando, los indígenas resistieron los terribles 75 días del sitio, rehuyeron todas las proposiciones de tregua y sólo cesaron en su lucha cuando, ya exhaustos, Cuauhtémoc y su familia fueron apresados el 13 de agosto de 152l.

Cuauhtémoc fue atormentado con el consentimiento de Cortés para que confesara dónde se guardaba el tesoro de Motecuhzoma. Los sobrevivientes indios fueron autorizados a abandonar por un tiempo los restos de la ciudad destruida y pestilente y luego se les ordenó volver para limpiar los escombros e iniciar la edificación de la nueva ciudad a la usanza española, sobre el trazo existente. Todos se habían convertido en servidores y vasallos de nuevos amos imperiosos.

Cuando Cortés viajó a las Hibueras en 1524 llevó consigo a Cuauhtémoc y a otros señores indios. Pretextando una sedición, los hizo ahorcar el 26 de febrero de 1525. Ésta fue una muerte injusta, como comentará Bernal Díaz, y Cortés mismo parece haberlo reconocido.37 Así terminó la vida autónoma de la cultura del México antiguo.

EL TESTIMONIO DE LOS VENCIDOS

Gracias a la conciencia histórica de los antiguos mexicanos, frente a los relatos de la conquista hechos por españoles, los de Cortés y Bernal Díaz en primer lugar, existen también testimonios indígenas que registraron su enfrentamiento con lo desconocido, su confusión y anonadamiento, su lucha desesperada, la destrucción de su mundo y las miserias e ignominias que sufrieron como vencidos.

Estos testimonios proceden principalmente del pueblo azteca y del maya. Los primeros se encuentran en códices y en relaciones escritas en náhuatl y en español. El más antiguo es la parte final de la Relación de Tlatelolco de 1528, ya citada, que describe con patético dramatismo el horror del sitio y la rendición de México-Tenochtitlán:

En los caminos yacen dardos rotos,

los cabellos están esparcidos.

Destechadas están las casas,

enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas,

y están las paredes manchadas de sesos.

Rojas están las aguas, cual si las hubieran teñido,

y si las bebíamos, eran agua de salitre.

Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad

y nos quedaba por herencia una red de agujeros.

En los escudos estuvo nuestro resguardo,

pero los escudos no detienen la desolación.38

Sahagún dedicó a la conquista el libro XII de su Historia general de las cosas de Nueva España, y en el Códice florentino, última redacción de esta obra, aparece una versión en náhuatl, dictada por informantes indígenas, otra en español y un espléndido conjunto de ilustraciones de escenas de la conquista pintadas también por indígenas. El texto en náhuatl tiene el interés de comunicarnos a lo vivo, con las propias palabras de quienes habían sido testigos de los hechos, detalles de las primeras, confusas y aterradoras reacciones de los indios ante los españoles. Por ejemplo, su visión de las armas y aderezos, de los caballos y los perros de los conquistadores:

también mucho espanto le causó [a Motecuhzoma] el oír cómo estalla el cañón, cómo retumba su estrépito, y cuando cae, se desmaya uno, se le aturden los oídos…

Sus aderezos de guerra son todos de hierro: hierro se visten, hierro ponen como capacetes a sus cabezas, hierro son sus espadas, hierro sus arcos, hierro sus escudos, hierro sus lanzas.

Los soportan en sus lomos sus “venados”. Tan altos están como los techos.

Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen las caras. Son blancos, como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo, aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla; el bigote también tienen amarillo. Son de pelo crespo y fino, un poco encarrujado…

Pues sus perros son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo.39

Además de estas versiones en náhuatl y en español que aparecen en el Códice florentino y que fueron redactadas hacia 1555, existe otra versión, más amplia y expresiva, escrita hacia 1585,40 en la que Sahagún quiso que se enmendaran omisiones e imprecisiones respecto al relato más antiguo de la conquista. Por ejemplo, impresión de los españoles (cap. VII), reacciones del monarca mexica (VIII), exposición que hace Cortés a Motecuhzoma de su misión (XVII), matanzas de Cholula y del Templo Mayor (X y XX), muerte de Motecuhzoma (XXIII), relato de la Noche Triste (XXIV) y supuesta entrevista de Cortés y Cuauhtémoc antes de iniciarse el sitio de la ciudad, en Acachinanco, para comunicarle las razones por las que le haría la guerra (XXXI), la cual transcribe Torquemada41 y Clavigero pone en duda.42

Además de las ilustraciones del libro XII de Sahagún, en varios códices poshispánicos hay imágenes de la conquista de México; uno de ellos, el llamado Lienzo de Tlaxcala, está dedicado en su parte principal a este acontecimiento.

A fines del siglo XVI, el mestizo Diego Muñoz Camargo escribió una Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala. Siguiendo la usanza indígena, encargó a un excelente pintor una secuencia de 156 cuadros, cuya exposición fue haciendo luego en su texto.43 Los temas de estas pinturas tocan lo mismo antigüedades tlaxcaltecas que asuntos de historia española. Los relativos a la conquista son 50 cuadros, desde la llegada de Cortés a Cempoala (cuadro 26) hasta la toma de la ciudad de México (cuadro 75), y prosigue con otras campañas en diversas provincias hasta 1542.

Estos cuadros de la conquista, y en general todo el Lienzo de Tlaxcala, son una feliz conjunción de las tradiciones pictóricas indígenas y las españolas, para lograr diseños de gran limpieza y fuerza expresiva. Esta serie de cuadros acerca de la conquista constituyen una verdadera historia gráfica de la visión india del encuentro y la lucha con los españoles, junto con las ilustraciones del libro XII del Códice florentino y las nueve pinturas finales del Atlas que acompaña la Historia de las Indias de Nueva España, de fray Diego Durán.

Además de escribir y pintar los hechos tristes de la conquista, los indios hicieron también una explicación y defensa de sus creencias, frente a las exposiciones de los misioneros franciscanos. Fray Bernardino de Sahagún, que se empeñó como ninguno en conocer la cultura de los antiguos mexicanos y en dar voz a su pensamiento, escribió en 1564, en español y en náhuatl, los Coloquios44 en que recogió las discusiones teológicas y morales que tuvieron, hacia 1524, los primeros doce frailes de San Francisco, en presencia de Hernán Cortés, con algunos de los sabios y sacerdotes indígenas supervivientes. En sus corteses y desilusionados discursos, los sabios aztecas expusieron la antigüedad de sus creencias, el culto que rendían a sus dioses que les daban sustento y vida, y lo difícil que era para ellos destruir su antigua regla de vida. Atreviéronse a pedir que no se acarreara la desgracia de su pueblo y que no se le hiciera perecer. Pero sabían también que la destrucción de cuanto pertenecía a su cultura estaba decidida, y pedían sólo que se les dejara morir junto con sus dioses muertos:

Somos gente vulgar,

somos perecederos, somos mortales,

déjennos pues ya morir,

déjennos ya perecer,

puesto que nuestros dioses han muerto.45

También son importantes los testimonios de varios de los pueblos mayances acerca de la conquista.46 De ellos, el de más dolida belleza es el “Khalay de la conquista”, que forma parte del Libro de Chilam Balam de Chumayel. Los mayas saben también, como los aztecas, que sus dioses han muerto, han aceptado el cristianismo pero se duelen de la miseria que ha sobrevenido a su pueblo con la aparición de los dzules, de los extranjeros:

Toda luna, todo año, todo día, todo viento

camina y pasa también.

Toda sangre llega al lugar de su quietud,

como llega a su poder y a su trono…

Medido estaba el tiempo

en que miraran sobre ellos la reja de las estrellas,

de donde, velando por ellos,

los contemplaban los dioses,

los dioses que están aprisionados en las estrellas.

Entonces era bueno todo

y entonces fueron abatidos.

Había en ellos sabiduría.

No había entonces pecado,

había santa devoción en ellos.

Saludables vivían.

No había entonces enfermedad,

no había dolor de huesos,

no había fiebre para ellos,

no había viruelas…

Rectamente erguido iba su cuerpo, entonces.

No fue así lo que hicieron los dzules
cuando llegaron aquí.

Ellos enseñaron el miedo,

y vinieron a marchitar las flores.

Para que su flor viviese,

dañaron y sorbieron la flor de los otros…

¡Castrar al sol!

Eso vinieron a hacer aquí los extranjeros…47

1 Dedicatoria de Francisco López de Gómara a Carlos V de Hispania victrix o Historia general de las Indias, 1552.

2 Fray Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, lib. IV. cap. XXI.

3 Mendieta, op. cit., lib. IV, cap. XXXVI.— Una enumeración más detallada de las epidemias, con referencias bibliográficas, se encuentra en: Charles Gibson, Los aztecas bajo el dominio español (1519-1810) (1964), trad. de Julieta Campos, Siglo XXI Editores, México, 1967, Ap. 4, pp. 460-463.

4 Pierre Chaunu con la colaboración de Jean Legrand, “Las lecciones del colapso norteamericano”, Historia y población. Un futuro sin porvenir, trad. de Óscar Barahona y Uxoa Doyhamboure, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, cap. XV.

5 “Muchas veces, en Italia, me reía oyendo a los italianos decir ‘el mal francés’ o a los franceses el ‘mal de Nápoles’; y en la verdad, los unos y los otros acertaran el nombre si dijesen ‘el mal de las Indias’ ”: Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, lib. 11, cap. XIV.

“Dos cosas hubo y hay en esta isla [Española) que a los principios fueron a los españoles muy penosas: la una es la enfermedad de las bubas, que en Italia llaman el mal francés, y ésta, sepan por verdad que fue desta isla, o cuando los primeros indios fueron, cuando volvió el almirante don Cristóbal Colón con las nuevas del descubrimiento destas Indias, los cuales yo luego vide en Sevilla y estos las pudieron pegar en España … Yo hice algunas veces diligencia en preguntar a los indios desta isla si era en ella muy antiguo este mal, y respondían que sí, antes que los cristianos a ella viniesen, sin haber de su origen memoria, y desto ninguno debe dudar; y bien parece también, pues la divina providencia proveyó de su propia medicina, que es como arriba en el capítulo 14 dejimos, el árbol de guayacán”: Fray Bartolomé de las Casas, Apologética historia sumaria, lib. 1, cap. XIX.

Véase sobre el tema: Samuel Eliot Morison, “The Sinister Shepherd”, Admiral of the Ocean Sea. A Life of Christopher Columbus, Little, Brown and Company, Boston, 1942, t. II, cap. XXXVII.— Alfred W. Crosby Jr., The Columbian Exchange. Biological and Cultural Consequences of 1492, Greenwood Press, Westport, Connecticut, 1972, caps. 2, “Conquistador y pestilencia”, y 4, “The Early History of Syphilis: A Reappraisal”.— William H. MacNeill, Plagues and Peoples, Anchor Books, Doubleday, Nueva York, 1976, cap. v, pp. 193-194.— Percy Moreau Ashburn, Frank D. Ashburn, editor, Las huestes de la muerte. Una historia médica de la conquista de América (1947), trad. de Enrique Estrada, Colección Salud y Seguridad Social, IMSS, México, 1981, cap. XI.

6 Emmanuel Le Roy Ladurie, “Un concept: l’unification microbienne du monde (XIV-XVIIIe siècles)”, Le territoire de l’historien, II, Bibliothèque des Histoires, NRF, París, 1978, pp. 38-97.

7 Alfonso Caso, “Contribución de las culturas indígenas de México a la cultura mundial”, México y la cultura, Secretaría de Educación Pública, México, 1946, pp. 49-80.

8 Claude Nigel Byam Davies, Los señorios independientes del imperio azteca, INAH, México, 1968.

9 Davies, pp. 219-224.— Robert H. Barlow, The Extent of the Empire of the Culhua-Mexica, Ibero-Americana, 28, University of California Press, Berkeley, Calif., 1949.

10 Alfonso Caso, Los calendarios prehispánicos, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1967, cap. I, p. 77.

11 Ángel Rosenblat, La población indígena y el mestizaje en América, Editorial Nova, Buenos Aires, 1954, t. 1, p. 102.

12 Woodrow Borah y Sherburne F. Cook, The Aboriginal Population of Central Mexico on the Eve of the Spanish Conquest, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1963.

La caída de la población indígena en el siglo XVI, según los cálculos de Rosenblat, sería de 4.5 millones en 1492, a 3.5 millones en 1570; y según los de Borah y Cook, de 25.2 millones hacia 1518, a 2.65 millones en 1568 y a 1.9 millones en 1585.

13 Miguel León-Portilla, Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl, Fondo de Cultura Económica, México, 1980, cap. XI, p. 252.

14 López de Gómara, Conquista de México, cap. LXXVIII, dice: “Era México cuando Cortés entró, pueblo de sesenta mil casas”, dato que se supone le diera Cortés. Apoyándose en estas cifras, se han estimado 300 mil habitantes, por ejemplo en Walter Krickeberg, Las antiguas culturas mexicanas (1956), trad. de Sita Garst y Jasmin Reuter, Fondo de Cultura Económica, México, 1961, cap. I, p. 52.

Respecto a otras ciudades populosas del México antiguo, las únicas noticias que encuentro son las que da fray Francisco de Aguilar —el que se llamaba Alonso cuando fue soldado de la conquista— en la Relación breve de la conquista de La Nueva España (1560), Edición de Federico Gómez de Orozco, José Porrúa e Hijos, México, 1954, en la cual, con notoria exageración, apunta: Tlaxcala: “pudiera tener hasta cien mil casas”, Tercera jornada, p. 38; Cholula: “tendría entonces cincuenta o sesenta mil casas”, 4a J., p. 43; México: “tendría esta ciudad pasadas cien mil casas”, 5a J., p. 51; Tezcoco: “podría tener más de ochenta o cien mil casas”, 8a J., p. 81; Xochimilco: “solía ser muy gran provincia, y en el tiempo de ahora, si tiene diez mil casas o doce mil, es mucho”, 8a J., p. 89; Huejotzingo: “tendrá hasta diez mil tributarios, poco más o menos; solía ser mayor que Cholula”, 8a J., p. 89.

El buen soldado vuelto fraile dominico parecia, pues, dado a las exageraciones. Como habitualmente se cuentan cinco personas por casa, resultarían varias ciudades de cerca o de más de medio millón de habitantes. Por ello, las cifras de Aguilar pueden tomarse sólo como indicadores de algunas de las ciudades más populosas del Altiplano en los días de la conquista.

15 Friedrich Katz, Situación social y económica de los aztecas durante los siglos XV y XVI, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1966, cap. 4.— Manuel M. Moreno, La organización política y social de los aztecas, Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, 2a ed., 1971, cap. IV, pp. 48-49.

Para una descripción más detallada de las formas y funciones sociales de la tenencia de la tierra en el México antiguo, véase: Pedro Carrasco, “La vida económica”, “La sociedad mexicana antes de la Conquista”: Historia general de México, El Colegio de México, México, 1976, t. I, pp. 221-235.

16 Katz, op. cit., cap. 4, p. 43.

17 Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. X.

18 Sherburne F. Cook y Lesley Byrd Simpson, The Population of Central Mexico in the Sixteenth Century, Ibero-Americana, 31, Berkeley y Los Ángeles, University of California Press, 1948, p. 27.

19 Krickeberg, op. cit., cap. I, p. 54.

20 J. Eric S. Thompson, Maya Hieroglyphic Writing. An Introduction (1950), University of Oklahoma Press, Norman, 1971; A Catalog of Maya Hieroglyphs (1962), University of Oklahoma Press, Norman, 1970.

21 Miguel León-Portilla y Salvador Mateos Higuera, Catálogo de los códices indígenas del México antiguo, Boletín Bibliográfico de la Secretaría de Hacienda, Suplemento del núm. 111, México, 1957.

22 J. Eric S. Thompson, Grandeza y decadencia de los mayas (1954 y 1956), trad. de Lauro J. Zavala, Fondo de Cultura Económica, México, 3a ed., 1984, cap. IV, pp. 195–204. — Miguel León–Portilla, Tiempo y realidad en el pensamiento maya. Ensayo de acercamiento, pról. de J. Eric S. Thompson y apéndice de Alfonso Villa Rojas, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1968.

23 Informantes de Sahagún, Códice matritense de la Real Academia de la Historia, f. 180 v., trad. de Miguel León-Portilla.

24 Fray Diego Durán, Libro de ritos, cap. XXI, 14.

25 Durán, ibid., 8.

26 Sahagún, Historia general, lib. III, cap. VIII.

27 Fray Juan de Torquemada, Monarquía indiana, lib. II, cap. LXXIII. — Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la conquista de México, lib. III, caps. IX-XI.

28 Durán, Historia de las Indias, cap. LXI.— Hernando Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicana, cap. XCIX.— Torquemada, lib. II, cap. LXXVII.— Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la nación chichimeca, cap. LXXII.

29 Torquemada, lib. II, cap. XCI.— Francisco Javier Clavigero, Historia antigua. de México, lib. V, cap. XI.

30 Torquemada, lib. II, cap. LXXVIII.— Durán, caps. LXVI y LXVII.

31 Durán, cap. LXIII.

32 Sahagún, lib. XII, cap. I.

33 Ixtlilxóchitl, cap. XLVII.

34 Sahagún, lib. XII, cap. III.

35 Alvarado Tezozómoc, Crónica mexicana, cap. CIV. — Durán, Historia de las Indias, caps. LXVII-LXIX.

36 Orozco y Berra, Historia antigua., lib. III, caps. XI y XII.

37 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cap. CLXXVII.— Orozco y Berra, lib. III, caps. I-X.— Salvador Toscano, Cuauhtémoc, Fondo de Cultura Económica, México, 1953.

38 Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista, Introducción, seleción y notas de Miguel León-Portilla, Versión de los textos nahuas: Ángel M. Garibay K., Biblioteca del Estudiante Universitario, 81, UNAM, México, 1959, p. 180.

39 Traducción de Ángel M. Garibay K. de la versión náhuatl del lib. XII, en Sahagún, Historia general, Porrúa, México, 1956, l. IV, cap. VII.

40 La única edición completa de este texto la publicó Carlos M. de Bustamante bajo un título extravagante: La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe … comprobada … fundándose en el testimonio del P. Fr. Bernardino Sahagún o sea historia original de este escritor…, México, impreso por Ignacio Cumplido, 1840.

41 Torquemada, Monarquía indiana, lib. IV, cap. XC.

42 Francisco Javier Clavigero, Historia antigua de México, lib. X, cap. XVII.

43 El Lienzo de Tlaxcala, publicado originalmente dentro de la obra Antigüedades mexicanas (México, 1892) y acompañado por una explicación de Alfredo Chavero, contiene 80 láminas, que reproducen una copia de originales perdidos que existían en Tlaxcala, pintados a mediados del siglo XVI.

Recientemente, René Acuña publicó una edición facsímil, con estudio preliminar, del manuscrito conservado en Glasgow, de la obra de Diego Muñoz Camargo, Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala (UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 1981), al fin del cual se reproducen las 156 pinturas —80 de las cuales son las conocidas, más o menos modificadas, de la edición de Chavero— que forman el complemento gráfico original de dicha obra.

44 Fray Bernardino de Sahagún, Coloquios y doctrina cristiana con que los doce frailes de San Francisco enviados por el papa Adriano sexto y por el emperador Carlos quinto convertieron a los indios de la Nueva España, en lengua mexicana y española, Manuscrito en el Archivo Secreto de la Biblioteca Vaticana. Contiene 14 capítulos; los últimos 16 fueron destruidos.— Edición del texto en español, Biblioteca Aportación Histórica, ed. Vargas Rea, introd. de Zelia Nuttall, México, 1944.— Coloquios y doctrina cristiana con que… Los diálogos de 1524, dispuestos por fray Bernardino de Sahagún y sus colaboradores Antonio Valeriano de Azcapotzalco, Alonso Vegerano de Cuauhtitlán, Martín Jacobita y Andrés Leonardo de Tlatelolco y otros cuatro ancianos muy entendidos en todas sus antigüedades, edición facsimilar, introd. paleografía, versión del náhuatl y notas de Miguel León-Portilla, UNAM. Fundación de Investigaciones Sociales, A. C., l986.

45 Coloquios, ed. León-Portilla, p. 149.

46 Miguel León–Portilla, El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas, Joaquín Mortiz, México, 1964.

47 Libro de Chilam Balam de Chumayel, trad. de Antonio Mediz Bolio (1930), Biblioteca del Estudiante Universitario, 21, UNAM, México, 1941, cap. II.