VII. EL CONFLICTO CON VELÁZQUEZ.
ESTRATEGIA Y ARGUMENTOS

No debe, pues, un príncipe ser fiel a su promesa cuando esta fidelidad le perjudica y han desaparecido las causas que le hicieron prometerla.

A los hombres se les debe ganar, o anularlos, porque de las pequeñas ofensas se vengan, pero de las grandes no pueden; por ello el agravio que se les haga debe ser de los que no permiten tener venganza.

El usurpador de un Estado debe procurar hacer todas las crueldades de una vez para no tener necesidad de repetirlas y poder, sin ellas, asegurarse de los hombres y ganarlos con beneficios.

NICOLÁS MAQUIAVELO

NOTICIAS DE CUBA Y DECISIONES DE CORTÉS

Cuando Cortés y sus huestes vuelven a la nueva Veracruz, después de incursionar por tierras totonacas al amparo del Cacique Gordo de Cempoala, hacia el 1° de julio de 1519 llega un barco de Cuba. Su capitán, refiere Bernal Díaz, era Francisco de Saucedo —López de Gómara lo llama Salceda, y Herrera, Salcedo—, apodado el Pulido, “porque en demasía se preciaba de galán y pulido”. Con él venían Luis Marín, luego capitán distinguido de Cortés, diez soldados, un caballo y una yegua, y noticias de Cuba:1 el gobernador Diego Velázquez había recibido autorización de la Corona para conquistar y poblar —privilegio que hasta entonces conservaba el almirante Diego Colón, como sucesor de su padre—, precisamente en las mismas tierras en que Cortés y sus gentes se encontraban. La capitulación se había firmado en Zaragoza, el 13 de noviembre de 1518, y Velázquez debió recibirla en la primavera de 1519. En ella se autorizaba a Velázquez a proseguir los descubrimientos y conquistar en las tierras de Yucatán y Cozumel, se le daba el mando de dichas tierras, se le nombraba adelantado “por toda su vida” y se le señalaba la parte del provecho que le correspondería.2 Para el gobernador Velázquez eran buenas y tristes noticias, puesto que nada concreto podía hacer, aunque sí combatir a Cortés en la corte e intentar atajar su conquista de México, como lo haría con tan mala fortuna.

Cortés debió percatarse de la importancia de estas nuevas. Además de rebelde se había convertido en usurpador de funciones que se habían otorgado a otro. Diego de Coria, que fue su paje de cámara, contaba del conquistador que “estuvo recogido ocho noches enteras escribiendo”3 Aquélla era ciertamente una de las más graves encrucijadas que se le presentarían en su vida, y sabía que su única salida era lograr la justificación real de la empresa iniciada, que presentía trascendental. Imagino que en estas cavilaciones debió tomar consejo de sus capitanes más ilustrados y adictos. Probablemente de Alvarado, de Hernández Portocarrero y acaso del más joven y prudente Sandoval. La estrategia decidida fue la de intentar ganar el favor real por medio de un regio presente —por aquello de que “dádivas quebrantan peñas“—, de exponer buenos argumentos jurídicos que justificaran su acción y de proseguir, sin retorno posible, la conquista del imperio mexicano.

EL VIAJE DE LOS PROCURADORES

En principio determinó Cortés que, en la mejor nao de la armada y con su más experimentado piloto, Antón de Alaminos, fueran a Castilla Francisco de Montejo —amigo de Velázquez y al que trataba de atraerse— y Alonso Hernández Portocarrero, ambos nombrados hacía poco alcaldes ordinarios de Veracruz, para ofrecer al monarca el presente que le enviaba la expedición y las cartas y memoriales, y para actuar como procuradores de su causa. Cortés les entregó minuciosas instrucciones,4 que debió redactar él mismo. Escritas cuando se encontraba aún en la costa de un territorio cuya magnitud desconocía, y capitán reciente de una empresa, las instrucciones, a pesar de apresuradas y deshilvanadas, muestran ya un conocimiento amplio de cosas de gobierno: cargos y funciones reales, impuestos, encomiendas, bulas, fundiciones, salinas y minas. En ellas les encarece especialmente la argumentación para que se eche a un lado a Diego Velázquez; señala “la manera e maña” que el capitán sabrá darse en la conquista que emprende, y tiene la intuición de que la tierra en que se adentrará es “larga y de mucha gente”.

Los procuradores salieron de Quiahuiztlan y Villa Rica el 26 de julio con órdenes de no tocar tierras cubanas. A pesar de ello, ya iniciado el viaje, Montejo convenció al piloto de que tocasen Marién, donde tenía una estancia, con el pretexto de recoger puercos y cazabe para el camino. Con un marinero, Montejo escribió a Velázquez informándolo del gran presente de oro que Cortés enviaba al rey, tanto, que se decía que el oro era el lastre de la nave. Cuando Velázquez lo supo, “tomábanle trasudores de muerte, y decía palabras muy lastimosas y maldiciones contra Cortés”, comenta Bernal Díaz.5 Y el gobernador dispuso la salida inmediata de Gonzalo de Guzmán, con dos navíos ligeros, artillería y soldados, para que capturasen la nao de los procuradores. A pesar de la traición encubierta de Montejo, su nao no fue encontrada y con buen tiempo llegó a Sanlúcar en octubre de 1519.

En Sevilla, el capellán de Velázquez, Benito Martín, enviado meses antes por el gobernador para alegar sus derechos, cuando fue informado de los propósitos de los procuradores, acusó de traidor a Cortés y logró que la Casa de la Contratación secuestrara la nao, que según él pertenecía a Velázquez, así como el tesoro y los bienes que llevaba. El presidente del Consejo de Indias, Juan Rodríguez de Fonseca, partidario de Velázquez, que estaba en Valladolid, escribió al rey agravando la conducta de Cortés y aconsejándole que castigara a los procuradores sin oírlos. Éstos, sin recursos, se unieron en Medellín a Martín Cortés, padre del conquistador, y con el licenciado Francisco Núñez y juntos movieron otras influencias y trataron de dar alcance al monarca.

El rey Carlos, mientras tanto, viajaba. De Barcelona, donde había asistido a las cortes, iba a La Coruña para embarcarse a Inglaterra y luego volver a Aquisgrán (Aix-la-Chapelle o Aachen) para recibir la corona imperial en el trono de Carlomagno. En el trayecto español se enteró de las gestiones de Núñez, de don Martín y de los procuradores, y ordenó que se le hiciesen llegar los presentes y las cartas. En Tordesillas, en marzo de 1520, se detuvo a visitar a su madre, la reina loca doña Juana, y allí recibió a los emisarios de Cortés, quienes le presentaron a los indios totonacas. Y a principios de abril, el rey Carlos pudo ver en Valladolid las cartas y el presente mexicano. Mal mirados, los procuradores deben haber tenido escasa oportunidad de defender los intereses de Cortés. Se ignora si les devolvieron sus recursos y el envío a don Martín. Hernández Portocarrero y Montejo tuvieron que pasar a La Coruña, y el 29 y 30 de abril rindieron declaraciones acerca del origen de la armada de Cortés, en vista de las acusaciones de Velázquez.6

EL PRIMER REGIO PRESENTE

Como parte del obsequio, los procuradores llevaban también al monarca “cuatro indios, dos de ellos caciques, y dos indias”,7 tal como lo había hecho Colón, para que la Corte conociera a los habitantes de tierras mexicanas. López de Gómara dice que eran indios que tenían para sacrificar los de Cempoala y que “traían en las orejas arracadas de oro con turquesas, y unos gordos sortijones de lo mismo a los bezos bajeros, que les descubrían los dientes, cosa fea para España, mas hermosa para aquella tierra”.8 Aunque se procuró cuidarlos, su destino fue triste; uno de ellos murió y, vestidos a la española, los restantes fueron enviados a Cuba, como si cualquier lugar de las Indias fuese lo mismo.

El primer regio presente que Cortés enviaba al rey Carlos fue inventariado con detalle en la lista que firmaron de recibido Montejo y Hernández Portocarrero, y que va añadida al fin de la Carta del cabildo, del 10 de julio de 1519. Lo formaban objetos de oro, plata, piedras preciosas, plumerías, cueros y ropa de algodón, de los que habían recibido los españoles de los mayas, de los pueblos del Golfo, de los totonacas y los grandes presentes enviados por Motecuhzoma. Inicia la lista el objeto más notable, “una rueda de oro grande con una figura de monstruos en ella, y labrada toda de follajes”. “Tamaña como una rueda de carreta” y que pesaba “sobre diez mil pesos”, había comentado Bernal Díaz cuando se recibió.9

LOS “LIBROS DE LOS INDIOS”

Casi al final de la lista se mencionan “dos libros de los que acá tienen los indios”, es decir, dos códices mexicanos. Respecto a cuál sería su procedencia, Zelia Nuttall se inclinó a suponer que debían ser los ahora llamados Códice de Viena y Códice Zouche-Nuttall, de la región mixteca de Oaxaca.10 En cambio, J. Eric S. Thompson piensa que la descripción de Pedro Mártir, que se menciona en seguida, más bien corresponde a códices mayas, que pudieron haber recogido los conquistadores en algún templo, antes de su llegada a Veracruz,11 además de que hasta entonces no habían tenido ningún contacto con los mixtecas. Ni una ni otra suposición concuerda con la noticia de Bernal Díaz, quien dice que en una casa de ídolos, entre Veracruz y Cempoala, encontraron “muchos libros de su papel, cogidos a dobleces, como a manera de paños de Castilla”.12

El primer europeo al que llamaron la atención aquellos libros de una cultura extraña fue el vivaz cronista de Carlos V, Pedro Mártir de Anglería, quien pudo admirarlos en 1520. Vale la pena transcribir la parte sustancial de su descripción notablemente precisa en los aspectos que toca, como si fuera una codicología moderna:

La sustancia en que los indígenas escriben son hojas de esa delgada corteza interior del árbol, que se produce debajo de la superior, y a que llaman “filiria”, según creo… Dicho tejido reticular, lo embadurnan con betún pegajoso; cuando todavía está blando, le dan la forma apetecida, lo extienden a su arbitrio, y luego de endurecido, lo cubren con yeso, al parecer, o con otra materia semejante… No encuadernan los libros por hojas sino que las extienden a lo largo, formando tiras de muchos codos. Redúcenlas a porciones cuadradas, no sueltas, sino unidas entre sí por un betún resistente y tan flexible, que cubiertas con tablillas de madera, parecen haber salido de manos de un hábil encuadernador. Por dondequiera que el libro se abra aparecen dos caras escritas, o sea dos páginas, debajo de las cuales quedan otras tantas ocultas, a menos que se las extienda a lo largo, ya que debajo de un folio hay otros muchos unidos.

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Pedro Mártir de Anglería, De Orbe Novo, Alcalá de Henares, 1530.

Los caracteres que usan son muy diferentes de los nuestros y consisten en dados, ganchos, lazos, limas y otros objetos dispuestos en línea como entre nosotros y casi semejantes a los de la escritura egipcia. Entre las líneas dibujan figuras de hombres y animales, sobre todo de reyes y magnates, por lo que es de creer que en estos escritos se contienen las gestas de los antepasados de cada rey, y a la manera que los impresores actuales suelen muchas veces, para estímulo de compradores, intercalar en las historias generales, e incluso en los libros de entretenimiento, láminas representativas de los protagonistas.
   También disponen con mucho arte las tapas de madera. Sus libros, cuando están cerrados, son como los nuestros, y contienen, según se cree, sus leyes, el orden de sus sacrificios y ceremonias, sus cuentas, anotaciones astronómicas y los modos y tiempos para sembrar.13

DOS ELOGIOS DEL PRIMER TESORO MEXICANO

El conjunto de los objetos enviados por Cortés al rey Carlos debieron ser exhibidos para que los admirara aquella corte ambulante. Afortunadamente, dos de los hombres que vieron el primer tesoro mexicano escribieron sus impresiones. Además de describir con tanta precisión los “libros de los indios”, Pedro Mártir dedicó otro capítulo de su Novus Orbis a las joyas, oro, plumerías y vestidos, los cuales examinó, midió, pesó y contó con curiosidad extrema. Un solo pasaje puede dar idea de la fascinación con que contempló aquellos objetos y celebró a sus artífices:

No me admiro en verdad del oro y de las piedras; lo que me causa estupor es la habilidad y esfuerzo con que la obra aventaja a la materia. Infinitas figuras y rostros he contemplado, que no puedo describir; paréceme no haber visto jamás cosa alguna que por su hermosura pueda atraer tanto a las miradas humanas.14

De las ciudades españolas, el tesoro mexicano pasó a las flamencas, que celebraban la entronización del joven Carlos como sacro emperador romano. Y en el otoño de 1520 el tesoro se exhibió en la gran sala del Palacio del Ayuntamiento de Bruselas.

El pintor alemán Alberto Durero viajó por estos días de Núremberg a Flandes, con la esperanza de poder entrevistar al nuevo emperador para que le confirmara la pensión que le había asignado su abuelo, el recién difunto emperador Maximiliano. Así pudo visitar, entre el 26 de agosto y el 3 de septiembre, aquella exposición, y anotó en su diario —además de describir algunos de los objetos que venían de “la nueva tierra del oro” y de indicar que estaban valuados en 100 mil florines— esta ponderación impresionante en artista de su excelencia:

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Pedro Mártir de Anglería, De Insulis Nuper Inventis, Colonia, 1532. Reproduce la segunda y tercera Relaciones de Cortés.

A lo largo de mi vida, nada he visto que regocije tanto mi corazón como estas cosas. Entre ellas he encontrado objetos maravillosamente artísticos, y he admirado los sutiles ingenios de los hombres de estas tierras extrañas. Me siento incapaz de expresar mis sentimientos.15

¿Dónde están ahora estos objetos maravillosos? Nada sabemos de ellos. Después de que adornaron los festejos del nuevo emperador, debieron quedar a disposición del Consejo de Indias, cuyos miembros eran del todo ajenos a los entusiasmos de humanistas y artistas por aquellas raras creaciones. Todo lo que pudo convertirse en monedas, necesarias para los crecidos gastos y deudas del imperio, se fundió. Las joyas separadas de sus engastes debieron venderse. Las plumerías y ropas se abandonaron y consumieron. De aquel tesoro y de los envíos siguientes de Cortés sólo han subsistido el llamado penacho de Motecuhzoma, el abanico y el escudo de plumería que ha logrado conservar el Museo Etnográfico de Viena16, y posiblemente algunas máscaras, serpientes y navajones con incrustaciones de piedras y conchas que guardan otros museos.

LA DISTRIBUCIÓN DEL “RESCATE”

El presente enviado al monarca por Cortés y su expedición era sin duda tan valioso como impresionante. Pero, ¿era, en verdad, todo lo hasta entonces habido? En la Carta del cabildo se dice que mientras que Velázquez no estaba dispuesto a enviar el oro rescatado, ellos —el cabildo de Veracruz y los demás soldados de Cortés—, en cambio, como muestra de su lealtad, envían a sus reyes no sólo el quinto que les corresponde, sino “todo, como lo enviamos”: el oro, plata, joyas, plumería, ropas y otros objetos hasta entonces recibidos. Bernal Díaz dice lo mismo, que los soldados acordaron servir al rey “con las partes que nos caben” y enviarle “todo el oro que se había habido… para que nos haga mercedes”.17

En cambio, López de Gómara cuenta otra cosa. Refiere que Cortés hizo sacar a la plaza los bienes obtenidos y encargó a los tesoreros que hicieran la distribución. Éstos, después de sacar el quinto real, intentaron pagar a Cortés lo que había gastado en bastimentos, artillería y navíos. El capitán no aceptó, diciendo que tiempo había para pagarle y que, por el momento, sólo quería “lo que le tocaba como a su capitán general” y que se distribuyese también entre los hidalgos para que “comenzasen a pagar sus deudillas”. Y aparte de esta distribución, propuso que, aunque excediese del quinto, se enviaran al rey los objetos más notables “que no se sufrían partir ni fundir” y que él mismo “apartó del montón” los incluidos en la lista.18 Así pues, sólo se envió al rey Carlos su quinto algo sobrado y sí hubo distribución del resto, al menos entre los capitanes hidalgos.

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El penacho de plumas de quetzal, llamado de Moctezuma. Museo Etnológico de Viena.

Además, previamente se había tomado del montón “tanto oro que les pareció bastar” —no en monedas, que no las tenían, sino su equivalente aproximado en trozos de oro fundido o en pepitas o granos— para los gastos de los procuradores en España, y “ciertos castellanos” que enviaba Cortés a su padre,19 y sin duda se reservó lo suficiente para los gastos futuros de la expedición.

Cuando se sacó a la plaza de la nueva Veracruz la supuesta totalidad del botín, su valor fue estimado en 27 000 ducados (alrededor de 23 000 pesos de oro).20 Ahora bien, en el inventario de los objetos que llevaron los procuradores, se dice que el quinto real importaba 2 000 castellanos (2 160 pesos de oro), y que como la gran rueda de oro valía 3 800 pesos de oro, el concejo de la villa ofrecía al rey, extras, los 1 800 pesos restantes, más todo lo demás enviado que valía 1 200 pesos. Es decir, 5 000 pesos en lugar de los 2 160 pesos que le correspondían. Sin embargo, si el valor total del botín estimado por López de Gómara eran 23 000 pesos, el quinto eran 4 600 pesos. De estas cuentas tan poco claras resulta la evidencia de que al rey se enviaron sólo 400 pesos extras de su quinto tradicional, y no la totalidad del rescate o botín, como se le dice en la Carta del cabildo y lo repite Bernal Díaz.

Poco más tarde, y aun en la costa veracruzana, Cortés obtuvo de su ejército un documento por el cual se le autorizaba a recibir, del monto de los rescates, y después de deducir el quinto real, otro quinto para él destinado a cubrir sus gastos.21 Esta concesión le fue muy censurada;22 y que él mismo la sentía inadecuada lo muestra el dicho de Bernal Díaz, quien, al consignar el contenido de la otra carta perdida que dirigió al rey el ejército de la expedición, dice que al mostrarla a Cortés, éste les pidió que no mencionaran lo de su propio quinto.23 En este caso, sin embargo, creo que pesó más el fetichismo con que se veía el equiparamiento de los derechos reales y el de Cortés, como si éste fuera otro rey. La conquista era una empresa particular, que habían financiado Cortés y Velázquez. Si en lugar de pagarse sus inversiones con un quinto, como el del rey, se hubiese dicho que en los repartos y periódicamente se deducirían los gastos generales de la empresa, debidamente justificados, el alboroto pudiera haberse evitado. Cortés, además, recibía del resto su cuota personal como capitán general. Pero las cuentas claras nunca le gustaron y prefirió distribuir los bienes conforme a su propio y variable arbitrio, lo que le ocasionaría frecuentes inconformidades.

LOS ARGUMENTOS

La segunda de las acciones que realizó Cortés para tratar de neutralizar los cargos de rebelde y usurpador de funciones que tenía sobre sí, o de traidor como lo acusaba Velázquez, fue la de exponer buenos argumentos jurídicos en su defensa. Estos aparecen en todos los documentos que entonces preparó o promovió, pero sobre todo en la Carta del cabildo. Aquí se exponen sutilmente entreverados con el relato de los acontecimientos y, por la solidez de su fundamentación, debieron producir tan buen efecto como el envío del regio presente. Los argumentos son de una envolvente astucia; provocan sutilmente la ambición de conquista y codicia de los reyes, bajo la enseña de la propagación de la fe; y su apoyo en tradiciones legales —que se analizarán en seguida— muestra que no fueron en vano los años de Cortés en Salamanca.

El resumen de la argumentación puede ser el siguiente:

1. Diego Velázquez sólo pensaba en su propio provecho; las expediciones que organizó tenían el único propósito de “rescatar oro”.

2. Hernán Cortés se asoció ciertamente con Velázquez pero “movido con el celo de servir a Vuestras Altezas Reales” y para que los naturales “viniesen en conocimiento de nuestra santa fe católica y para que fuesen vasallos de Vuestras Majestades”.

3. Desde su primer choque con los indios, Cortés ha procedido conforme a usos legales. Primero, los ha requerido tres veces, ante escribano, explicándoles que no quiere hacerles guerra, sino que sólo desea “paz y amor con ellos”, y persuadiéndolos de que sean vasallos de los “mayores príncipes del mundo”. Sólo cuando los indios rehúsan, los ha combatido.

4. Los nobles y caballeros hijosdalgo que vienen entre los soldados de Cortés decidieron examinar, en nombre de los reyes, los poderes e instrucciones que Cortés había recibido de Velázquez. Encontraron —no explican por qué— que “no tenía más poder el dicho capitán Fernando Cortés, y que por haber expirado ya no podía usar de justicia ni de capitán de allí en adelante”.

5. Viene ahora la jugada maestra. Cortés funda, a solicitud de sus hombres, la Rica Villa de la Vera Cruz y, en nombre de los reyes, designa alcaldes y regidores del cabildo a los nobles e hijosdalgo que lo acompañan. Estas nuevas autoridades le dicen que él no tiene ya poderes en vigor y que es necesario que alguien los ejerza; entonces, lo designan a él capitán general y justicia mayor, en nombre de los reyes. Por todo ello, les piden que manden sus cédulas confirmando a Cortés en dichos cargos.

6. De paso, las autoridades de Veracruz piden también a los reyes que no se le haga “merced de estas partes a Diego Velázquez” —lo que sabían que ya se había ordenado—, porque él no estaría dispuesto, como lo están ellos, a enviar a sus monarcas el oro rescatado.

En resumen, mediante estas argucias y el peso de los hechos consumados, Hernán Cortés logró desatarse formalmente del compromiso que tenía con Diego Velázquez, su patrón y socio en esta empresa; darse un nuevo puesto de mando, dependiente sólo del emperador Carlos V —en que ya se había convertido el rey Carlos—; ganarse la voluntad real con la generosidad del envío y la tácita promesa de otras remisiones; y con la fundación de Veracruz dar una nueva orientación de asentamiento y conquista para la extensión de los dominios reales, a las que hasta entonces sólo habían sido entradas para rescatar oro y esclavos.

APOYO JURÍDICO DEL ROMPIMIENTO. LA TRADICIÓN DE LAS SIETE PARTIDAS

Como lo ha mostrado Victor Frankl en un penetrante análisis,24 la fundamentación del rompimiento con la autoridad de Diego Velázquez, la constitución del cabildo y las otras acciones realizadas por Cortés estaban apoyadas sustancialmente en la tradición jurídica de Las siete partidas.

Este venerable código medieval, compuesto bajo la dirección del rey Alfonso X, llamado el Sabio, continuaba vigente bajo los Reyes Católicos y Carlos V, y sus preceptos fueron la base de las Leyes de Toro, de 1505. Aunque no se haga mención explícita de Las partidas en la Carta del cabildo, el apoyo de su argumentación debió ser claro para los juristas del Consejo de Indias.

En el primer pasaje de la Carta del cabildo en que se inicia esta argumentación, los nobles y caballeros hijosdalgo que venían en la armada comunican a los reyes que consideraron que no convenía al servicio real que continuaran cumpliendo las instrucciones de Velázquez que traían, porque los limitaba a rescatar oro; y que en lugar de ello habían decidido poblar y fundar un pueblo en que hubiese justicia; que habían comunicado lo anterior a su capitán Fernando Cortés, el cual, pese a que esto iba contra sus intereses, lo había aceptado y había procedido a nombrar alcaldes y regidores de la Rica Villa de la Vera Cruz, cuyo ayuntamiento habían constituido con la solemnidad acostumbrada.

La estrecha relación que debe existir entre el rey y los caballeros hijosdalgo se encuentra —señala Frankl— en la Partida II, título XXI, ley XXIII, que dice: “Los reyes los deben honrar [a los caballeros] como a aquellos con quien han de facer su obra”. La afirmación de que debe preferirse el interés de la Corona y de la nación a los intereses particulares tiene su fuente en la declaración de Las siete partidas que dice: “Ca non seríe guisada cosa que el pro de todos los homes comunalmente se destorbase por la pro de algunos”. Y el punto más delicado, de en qué casos pueden anularse las leyes vigentes, o la desobediencia a las instrucciones recibidas para adoptar una nueva norma en beneficio de la Corona y de la comunidad, se basa en el siguiente precepto:

Desatadas non deben ser las leyes por ninguna manera, fueras ende si ellas fuesen tales que desatasen el bien que deben facer: et esto sería si hobiese en ellas alguna cosa contra la ley de Dios, o contra derecho señorío, o contra grant pro comunal de toda la tierra, o contra bondat conocida… el desatar de las leyes et tollerlas del todo que non valan, non se debe facer sinon con grant consejo de todos los homes buenos de la tierra, los más buenos et honrados et más sabidores… Et después que todo lo hubiesen visto, si fallaren las razones de las leyes que tiran más a mal que a bien, puédenlas desfacer o desatar del todo.

Partida I, tít. I, ley XVIII.25

El apoyo implícito de la argumentación del cabildo de Veracruz en las prescripciones de Las siete partidas parece, pues, evidente, y ello explica que, después de un compás de espera razonable —que a Cortés debió parecerle eterno— y de someterla al juicio de un tribunal de juristas, fuera aceptada tácitamente por la Corona.

Victor Frankl refiere dos casos más en que los preceptos de Las partidas seguían teniendo eco en los conquistadores. En el primero,26 citando una observación de Konetzke,27 considera un antecedente de la argumentación que se empleará en la Carta del cabildo, las siguientes palabras de Pedro de Alvarado, que le atribuye Cervantes de Salazar, a propósito de la expedición de Juan de Grijalva:

Aunque expresamente Diego Velázquez no dio licencia para poblar, tampoco lo prohibió… aunque expresamente lo vedara, ni Dios ni Su Alteza del rey nuestro señor, dello serán deservidos: porque muchas veces acontece que cuando se hace la ley es necesaria, y andando el tiempo, según lo que se ofrece, no hace mal el que la quebranta porque el principal motivo della es el bien común, y cuando falta y se sigue daño cesa su vigor.28

Sin embargo, en este caso debe considerarse que quien escribe estas palabras, el doctor Francisco Cervantes de Salazar, ostentaba grados en cánones y en teología, y que por ello las ideas expuestas acaso sean más suyas que de Alvarado. Con todo, el hecho es que se establece y acepta que el principio moral que justifica un acto de rebeldía es el logro del bien común.

El otro caso de vigencia de los preceptos de Las siete partidas entre los conquistadores fue advertido por Silvio Zavala.29 Siguiendo la doctrina de San Agustín, el Código Alfonsino establece las siguientes tres razones de la guerra justa:

La guerra se debie facer, es sobre tres razones: la primera, por acrecentar los pueblos su fe et para destroir los que la quisieren contrallar; la segunda, por su señor quiriéndole servir et honrar et guardar lealmente; la tercera para amparar a sí mesmos, et acrecentar et honrar la tierra onde son.

Partida II, tít. XXIII, ley II.

Y cuando Cortés, en Tlaxcala, antes de emprender el ataque a Tenochtitlán, arenga a sus soldados, al principio de su tercera Carta de relación, les repite punto por punto las mismas tres causas de la guerra justa, y añade otra más, circunstancial:

Y viesen cuánto convenía… tornar a recobrar lo perdido, pues para ello teníamos de nuestra parte justas causas y razones: lo uno, por pelear en aumento de nuestra fe y contra gente bárbara, y lo otro, por servir a Vuestra Majestad, y lo otro, por seguridad de nuestras vidas, y lo otro, porque en nuestra ayuda teníamos muchos de los naturales, nuestros amigos, que eran causas potísimas para animar nuestros corazones [p.119].

Zavala dice que esta coincidencia lo hace pensar que “algún ejemplar de Las partidas andaría en manos de los soldados, acostumbrados desde la época del Cid a conocer el derecho juntamente con la guerra”.30 No creo posible que algún soldado, ni siquiera el bachiller Alonso Pérez, que parecía el más leído de ellos, cargara en su mochila los dos grandes tomos de la edición entonces existente y que ahora es un incunable, de Las siete partidas, de Sevilla, 1491. Pero si no traían los libros, sí guardaban en la cabeza muchos de sus preceptos, que se habían vuelto ya sabiduría tradicional.

Frankl observa que, analizando la estructura de la Carta del cabildo y de las siguientes Cartas de relación, así como procedimientos de estilo e ideas dominantes, es indudable que el autor de la primera carta es Cortés mismo.31 Y en otro lugar añade que en esta Carta del cabildo Cortés se revela “como el gran creyente de la idea de la poderosa monarquía social esbozada en Las partidas, como hombre de esencial orientación política, acostumbrado a pensar en categorías estatales”.32

Parece, pues, evidente, que el apoyo legal implícito en la argumentación central de la Carta del cabildo proviene de Las siete partidas. Sin embargo, me parece también manifiesto que los pasos relatados de esta carta son los de un leguleyo que ejecuta un truco pseudolegal, así esté expuesto y fundamentado con notable ingenio en una maciza doctrina política. Además, los más poderosos argumentos de Cortés serán su éxito, la magnitud de su hazaña y la riqueza de la tierra que conquistó. Si éstos no hubieran existido, sólo habría sido un traidor infidente a Velázquez y no un héroe.

Contribuyó también a la resolución favorable de su rebeldía el hecho de que, al mismo tiempo, ocurría en Castilla el movimiento de las comunidades, de los comuneros en lucha con las autoridades injustas. Cortés resultaba ser, paralelamente, el “caudillo de los comuneros sublevados en Veracruz”, como lo ha señalado Giménez Fernández.33

¿EXISTIÓ LA PRIMERA CARTA DE RELACIÓN?

Los datos conocidos acerca de este problema —que ha dado origen a muchas indagaciones y suposiciones— son éstos:

1° La presunta existencia de una primera Carta de relación de Cortés a los reyes se documenta en los siguientes textos: Cortés, al principio de su segunda Carta de relación, dice que:

En una nao que de esta Nueva España de Vuestra Sacra Majestad despaché a diez y seis de julio del año de quinientos diez y nueve, envié a Vuestra Alteza muy larga y particular relación de las cosas que hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ella sucedidas…[p.33]

López de Gómara refiere que con Hernández Portocarrero y Montejo como procuradores, y en una nave que conducía Alaminos, Cortés:

envió con ellos la relación y autos que tenía de lo pasado, y escribió muy larga carta al emperador (llamolo así, aunque allá no sabían), en la cual le daba cuenta y razón sumariamente de todo lo sucedido hasta allí desde que salió de Santiago de Cuba; de las pasiones y diferencias entre él y Diego Velázquez; de las cosquillas que andaban en el real, de los trabajos que todos habían padecido, de la voluntad que tenían a su real servicio, de la grandeza y riqueza de aquella tierra, de la esperanza que tenían de sujetarla a su corona real de Castilla; y ofreciose a ganarle a México ya haber a las manos al gran rey Moteczuma, vivo o muerto.34

Y por Bernal Díaz,35 quien dice en esencia lo mismo y añade que los soldados no pudieron ver dicha carta.

2° Se enviaron al mismo tiempo otros dos memoriales: a) el que firmaron los alcaldes y regidores, según López de Gómara, o que “el cabildo escribió, juntamente con diez soldados de los que fueron en que se poblase la tierra y le alzamos a Cortés por general”, según Bernal Díaz. Es la carta conservada y llamada Carta del cabildo; y b) el que firmaron el cabildo y los más principales que había en el ejército, según López de Gómara, o “todos los capitanes y soldados juntamente”, según Bernal Díaz. De este memorial, perdido, existen dos sumarios que difieren fundamentalmente entre sí y que presentan asimismo diferencias importantes con la carta conservada: el de López de Gómara se reduce a un alegato en favor de Cortés, y el de Bernal Díaz, que además de incluir todo lo tratado en la Carta del cabildo, alcanza también puntos que omitía aquélla (enumeración de los presentes y mención del quinto de Cortés) y tiene distinto encabezamiento.36

3° La Carta del cabildo, descubierta hacia 1777 en la entonces Biblioteca Imperial de Viena, gracias a las indagaciones del historiador escocés William Robertson,37 forma parte de un manuscrito del siglo XVI que contiene copias de las cinco Cartas de relación de Cortés. En dicho manuscrito, la hoy llamada Carta del cabildo lleva añadido el título de Primera relación. La supuesta primera Carta de relación, diferente de la Carta del cabildo, nunca ha sido encontrada.38

A partir de estos datos, algunos investigadores se han inclinado por afirmar la existencia de la carta perdida y otros por negarla. Entre los primeros, Henry R. Wagner39 supone que López de Gómara tenía copia de esta primera Carta de relación y cree haber encontrado un rastro de ella. En un pasaje de la Historia de la Orden de San Jerónimo, de fray José de Sigüenza, cuya tercera parte se publicó en Madrid, 1605, refiriéndose a la preparación que hacía Cortés en Cuba de su expedición a México, se dice que éste “compró dos naos, seis caballos y muchos vestidos”;40 y Wagner señala que en López de Gómara41 se encuentra la misma mención de naos, caballos y vestidos que en Sigüenza. De tan débil indicio concluye la existencia de la primera carta, y deduce que tanto López de Gómara como el padre Sigüenza tenían copias de ella, ¿y por qué no suponer sencillamente que Sigüenza, que escribió cerca de 1605, tomó ese dato de la Conquista de México, de López de Gómara, que se había impreso desde 1552? En cuanto a este último, él pudo recibir la información de naos, caballos y vestidos verbalmente del propio Cortés, información que, por otra parte, ya aparece en la Probanza que a nombre de Cortés hizo Juan Ochoa de Lejalde en 1520.42

Caillet-Bois también se inclina a favor: “No puede dudarse —escribe— de la existencia de esta carta primera”,43 porque su evidencia se encuentra en las precisas informaciones que sobre dicha carta dan López de Gómara y Bernal Díaz.

En cambio, otros dos investigadores ponen en duda su existencia. José Valero Silva argumenta: lo importante estaba dicho ya en la Carta del cabildo; sólo le faltaban a Cortés dos cosas por decir: razonar su alzamiento contra Velázquez y explicar lo del quinto del botín que el conquistador se reservaba, después de separar el quinto real, las cuales era preferible dejar en silencio, ya que las explicaciones lo perjudicarían.44

J. H. Elliott también se inclina por esta suposición y llega a afirmar que Cortés nunca escribió la supuesta primera Carta de relación, “porque se hubiera visto envuelto en explicaciones personales que no podía dar”.45

Me parece que estas razones sobre la no existencia de la primera Carta de relación son válidas. A favor de su posible existencia y pérdida, podría considerarse la ausencia, en la Carta del cabildo, de muchos acontecimientos, mayores y menores, como los que se han expuesto en el capítulo anterior, narrados por otros cronistas. Sin embargo, me parece que la mayor evidencia de que lo único que se escribió y llegó a la Corte fue la Carta del cabildo, se encuentra en el hecho de que en el único manuscrito antiguo conocido, que colecciona las Cartas de relación de Cortés para la Corona española, aparece, en el lugar y con el título de Primera relación, la hoy llamada Carta del cabildo. ¿Por qué? Porque era la única existente. Recuérdese, además, lo que dice el preámbulo del manuscrito vienés, hacia 1527 o 1528: “en este libro están agregadas y juntas todas o la mayor parte de las escrituras y relaciones de lo que al señor don Hernando Cortés… ha sucedido en la conquista de aquellas tierras”.

1 Bernal Díaz, cap. LIII.— En el Interrogatorio general presentado por Hernando Cortés para el examen de los testigos de su descargo, de ca. 1534 (en Documentos, sección IV, Residencia), en la pregunta 37, dice Cortés que este barco era suyo y que lo había dejado en Cuba “dando carena”, y que “trujo setenta e tantos hombres, e siete o nueve caballos e yeguas”.

2 Ricard Konetzke, “Hernán Cortés como poblador de Nueva España”, Estudios cortesianos, Revista de lndias, enero-junio de 1948, año IX, núms. 31-32, p. 349.— Las Casas, Historia de las Indias, lib. III, cap. cxxiv, reproduce lo substancial de este documento.— Texto completo en Milagros del Vas Mingo, Las capitulaciones de Indias en el Siglo XVI, Ediciones de Cultura Hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1986, doc. 10.

3 Cervantes de Salazar, Crónica de Nueva España, lib. III, cap. IX.

4 Instrucciones de Cortés a los procuradores …, Veracruz, julio de 1519: en Docimentos, sección 1.

5 Bernal Díaz, cap. LV.

6 Carta de Benito Martin, capellán de Diego Velázquez, al rey, acusando a Hernán Cortés...,[Sevilla, octubre/noviembre de 1519]: en Documentos, sección 1.— Don Martín Cortés dirigió un Memorial al Consejo de Indias, en marzo de 1520, exponiendo los hechos y pidiendo la devolución del oro remitido, que era para enviar a Cortés “bastimentos y provisiones y armas y pólvora y ornamentos para la iglesia”: en Documentos, sección 1.— Herrera, década 11ª, lib. V, cap. XIV.— Declaraciones de Hernández Portocarrero y Montejo, en Documentos, sección I.

7 Anotación de Juan Bautista Muñoz en el Manual del tesorero de la Casa de la Contratación de Sevilla: Colección de Documentos para la Historia de España, t. 1, p. 461. El documento añade que los indios “fueron vestidos ricamente” y se enviaron a Su Majestad en Tordesillas. “Salieron de Sevilla en 7 de febrero de 1520, y en ida, estada y vuelta, que fue el 22 de marzo, se gastaron 45 días. Uno de los indios no fue a la Corte porque enfermó en Córdoba y se volvió a Sevilla muy bien asistido hasta 28 de marzo de 1521, día en que partieron en la nao de Ambrosio Sánchez, enderezados a Diego Velázquez en Cuba, para que dellos hiciese lo que fuese servido de Su Majestad”. Cita de Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la conquista de México, Conquista, lib. 1, cap. VI, n. 19.

8 López de Gómara, cap. XXXIX.

9 Bernal Díaz, cap. XXXIX.- Además de este inventario que llevaban los procuradores, existen dos listas más, con variantes, del envío al rey Carlos: en López de Gómara, cap. XXXIX, y en Herrera, década 11ª, lib. V, cap. V.

10 Zelia Nuttall, Codex Nuttall, Facsimile of an Ancient Mexican Codex con introd. y notas, Cambridge, Massachusetts, 1902.

11 J. Eric S. Thompson, “Information on Colonial Sources on Maya Writing”, A Commentary on the Dresden Codex, A Maya Hieroglyphic Book, American Philosophical Society, Filadelfia, 1972, pp. 3-5.

12 Bernal Díaz, cap. XLIV.— También los describe López de Gómara, cap. XXXIX, de manera semejante; “Pusieron también con estas cosas algunos libros de figuras por letras, que usan los mexicanos, cogidos como paños, escritos de todas partes. Unos eran de algodón y engrudo, y otros de hojas de metl, que sirven de papel, cosa harto de ver. Pero como no los entendieron no los estimaron”.

13 Pedro Mártir de Anglería publicó inicialmente, en latín, un Epítome acerca de “las islas recién descubiertas bajo el reino de don Carlos”, en Basilea, 1521, donde aparecieron estas noticias. El Epítome pasó a ser más tarde la “Cuarta década” de su Novus Orbis o De Orbe Novo, cuya primera edición completa, con las ocho décadas, es de Alcalá de Henares, 1530. Sigo la traducción de Agustín Millares Carlo, Décadas del Nuevo Mundo, José Porrúa e Hijos, Sucs., México, 1964, 2 vols., Cuarta Década, lib. VIII, t. 1, pp. 425-426.

14 Pedro Mártir, op. cit., lib. IX, t. 1, pp. 429-431.

15 Alberto Durero, “Tagebuch der Reise in die Niederlande. Anno 1520”: Ulrich Peters, Albrecht Dürer in seinen Brifen und Tagebüchern, Fráncfort del Meno, 1925, pp. 24-25.— William Martin Conway, ed. y trad. al inglés, Lierary Remains of Albrecht Dürer, Cambridge University Press, Cambridge, 1889, p. 101.— Miguel León-Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, Fondo de Cultura Económica, México, 1961, p. 155.

16 Die Mexikanischen Sammlungen des Museums für Volkerkunde, Wien, 1965, pp. 3 y 4 y láms. 1-3.

17 Bernal Díaz, cap. LIII.

18 López de Gómara, cap. XXXIX.

19 Ibid., cap. XL.— Las Casas, lib. III, cap. CXXIII, dice que fueron 3 000 castellanos para los gastos y 3 000 para don Martín Cortés.

20 López de Gómara, ibid.

21 Escritura convenida entre el regimiento de la Villa Rica de la Vera Cruz y Hernando Cortés sobre la defensa de sus habitantes y distribución de los rescates que hubieren, del 5 de agosto de 1519: en sección 1 de Documentos.

22 Una muestra de estas censuras es el Memorial de Luis de Cárdenas contra Cortés, del 15 de julio de 1528: en sección V de Documentos.

23 Bernal Díaz, cap. LIV.

24 Victor Frankl, “Hernán Cortés y la tradición de Las Siete Partidas”, Revista de Historia de América, México, junio-diciembre de 1962, núms. 53-54, pp. 9-74.

25 Las citas de Las siete partidas, del rey Alfonso el Sabio, proceden de la edición de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1809, 3 vols.

26 Frankl, pp. 13-14.

27 Konetzke, “Hernán Cortés como poblador”, op. cit., pp. 345-347.

28 Cervantes de Salazar, Crónica, lib. II, cap. X.

29 Silvio Zavala, “La doctrina de la guerra justa”, Ensayos sobre la colonización española en América (1944), 3ª ed., Editorial Porrúa, México, 1978, pp. 60-61.

30 Zavala, op. cit., p. 61.

31 Frankl, op. cit., p. 58.

32 Ibid., p. 73.

33 Manuel Giménez Fernández, “Hernán Cortés y su revolución comunera en la Nueva España”, Anuario de Estudios Americanos, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1948, t.V, p. 84.

34 López de Gómara, cap. XL.

35 Bernal Díaz, cap. LIII.

36 Hasta aquí, sigo en lo principal el resumen de Julio Caillet-Bois, en “La primera Carta de Relación de Cortés”, Revista de Filología Hispánica, Buenos Aires, 1941, t. III, p. 54.

37 William Robertson, “Préface”, L’Histoire de l ‘Amérique, trad. al francés, Panckoucke, París, 1778, t. I, pp. XII-XIV.— La primera edición es de Londres, 1777.- Gracias a la indagación de Robertson se descubrió no sólo esta Carla del Cabildo, sino también la quinta Carta de relación, hasta entonces desconocida.

38 Varios historiadores han repetido la suposición de Federico Gómez de Orozco de que la primera Carta de relación, perdida, pudiera encontrarse en el archivo de Francisco de los Cobos, el poderoso secretario de Carlos V, que forma parte del Archivo Ducal de Medinaceli y se guarda en la llamada Casa de Pilatos, de Sevilla. En junio de 1985 visité dicho archivo, guiado por su director, Antonio Sánchez González. La sección del archivo de De los Cobos cuenta con 239 legajos con alrededor de 800 documentos, sin clasificar. Por el muestreo realizado, pudo observarse que los legajos, contienen principalmente títulos de propiedad, ventas y donaciones, testamentos, ejecutorias, cédulas y bulas relacionados con los señoríos y mayorazgos de la familia. No parece haber documentos ajenos. Sín embargo, mientras no se revise e investigue debidamente la totalidad de esta sección del Archivo Ducal de Medinaceli, no podrá asegurarse que entre estos papeles se encuentra o no la carta de Cortés buscada u otros documentos cortesianos.

39 Henry R. Wagner, “The Lost First Letter of Cortés”, Hispanic American Historical Review, noviembre 1941, t. XXI, 4, pp. 669-672.— Véase también Rafael Heliodoro Valle, “Las Cartas de Cortés”, Historia Mexicana, El Colegio de México, abril-junio de 1953, 8, vol. II, núm. 4, pp. 549-563, buen resumen de estos problemas.

40 Fray José de Sigüenza, Historia de la Orden de San Jerónimo, Nueva Biblioteca de Autores Españoles, t. XII, vol. II, p. 110.

41 López de Gómara, cap. VII.

42 Probanza hecha en la villa de Segura de la Frontera, por Juan Ochoa de Lejalde, a nombre de Hernán Cortés, sobre quién hizo los gastos de la expedición a México, del 4 de octubre de 1520: en Documentos. sección I.

43 Caillet-Bois, op. cit., p. 50.

44 José Valero Silva, El legalismo de Hernán Cortés como instrumento de su conquista, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1963, pp. 31-35.

45 J. H. Elliott, “Cortés, Velázquez and Charles V”, Introducción a: Hernán Cortés, Letters from México, traducido y editado por A. R. Pagden, An Orion Press Book, Grossman Publishers, Nueva York, 1971, p. XX.